Silogismos de campaña
Ricardo Anaya en el 29° Aniversario del PRD Foto: Animal Político |
ERA DE LA OPINIÓN…
de que 2018 se lo llevará la “izquierda” en las urnas durante las elecciones en
México el próximo mes. Y lo sostengo. Y era de la opinión, también, de que las
cosas están de alguna manera orquestadas [ (GARCÍA SOTO, 2017) , (SDP Noticias, 2014) ] para que el PRD se vaya introduciendo,
en calidad de “izquierda moderada” en el ejercicio del poder presidencial,
teniendo acceso a la información que le daría la participación que lleva ya en
la fórmula de la coalición conformada con el PAN y Movimiento Ciudadano. Este
¿ardid? —que ya la realidad va corroborando hecho tras hecho— no resta, sin
embargo, peso a AMLO como uno más de esa “izquierda”, si bien representa al
extremo más recalcitrante. Debo decirlo, tras dos intentos, para AMLO la
tercera es la vencida y esta vez sí tiene muchas probabilidades —al margen de
cualquier encuesta.
El reconocimiento
de Ricardo Anaya al PRD (ARTETA, 2018) por su papel
histórico en la democratización de México ha sido, entre líneas, un
reconocimiento tácito al PRI mismo. Es difícil olvidar el papel que el ex presidente
Ernesto Zedillo jugó al posibilitar la llegada del PAN al gobierno de la República
en la persona de Vicente Fox Quesada, abriendo la oportunidad a la alternancia. Como es difícil olvidar el papel de Jesús Reyes Heroles padre en la creación y
organización de los “partidos pequeños” que introdujeron un planificado
equilibrio de fuerzas como base de la democracia mexicana, abriendo espacios
institucionales para representaciones denominadas de “izquierda”.Tampoco es difícil
olvidar el papel que su hijo, Jesús Reyes Heroles González-Garza tuvo en la
elección de Felipe Calderón Hinojosa como pivote para el retorno del PRI en la
persona del hoy presidente Enrique Peña Nieto, ejecutor de las reformas
constitucionales largamente pospuestas, entre ellas la que incidió sobre PEMEX,
dependencia de la que fuera director el primero, en el segundo sexenio panista.
Y, por supuesto, es imposible
olvidar el papel que el propio Andrés Manuel López Obrador, desde su juventud
en el PRI, ha jugado por decenios para conjugar, concitar y aglomerar los de por
sí dispersos esfuerzos opositores de quienes, en el ámbito más popular y sin
liderazgo concreto, se han identificado con una “izquierda” que solo es
eso, una simple etiqueta indefinida (VEGA Torres, 2007) .
Claro que esta “certeza”
se antoja propia de esas teorías de conspiración tejidas en algún café. Sin
embargo, las charlas que uno puede ir teniendo con distintos actores de la
política mexicana a distintos niveles permiten trazar algunas conclusiones que
nos muestran cómo, en el derrotero de las campañas, la retórica partidista y la
comprada al efecto por simpatizantes y militantes tiende a fracturar o
desintegrar la lógica más elemental, para inundarnos con premisas que no acaban
de completar silogismos con la fuerza suficiente para persuadirnos en favor de
tal o cual candidato o propuesta, sino, al contrario, más bien se nos presentan
con carácter de tautologías viciosas que más abonan al ruido, la confusión y el
temor que a la certitud y la verdad.
La retórica del cepo
El cepo es un
artefacto ideado para sujetar, retener o inmovilizar a personas como
consecuencia de actos contrarios a las normas, alguna determinada conducta del
inmovilizado, para la que ha sido ideado, y de la que deriva su forma o el
estado de sujeción, la cual puede ser planificada o espontánea, incluso
sorpresiva y pícara. Por supuesto, hay distintos tipos de cepos y, aunque no se
quiera ver de tal modo, la urna electoral cae en una de las connotaciones tanto
como cualquier alcancía.
La retórica de toda
campaña política tiene más la apariencia de cepo que otra cosa. Porque busca
inmovilizar al elector y su voto en una “trampa” de la cual la única salida, la
llave, está atada a la cadena de circunstancias que conllevan al sufragio
efectivo o incluso al cooptado. Las campañas, sean sucias o limpias, toman a
candidatos y a electores como si pícaros para inmovilizarlos con argumentos o
posiciones lógicas que los exhiben como contrarios a lo normal, temerarios o temibles,
corruptos o coludidos con tales o cuales pillos y para hacer escarnio de la
inteligencia que los acompaña.
