Silogismos de campaña

mayo 07, 2018 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Ricardo Anaya en el 29° Aniversario del PRD
Foto: Animal Político

ERA DE LA OPINIÓN… de que 2018 se lo llevará la “izquierda” en las urnas durante las elecciones en México el próximo mes. Y lo sostengo. Y era de la opinión, también, de que las cosas están de alguna manera orquestadas [ (GARCÍA SOTO, 2017), (SDP Noticias, 2014)] para que el PRD se vaya introduciendo, en calidad de “izquierda moderada” en el ejercicio del poder presidencial, teniendo acceso a la información que le daría la participación que lleva ya en la fórmula de la coalición conformada con el PAN y Movimiento Ciudadano. Este ¿ardid? —que ya la realidad va corroborando hecho tras hecho— no resta, sin embargo, peso a AMLO como uno más de esa “izquierda”, si bien representa al extremo más recalcitrante. Debo decirlo, tras dos intentos, para AMLO la tercera es la vencida y esta vez sí tiene muchas probabilidades —al margen de cualquier encuesta.

El reconocimiento de Ricardo Anaya al PRD (ARTETA, 2018) por su papel histórico en la democratización de México ha sido, entre líneas, un reconocimiento tácito al PRI mismo. Es difícil olvidar el papel que el ex presidente Ernesto Zedillo jugó al posibilitar la llegada del PAN al gobierno de la República en la persona de Vicente Fox Quesada, abriendo la oportunidad a la alternancia. Como es difícil olvidar el papel de Jesús Reyes Heroles padre en la creación y organización de los “partidos pequeños” que introdujeron un planificado equilibrio de fuerzas como base de la democracia mexicana, abriendo espacios institucionales para representaciones denominadas de “izquierda”.Tampoco es difícil olvidar el papel que su hijo, Jesús Reyes Heroles González-Garza tuvo en la elección de Felipe Calderón Hinojosa como pivote para el retorno del PRI en la persona del hoy presidente Enrique Peña Nieto, ejecutor de las reformas constitucionales largamente pospuestas, entre ellas la que incidió sobre PEMEX, dependencia de la que fuera director el primero, en el segundo sexenio panista. Y, por supuesto, es imposible olvidar el papel que el propio Andrés Manuel López Obrador, desde su juventud en el PRI, ha jugado por decenios para conjugar, concitar y aglomerar los de por sí dispersos esfuerzos opositores de quienes, en el ámbito más popular y sin liderazgo concreto, se han identificado con una “izquierda” que solo es eso, una simple etiqueta indefinida (VEGA Torres, 2007).



Claro que esta “certeza” se antoja propia de esas teorías de conspiración tejidas en algún café. Sin embargo, las charlas que uno puede ir teniendo con distintos actores de la política mexicana a distintos niveles permiten trazar algunas conclusiones que nos muestran cómo, en el derrotero de las campañas, la retórica partidista y la comprada al efecto por simpatizantes y militantes tiende a fracturar o desintegrar la lógica más elemental, para inundarnos con premisas que no acaban de completar silogismos con la fuerza suficiente para persuadirnos en favor de tal o cual candidato o propuesta, sino, al contrario, más bien se nos presentan con carácter de tautologías viciosas que más abonan al ruido, la confusión y el temor que a la certitud y la verdad.

La retórica del cepo

El cepo es un artefacto ideado para sujetar, retener o inmovilizar a personas como consecuencia de actos contrarios a las normas, alguna determinada conducta del inmovilizado, para la que ha sido ideado, y de la que deriva su forma o el estado de sujeción, la cual puede ser planificada o espontánea, incluso sorpresiva y pícara. Por supuesto, hay distintos tipos de cepos y, aunque no se quiera ver de tal modo, la urna electoral cae en una de las connotaciones tanto como cualquier alcancía.

La retórica de toda campaña política tiene más la apariencia de cepo que otra cosa. Porque busca inmovilizar al elector y su voto en una “trampa” de la cual la única salida, la llave, está atada a la cadena de circunstancias que conllevan al sufragio efectivo o incluso al cooptado. Las campañas, sean sucias o limpias, toman a candidatos y a electores como si pícaros para inmovilizarlos con argumentos o posiciones lógicas que los exhiben como contrarios a lo normal, temerarios o temibles, corruptos o coludidos con tales o cuales pillos y para hacer escarnio de la inteligencia que los acompaña.

