LA PEÑA SOCRÁTICA

Nadie está exento de dar traspiés, cometer gazapos, pifias, omisiones involuntarias por descuido o ignorancia. De esa manera es fácil justificar que personalidades como el pre-candidato del PRI a la presidencia de México incurriera en el tropezón del fin de semana pasado, cuando confundió nombres de autores y libros durante la presentación de su ópera prima recién publicada México, la gran Esperanza. El acontecimiento hizo un paréntesis informativo tal que algunas notas pasaron momentáneamente a segundo plano, para dar pie al solaz y el esparcimiento del público a costillas del político ex gobernador del Estado de México y de los que le siguieron, no precisamente la corriente, sino incurriendo en los mismos errores incluso a sabiendas y habiéndole criticado mordazmente. El bulling cibernético en pleno.

La experiencia permite reflexionar entre Paréntesis a la luz del ejemplo del gran filósofo griego Sócrates y su relación con la política.


Sócrates rechazó la política; de hecho tuvo problemas con ella. En un primer tiempo, los oligarcas estuvieron contra él, después los demócratas. Sus acusadores, que le condenaron a muerte, eran demócratas. La acusación, en parte, fue una acusación política en contra de un aristócrata que, a ojos de los demócratas debía ser castigado, peor que por sus ideas, por ser quien era. Aunque tuvo muchos problemas con la política y con los políticos, nunca promovió que fuera abolida. Antes de ser asesinado, amigos del sabio quisieron ayudarle a fugarse de la cárcel, pero él se negó a hacerlo porque observaba las leyes, a las que siempre consideró que podían y debían ser criticadas, pero nunca violadas; si acaso, en el supuesto de que una ley fuese injusta, a ojos de Sócrates era preferible luchar en la empresa de modificarla en pro del bien común en vez de  desobedecerla. La gente de Atenas pensó que se había deshecho de Sócrates matándole, pero en verdad, para realmente deshacerse de él, tendría que haberle matado de forma "filosófica", vencerle con palabras. Sus adversasrios quisieron asustar al pensador, pero consiguieron lo contrario.

O sea, léase entre Paréntesis esta luminosa verdad de Perogrullo: en política, cualquiera que sea el país, pero nuestro interés se centra en México, los adversarios o son asesinados materialmente o ideológicamente. Si el primer método es deleznable y terrible, el segundo no lo es menos, porque supone el acotamiento de las posibilidades que se ofrecen a un pueblo o determinado grupo para elegir en beneficio del interés común (el senador Manlio Fabio Beltrones sabe algo de eso.)

¡Péguele al negro!
Desde que se presumía que Enrique Peña Nieto podría ser el candidato del PRI a la presidencia de la República en 2012, los adversarios enfilaron las baterías para, como se dice coloquialmente, pegarle al negro. Ahora que está registrado como pre candidato de dicho instituto para el efecto, el golpeteo no se ha hecho esperar, por arriba, por abajo, por enmedio y desde adentro. La respuesta institucional ha sido la de cerrar filas y dar una cara de unidad e integración, más allá de las naturales diferencias internas que pudiera haber entre individuos o grupos que conforman al partido. Toda proporción guardada, el box contra la sombra de Andrés Manuel López Obrador hace seis años, fue simple entrenamiento comparado contra lo que podremos atestiguar en las candentes campañas que nos esperan y, como bien apuntan personalidades como Denisse Dresser, las preguntas que deberíamos de elaborar como sociedad a quienes nos representan tendrían que apuntar al planteamiento de soluciones que sanen las llagas que nos molestan y causan escozor. Soluciones realmente aplicables, funcionales, no meros paliativos surgidos de vacuas promesas de campaña o populistas compromisos firmados ante notario público.

De la solidez de la propuesta institucional detrás y en el basamento de la candidatura de Enrique Peña Nieto depende que este se sostenga en las preferencias o caiga frente a sus contrincantes.

Si su función acordada fuese la de servir de punching bag, parapetando al verdadero candidato (ningún "Juanito") que aún podría registrarse conforme a los tiempos previos al comienzo de las camapañas formales (algo difícil por la premura, pero no imposible), bastante ingrata resultaría para su persona, pero equivaldría, toda proporción guardada, a una apología socrática en pro de las formas y las leyes capaces de blindar al aspirante a presidente de México; una cruel estrategia distractiva para asegurar el acceso al poder.

