Apuntes alrededor de Cantinflas
“La primera obligación
de un ser humano es ser feliz;
y la segunda, hacer felices a los demás”
Mario
Moreno Cantinflas
1. Un hombre que dio todo[1]
POCOS DEBEN SER LOS MEXICANOS que no guardan alguna liga
especial con Mario Arturo Moreno Reyes Cantinflas,
ya sea a través de sus películas o de encuentros fugaces y azarosos.
Recuerdo haberlo visto en persona y por única vez hacia
1976, afuera del Hospital capitalino conocido como MOCEL, parado él con aire
circunspecto, vestido elegantemente con una camisa de cuello de tortuga y saco,
su mirada oculta tras unas gafas de armadura gruesa y cristal verdoso y oscuro,
acompañado de su único hijo, Mario Moreno Ivanova, mientras esperaba que el
encargado del estacionamiento le entregara su automóvil. Yo tendría unos trece
años, pero su imagen quedó impresa en mi mente, y tan pronto como lo vi, se
fue. De inmediato mi madre me contó una anécdota que reflejaba la sensibilidad
altruista de Mario Moreno.
Una conducta elocuente
Corría el año 1943. Mi madre y mi abuela, que a la sazón
vivían con cierta penuria acudieron al despacho del actor y empresario: una
habitación amplia localizada en un piso del edificio que hacía esquina entre la
calle Balderas y Avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México, enfrente
del Hotel Regis desaparecido tras el terremoto de 1985.
Una vez ahí, tímidamente apoltronadas ambas mujeres en
sendos sillones frente a un enorme escritorio, mi madre, una púber de 11 años,
expuso la necesidad de mi abuela de obtener un trabajo como costurera de
teatro; ya había hecho la petición vía el correo y la respuesta había sido esa
cita. Mario Moreno Reyes, serio, luego de escuchar atentamente, se puso de pie
y extrajo del bolsillo de su pantalón un billete de cincuenta pesos y se lo
entregó a mi madre argumentando que por el momento solo así podía ayudarlas.
Eso fue todo. Con ese dinero mi abuela compró tela para elaborar delantales que
más tarde vendió a las meseras de los cafés de chinos en el centro de la
ciudad.
Mario Moreno se reveló en aquella ocasión tal como era: un
hombre de expresión tranquila, modesto, al que la fama y el dinero no lograron
cambiarlo; un ser humano preocupado por el bienestar de aquellos que le
recordaban su origen humilde.
No obstante haber sido una figura pública, su vida privada
así como sus obras filantrópicas trascendieron menos de lo que podría
suponerse; sin embargo, hay informes que indican que llegó a destinar más de la
mitad de su fortuna a causas humanitarias. Se sabe, por ejemplo, que la Casa
del Papelero —agrupación que reúne a vendedores de periódicos y revistas— tiene
una espléndida hemeroteca donada por Cantinflas;
que, luego de establecer junto con Jorge Negrete y Gabriel Figueroa las bases
del STPC (Sindicato de Trabajadores y Productores Cinematográficos) como
asociación independiente del Sindicato de los Trabajadores de la Industria
Cinematográfica (STIC), contribuyó a la realización de la Casa del Actor (casa
hogar para actores retirados) dependiente de la ANDA (Asociación Nacional de
Actores), siendo él el secretario general de dicha agrupación.
Según contaban personajes como el que fuera su pareja en los
escenarios, Manuel Medel, el fotógrafo Armando Herrera, el productor Carlos
Ávila (integrante del grupo musical Los
Baby’s) y otros, Cantinflas
ganaba mucho dinero que cobraba en moneda fraccionaria para repartirlo a manos
llenas; y lo mejor es que sabía administrarlo para poder darse el gusto de ver
feliz a la gente que solicitaba su ayuda.
Claro que al principio no faltó el tipo abusado que le vio
la cara, esquilmándolo y ello pronto obligó a Mario Moreno a medirse en su
filantropía no danto tan seguido moneda contante y sonante, y a encauzar su
altruismo a la construcción de hospitales (como el Centro de Neurología de
Guadalajara); al establecimiento de becas y escuelas (en lo que fuera el Rancho
La Purísima fundó un colegio para los hijos de los labriegos, que primero
albergó a sesenta infantes y hacia 1993 daba cabida a más de seiscientos); a
donar las ganancias producto de sus presentaciones personales a beneficio de
obras no de caridad sino de solidaridad (patrocinó un programa de vivienda para
cien familias de escasos recursos, a las que, para evitarles la pena de aceptar
caridad les vendía las casas en pagos de cuatro pesos al mes).
Una cantidad interminable de necesitados
Consciente de que la responsabilidad el artista estriba en
ser espejo en el que la gente ve reflejadas sus esperanzas, sus desdichas y
alegrías, Cantinflas se preocupó
siempre por servir de ejemplo y mano amiga. Por eso expresamente montó una
oficina para dar entrada a las miles de solicitudes de padres que le pedían
apadrinar a sus hijos recién nacidos (en una ocasión fueron contadas 16 mil
solicitudes), o que le pedían ayuda económica; por eso procuró estar pendiente,
en la medida de sus posibilidades y por ejemplo, del bienestar de los
trabajadores migratorios mexicanos tanto como del de los no connacionales. En
especial fijaba su atención a los niños, porque quería que —así afirmaba— el
futuro de México (y del mundo) fuere promisorio y dichoso.