En todos lados se cuecen habas. Fuente: El Independiente.news (blog salvadoreño) |
En el cepo electoral caben todas las decisiones, aun el voto blanco y el nulo, opciones pendientes de ser legisladas para tener un peso y efectos específicos sobre la democracia mexicana. |
Desde que Andrés
Manuel López Obrador se lanzó por primera vez como candidato a la Presidencia
de la República se sentó en la plaza y colocó pies y manos en el cepo bajo el
escrutinio público. Así, todo viandante le ha lanzado lo mismo jitomates
podridos que vituperios, con o sin razón, con o sin conocimiento de causa, con
o sin miedo a lo que imaginan detrás suyo. Y lo mismo ha sido con otros
candidatos. Cada uno tiene su propio cepo en la plaza pública. Cada uno sirve
de escarmiento para quienes, creyendo en una democracia sin adjetivos, acaban
poniéndola cual retablo, prendida de medallitas y milagros y rodeada de velas
al mejor santo.
Entre unos y otros,
los silogismos y las frases lapidarias son el arma favorita de todos los días,
así en spots publicitarios como en
templetes, sin detenerse a mirar si lo arrojado a la cara y el entendimiento de
los electores y los candidatos obedece a una premisa mayor, una menor o se
trata de una conclusión acabada, probada. Los hechos y los dichos, falsos o
verdaderos, son lanzados con contundencia, enjundia y fervor tales que a más de
uno convencen, persuaden de que, quien tira la piedra, realmente está libre de
pecado.
En todas las
campañas, mayores o menores, surgen las “evidencias” de cochupos, fraudes,
corruptelas, trampas, fabricaciones: boletas quemadas, boletas duplicadas,
urnas infladas o embarazadas previas las elecciones y un sinfín de escenas y sketches
que más parecen una reminiscencia de las parodias de carpa de la primera mitad
del siglo XX. La sofisticación tecnológica ha aportado su parte de “dudable
veracidad” y la existencia de “fallos probables” en los sistemas de pre conteo
de votos con asistencia de computadores, bases de datos y miles de voluntarios
más o menos inexpertos en la materia mueve también a suspicacias sobre la
posibilidad de “caídas del sistema” o de “manos negras”.
De la nota a la gota que derrama
el argumento
Recientemente, tras
la publicación e intercambio en redes sociales de una
nota que recogía las acusaciones de miembros del “Movimiento un México sin
corrupción y sin partidos políticos”, sobre la total intromisión al proceso electoral
2018 del Instituto de la Función Registral del Estado de México (IFREM), se dio
materia para la reflexión de lo que experimentamos y lo que nos espera en estas
campañas electorales.
Sin afán de armar
polémica o entrar en discusiones bizantinas, acompaño la mayor parte de los
dichos y las objeciones y preocupaciones de quienes participaron en los
comentarios que siguieron a mi afirmación acerca de que, solo con pruebas fehacientes,
pueden hacerse denuncias. El litigio mediático, propio de la que he llamado opinioncracia, siempre es una tentación para
los escandalosos, periodistas o no, y las redes sociales han sido ideal caja de
Petri para nutrir el caldo de cultivo donde crecen la duda y el temor.
Mi dicho, que no
contradice ni desdice al hecho registrado en la noticia, y tanto como lo
expuesto por los actores de la misma, gramatical y literalmente es una
afirmación. Que yo haya comenzado mi dicho con una sola palabra a modo de frase
“Pruebas”, no supone ni implica, como alguien supuso, una pregunta, un
cuestionamiento acerca de lo informado.
La lectura es la
que abre las otras posibilidades implícitas de interpretación según la óptica
de cada lector, que no la del autor ni la del texto en sí y por sí. Es una
respuesta a una premisa mayor silogística que aun hoy no halla el resto de las
premisas menores complementarias para ofrecer alguna figura probatoria
contundente o justificante de lo que, hoy por hoy, solo ha sido un recurso
retórico a modo de tautología recurrente en el discurso político de la
oposición (sin importar su tinte o bandera). Y es que el contexto de la
discusión fue comenzado así cuando uno de los participantes escribió en
reacción a la noticia: “Todas las dependencias estatales están desviando
recursos a campañas del PRI”. Enunciado que he leído y escuchado campaña tras
campaña desde que tengo uso de memoria.