Si, en cambio, Peña Nieto soporta la andanada de ataques como bergantín en medio de la tormenta y logra cruzar los arrecifes con el mínimo de daños, podría pensarse que su triunfante llegada a puerto estaría no nada más asegurada sino muy fortalecida. Significaría, aparte, la consolidación más de un proyecto institucional que de uno estrictamente personal. El futuro del presidencialismo mexicano apunta a un presidencialismo parlamentario y es momento de colocar la piedra de toque sobre la cual construir el altar desde el cual gobiernen las instituciones, en vez del trono desde el que dicten hombres solos y aislados en su vanagloria, o burocracias anquilosadas en los intereses de la cerrazón oligárquica, o una plutocracia avara y misántropa. Y esto aplica a derecha y a izquierda.

La cicuta está servida y es cosa de poner entre paréntesis la reciedumbre moral, legal, política, institucional. Pues las respuestas políticas no son nada más asunto de acceso al conocimiento, de demostrar la cultura general, de pureza de ánimo, sino además y de modo principal de transparencia y humildad: reconocer que no se sabe nada, que no se nace sabiendo, no hace al individuo ni peor ni mejor, pero le hace más humano. Las advertencias del presidente Felipe Calderón Hinojosa sobre el afán cómplice del narcotráfico por extender su telaraña por debajo de las mesas que sostendrán las urnas no es gratuito, ni obedece exclusivamente a una preocupación o señalamientos de índole local. El riesgo es latente y preocupante desde hace muchos años, tantos como el instante mismo del asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994. Así, la inquina sin fundamento ya sea en contra de un candidato u otro, en vez de abonar a la construcción de una "democracia sustantiva", lo hace en favor de una desintegración social alimentada por el miedo.

A eso apuesta el crimen organizado: al miedo de la población. A que el miedo de la población sea tal que incida en sus decisiones políticas y la lleve a no beber la cicuta a despecho del orden y la ley. Mientras en medio del paréntesis los políticos y sus detractores se dan de cubetazos, lo mejor que podemos hacer los ciudadanos es guardar la calma en la medida de lo posible y enfatizarles que el interés común no es el de unos cuantos, sino el de todos: Mexico; y en la proporción de nuestro descontento unir nuestras voces para construir un gigantesco paréntesis a modo de barrera que defienda mucho más que el egoismo personal o la soberanía: nuestra tranquilidad como Nación.

Alrededor de la Fe

En fecha reciente leí en cierto periódico un anuncio-invitación a la conferencia “El gran acontecimiento guadalupano” a ser impartida por el P. Canónigo Dr.  Eduardo Chávez Sánchez. La invitación en sí no tiene nada de particular, excepto por una afirmación que, por decir lo menos, me parece escandalosa por ofensiva en su ignorante soberbia.
A la letra, tras explicar sucintamente en escasas tres líneas la importancia de la aparición mariana y considerar que “ahí está comprendido tanto el pasado como el futuro de México y de toda la humanidad”, termina apuntando la siguiente falacia: “Es por eso que el nombre de Guadalupe significa el Ombligo de la Humanidad”.
Mi intención con esta misiva no es entrar en un debate académico. No es el medio para ello. En todo caso es hacer un señalamiento, conminando a los lectores, creyentes o no, a la precisión.
Seguro más de uno ha leído o por lo menos escuchado aquella máxima atribuida a Carlos Marx: “La religión es el opio de los pueblos”. Ideologías y credos aparte, es una máxima que encierra una gran verdad, pues no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y desafortunadamente aquí y en China las religiones nos dan aún más que motivos para equilibrar nuestro ser, pretextos para no ser (filosóficamente hablando).
Virgen de Guadalupe,
Extremadura, España
La precisión que se impone es esta: el nombre Guadalupe no significa y jamás ha significado como apunta el texto citado “el Ombligo de la Humanidad”. Es un vocablo de origen indoeuropeo, más exactamente árabe-latín que combina las palabras “Guada” y “Lupe”, que significan respectivamente “Río o Corriente de Agua” y “Lobos”. Así, recurriendo estrictamente a la etimología, Guadalupe, contra lo que se quiera creer, significa “Río de Lobos” del mismo modo que Guadalquivir significa “Río de piedras o pedregoso”. El nombre dado a la virgen, entonces, y seguro el canónigo conferencista lo aclarará en su momento, tiene una raigambre profundamente hispana y no, como muchos quieren, insisto, creer, nahua o mexica.
Ahora bien, del nombre y sus denotaciones a las connotaciones que cualquiera puede dar a las palabras por el libre albedrío al momento de interpretarlas es donde y cuando vienen los problemas.
Todos podemos interpretar con entera libertad las palabras, y darles un determinado significado en función de lo que representan o proyectan. Así, el nombre de Guadalupe, aun cuando no significa denotativamente lo apuntado, connotativamente, en tanto representación de un credo particular y sus alcances y proyecciones puede ser comprendido como epicentro y motivo de dicho credo. Pero, de ahí a considerarlo el “Ombligo de la Humanidad” ya hay mucha distancia conceptual que raya en la soberbia, pues cada religión e ideología en el mundo puede alegar ser lo mismo.
Virgen de Guadalupe, México
Dos cosas han dado al traste actualmente con muchas religiones (y no nada más) desde un punto de vista sociológico y mercadológico: la soberbia clientelar y el ninguneo intolerante. Ejemplo: en muchas empresas se da como día de asueto el 12 de diciembre, cuando se celebra a la Virgen de Guadalupe, pero el Día de la Madre, sólo se da medio día, si es que se da. O sea, en la óptica de un catolicismo guadalupano recalcitrante se da la óptica miope de pensar que todos, por el hecho de ser mexicanos o vivir en México, somos guadalupanos, cuando en realidad eso no es cierto, como sí lo es por contrario que todos tenemos madre.
Con este texto no he pretendido hacer una diatriba de ningún credo específico. Solamente llamar la atención a los creyentes y a los que no lo son que lo peor que puede hacer cualquier persona es creer a ciegas, con ignorancia supina, en lo que sea. Porque se puede creer a ciegas lo mismo en un santo que en un político, en una pareja que en un amigo. Si bien la fe parece opuesta a la razón, en realidad ambas se complementan; o deberían. El conocimiento cabal y amplio, alejado de prejuicios, suposiciones, falacias, sobre lo que es objeto de la fe de cada cual es lo que nos puede hacer más próximos a lo divino. No se trata de no creer, sino de creer razonablemente; dando oportunidad y beneficio a la duda. Algo además aplicable a todos los órdenes de la vida.
Si yo me creo el centro del universo, pobrecito de mí el día que confirme que también yo recorro una órbita alrededor de algo más que es ni mejor, ni peor, ni mayor ni menor que yo; sencillamente alrededor de algo más.


