Lo que a mí
me parece inaceptable es que un escritor
o un intelectual se someta a un
partido o a una iglesia.
Octavio Paz.
ERA DE LA OPINIÓN…, hace muchos años, que la academia era un
oasis, pero con el paso de los años ese remanso se ha visto a la vez desecado y
corrompido con la hechura de espejismos convenidos por unos cuantos.
Por estos días, en la red social Facebook, mi querido colega
comunicólogo Octavio Islas compartió un artículo de Fernando García-Quero
publicado en el sitio español de
El
Diario. En él, el autor expone la preocupante situación que
enfrenta la academia, por lo pronto en España, en el interés de validar su
objetivo social como institución generadora de conocimiento. En su opinión:
La Universidad […], le pese a quien le pese,
está inmersa en un proceso que aniquila intelectuales y los convierte en un
nuevo tipo de ser académico cuyo fin último es hacer papers sin pausa,
sin poso y sin reflexión.
[…] que en la mayoría de las ocasiones, al
menos en ciencias sociales, que es el ámbito que mejor conozco, no sirven para
mucho, no aportan gran cosa a la sociedad y no mejoran en absoluto la realidad
más próxima a los investigadores […] que los realizan (GARCÍA-QUERO, 2016)
Hace muchos años, en México, un spot publicitario, en su jingle,
rezaba: “entre el zapato y el pantalón / está el detalle de distinción”,
aludiendo como es obvio a esa particular prenda conocida como media o calcetín
que aun hoy —a pesar de ciertas modas— establece una diferencia aparente entre
el caballero con “decencia” y el vagabundo zarrapastroso o descalzo; aun
cuando, invitado el segundo por el primero a laborar en conjunto, tope uno con
que, citando a Pito Pérez:
Vázquez era de esos funcionarios que
aprovechan al subalterno para todo, sin manifestarse jamás complacidos, y que
se visten con las ideas de los otros. Yo decía mi parecer ingenuamente, al
hablar de los negocios del Juzgado, y él soltaba después mis opiniones como si
fueran suyas, con el preámbulo de siempre: “a mi humilde juicio…”.
Para hacer un estudio de los necios, en
general, me bastó conocer al juez y al secretario, ya ahora ya sé que lo que
cambia en los hombres es la dimensión de sus empleos, pero que el tonto o el
sinvergüenza, lo mismo son de alcaldes de un pueblo que de ministros en la
capital de la República (ROMERO, 1986, pág. 375).
Y, parafraseándolo, en una institución educativa se aprende
mucho y no nada más lo que está en los libros o dictan los profesores o lo que
se deduce de un experimento o lo que se induce de determinadas generalidades.
Uno se resiste a creer que los docentes sean tan vanidosos, mezquinos, y los
que los rodean tan serviles y aduladores. Pero en realidad, y así lo vemos lo
mismo con el Secretario de Educación que con los maestros sindicalizados, así
son.
Y esta triste realidad, que calza como un calcetín raído, no
es nada nueva. Al menos en lo que yo recuerdo ya desde mediados de los noventa
venía dándose, aunque no de manera tan grosera y generalizada. Y fue
suscitándose a la par que fue instalándose en las instituciones educativas de
todo nivel el clientelismo como forma ideológica de administración.
Aunque parezca mentira y difícilmente creíble, la
evolución durante las últimas décadas de las políticas públicas en el ámbito
universitario […] ha generado unos incentivos perversos que están acabando con
la reflexión y el pensamiento crítico en todos los niveles de la sociedad. En
el sistema [educativo…] no se valora ni se fomenta en absoluto un profesorado
que prepare clases, envíe trabajos a sus estudiantes y los corrija, intente
enseñar más allá de los cánones establecidos, imparta charlas fuera del ámbito
académico sobre cuestiones que considere importantes para formar ciudadanos con
ideas propias, colabore con asociaciones u organizaciones sociales, escriba en
medios divulgativos para transmitir lo que hace, o se preocupe por influir en
sus entornos más cercanos (GARCÍA-QUERO, 2016).
Es decir, el problema es mayúsculo y complejo y guarda
estrecha relación con lo que he venido llamando críticamente los efectos de la opinioncracia:
Que algo sea “demasiado académico”, o
sencillamente “demasiado intelectual”, es una piedra de toque común en nuestra
sociedad. El anti intelectualismo es una de las formas más toscas del
populismo, pero parece proporcionar fáciles réditos en una población ávida por
ese consumo inmediato de las cosas que la complejidad intelectual casi nunca
otorga.
El problema es que la universidad actual se ha
convertido, por inseguridad, cobardía u oportunismo, en cómplice pasivo de la
actitud anti intelectual que debería combatir (ARGULLOL, 2014).
Primero. Nos encontramos hoy con universidades y escuelas en
general más preocupadas por generar estudiantes y profesionistas y títulos como
medida de su eficacia en el afán de justificar su rol social frente a las
necesidades del mercado laboral, que no además de las necesidades de índole más
amplia y cultural, como una torpe respuesta ante el reclamo del “divorcio”
academia-industria y para tapar el ojo al macho de la poca producción inventiva
de patentes, métodos, procedimientos y contenidos de investigación y desarrollo
con aplicación directa en el mercado, esto de la mano de los bajos índices
presupuestales tanto de gobierno como de empresas y las mismas instituciones
destinado a la investigación y el desarrollo.
