Apuntes alrededor de Cantinflas


 “La primera obligación de un ser humano es ser feliz; 
y la segunda, hacer felices a los demás”
Mario Moreno Cantinflas

1. Un hombre que dio todo[1]

POCOS DEBEN SER LOS MEXICANOS que no guardan alguna liga especial con Mario Arturo Moreno Reyes Cantinflas, ya sea a través de sus películas o de encuentros fugaces y azarosos.

Recuerdo haberlo visto en persona y por única vez hacia 1976, afuera del Hospital capitalino conocido como MOCEL, parado él con aire circunspecto, vestido elegantemente con una camisa de cuello de tortuga y saco, su mirada oculta tras unas gafas de armadura gruesa y cristal verdoso y oscuro, acompañado de su único hijo, Mario Moreno Ivanova, mientras esperaba que el encargado del estacionamiento le entregara su automóvil. Yo tendría unos trece años, pero su imagen quedó impresa en mi mente, y tan pronto como lo vi, se fue. De inmediato mi madre me contó una anécdota que reflejaba la sensibilidad altruista de Mario Moreno.

Una conducta elocuente

Corría el año 1943. Mi madre y mi abuela, que a la sazón vivían con cierta penuria acudieron al despacho del actor y empresario: una habitación amplia localizada en un piso del edificio que hacía esquina entre la calle Balderas y Avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México, enfrente del Hotel Regis desaparecido tras el terremoto de 1985.

Una vez ahí, tímidamente apoltronadas ambas mujeres en sendos sillones frente a un enorme escritorio, mi madre, una púber de 11 años, expuso la necesidad de mi abuela de obtener un trabajo como costurera de teatro; ya había hecho la petición vía el correo y la respuesta había sido esa cita. Mario Moreno Reyes, serio, luego de escuchar atentamente, se puso de pie y extrajo del bolsillo de su pantalón un billete de cincuenta pesos y se lo entregó a mi madre argumentando que por el momento solo así podía ayudarlas. Eso fue todo. Con ese dinero mi abuela compró tela para elaborar delantales que más tarde vendió a las meseras de los cafés de chinos en el centro de la ciudad.

Mario Moreno se reveló en aquella ocasión tal como era: un hombre de expresión tranquila, modesto, al que la fama y el dinero no lograron cambiarlo; un ser humano preocupado por el bienestar de aquellos que le recordaban su origen humilde.

No obstante haber sido una figura pública, su vida privada así como sus obras filantrópicas trascendieron menos de lo que podría suponerse; sin embargo, hay informes que indican que llegó a destinar más de la mitad de su fortuna a causas humanitarias. Se sabe, por ejemplo, que la Casa del Papelero —agrupación que reúne a vendedores de periódicos y revistas— tiene una espléndida hemeroteca donada por Cantinflas; que, luego de establecer junto con Jorge Negrete y Gabriel Figueroa las bases del STPC (Sindicato de Trabajadores y Productores Cinematográficos) como asociación independiente del Sindicato de los Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), contribuyó a la realización de la Casa del Actor (casa hogar para actores retirados) dependiente de la ANDA (Asociación Nacional de Actores), siendo él el secretario general de dicha agrupación.

Según contaban personajes como el que fuera su pareja en los escenarios, Manuel Medel, el fotógrafo Armando Herrera, el productor Carlos Ávila (integrante del grupo musical Los Baby’s) y otros, Cantinflas ganaba mucho dinero que cobraba en moneda fraccionaria para repartirlo a manos llenas; y lo mejor es que sabía administrarlo para poder darse el gusto de ver feliz a la gente que solicitaba su ayuda.

Claro que al principio no faltó el tipo abusado que le vio la cara, esquilmándolo y ello pronto obligó a Mario Moreno a medirse en su filantropía no danto tan seguido moneda contante y sonante, y a encauzar su altruismo a la construcción de hospitales (como el Centro de Neurología de Guadalajara); al establecimiento de becas y escuelas (en lo que fuera el Rancho La Purísima fundó un colegio para los hijos de los labriegos, que primero albergó a sesenta infantes y hacia 1993 daba cabida a más de seiscientos); a donar las ganancias producto de sus presentaciones personales a beneficio de obras no de caridad sino de solidaridad (patrocinó un programa de vivienda para cien familias de escasos recursos, a las que, para evitarles la pena de aceptar caridad les vendía las casas en pagos de cuatro pesos al mes).