Y es que Mario, nuestro Mario, nunca perdió contacto con su
pueblo y de ese modo justificó su vida que —según dijo con sus propias y
postreras palabras al presidente Salinas de Gortari— fue “un constante
esfuerzo”.
La filosofía cantinflesca
En fin, al margen de lo que se ha dicho sobre lo que
representa el personaje de Cantinflas y su influencia e introducción en la
mitología popular del mexicano, el ser pensante y sentimental que era Mario
Moreno se ubicaba plenamente en medio de las cuestiones cotidianas. Él entendía
muy bien que el quehacer diario engrandece al hombre y de ahí que comprendiera
a cabalidad la misión del artista. “El artista puede hacer mucho mal o mucho
bien. Mis películas siempre llevaron un mensaje social y humano”, afirmaba con
vehemencia y de veras convencido de que la corrupción es una enfermedad que
agobia a todos por igual, tanto a los gobernantes como a los gobernados que ven
solo lo que su egocentrismo les permite. “Si el mundo se humanizara, sería
mejor para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos”.
Fuera de todo discurso ramplón, el transcurrir de Mario
Moreno Reyes Cantinflas fue una lección de amor a la vida, en todos sus
sentidos, porque ese era finalmente su destino. “Amo mucho a la vida. Yo no la
pedí, me la dieron y me la dieron para vivirla”.
2. El Don del Sinsentido
Un accidente dio pie a la rutina y al nacimiento de uno de
los más grandes comediantes del siglo XX. Mario Moreno Reyes Cantinflas se convirtió en personaje de
leyenda por capricho del azar, cuando de joven cierta vez en la Carpa Ofelia,
al sustituir al anunciador, nervioso, se olvidó de su guión elemental e
improvisó diciendo lo que se le ocurría, sin ton ni son, causando hilaridad
entre el público asistente que de inmediato aplaudió su carencia de sintaxis y
lógica que lo convertiría en la versión maliciosa, cínica, inofensiva y tierna
del “pelado” vagabundo que con el tiempo habría de insertarse en los ámbitos
más inesperados.
Cantinflas no solo
fue un comediante o humorista —como él prefería ser clasificado— excepcional,
fue también, parafraseando al compositor Arjona “verbo y sustantivo y
adjetivo”.
En efecto, Cantinflas
ingresó de lleno a la cultura del idioma español en 1992 cuando, por gestión
del afamado publicista Eulalio Ferrer Rodríguez entonces académico de la Real
Academia de la Lengua, quedaron incluidos en el diccionario el verbo
“cantinflear”, el nominativo “Cantinflas” y los adjetivos derivados
“cantinflada” y “cantinflesco” como acepciones para describir y nombrar a la
actitud y la persona que “habla mucho y no dice nada”.
El señor Rafael Alvarado Ballester, secretario de la Real
Academia en España explicó el hecho de la siguiente manera: “Aceptamos el verbo
por una sencilla razón: cantinflear
nos ha dado una nueva forma de expresión a los hispanohablantes”.
Del hecho al dicho…
Pero, ¿en qué consiste dicha nueva expresión? Filósofos,
lingüistas, escritores y sociólogos lo han explicado de muchas formas. El
filósofo Julián Marías, por ejemplo, considera que Cantinflas aportó “la infinita capacidad de hablar sin decir nada
ineligible, hasta el punto de crear una mirífica forma de uso del lenguaje.
Cantinflas decía lo que quería decir, con una casi total eliminación del
elemento significativo”, y sin embargo conseguía en términos generales y
metalingüísticos hacerse comprender en lo esencial, mejor que en lo sustancial.
La importancia de este discurso cantinflesco que ha dado pie
a una forma de expresión denominada por los intelectuales “cantinflismo”[2]
se hace patente en sus implicaciones en la crítica social y política.
Para la mayoría, Cantinflas llenó toda una época de la
cultura de México no solo por construir un personaje digno de quedar en la
memoria histórica de nuestro pueblo, sino porque ese personaje recreó a cierto
tipo de mexicano y, más, a cierto tipo de hombre, uno escurridizo, enraizado en
la contradicción misma, en la revoltura que provoca en las cosas que hace, dice
y piensa.
Con su manera de hablar sin sentido aparente, “Cantinflas expresa una filosofía del
esquivador social”, piensa José de la Colina; expresa el malestar y la rebeldía
del que se asume eternamente ninguneado, desposeído hasta de su identidad.