Segundo. De nuevo, para tapar el ojo al macho y justificar
una “calidad” académica e intelectual de los docentes frente a los reclamos
clientelistas de estudiantes, sus familias y sus probables empleadores,
siguiendo las tendencias de “moda” en otras latitudes y atendiendo a presiones
académico-administrativas de socios comerciales, educativos y gubernamentales,
sobre todo de Estados Unidos, tenemos universidades que condicionan la docencia
a la “inversión” de tiempo y dinero (por parte del profesorado) en el interés
de incrementar el “nivel”, el grado. Si bien esto obedece a una lógica
comprensible y aceptable, se ha caído en el abuso y por lo mismo en la mecánica
preparación de posgraduados tan inútiles para la investigación como para la
docencia y no se diga para su inserción en el mercado laboral. El papelito hoy,
cada vez más, es eso: una medallita para presumir, pero hueca. En este punto,
por ejemplo, están varias de las razones por las que abandoné la academia aun
amándola y teniendo vocación para ella. A querer o no hube de renunciar
temporalmente (espero) a mis “sueños intelectuales” por perseguir la chuleta.
Ello no obsta para que, en mi muy humilde condición, haga lo propio para mantenerme
al día y escribiendo.
Tercero. Esos papers
—como se conoce en el ambiente anglosajón a los reportes e informes de
investigación— que han pasado a ser mero trámite burocrático para justificar el
puesto docente y las prebendas que le acompañan, van de la mano de la
devaluación que ha sufrido la elaboración de la tesis de cualquier grado. Este
producto intelectual que de suyo y antaño era constructor de saberes, hoy es un
deslucido e inútil y vanidoso esfuerzo para conseguir lo del punto dos.
Los bachilleres o licenciados se conforman con copiar,
plagiar, garrapatear trabajos que no aportan nada a nadie, salvo excepciones.
Los exámenes profesionales son una fiesta y los sinodales un remedo de jueces
que acaban filtrando a cualquiera por la sencilla razón que, de diez
estudiantes, tres hacen tesis y se titulan [cf. (ANUIES, 2015)], ¡y ni modo de ir contra los intereses
creados en función de lo expuesto en el punto uno!
Y situación similar ocurre con los posgrados, aunque ahí se
disfraza bajo la máscara teatral de estar ingresando en un círculo reducido y
cerrado de sabios enterados y cuyos conocimientos resultantes de sus “investigaciones”
se quedan ahí, en sus cubículos.
Las mismas revistas especializadas han promovido tanto la
cerrazón, al no dar cabida más que a los del Club de Tobby, o a una apertura
excesiva, dando entrada a casi cualquiera que tenga una idea peregrina sobre
algo (¡total, solo los especialistas lo leerán acaso!).
Los consejos editoriales, por lo mismo, cuando no apuestan a
la competencia comercial lo hacen a una malentendida integridad intelectual
muchas veces más casada con intereses financieros que auténticos en el fin de
generar conocimiento. Claro que las cosas varían dependiendo del área de
conocimiento que se trate.
Cuarto. A lo anterior ha de sumarse la mala o casi nula
difusión del conocimiento por otros medios, para que el producto intelectual
sea compartido con el resto de la sociedad y en términos útiles y comprensibles
para la misma. De ahí que el periodismo científico tiene todavía un largo
trecho por recorrer.
Y, como no hay quinto malo. ¡Quinto! Ah, pero eso sí, y
termino, estamos, al menos en México, muy buenos para exigir a escuelas y
educandos el “manejo” de un segundo idioma, concretamente el inglés, cuando
apenas si masticamos (ni siquiera bien dominado) el propio.
Así como no sabemos si los calcetines tienen agujeros hasta
que no se saca el pie del zapato, las bases educativas, ya expuestas, hacen
evidente que al paso del tiempo han decaído no solo y no tanto por las
deficiencias acumuladas tanto de parte del sistema educativo en su conjunto o
las políticas gubernamentales y empresariales al respecto como de la sociedad,
sino por haber comprado todos el discurso de la educación (revolucionaria) como
la panacea para todos nuestros males (y bienes), por haber fincado y elevado a
partir de ahí nuestras expectativas personales, de grupo y como nación.
La educación es un proceso continuo de la cultura y no, como
se la ha querido encasillar, un “negocio” cuya extravagancia consiste en
fabricar mentes. El día que transformemos radicalmente el paradigma educativo,
todos los demás procesos que se le asocian, incluido el de la investigación y
la generación de conocimiento para el desarrollo, se verán, mejor que
fortalecidos, justificados en su verdadera dimensión y finalidad: propiciar el
pensamiento crítico.
Referencias
ANUIES. (s/d de s/d de 2015). "Anuario
Educación Superior Licenciatura 2014-2015. Recuperado el junio de 10 de
2016, de Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación
Superior (ANUIES):
http://www.anuies.mx/iinformacion-y-servicios/informacion-estadistica-de-educacion-superior/anuario-estadistico-de-educacion-superior
ARGULLOL, R. (14 de
Abril de 2014). "La cultura enclaustrada". Recuperado el 10
de Junio de 2016, de El País / La cuarta página:
http://elpais.com/elpais/2014/03/25/opinion/1395742979_031566.html
GARCÍA-QUERO, F. (10 de
junio de 2016). "Crisis y Universidad: de intelectuales a hacedores
de 'papers'". Recuperado el 10 de junio de 2016, de El Diario:
http://www.eldiario.es/zonacritica/Crisis-Universidad-intelectuales-hacedores-papers_6_265683463.html
ROMERO, J. (1986).
"La vida inútil de Pito Pérez". En J. ROMERO, Obras completas
(pág. 832). México: Porrúa.