En todos lados se cuecen habas.
Fuente: El Independiente.news (blog salvadoreño)

En el cepo electoral caben todas las decisiones, aun el voto blanco y el nulo, opciones pendientes de ser
legisladas para tener un peso y efectos específicos sobre la democracia mexicana.


Desde que Andrés Manuel López Obrador se lanzó por primera vez como candidato a la Presidencia de la República se sentó en la plaza y colocó pies y manos en el cepo bajo el escrutinio público. Así, todo viandante le ha lanzado lo mismo jitomates podridos que vituperios, con o sin razón, con o sin conocimiento de causa, con o sin miedo a lo que imaginan detrás suyo. Y lo mismo ha sido con otros candidatos. Cada uno tiene su propio cepo en la plaza pública. Cada uno sirve de escarmiento para quienes, creyendo en una democracia sin adjetivos, acaban poniéndola cual retablo, prendida de medallitas y milagros y rodeada de velas al mejor santo.




Entre unos y otros, los silogismos y las frases lapidarias son el arma favorita de todos los días, así en spots publicitarios como en templetes, sin detenerse a mirar si lo arrojado a la cara y el entendimiento de los electores y los candidatos obedece a una premisa mayor, una menor o se trata de una conclusión acabada, probada. Los hechos y los dichos, falsos o verdaderos, son lanzados con contundencia, enjundia y fervor tales que a más de uno convencen, persuaden de que, quien tira la piedra, realmente está libre de pecado.

En todas las campañas, mayores o menores, surgen las “evidencias” de cochupos, fraudes, corruptelas, trampas, fabricaciones: boletas quemadas, boletas duplicadas, urnas infladas o embarazadas previas las elecciones y un sinfín de escenas y sketches que más parecen una reminiscencia de las parodias de carpa de la primera mitad del siglo XX. La sofisticación tecnológica ha aportado su parte de “dudable veracidad” y la existencia de “fallos probables” en los sistemas de pre conteo de votos con asistencia de computadores, bases de datos y miles de voluntarios más o menos inexpertos en la materia mueve también a suspicacias sobre la posibilidad de “caídas del sistema” o de “manos negras”.

De la nota a la gota que derrama el argumento

Recientemente, tras la publicación e intercambio en redes sociales de una nota que recogía las acusaciones de miembros del “Movimiento un México sin corrupción y sin partidos políticos”, sobre la total intromisión al proceso electoral 2018 del Instituto de la Función Registral del Estado de México (IFREM), se dio materia para la reflexión de lo que experimentamos y lo que nos espera en estas campañas electorales.

Sin afán de armar polémica o entrar en discusiones bizantinas, acompaño la mayor parte de los dichos y las objeciones y preocupaciones de quienes participaron en los comentarios que siguieron a mi afirmación acerca de que, solo con pruebas fehacientes, pueden hacerse denuncias. El litigio mediático, propio de la que he llamado opinioncracia, siempre es una tentación para los escandalosos, periodistas o no, y las redes sociales han sido ideal caja de Petri para nutrir el caldo de cultivo donde crecen la duda y el temor.

Mi dicho, que no contradice ni desdice al hecho registrado en la noticia, y tanto como lo expuesto por los actores de la misma, gramatical y literalmente es una afirmación. Que yo haya comenzado mi dicho con una sola palabra a modo de frase “Pruebas”, no supone ni implica, como alguien supuso, una pregunta, un cuestionamiento acerca de lo informado.

La lectura es la que abre las otras posibilidades implícitas de interpretación según la óptica de cada lector, que no la del autor ni la del texto en sí y por sí. Es una respuesta a una premisa mayor silogística que aun hoy no halla el resto de las premisas menores complementarias para ofrecer alguna figura probatoria contundente o justificante de lo que, hoy por hoy, solo ha sido un recurso retórico a modo de tautología recurrente en el discurso político de la oposición (sin importar su tinte o bandera). Y es que el contexto de la discusión fue comenzado así cuando uno de los participantes escribió en reacción a la noticia: “Todas las dependencias estatales están desviando recursos a campañas del PRI”. Enunciado que he leído y escuchado campaña tras campaña desde que tengo uso de memoria.

