El senador Ricardo Monreal, desayunando chilaquiles y coyotas con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Foto: Twitter
MIENTRAS LOS SEÑORES JAMAN, uno acá, padeciendo para hallar el bolillo y la chuleta, dicho sea entre paréntesis. Y es que los cartones entre paréntesis no necesariamente han de ser caricaturas forzadas, a veces salen así, naturalitas, espontáneas, sin necesidad de meterle diseño al dibujo.
Lo decía don Federico Reyes Heroles, ideólogo priyísta en los tiempos en que Andrés Manuel López Obrador era militante del PRI: en política, la forma es fondo y días atrás, dos ex priyistas, el senador Ricardo Monreal, coordinador de la bancada morenista, y el presidente, se reunieron a desayunar "con huevos, coyotas, chilaquiles y café" para discutir las reformas constitucionales que presentará el ejecutivo próximamente.
Se requieren huevos, sin duda, para soportar lo que viene y los legisladores tendrán que coyotear, muy alertas, a pesar de que las decisiones del congreso enchilarán a más de un empresario. Es decir, una mancha más al tigre de la economía nacional, por no decir que ese jaguar ya va pareciéndose más a una pantera de lo negro que se ve el panorama entre promover la eliminación del outsourcing y unas amañadas reformas que ponen en "riesgo" a la propiedad privada bajo un esquema "socialdemócrata" que algunos tachan de comunistoide, como es el caso del buscapiés que tenemos en el plan municipal de Desarrollo Urbano y Obras Públicas que pretende introducir, por no decir imponer, la alcaldía naucalpense en el Estado de México y de la mano del plan estatal del gobernador Alfredo del Mazo, primo del ex presidente Enrique Peña Nieto.
Lo que pasa con este régimen es que tiene buenas ideas, pero pésimas implementaciones. Buenas intenciones, pero estúpidas ejecuciones. Ya no es nada más cosa de caprichos del poderoso o de sus seguidores, gabinete o simpatizantes, sino de su impericia e ineptitud. ¡Y vaya que el gobierno de Fox fue inepto siendo la primera vez del PAN en el poder federal!; pero, este lo supera con creces.
No es desapareciendo ni regulando fiscalmente y de manera centralizada como se conseguirá la equidad, sino revisando el esquema. Las reformas que vienen pueden estar fundadas en un espíritu benéfico, pero siguen siendo propuestas torpes como muchas decisiones chaqueteras del actual gobierno.
Unos trabajadores en los que nunca piensan legisladores y empresarios es en todos los que nos desempeñamos de manera libre, que no somos emprendedores ni empleados, algunos profesionistas, otros simplemente chambeadores o hasta chambones, los "agentes libres", freelancers que trabajamos por honorarios y que, a querer o no, encontrábamos en el outsurcing una flor efímera, aunque algo injusta, de la bonanza empresarial.
Para que aprenda a gobernar, la izquierda tiene primero que quitarse de la cabeza las telarañas de ser contestataria a la primera de cambios, enfocarse en la tarea y no distraerse con sueños guajiros, concentrarse pragmáticamente en lo que la realidad permite efectuar y no construir castillos en el aire que implican falsas esperanzas para los gobernados. ¡Eso es lo que está fallando!
Y sin embargo, yo sigo afirmando que el 2024 repetiremos con un gobierno morenista, porque el sistema político mexicano así es, pendular. Será un gobierno de izquierda-centro con capacidad para sentar las bases de una nueva transición democrática en ese incesante ir y venir. Yo no sé si votaría por algo así. Es temprano para decidir. Sé que no voté por AMLO. Aun así no me cierro analíticamente ante las probables bondades y, como dije en mis textos en el blog y aquí hace mucho, la izquierda está siendo puesta a prueba y todos estamos pagando la novatada.
Como muchos son de la misma extracción priyista, díficil es decir aquello de "más vale malo por conocido que bueno por conocer", pues está visto que tan malo el pinto como el colorado y, sin albur, más vale pájaro en mano que ciento volando, y esto lo digo por aquellos que incluso quisieran hacer de AMLO un mártir y hasta proponen su aniquilación literal.
México es más grande que un hombre empecinado y caprichoso e incluso que una ideología ramplona. Seremos tú y yo los que lo sacaremos adelante, aunque los pronósticos del FMI y el Banco Mundial ya nos hayan hecho temblar afirmando que empezaremos a asomar el pico por ahí del 2023.