PEINANDO GANAS

Va un individuo caminando por ahí, por cualquier calle y de pronto cae en un bache. Va otro individuo trotando por ahí, por cualquier parque y de pronto es asaltado por una duda. Allá y acullá deambulan aspiraciones con apariencia de personas; taconean torneadas piernas en busca de un camino que las lleve a un asiento donde puedan descansar de tanto andar, donde puedan recibir el masaje de la comprensión y de la tolerancia.

En la ciudad como en los sueños, los personajes y las naciones palpitan. Uno va construyéndolos entre paréntesis, como quien amorosamente imagina repúblicas donde los Sócrates y los Platones dialogan con la sensatez del viento. Jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, putas y beatas más pronto que tarde apoyan el pie sobre la huella que dejaron otros, ¿para qué?



En México, en estos como en todos los tiempos, la continuidad es una asignatura pendiente. Los caminos que han seguido gobernantes y ciudadanos están repletos de meandros, zigzaguean entre esperanzas, peligros, presunciones, raigambres. Es necesario esquivar el ninguneo y la intolerancia si se quiere ser alguien en la política tanto como en la vida cotidiana. Los mexicanos, decía Octavio Paz, somos contemporáneos de los otros hombres, pero no queremos asumir lo que esto significa. En nuestro imaginario colectivo seguimos colocándonos como una nación para mirarse entre paréntesis, como una pausa ejemplar con tendencia al desarrollo de una potencia que no acaba de resolver su impotencia esencial.

Ya sea que hablemos de niños de la calle, de precandidatos presidenciales, de perros o gatos, todos los días amanecemos peinando ganas. Ganas de ser aún  más que de tener. Ganas de crecer aún más que de creer.

Así, mientras a unos los carcome el rencor, a otros los emperifolla la pretensión. La oligarquía se ha convertido en una colección de cabezas para solaz y esparcimiento de Salomé, las que, quedando expuestas en bandejas de metales preciosos, conversan entre sí en un tremebundo soliliquio de vanidades.

¿A qué quiere llegar esta retahila de ideas? A nada y a todo. Al fin y al cabo son un conjunto de palabras que, como promesas firmadas ante notario sueñan con algún día rebosar el Paréntesis, para inundar esas verdes miradas de la esperanza que anida en los corazones de cada uno de los lectores. Son como obsesiones plasmadas en las páginas de un libro en la forma de argumentos de campaña para vender el curso de la imaginación, el que nos pueda guiar en el ascenso y en el desarrollo de lo que alguien supone que queremos ser como pueblo y como nación.

Estas palabras, como cerdas de un cepillo, acarician, desenredan la cargada de deseos, siempre puestos entre los paréntesis conformados por la necesidad, la única candidata natural capaz de orientar la nave hacia las soluciones que de verdad sacien el hambre, la sed y hagan, del poder, servicio y, de la voluntad, entrega auténtica.