La pregunta, aquí, sí, y aunque parezca ociosa, es si lo que se nos pone por delante es la conclusión de uno o muchos oscuros silogismos indefinidos o apenas las premisas mayores para comenzar uno. Porque, si lo examináramos al revés, puede estar ocurriendo que todas las dependencias estatales estén relacionadas con el PRI, en cuyo caso podríamos pensar en una conspiración orquestada desde el poder (sugestivamente se entiende el poder del gobierno estatal o incluso el federal). Pero, también puede suceder que algunas dependencias estatales no estén relacionadas con el PRI (como ocurre con aquellas relacionadas con los ayuntamientos), en cuyo caso la conclusión supondría una forma de coacción de parte del poder mayor sobre esas dependencias, a menos que estas estén jalando agua para su propio molino (cosa que ya ha sucedido, incluso en aquellas poblaciones regidas conforme a sus usos y costumbres [ (RUIZ Meza, 2015), (NÁJERA, 2018), (GARCÍA Castillo, 2014)], (ROBLES, 2016), (Notimex, 2017), (Nación 3-2-1, 2018), (VILLEDA, 2018), (OLVERA, 2017), (SDP Noticias, 2014), (SUÁREZ, 2018)]; lo que, de ser así, no las haría menos distintas de las otras aun cuando supusieran una minoría relativa.

Las dos lógicas o cuando el león cree que todos son de su condición

La tendencia es a acusar al otro de lo que se cree, se supone, se imagina o en alguna ocasión sentó precedente y se sospecha engendró una conducta viciosa frecuente, recurrente y continuada, como es el caso de los desvíos de recursos. Pero, quizá deberíamos preguntarnos seriamente qué alternativas tienen hoy los partidos políticos para su financiamiento fuera del presupuesto otorgado por ley. ¿Es insuficiente, tanto como para recurrir a artimañas? ¿Y si permitimos la entrada del capital privado? ¡No nos hagamos los inocentes! Los partidos están legalmente capacitados para recibir donaciones en líquido como en especie de parte de los particulares, desde las cuotas individuales de sus miembros y agremiados, hasta las aportaciones de simpatizantes (cualquiera sea el motivo que los hace a serlo). Aquí coincido con la idea de que “privatizar la política y hacer que sólo puedan ser candidatos las personas con el privilegio para financiarse, o con los contactos en la esfera empresarial, es muy peligroso” (VÁQUEZ Torres, 2017) y hasta injusto, como ya se experimentó ahora con el desequilibrio que, desde la misma ley, se impuso a las candidaturas ciudadanas.

Por supuesto, es claro que, con la historia de nuestra democracia mexicana, la mayoría de las baterías se enfocan en disparar las balas, de salva o cargadas, hacia quien fuera el partido hegemónico, el PRI y que, ya solo en el Estado de México suma 84 años en el poder, suficiente tiempo como para destilar la baba de la envidia o del rencor de más de uno, con o sin razón. Es comprensible.

Entonces... Como dijo alguno más de los participantes: es de sorprender que, no nada más en las campañas electorales, pero especialmente en ese período, no se diferencie entre las personas y los institutos; y esto, tanto desde la crítica como desde la práctica misma, sobre todo por parte de los simpatizantes que siguen dejándose llevar por la percepción para ajustar sus criterios de selección al momento del sufragio. Y, a la vez, no es de sorprender cuando desde la misma dinámica institucional se insiste en vanagloriar los triunfos de la hórrida meritocracia y de las figuras personalísimas erigidas en “liderazgos morales” a costa de los liderazgos naturales. ¿Por qué el candidato presidencial de la fórmula PAN-PRD-MC es Ricardo Anaya y no Alejandra Barrales? ¿Quién depende de quién a la hora de la suma de las "fuerzas vivas" en calidad de “voto útil”?