Una cantidad interminable de necesitados

Consciente de que la responsabilidad el artista estriba en ser espejo en el que la gente ve reflejadas sus esperanzas, sus desdichas y alegrías, Cantinflas se preocupó siempre por servir de ejemplo y mano amiga. Por eso expresamente montó una oficina para dar entrada a las miles de solicitudes de padres que le pedían apadrinar a sus hijos recién nacidos (en una ocasión fueron contadas 16 mil solicitudes), o que le pedían ayuda económica; por eso procuró estar pendiente, en la medida de sus posibilidades y por ejemplo, del bienestar de los trabajadores migratorios mexicanos tanto como del de los no connacionales. En especial fijaba su atención a los niños, porque quería que —así afirmaba— el futuro de México (y del mundo) fuere promisorio y dichoso.

Y es que Mario, nuestro Mario, nunca perdió contacto con su pueblo y de ese modo justificó su vida que —según dijo con sus propias y postreras palabras al presidente Salinas de Gortari— fue “un constante esfuerzo”.

La filosofía cantinflesca

En fin, al margen de lo que se ha dicho sobre lo que representa el personaje de Cantinflas y su influencia e introducción en la mitología popular del mexicano, el ser pensante y sentimental que era Mario Moreno se ubicaba plenamente en medio de las cuestiones cotidianas. Él entendía muy bien que el quehacer diario engrandece al hombre y de ahí que comprendiera a cabalidad la misión del artista. “El artista puede hacer mucho mal o mucho bien. Mis películas siempre llevaron un mensaje social y humano”, afirmaba con vehemencia y de veras convencido de que la corrupción es una enfermedad que agobia a todos por igual, tanto a los gobernantes como a los gobernados que ven solo lo que su egocentrismo les permite. “Si el mundo se humanizara, sería mejor para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos”.

Fuera de todo discurso ramplón, el transcurrir de Mario Moreno Reyes Cantinflas fue una lección de amor a la vida, en todos sus sentidos, porque ese era finalmente su destino. “Amo mucho a la vida. Yo no la pedí, me la dieron y me la dieron para vivirla”.

2. El Don del Sinsentido

Un accidente dio pie a la rutina y al nacimiento de uno de los más grandes comediantes del siglo XX. Mario Moreno Reyes Cantinflas se convirtió en personaje de leyenda por capricho del azar, cuando de joven cierta vez en la Carpa Ofelia, al sustituir al anunciador, nervioso, se olvidó de su guión elemental e improvisó diciendo lo que se le ocurría, sin ton ni son, causando hilaridad entre el público asistente que de inmediato aplaudió su carencia de sintaxis y lógica que lo convertiría en la versión maliciosa, cínica, inofensiva y tierna del “pelado” vagabundo que con el tiempo habría de insertarse en los ámbitos más inesperados.

Cantinflas no solo fue un comediante o humorista —como él prefería ser clasificado— excepcional, fue también, parafraseando al compositor Arjona “verbo y sustantivo y adjetivo”.

En efecto, Cantinflas ingresó de lleno a la cultura del idioma español en 1992 cuando, por gestión del afamado publicista Eulalio Ferrer Rodríguez entonces académico de la Real Academia de la Lengua, quedaron incluidos en el diccionario el verbo “cantinflear”, el nominativo “Cantinflas” y los adjetivos derivados “cantinflada” y “cantinflesco” como acepciones para describir y nombrar a la actitud y la persona que “habla mucho y no dice nada”.

El señor Rafael Alvarado Ballester, secretario de la Real Academia en España explicó el hecho de la siguiente manera: “Aceptamos el verbo por una sencilla razón: cantinflear nos ha dado una nueva forma de expresión a los hispanohablantes”.