¡Nooo! ¡Si mis colegas periodistas y publicistas pueden ser divinos en la torpe e ignorante manera de manejar el lenguaje, el idioma, destrozando, haciendo mal ejemplo entre los muchos (no todos) ya de por sí ineptos lectores! Esta nota es irrisoria en su encabezamiento, ¡pobrecito automóvil! Ya lo imagino como al personaje de Derbez Eloy Gamenó reclamando: "¡Mi'ahorcó, óigame, no!"
La gramática correcta tendría que haber sido: "Sofocan incendio de vehículo sobre Periférico". Pues, como indica el diccionario el verbo sofocar es transitivo y además:
1.- Producir [el calor excesivo u otra cosa] sensación de ahogo o dificultad para respirar: "no soporto el calor del trópico porque me sofoca".
2.- Apagar o dominar una cosa que se extiende o se desarrolla, especialmente un fuego: "sofocar un incendio".
Examinemos la lógica detrás del encabezamiento y de la crítica que hago.
Aun cuando el vehículo es una cosa, sofocarlo llevaría a apagar su motor encendido por cualquier medio, y por lo tanto a detener su funcionamiento.
Dirán, ¡estaba encendido, mira el fuego! Sí, pero no es lo mismo apagar la chispa del motor que controlar un incendio en el motor o en cualquier parte del coche o un bosque o la casa, pues las causas de un incendio pueden ser diversas. Aun cuando el efecto final sea el pretendido, el orden lógico en la idea y la imagen mental que genera no son menos importantes.
La pregunta a responder para determinar el objeto directo de la proposición enunciada sería qué es lo sofocado y en función de la respuesta se da el orden de las palabras.
Sí, dirán que se puede responder que el objeto a sofocar es el "vehículo incendiado"; pero, el vehículo es, en esta respuesta, el núcleo del objeto directo, mientras el participio del verbo incendiar empleado como adjetivo pasa a ser el circunstancial de modo, mientras "sobre el Periférico" es el circunstancial de lugar.
Entonces, si lo que pretendemos es sofocar una acción perniciosa, lo sofocable tiene que ser el sustantivo que da pie o del que deriva el acto o verbo. Así, sofocar a una persona es producirle o provocarle ahogo en la respiración que deriva en respirar; por tanto, ahogar un vehículo puede conseguirse inyectando en la combustión más aire (comburente) o más gasolina (combustible) en la mezcla; mientras que ahogar al fuego implica añadir a la mezcla en plena combustión un gas, líquido o sólido que actúe como retardante o inhibidor. Lo sofocable aquí es el incendio y no el vehículo.
Dirán, lo explicado ¿no es lo mismo? Sí y no. Pues no es lo mismo ahogar, retardar la mezcla previa a la combustión que ahogar, retardar, calmar la combustión iniciada, en progreso o desarrollo. Lo que se requiere controlar es el incendio y no el vehículo para evitar un mal mayor.
Finalmente dirán, ¡pero la idea se entiende al cabo! Sí, porque así de rico y flexible es nuestro idioma y el lenguaje en general. Ello no justifica, empero, que se escriba y hable con la mayor y mejor propiedad y precisión posibles.
Mucho del trabajo en comunicación tiene que ver con lo anotado y no nada más los que nos dedicamos a informar o publicitar, difundir, educar tenemos un compromiso y una obligación para con el lenguaje, la cultura y el público, sino nuestro quehacer hace parte de una pedagogía y, está visto, la que fundamenta a nuestro pueblo ha mostrado ser tan endeble y vacua y torcida que por eso estamos como estamos: con padres y maestros que no reconocen la "o" ni por lo redondo, abogados y jueces y ministerios públicos que se la viven peleando, jugando, litigando en medio de interpretaciones fuera de lugar acerca de contratos, demandas, oficios y sentencias que, de tan mal redactadas so pretexto de la jerga propia de la profesión se vuelven no nada más ininteligibles sino tramposas. O gobernantes que hoy dicen y mañana se desdicen.
Ahora, más allá de las solas letras, pensemos: si en la política que hoy campea en México las cabezas empezaron a rodar, literal y metafóricamente tras la declaración de guerra al narcotráfico años atrás, entonces quizá descabezando encabezados podamos dar de modo más sencillo con las razones detrás de la miseria que nos compete como sociedad y nación.
El establecimiento de la agenda diaria por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador tendría que dar paso a encabezamientos más precisos, claros, transparentes y no servir de vanagloria y condescencencia lambiscona de doctos periodistas que apenas sirven como remedos de bufones convertidos en heraldos con más interés en el palo y el pastelazo en el escenario de las redes sociales que en develar la verdad y hacer crítica.