Margarita Zavala y Andrés Manuel López Obrador comenzaron marrulleramente sus campañas desde hace varios años, solo que las autoridades electorales ni las leyes sobre la materia contemplan tales marrullerías como “actos anticipados de campaña”, que si así fuera ni siquiera estarían en la boleta próxima.

La idolatría partidista sigue siendo un cáncer oprobioso para cualquier pretensión democrática de los simpatizantes, militantes y aspirantes que creen en los principios fundamentales de la Carta Magna. Idolatrar la imagen de la mujer con Margarita Zavala o al cacicazgo de viejo cuño con AMLO o la actuada valentía ciudadana de Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” o la jovialidad ilustrada que prefigura Ricardo Anaya o la institucionalidad aparentemente desmarcada de Meade pretende garantizar una continuación ahora con tinte de “izquierda”.

Comulgo con la preocupación de muchos acerca del interés vilipendioso de algunos, incluidos colegas periodistas, al denostar el trabajo honesto y dedicado de muchos militantes de los distintos partidos. Es injusto, aunque obedece claramente a una de dos lógicas mercadotécnicas: una que es planificada fríamente para insuflar los ánimos, provocar la animadversión o la adhesión a programas, banderas, personas, efigies en aras de esa idolatría antedicha; otra que es improvisada, menos sutil, más descuidada en sus fuentes y alcances, y, sin embargo, más potente en sus efectos en la conciencia colectiva. Esta última es la lógica de “mercado” surgida desde las creencias de los mismos simpatizantes, consumidores de mitos, de falacias tanto como de planteamientos verosímiles, y para los que la voz del líder de opinión más cercano a su modo de comprender es más valedero y no requiere cuestionamiento por la proximidad. Es en esta forma de mercadotecnia que se gestan las calumnias, las mentiras, las verdades a medias, los rumores, las falsificaciones que, cuando alcanzan el nivel mediático, se potencian irremisiblemente, para bien o para mal.

Una propende a ser la lógica del que se presume enterado de los dichos y los hechos, aun siendo estos productos edulcorados, pasteurizados por la mercadotecnia política para hacerlos asimilables, persuasivos a pesar de su carácter poco propositivo o de repetición de mentiras que aspiran a volverse verdades.



La otra surge desde las emociones mismas de los que, siendo pueblo, reaccionan visceralmente, de manera irracional, ante lo sucesos que consideran contrarios al interés y el bien comunes. Reacciones, a veces, similares a la que provoca el impertinente e irresponsable grito del bromista que exclama sin fundamento en medio de una turba ¡fuego! La política del miedo no tiene su raíz en la malicia de un demiurgo o un nigromante maquiavélico, sino en los fantasmas que alguna vez la realidad dejó impregnados en la piel de los desheredados.

Puedo decir lo mismo de quienes, dentro de esos mismos partidos y aun siendo militantes, ponen en tela de juicio el desempeño de muchos ciudadanos también honestos que, al momento de las elecciones, insaculados por suerte, nos hemos desempeñado en casillas y oficinas distritales con toda la seriedad de que somos posibles para hacer de cada nueva elección una ejemplar, impoluta en lo que a nosotros ha tocado y tocará, como es mi caso nuevamente, por quinta vez.

Esos que anticipan “fraudes” muchas veces solo lo hacen para generar ruido, confusión, duda que prende vacilante en el ánimo del ciudadano escamado por la historia vivida en el siglo XX. No estoy afirmando, nunca lo he hecho ni lo haré, que no haya una ventana de oportunidad para dichos “fraudes”, cométalos quien los cometa ya entrado en gastos. Sobre lo único que alerto es acerca del insistente afán, de unos y otros, para propiciar y propagar, en cada campaña y temporada electorales, una paranoia y una esquizofrenia colectivas.

La campaña del miedo no sucede nada más de un lado: miedo a lo que representa un candidato o una fórmula, sino miedo a lo que, en el imaginario colectivo es ignoto. Estas reacciones, muchas veces basadas en mitos o en francas mentiras, en fabricaciones o maquinaciones o simple repulsa es, a ciencia social cierta, otra manera aviesa de manipular las conciencias e inclinar balanzas. El poder, recuérdese, no solo puede detentarlo quien lo ostenta, sino también, viceversa, lo ostenta quien lo detenta.




Referencias

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