Del hecho al dicho…

Pero, ¿en qué consiste dicha nueva expresión? Filósofos, lingüistas, escritores y sociólogos lo han explicado de muchas formas. El filósofo Julián Marías, por ejemplo, considera que Cantinflas aportó “la infinita capacidad de hablar sin decir nada ineligible, hasta el punto de crear una mirífica forma de uso del lenguaje. Cantinflas decía lo que quería decir, con una casi total eliminación del elemento significativo”, y sin embargo conseguía en términos generales y metalingüísticos hacerse comprender en lo esencial, mejor que en lo sustancial.

La importancia de este discurso cantinflesco que ha dado pie a una forma de expresión denominada por los intelectuales “cantinflismo”[2] se hace patente en sus implicaciones en la crítica social y política.

Para la mayoría, Cantinflas llenó toda una época de la cultura de México no solo por construir un personaje digno de quedar en la memoria histórica de nuestro pueblo, sino porque ese personaje recreó a cierto tipo de mexicano y, más, a cierto tipo de hombre, uno escurridizo, enraizado en la contradicción misma, en la revoltura que provoca en las cosas que hace, dice y piensa.

Con su manera de hablar sin sentido aparente, “Cantinflas expresa una filosofía del esquivador social”, piensa José de la Colina; expresa el malestar y la rebeldía del que se asume eternamente ninguneado, desposeído hasta de su identidad.

Salvador Novo escribía que la dislogia (deficiencia del lneguaje por desórdenes mentales) y la dislalia (dificultad para hablar) características de este personaje que disparataba todo alcanzaron la consagración porque “ocurre y da la casualidad de que también fuera de México los hombres respiran desde hace algunos años el clima asfixiante de la verborrea, el confusionismo, las promesas sin compromiso, la oratoria, la palabrería ininteligible, malabarística y vana”, en suma, todo lo que conocemos con el nombre de demagogia, que por cierto Cantinflas retrató muy bien, y aún más que en “Si yo fuera diputado” (1951) en las películas de su segundo aire (“El ministro y yo”, “Su Excelencia”, principalmente).

3. Tu et moi (solo tú y yo)

En la década de los cincuenta del siglo XX, cuando Cantinflas andaba por los cuarenta años de edad, la fama de este mexicano había traspasado las fronteras del arte y la imaginación con películas que hacían la delicia de espectadores en Europa, Estados Unidos y Suramérica. Películas como aquella intitulada “El circo” y que fuera una parodia de una que realizara Sir Charles Chaplin años atrás con el mismo nombre. Este, uno de los más grandes actores y directores cinematográficos ingleses, destacadísimo comediante considerado el más genial del cine mudo y quien a la sazón rebasaba los cincuenta años de edad, luego de conocer el trabajo de nuestro gran mimo expresó con la poca modestia que le caracterizaba y en cierta ocasión que tuvo oportunidad de reunirse con Mario Moreno Cantinflas que era, junto con él, el mejor cómico del mundo. Y esta opinión parece compartirla la mayoría de las personas que conocieron al “Chaplin mexicano” a lo largo y ancho del orbe.

Interrogado tiempo después acerca de tal aseveración, Cantinflas, al contrario y con la modestia que lo caracterizaba y sin presunción simplemente dijo: “Charles Chaplin es un hombre muy generoso”, pero después puntualizó la diferencia sustancial, a su juicio, entre el comediante inglés y él: “Yo siempre proyecto optimismo, solamente optimismo. Chaplin a veces lo hace a uno llorar”.

Parias y genios

Tanto Chaplin con su personaje de “Charlot” como Cantinflas personificaron al hombre urbano, mediocre, cuya única y mejor riqueza son sus valores humanos, su sentido de la bondad, su entrega en el amor a la mujer que pocas veces corresponde al cariño y a la devoción, su capacidad para sobrevivir en un mundo siempre adverso.

Sin embargo, mientras Chaplin era el vagabundo contrapuesto a la rigidez social y buscaba por cualquier medio expresar incluso amargamente la ironía de la existencia (salvo en dos cintas: “El Gran Dictador” y “El príncipe y la corista”), Cantinflas reía despreocupado y cínico, pero nunca soez, ante las vicisitudes que suponía la vida diaria de un México en pleno proceso de cambio, posterior a una revolución marcada por una serie de contradicciones. Chaplin recurría a artilugios e histrionismo para enjuiciar la moralidad imperante en su tiempo (y el nuestro, todavía). En cambio, Cantinflas hacía ostentación de su ignorancia y su torpeza de ficción, en los primeros años de su filmografía, para burlarse del orden establecido; luego optó por definir su personalidad con un ánimo más constructivo y solidario, deseoso de reflejar el afán de superación de todo ser humano, un ejemplo claro lo tenemos en el filme “El Analfabeta”.