Los acontecimientos y dichos recientes tras la detención del general Secretario de la Defensa Salvador Cienfuegos Zepeda en EE.UU. a manos de una DEA ínclita por corrupta, retorcida y atrabiliaria, vistos como un mensaje entre gobiernos, equivalen a cualquiera de los elementos necesarios para que suceda una combustión.
En México como en Estados Unidos la división y el descontento sociales están candentes, la presión está aumentando de formas peligrosas, en parte por efecto de la pandemia y en parte por efecto de la recesión mundial, sin mencionar las torpes decisiones de gobiernos, y la vía rápida ha sido insuficiente para la solución de conflictos.
¡Ya no es nada más la economía, imbéciles! No es echando baldes de agua fría o polvo de extintor como AMLO o Trump o FRENAAA conseguirán apagar los fuegos encendidos por ellos mismos dentro y fuera. Y no es tampoco atizando con el soplador como sofocarán la inconformidad ciudadana o la que, mundialmente, está germinando en las cajas de Petri donde se está cultivando la guerra que viene. No es haciéndose pendejo, ese a quien le habla la Virgen, como la oposición cifrará los liderazgos que hacen falta para consolidar a la democracia. A menos, claro está, que todo sea parte de una fantástica conspiración no nada más para disminuir la cantidad de gente en el planeta por medio de pandemias, sino para forzar guerras intestinas, regionales y planetarias que consigan, mediante la conflagración, aumentar artificialmente la tasa de mortalidad por contraste con la de natalidad. Pues no hay duda que la capacidad del planeta para sostener la vida humana y en general está siendo puesta a prueba y el cambio climático no es sino un conjunto de reacciones naturales a una serie de acciones naturales y humanas.
EL PERIODISMO en general tiende a ser o sobrepreciado o despreciado. El periodismo y los periodistas en general no conocemos medias tintas por lo que toca al juicio social acerca de nuestro trabajo, aunque haya colegas —quizá yo mismo— que nos desempeñamos en la raya de la pusilanimidad, de la medianía, que también tenemos nuestros fantasmas y esqueletos en el clóset, pecados inconfesables, desmemoria o ignorancia parcelaria sobre ciertos tópicos.
Igual ocurre con los géneros del periodismo. Tal vez el más despreciado y despreciable es el que engloba a las esquelas, obituarios y necrológicas. Los primeros dos más emparentados con los boletines y tableros de anuncios, la publicidad y las relaciones públicas para informar sensiblemente acerca de la postura personal u organizacional que una firma, grupo o personas tienen respecto del deceso de un familiar, socio o allegado.
El tercer tipo, sin embargo, es a veces el más temido y despreciado incluso por los mismos periodistas. Pues, con su tendencia y carácter biografico fuerza al que es lego sobre la vida y obra de algún individuo, público o privado, a escarbar en la ropa sucia ajena para extraer lo que puede significar una ofrenda para el fallecido y sus simpatizantes, pero una afrenta a la íntima consciencia ya sea esta ignorante del tópico o, peor, cuando esta contrasta la personal admiración con la soterrada envidia, la que llama a azoro tras el descubrimiento de los talentos deseados o soslayados para uno mismo.
Las necrológicas son una mezcla entre oficio de enterrador y afán coleccionista. En un determinado momento, los periódicos empiezan a acumular los datos relativos a la vida y obra de alguien cuando se estima que puede estar próximo su fin en la existencia. Aunque también hay ocasiones cuando el acopio debe darse ipso facto, apenas se conoce el fallecimiento y es entonces cuando la pericia periodística se contrasta con la negligencia.
Hay algo mórbido en esta tarea y eso empata al periodista que borda una nota semejante, lo acerca al tabú funerario del forense que, en algunas culturas, por el solo hecho de hacer de la muerte su fuente de ingreso y sostén, el solo contacto con el fiambre lo inviste de un aura fría y oscura, detestable, especie de coraza pulida en la que, tarde o temprano, cada uno de nosotros ve su reflejo caduco. A nadie le gusta que otros le sorrajen en la nariz la mierda que uno es en un ejercicio de escatología moral.