La pregunta, aquí,
sí, y aunque parezca ociosa, es si lo que se nos pone por delante es la
conclusión de uno o muchos oscuros silogismos indefinidos o apenas las premisas
mayores para comenzar uno. Porque, si lo examináramos al revés, puede estar
ocurriendo que todas las dependencias estatales estén relacionadas con el PRI,
en cuyo caso podríamos pensar en una conspiración orquestada desde el poder
(sugestivamente se entiende el poder del gobierno estatal o incluso el
federal). Pero, también puede suceder que algunas dependencias estatales no
estén relacionadas con el PRI (como ocurre con aquellas relacionadas con los
ayuntamientos), en cuyo caso la conclusión supondría una forma de coacción de
parte del poder mayor sobre esas dependencias, a menos que estas estén jalando
agua para su propio molino (cosa que ya ha sucedido, incluso en aquellas
poblaciones regidas conforme a sus usos y costumbres [ (RUIZ Meza,
2015) ,
(NÁJERA, 2018) , (GARCÍA Castillo, 2014) ], (ROBLES, 2016) , (Notimex, 2017) , (Nación 3-2-1, 2018) , (VILLEDA, 2018) , (OLVERA, 2017) , (SDP Noticias, 2014) , (SUÁREZ, 2018) ]; lo que, de ser así, no las haría
menos distintas de las otras aun cuando supusieran una minoría relativa.
Las dos lógicas o cuando el león
cree que todos son de su condición
La tendencia es a
acusar al otro de lo que se cree, se supone, se imagina o en alguna ocasión
sentó precedente y se sospecha engendró una conducta viciosa frecuente,
recurrente y continuada, como es el caso de los desvíos de recursos. Pero, quizá
deberíamos preguntarnos seriamente qué alternativas tienen hoy los partidos políticos
para su financiamiento fuera del presupuesto otorgado por ley. ¿Es
insuficiente, tanto como para recurrir a artimañas? ¿Y si permitimos la entrada
del capital privado? ¡No nos hagamos los inocentes! Los partidos están
legalmente capacitados para recibir donaciones en líquido como en especie de parte
de los particulares, desde las cuotas individuales de sus miembros y agremiados,
hasta las aportaciones de simpatizantes (cualquiera sea el motivo que los hace
a serlo). Aquí coincido con la idea de que “privatizar la política y hacer que
sólo puedan ser candidatos las personas con el privilegio para financiarse, o
con los contactos en la esfera empresarial, es muy peligroso” (VÁQUEZ Torres, 2017) y hasta injusto, como
ya se experimentó ahora con el desequilibrio que, desde la misma ley, se impuso
a las candidaturas ciudadanas.
Por supuesto, es
claro que, con la historia de nuestra democracia mexicana, la mayoría de las
baterías se enfocan en disparar las balas, de salva o cargadas, hacia quien
fuera el partido hegemónico, el PRI y que, ya solo en el Estado de México suma
84 años en el poder, suficiente tiempo como para destilar la baba de la envidia
o del rencor de más de uno, con o sin razón. Es comprensible.
Entonces... Como dijo
alguno más de los participantes: es de sorprender que, no nada más en las campañas
electorales, pero especialmente en ese período, no se diferencie entre las
personas y los institutos; y esto, tanto desde la crítica como desde la
práctica misma, sobre todo por parte de los simpatizantes que siguen dejándose
llevar por la percepción para ajustar sus criterios de selección al momento del
sufragio. Y, a la vez, no es de sorprender cuando desde la misma dinámica
institucional se insiste en vanagloriar los triunfos de la hórrida meritocracia
y de las figuras personalísimas erigidas en “liderazgos morales” a costa de los
liderazgos naturales. ¿Por qué el candidato presidencial de la fórmula
PAN-PRD-MC es Ricardo Anaya y no Alejandra Barrales? ¿Quién depende de quién a
la hora de la suma de las "fuerzas vivas" en calidad de “voto útil”?