Si bien surgió de manera fortuita y natural, la genialidad de cada uno por su parte estriba en que semejante conceptualización del hombre no fue por completo un producto de la inconciencia de ellos, sino algo profundamente meditado.

Ahora ninguno de los dos está entre nosotros de cuerpo presente, pero ambos nos han legado un tesoro valioso: la posibilidad de reír sanamente.

Apostillas (abril de 2015).

Los anteriores apuntes alrededor de Cantinflas no probable sino evidentemente se quedan cortos en lo que puede decirse de un personaje tan notable de nuestra cultura mexicana y universal. Sirvan acaso como un mero barrunto de lo que quizá mañana yo mismo pueda atreverme a ahondar en lo que de profundidad tienen, desde un punto de vista analítico, las aportaciones indudables de un personaje que es ya de todos.



[1] Este ensayo conjunta tres artículos originalmente redactados en abril de 1993 para ser incluidos en el número especial de la revista TVyNovelas en la que me desempeñé como corrector de estilo entre 1992 y 1994, así como para mi columna “Paréntesis” que escribía para la sección “Universo Joven” del diario El Universal, pero ninguno fue finalmente publicado. Cabe señalar que el tercer artículo que hace la tercera parte de este ensayo fue escrito al alimón, o mejor dicho a partir de una idea de la entonces novel periodista Bárbara Pineda.
En abril de 2015, con motivo del 22° aniversario luctuoso del humorista, los recojo como una unidad, corregidos y actualizados por mí en lo elemental, en tanto autor y/o coautor, para efecto de su publicación en mi revista unipersonal en formato de blog Indicios Metropolitanos, como parte de su sección “Tiempo y Destiempo”.

[2] Palabra aún no incluida en el diccionario al momento que rescato estos textos, en 2015, y debería serlo.

Impedirán naucalpenses unidos la reactivación de los parquímetros.

EL TEMA DE LA REACTIVACIÓN DE LOS PARQUÍMETROS será expuesto por el Gobierno Municipal de Naucalpan de Juárez​ al cabildo a comienzos de la próxima semana.

Se sabe que la presidenta municipal interina, Claudia Oyoque, siguiendo la línea de su antecesor David Sánchez Guevara​, ha estado haciendo "su labor" de gestión y lobbying o cabildeo para balancear las oposiciones entre los regidores y síndicos que en diciembre y enero votaron por la suspensión del convenio con la empresa Parking Meter, sobre el argumento principal de la falta de transparencia de las cuentas relacionadas con la recaudación presupuestada para ese rubro, como también las denuncias ciudadanas de infracciones injustificadas por parte de policías.

En meses recientes, un nutrido grupo de líderes de numerosas poblaciones de la localidad ha conformado la "Unión Naucalpan" preocupada, entre otras cosas, porque el municipio no pierda el nivel socioeconómico que siempre le ha caracterizado y con la finalidad de fungir como un fiel de la balanza en el equilibrio de los poderes e intereses que hoy por hoy afectan a los naucalpenses.

Estos líderes consideran necesario poner un freno a las corruptelas y la connivencia que entre funcionarios públicos y empresas privadas se han suscitado desde hace algunos años en detrimento del nivel de vida de la localidad. Y, en tiempos electorales, ven con suspicacia las promesas de los candidatos de los diversos partidos, muchos de los cuales inclusive no gozan de la confianza ciudadana que ha visto con tristeza y enojo el deterioro del municipio en general: rapacidad inmobiliaria, menoscabo de áreas verdes, obras públicas de discutible calidad en su funcionamiento, falta de transparencia o "transparencia" hecha a modo, y un largo etcétera.