La nota, el reportaje, la crónica o el artículo necrológicos son una mortaja adelantada o tardía. Son tanatología aplicada y el periodista que la lleva a efecto se vuelve, así sea por el tiempo dedicado a las líneas, en un embalsamador que busca no nada más embellecer al cadáver referido —que puede ser el mismo texto a los ojos de los lectores venideros— para hacerlo parecer tan vivo y rozagante como en vida, sino presentable ante los que le antecedieron en su partida a otra dimensión.
En tanto embalsamador, el redactor de necrológicas, casi biógrafo, aspirante a novelista, poeta mundano con especialidad en aforismos y epitafios ha de tener entonces cuidado con cada palabra, con cada adjetivo y adverbio, con cada golpe del cincel en que su pluma se convierte sobre la lápida de papel o la pantalla del computador, evitando la melladura. Andar la tenue línea de lo no dicho como el equilibrista sobre la cuerda floja; hacer música que enaltezca en la melancolía al ido, como ese violinista en el tejado que llora la partida y la diáspora con notas plenas de esperanza fundada en lo que queda. Y esto sucede lo mismo al que escribe de política y sobre políticos que al que enfoca su atención en las formas de las nubes.
Pero, ¿a qué viene toda esta reflexión? Porque con los artistas y los poetas nos sucede algo similar y, aunque en el panteón se nos cuelguen coronas de flores y se canten loas y se graben frases con letras doradas, el tiempo es buen amigo, todo lo cura o todo lo pudre y, si las primeras acaban igual que el rememorado en la composta, a las segundas se las lleva el viento y las terceras pierden brillo y lozanía confundiéndose con el fondo. El olvido puede disfrazarse de tantas maneras...
En tanto escritor, como me defino, y poeta, como palpito, a veces los poemas que escribo llevan tufo de funeraria no tanto por el tema tratado en alguna muestra, sino porque los lectores mismos, en sus visitas esporádicas más parecen extraerlos de urnas y criptas para posar en ellos su ojos curiosos o espantados, enamorados o condescendientes, con displicencia o franca bonhomía.
Textos como el de ahora, prosa burda, parabólica, no siempre es aceptada ni seguida —y nada obliga a ello—. Y esto que digo para la escritura aplica también para las personas que la prodigamos y ejercemos de tanto en tanto y diario, como oficio y como amor perenne. La razón es sencilla: ni todos somos peritas en dulce o monedita de oro, ni todos estamos forzados a conocer y consumir todo y de todo y de todas maneras.
Visto con humildad, el ejercicio de escritor es tan elemental como el del carpintero. Así como no conoce uno a todos los carpinteros, menos a los que están fuera del radio de acción, nadie está obligado a conocerlo a uno. Eso me ha sucedido con el cantautor y poeta argentino, contemporáneo, Gabo Ferro, fallecido diez días atrás; y me ha pasado con tantos, muchos. Vi la noticia y leí las necrológicas y me entró cargo de conciencia.
Estas líneas van pues con afán de servir como acto de contrición para aquellos que lamentan su pérdida y excusarme por desconocer la obra y la vida del artista de cincuenta y cuatro años, apenas tres menos que yo. Disculparme innecesariamente por ser ignorante de su desempeño y reconocerme, así, tan ignoto para sus admiradores, quizá, como si fuera yo el zapatero milagroso al que ya solo los creyentes acuden para reparar sus andanzas. Hay, sin embargo, un raro consuelo en saber que ninguno de los dos cruzamos nuestros caminos en la vida ni en las letras. Su muerte así no me duele como a otros; como a otros no dolerá el que yo deje de estar cuando tal ocurra.
Hoy, mi necrológica acerca de Gabo Ferro, del que ya muchos tuvieron ocasión de escribir y publicar en los días pasads, es más una aspiración de este muerto socialmente que soy para deambular con licencia entre los versos de otros que me han hecho comprender, aún mejor y más que la inspiración propia en poemas semejantes salidos de mi venero, que soy todo lo que recuerdo y que me siento incómodo, incompleto porque, ignorando quién era y qué hacía mi coetáneo y colega poeta, ignoraba de modo vicario quién soy y qué hago; y comprendo que al no recordarlo a él y su obra, por tal motivo, soy entonces, también, un poco menos de ese todo que creía recordar.
Esos que se van sin decir ¡hola!, no saludaron necesariamente por causa de la distancia natural sino quizás por la indiferencia ajena. Si aun no te he dicho ¡hola!, estimado lector que llegas a mis palabras por primera vez, es momento de cerrar la sana distancia para contagiarte de mi amor por la poesía y la escritura. Ojalá hagamos de este ejercicio interpretativo, de esta lección, una pandemia que perdure.