Margarita Zavala y Andrés
Manuel López Obrador comenzaron marrulleramente sus campañas desde hace varios
años, solo que las autoridades electorales ni las leyes sobre la materia
contemplan tales marrullerías como “actos anticipados de campaña”, que si así
fuera ni siquiera estarían en la boleta próxima.
La idolatría
partidista sigue siendo un cáncer oprobioso para cualquier pretensión
democrática de los simpatizantes, militantes y aspirantes que creen en los
principios fundamentales de la Carta Magna. Idolatrar la imagen de la mujer con
Margarita Zavala o al cacicazgo de viejo cuño con AMLO o la actuada valentía
ciudadana de Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” o la jovialidad ilustrada que
prefigura Ricardo Anaya o la institucionalidad aparentemente desmarcada de Meade
pretende garantizar una continuación ahora con tinte de “izquierda”.
Comulgo con la
preocupación de muchos acerca del interés vilipendioso de algunos, incluidos colegas
periodistas, al denostar el trabajo honesto y dedicado de muchos militantes de
los distintos partidos. Es injusto, aunque obedece claramente a una de dos
lógicas mercadotécnicas: una que es planificada fríamente para insuflar los
ánimos, provocar la animadversión o la adhesión a programas, banderas,
personas, efigies en aras de esa idolatría antedicha; otra que es improvisada,
menos sutil, más descuidada en sus fuentes y alcances, y, sin embargo, más
potente en sus efectos en la conciencia colectiva. Esta última es la lógica de “mercado”
surgida desde las creencias de los mismos simpatizantes, consumidores de mitos,
de falacias tanto como de planteamientos verosímiles, y para los que la voz del
líder de opinión más cercano a su modo de comprender es más valedero y no
requiere cuestionamiento por la proximidad. Es en esta forma de mercadotecnia que
se gestan las calumnias, las mentiras, las verdades a medias, los rumores, las
falsificaciones que, cuando alcanzan el nivel mediático, se potencian
irremisiblemente, para bien o para mal.
Una propende a ser
la lógica del que se presume enterado de los dichos y los hechos, aun siendo
estos productos edulcorados, pasteurizados por la mercadotecnia política para
hacerlos asimilables, persuasivos a pesar de su carácter poco propositivo o de
repetición de mentiras que aspiran a volverse verdades.
La otra surge desde
las emociones mismas de los que, siendo pueblo, reaccionan visceralmente, de
manera irracional, ante lo sucesos que consideran contrarios al interés y el
bien comunes. Reacciones, a veces, similares a la que provoca el impertinente e
irresponsable grito del bromista que exclama sin fundamento en medio de una turba
¡fuego! La política del miedo no tiene su raíz en la malicia de un demiurgo o
un nigromante maquiavélico, sino en los fantasmas que alguna vez la realidad
dejó impregnados en la piel de los desheredados.
Puedo decir lo
mismo de quienes, dentro de esos mismos partidos y aun siendo militantes, ponen
en tela de juicio el desempeño de muchos ciudadanos también honestos que, al
momento de las elecciones, insaculados por suerte, nos hemos desempeñado en
casillas y oficinas distritales con toda la seriedad de que somos posibles para
hacer de cada nueva elección una ejemplar, impoluta en lo que a nosotros ha tocado
y tocará, como es mi caso nuevamente, por quinta vez.
Esos que anticipan “fraudes”
muchas veces solo lo hacen para generar ruido, confusión, duda que prende
vacilante en el ánimo del ciudadano escamado por la historia vivida en el siglo
XX. No estoy afirmando, nunca lo he hecho ni lo haré, que no haya una ventana
de oportunidad para dichos “fraudes”, cométalos quien los cometa ya entrado en
gastos. Sobre lo único que alerto es acerca del insistente afán, de unos y
otros, para propiciar y propagar, en cada campaña y temporada electorales, una
paranoia y una esquizofrenia colectivas.
La campaña del
miedo no sucede nada más de un lado: miedo a lo que representa un candidato o
una fórmula, sino miedo a lo que, en el imaginario colectivo es ignoto. Estas
reacciones, muchas veces basadas en mitos o en francas mentiras, en fabricaciones
o maquinaciones o simple repulsa es, a ciencia social cierta, otra manera
aviesa de manipular las conciencias e inclinar balanzas. El poder, recuérdese,
no solo puede detentarlo quien lo ostenta, sino también, viceversa, lo ostenta
quien lo detenta.
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