A decir de Galo Blanco Mateo, vecino del fraccionamiento Satélite entrevistado por Martha Nieto para Así sucede, diferentes organizaciones vecinales han determinado conformar un frente común contra los parquímetros en Satélite, La Florida, Bulevares y en la cabecera municipal y refirió:
Haremos frente común por que no los queremos, y de diferentes organizaciones civiles y ciudadanas, entre ellas ASECEM que está en contra y las reuniones empezaran desde el momento en que veamos que el Cabildo quiere dar marcha atrás, nuevamente con ese proyecto, en ese momento otra vez la lucha.
Los miembros de "Unión Naucalpan" ejercen desde antes de conjuntarse una importante influencia en sus comunidades; son conocidos y reconocidos tanto por el gobierno municipal como por el estatal, y algunos incluso por el federal tras haber surgido en tiempos anteriores a que Enrique Peña Nieto​ ocupara la Presidencia de la República​. Algunos de estos miembros son presidentes de asociaciones vecinales, otros son autoridades auxiliares de los Consejos y Delegaciones de Participación Ciudadana, y otros más simplemente cuentan con el aval de la confianza  comunitaria tras el trabajo y dedicación a resolver cuestiones de interés específico. El número de los líderes que van sumándose a esta "Unión" va en aumento y en todos se expresa un genuino afán de servicio.

Hacia los años 80 del siglo pasado, los gobiernos municipales y estatales del Estado de México dieron pasos muy concretos para el establecimiento de normas y salidas legales que fueran mermando el peso y capacidad de influencia de las asociaciones de colonos, incluso recurrieron a la estrategia de "divide y vencerás". Así, entre las medidas novedosas se crearon los Consejos y Delegaciones de Participación Ciudadana para servir como una especie de extensiones cruzadas que ligaran al gobierno en turno con la ciudadanía. Pero al ser cargos honorarios también han servido para la colusión. No han sido pocos los presidentes de Consejos o los delegados beneficiados con "huesos" y "oportunidades" de alguna clase, bajo el disfraz de estar haciendo un bien comunitario que, además, sí, queda documentado para hacerlo indiscutible. Parte de la podredumbre en las raíces que sustentan la conformación de los Consejos y Delegaciones de Participación Ciudadana estriba en que, aunque se los considera cargos de "elección popular", la organización de los comicios en que la ciudadanía vota por ellos el gobierno es juez y parte, pues en las atribuciones legales de los gobiernos municipales está la "obligación" de conformar dichos consejos de forma "democrática. Así, los mismos gobiernos municipales convocan, organizan, depuran, filtran, cuentan votos y dan resultados electorales quedando, en muchos casos y ¡qué casualidad!, consejeros y delegados a modo, aunque también es cierto que algunos ya en el camino se les salen del guacal al ser congruentes con las necesidades y exigencias de sus comunidades.

Sin duda una de las tareas pendientes en materia electoral es bajar al último nivel, al más pedestre y que falta a nuestra democracia, es decir, al nivel del ciudadano. Quiero pensar que la reforma política reciente que ha, entre otras cosas, elevado a nivel nacional el Instituto Federal Electoral con algo más que un nuevo nombre (I.N.E.), ampliando sus atribuciones y alcances, es un primer paso hacia esa modificación definitiva: quitar a los municipios las prebendas en materia electoral y, de veras, democratizar el primer peldaño de la sociedad que es la gente misma en su participación activa y directa, su relación específica con los círculos del poder. Eso sí sería empoderar al ciudadano.

Por lo pronto, ese ciudadano que no se considera suficientemente representado por sus "elegidos" ha optado, ya mediante las redes sociales, ya mediante conjuntarse en organizaciones como "Unión Naucalpan" dar un salto cualitativo, más que para ejercer presión en los poderosos, servir cual cuña que frene intenciones abyectas de los más interesados en el beneficio propio a costa de lo que sea.

Bien harían ciudadanos comunes, empresarios en general, políticos, funcionarios y autoridades en considerar la cercanía de semejante "Unión" en buena medida vigilante de su actuar, y por qué no incluso sumarse a un esfuerzo enteramente emanado de la gente.