Salvador Novo escribía que la dislogia (deficiencia del lneguaje
por desórdenes mentales) y la dislalia (dificultad para hablar) características
de este personaje que disparataba todo alcanzaron la consagración porque
“ocurre y da la casualidad de que también fuera de México los hombres respiran
desde hace algunos años el clima asfixiante de la verborrea, el confusionismo,
las promesas sin compromiso, la oratoria, la palabrería ininteligible,
malabarística y vana”, en suma, todo lo que conocemos con el nombre de demagogia,
que por cierto Cantinflas retrató muy bien, y aún más que en “Si yo fuera
diputado” (1951) en las películas de su segundo aire (“El ministro y yo”, “Su
Excelencia”, principalmente).
3. Tu et moi (solo tú y yo)
En la década de los cincuenta del siglo XX, cuando Cantinflas andaba por los cuarenta años
de edad, la fama de este mexicano había traspasado las fronteras del arte y la
imaginación con películas que hacían la delicia de espectadores en Europa,
Estados Unidos y Suramérica. Películas como aquella intitulada “El circo” y que
fuera una parodia de una que realizara Sir Charles Chaplin años atrás con el
mismo nombre. Este, uno de los más grandes actores y directores
cinematográficos ingleses, destacadísimo comediante considerado el más genial
del cine mudo y quien a la sazón rebasaba los cincuenta años de edad, luego de
conocer el trabajo de nuestro gran mimo expresó con la poca modestia que le
caracterizaba y en cierta ocasión que tuvo oportunidad de reunirse con Mario
Moreno Cantinflas que era, junto con
él, el mejor cómico del mundo. Y esta opinión parece compartirla la mayoría de
las personas que conocieron al “Chaplin mexicano” a lo largo y ancho del orbe.
Interrogado tiempo después acerca de tal aseveración,
Cantinflas, al contrario y con la modestia que lo caracterizaba y sin
presunción simplemente dijo: “Charles Chaplin es un hombre muy generoso”, pero
después puntualizó la diferencia sustancial, a su juicio, entre el comediante
inglés y él: “Yo siempre proyecto optimismo, solamente optimismo. Chaplin a
veces lo hace a uno llorar”.
Parias y genios
Tanto Chaplin con su personaje de “Charlot” como Cantinflas
personificaron al hombre urbano, mediocre, cuya única y mejor riqueza son sus
valores humanos, su sentido de la bondad, su entrega en el amor a la mujer que
pocas veces corresponde al cariño y a la devoción, su capacidad para sobrevivir
en un mundo siempre adverso.
Sin embargo, mientras Chaplin era el vagabundo contrapuesto
a la rigidez social y buscaba por cualquier medio expresar incluso amargamente
la ironía de la existencia (salvo en dos cintas: “El Gran Dictador” y “El
príncipe y la corista”), Cantinflas reía despreocupado y cínico, pero nunca
soez, ante las vicisitudes que suponía la vida diaria de un México en pleno
proceso de cambio, posterior a una revolución marcada por una serie de
contradicciones. Chaplin recurría a artilugios e histrionismo para enjuiciar la
moralidad imperante en su tiempo (y el nuestro, todavía). En cambio, Cantinflas
hacía ostentación de su ignorancia y su torpeza de ficción, en los primeros
años de su filmografía, para burlarse del orden establecido; luego optó por
definir su personalidad con un ánimo más constructivo y solidario, deseoso de
reflejar el afán de superación de todo ser humano, un ejemplo claro lo tenemos
en el filme “El Analfabeta”.
Si bien surgió de manera fortuita y natural, la genialidad
de cada uno por su parte estriba en que semejante conceptualización del hombre
no fue por completo un producto de la inconciencia de ellos, sino algo
profundamente meditado.
Ahora ninguno de los dos está entre nosotros de cuerpo
presente, pero ambos nos han legado un tesoro valioso: la posibilidad de reír
sanamente.
Apostillas (abril de 2015).
Los anteriores apuntes alrededor de Cantinflas no probable
sino evidentemente se quedan cortos en lo que puede decirse de un personaje tan
notable de nuestra cultura mexicana y universal. Sirvan acaso como un mero
barrunto de lo que quizá mañana yo mismo pueda atreverme a ahondar en lo que de
profundidad tienen, desde un punto de vista analítico, las aportaciones
indudables de un personaje que es ya de todos.
[1]
Este ensayo conjunta tres artículos originalmente redactados en abril de 1993
para ser incluidos en el número especial de la revista TVyNovelas en la que me
desempeñé como corrector de estilo entre 1992 y 1994, así como para mi columna
“Paréntesis” que escribía para la sección “Universo Joven” del diario El
Universal, pero ninguno fue finalmente publicado. Cabe señalar que el
tercer artículo que hace la tercera parte de este ensayo fue escrito al alimón,
o mejor dicho a partir de una idea de la entonces novel periodista Bárbara
Pineda.
En abril de 2015, con motivo del 22° aniversario
luctuoso del humorista, los recojo como una unidad, corregidos y actualizados
por mí en lo elemental, en tanto autor y/o coautor, para efecto de su
publicación en mi revista unipersonal en formato de blog Indicios Metropolitanos,
como parte de su sección “Tiempo y Destiempo”.
[2]
Palabra aún no incluida en el diccionario al momento que rescato estos textos,
en 2015, y debería serlo.
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