Candidatos brillan por su ausencia
En esto de las iniciativas ciudadanas, es de destacar la llamada "Candidato Transparente". Una iniciativa que —apunta en su sitio web— “busca reconstruir la confianza ciudadana a través del compromiso y transformación de la clase política en nuestro país. Queremos candidatos que antepongan los intereses de México a los suyos, una nueva clase política en donde no se haga política con dinero ni dinero de la política”. Y añade: “Dada la creciente necesidad en nuestro país de generar confianza por parte de la ciudadanía en sus representantes, un grupo de organizaciones de la sociedad civil, impulsados por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y Transparencia Mexicana, hemos unido esfuerzos para que cada candidato se comprometa de manera tangible a poner los intereses de México antes de los suyos. Un candidato que no pueda hacer esto no merece un solo voto, menos gobernar”.

Aparte de los mencionados, esta iniciativa cuenta entre sus aliados a la COPARMEX y Un Millón de Jóvenes X México, entre otras organizaciones. Este ejercicio democrático invita a los miles de candidatos que contienden hoy para las elecciones intermedias a celebrarse el 7 de junio próximo, a presentar mediante el portal una triple declaración: de bienes patrimoniales, de intereses y fiscal, con la finalidad de que estos tres aspectos queden clarificados a ojos de la ciudadanía aparte de las propuestas, que no promesas, que puedan exponer como parte de sus campañas políticas. A esto lo ha etiquetado la iniciativa como #3DE3 con la intención de que los ciudadanos, por los medios a su alcance, incluidas las redes sociales, ejerzan presión sobre los candidatos para que transparenten su situación en pro de allegarse el voto legítimo y confiado de la ciudadanía que pueda ver en ellos auténticos representantes de sus necesidades.

Habiéndose lanzado esta iniciativa el año pasado, a escasos días de haber comenzado las campañas electorales no llega a una veintena, es decir ni el 0.1% de candidatos que se hayan sumado. Si bien de esa exigua cantidad algunas de las declaraciones resultan ridículas en algunos aspectos, por decir lo menos, en lo tocante al Estado de México y Naucalpan de Juárez en concreto ni un solo candidato a diputaciones federales, locales, alcaldías ha subido a este portal sus declaraciones. Lees bien, amigo lector: NI UN SOLO CANDIDATO. Es momento de exigirles más de lo acostumbrado, ¿no crees? Si conoces a tu candidato, exígele su #3DE3.

Por una discriminación sin adjetivos

EN LOS AÑOS RECIENTES, a la luz de la defensa de los derechos humanos y concretamente de las minorías como los homosexuales y los pueblos indígenas se ha dado un, podemos decir, movimiento tendiente a la erradicación de costumbres y hasta de palabras que, a ojos y en la sensibilidad de dichas minorías resultan ofensivas, prejuiciosas y que lesionan su dignidad como personas y grupos, sin detenernos en las minucias que los adjetivos en tanto partículas lingüísticas encierran en su gestación. Algunos organismos incluso han llevado el reclamo al extremo y el exceso generando en el público más confusión que certeza alrededor de lo apropiado y lo inapropiado en el discurso.

Lo curioso es que quienes más señalamientos hacen al respecto ni siquiera pertenecen a dichas minorías, a no ser de manera tangencial, como solidarios simpatizantes más preocupados por lavar sus culpas que por en verdad incidir en un cambio cultural. Mujeres que no quiere ser llamadas putas se aferran a la idea de que las putas no quieren ser llamadas sino con horrendos eufemismos recosidos como "sexo servidoras". Y sí, las hay, pero son las menos al menos en mi experiencia pues cuando las he entrevistado me han expresado que a querer o no "detrás de toda mujer hay una puta esperando ser bien cogida y detrás de toda puta hay una mujer esperando ser bien amada". Pero esto es solo un ejemplo que hasta me ha servido para dar voz a un personaje de una novela que vengo escribiendo paso a paso.

En México, entre marzo y abril de 2013, la Suprema Corte de Justicia de la Nación sentenció que ciertas palabras resultaban homófobas y por lo tanto su uso en detrimento de otra persona serían motivo de difamación, discriminación y de causa punitiva. Dicha resolución ocasionó en muchos, yo entre ellos, una profunda indignación como dejé anotado en varios artículos aquí mismo:


Luego, con motivo del Mundial de Fútbol de 2014, la susceptibilidad de algunos se sintió trastocada ante el grito tribal de la porra mexicana de ¡puuuuto! dirigida al portero contrario con la estricta finalidad —como suele suceder con las barras de seguidores y fanáticos— de introducir en el ambiente un elemento intimidatorio.

Pero, retomando el tema, no está demás enfatizar que de ninguna manera esta indignación y estos textos míos se basan en o se inclinan hacia una apología de la marginación, del acto deleznable de segregar a otro por su condición de pertenecer a cierta minoría (o incluso a cierta mayoría, que también ocurre), aun cuando sí implica el acto natural de discriminar en tanto proceso cognitivo.

En todo caso mi postura es de apelar al buen juicio en el uso, que no en el abuso, de las palabras en general y de las palabras que, siendo adjetivos, tienen como función describir uno o más aspectos característicos sea por natura, vocación, oficio, profesión o percepción de las cosas, las situaciones y las personas.

Como he dicho muchas veces, las palabras no saben de maldad o bondad, son solo eso, palabras, recursos lingüísticos que sintetizan el conocimiento que nos hacemos de las cosas en rededor nuestro y nos permiten distinguirlas en el cúmulo de estímulos a que es sujeta nuestra capacidad cognitiva. Juzgar el uso o el abuso de una palabra, en particular de los adjetivos, so pena de estar propensa a un presumible prejuicio no resuelve ni de lejos el problema de fondo que es actitudinal y cultural, por lo tanto axiológico.

La persona que usa determinada palabra para referirse a otra puede hacerlo con toda mala intención o con todo buen propósito, empleando cabalmente el significado denotativo o apelando a las connotaciones que acompañan al vocablo.

La ofensa descansa ahí, en el propósito de parte del hablante, en la causa que le motiva a la expresión y han de ser probadas con suficiencia la malicia, alevosía, premeditación y ventaja en el discurso y sus razones, en el acto expresivo, lejos de toda sospecha. Pero también, la ofensa, en más de las veces, se apoya en la interpretación que el sujeto calificado de cierto modo hace tanto de la palabra como de la intención y del contexto en que se le adjetiva, por lo que también de ese lado pueden tergiversarse los sentidos de esas mismas malicia, alevosía, premeditación y ventaja en los actos de atender y comprender lo expresado. A fin de cuentas cada quien ve lo que quiere ver, lo evidente, a despecho de las pruebas en pro o en contra de algo. No por fuerza una palabra altisonante causa un efecto contundente. El modo de hablar, el tono, los matices, pausas y contexto pueden ser acusativos. La palabra en sí misma, por muy "llena" de significado que la consideremos, depende de todo un conjunto de adiciones metalingüísticas cuya finalidad es restingir, delimitar la interpretación para precisarla.


Tiempo atrás los gallegos ya habían expresado su incomodidad frente a las bromas y chistes que los toman como personajes torpes, tontos y a partir de los cuales se "permite" ejemplificar la gracia y simpatía de la estupidez. En México los yucatecos no han reaccionado de la misma manera, como sí los indígenas, y no se diga los campechanos, que ni por aludidos se aparecen. Y ni hablar de las mujeres, los gordos, los tartamudos, las putas, los negros, los feos, los locos, los judíos, los árabes confundidos con los turcos, y esas personas a quienes se puede "engañar como a chinos"... La lista de vilipendiados posibles es tan larga como la población humana misma.

Como decimos en México, pendejos y cabrones hay en todos lados; lo somos todos, sólo que nos hacemos pendejos para que no nos jodan los cabrones. Nadie está exento de ser motivo de alguna forma de estigma infligida por el parecer de los demás en su estricto derecho a percibir al otro como mejor pueda y con la responsabilidad conducente.

Fincar en las palabras y lo que de ellas deriva como formas de expresión, tanto para el entretenimiento como para el trato cotidiano, en el ámbito de los medios de comunicación así como en la escuela, la calle o la casa es tanto como hacerse el hara kiri cortando el gañote en vez del bajo vientre; es decir, errar la dirección, lugar y sentido de lo que se debe cortar para propiciar el cambio, la transición. Es, a querer o no, un atentado a la libertad de expresión y más, un atentado a la cultura misma de la cual el lenguaje es pilar fundamental, aquí como en China. Ahora bien, también es cierto que el lenguaje, como sistema dinámico, se encuentra en constante evolución y su fortaleza radica en la capacidad adaptativa de los hablantes. Un caso muy revelador de lo que aquí apunto es el "experimento" hecho por la Fundación del Secretariado Gitano, en Andalucía, España y que pone a un conjunto de niños a "examinar" las acepciones que de gitano se han recogido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua:


Si bien por una parte el señalamiento de la Fundación es a que sea erradicado o por lo menos corregido o atenuado un significado connotativo asociado a gitano: "trapacero", por considerar que no "retrata" a la mayoría de la comunidad gitana y por ello resulta injusta, prejuiciosa, por otra parte la misma fundación pasa por alto el contexto que dio origen a dicha forma de significado. ¡Tendría entonces que editarse toda la literatura, todo artículo periodístico anterior al día de hoy y que pudiera haber empleado dicha palabra con tal sesgo semántico! Porque no creo que quedaran del todo a gusto sin hacer un borrón y cuenta nueva. ¿Cómo entenderíamos entonces a los gitanos piratas que hicieron posible la venganza del Conde de Montecristo en la novela del mismo nombre? ¿Qué sería de Cuasimodo, el jorobado de Notre Dame, sin el encanto gitano de los ojos verdes de Esmeralda? ¿Estamos en derecho de borrar de un plumazo las descripciones de Víctor Hugo, de Bram Stocker, y un sinnúmero de creadores que han tomado el valor negativo, peyorativo de la palabra gitano para dar vida a sus personajes y desde ahí darles también un valor positivo, constructivo? Si se borra tal acepción del diccionario, ¿cómo leerán las futuras generaciones esos hoy llamados clásicos? ¿Cómo empatar entonces al gitano estereotípico con el gitano en las mentes reformadas de estas nuevas generaciones? Si no puedo utilizar la palabra "puñal" como sinécdoque de homosexual o "maricón" para referir al amanerado y me veo forzado a hacer señalamientos directos, ¿me vuelvo menos ofensivo, heriría menos la susceptibilidad del aludido?

Muchas de esas formas adjetivales surgieron precisamente de una manera distorsionada y simulada de respeto, cuando no de temor a ofender y herir, sin caer en eufemismos forzados como los que modernamente se dan para referir a los senectos y ancianos como "adultos mayores" o a todos los de alguna manera inválidos como "discapacitados". ¡Tenemos tanto miedo de las palabras! Quizá más que a los puñales de metal que zanjan las entrañas. Tan débil y vulnerable es nuestra psique, nuestra estructura emocional.

La solución no está en erradicar, en culpar a las palabras, como sí en aclarar sus variados significados y, sobre todo, enseñar la pertinencia del uso de los denotativos así como de los connotativos. Y eso es tanto tarea de la Academia, en sus obras, quizá en menoscabo de la brevedad de las entradas. Y es tarea de los profesores de párbulos, los que, teniendo el diccionario al lado pueden o deberían orientar a los educandos en los usos y abusos de las palabras, sin satanizarlas, sin someterlas a un juicio inquisitorial sobre los valores que el mismo uso, la experiencia social les ha dotado con el paso del tiempo. ¿Y los padres? Su mejor papel formador está en el ejemplo.

Las palabras han de morir solas, naturalmente, y no por decreto, y menos por capricho o por una susceptibilidad herida de parte de aquellos que se sienten ofendidos por el uso que otros hacen de ellas a sabiendas o ingenua e impulsivamente. Porque las palabras encierran ideas y ya sabemos lo que conlleva enjuiciar a las ideas: para unos como Giordano Bruno, la hoguera; para otros como Galileo, la abjuración; para Tomás Moro, perder la cabeza antes que la razón tras la verdad...

Traspolando las propuestas del historiador mexicano Enrique Krauze en su análisis de la democracia mexicana para pensarla como una sin adjetivos, me atrevo ahora a hacer irónicamente lo propio para la discriminación en su estricto ejercicio como proceso cognitivo libre de adjetivos. Las palabras no tienen la culpa. Seguir por este camino obtuso sólo abonará a que mañana ni las bromas nos sepan, y lo que a todas luces es diferente nos resulte, de manera equívoca, indiferente.