LENGUAJE DOSIFICADO

Llevo un par de días mascando la noticia acerca de de que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación buscan revertir la restricción del uso de las palabras maricón y puñal por considerarlos (en una primera oportunidad) ofensivas por homofóbicas. La andanada de críticas (entre las cuales sumo y he sumado las mías) no se hizo esperar y para ello muchos utilizamos el mismo lenguaje restringido para referirnos a los ministros como putos, jotos, maricones, puñales, floripondios, maricas, mariquitas (y recuerdo al gran comediante mexicano Jesús Martínez "Palillo") acobardados pulpos chupeteadores del erario nacional "jijos de su mal dormir", y todo para referirme o referirnos al hecho grosero por obtuso de acusar a las palabras de lo que jamás podrán ser culpables: la intención.

Es de sabios cambiar de opinión y parece que ahora eso es lo que sucede. Los señores ministros (en el plural incluyo a las mujeres; es innecesario jugar con la aborrecible y tediosa fórmula diplomática introducida por Vicente Fox y otros en afán de granjear a los géneros) están reconsiderando su decisión no sólo por injusta para un elemento fundamental de nuestra idiosincrasia y cultura (el lenguaje, la lengua, el idioma), sino por inoperante. Lo que debe castigarse o premiarse siempre es el propósito no el instrumento empleado. El crimen o la ofensa no los comete el "puñal", sino quien lo empuña con todas sus razones, ventajas y desventajas. A veces entre amigos decimos "no seas maricón (cobarde, timorato), lánzate a la conquista de la morra esa o a resolver tal problema" y el aludido no se da por vilipendiado.

Más y mejor harían los homosexuales (y no nada más) en esa muy merecida y loable lucha por ejercer y exigir sus derechos en también obligarse a engruesar su piel y no andar ahora sí que de chilletas maricones diciendo a diestra y siniestra "mírelo miorcó". En una sociedad igualitaria y democrática como la que propugnamos quien se lleva, se aguanta. O todos coludos o todos rabones. Si son tan hombrecitos o mujercitas para hacer valer lo que les corresponde, séanlo también para adaptarse y orientar el sentido de la adaptación de esta a veces agobiante sociedad injusta en su heterosexualidad.

Una clase sobre valores

Era de la opinión... de que la letra con sangre entra, diría un profesor de cuando muy cerca mediados del siglo XX. De entonces a la fecha los métodos y procedimientos pedagógicos y didácticos han evolucionado, en buena medida a la par de la modernidad tecnológica y las exigencias adaptativas que esta conlleva.

El caso que retrata el vídeo incluido en esta entrega... ¡Ah, cómo me recordó algunas ocasiones que hice algo semejante como parte de mis clases! (ex alumnos recordarán) ¡Bien hecho y bien planificada la clase por la profesora!

Es común que se nos exija a los profesores servir de ejemplo y muchos procuramos, con todos nuestros defectos serlo de alguna manera constructiva. Pero muchas veces los mismos estudiantes y sus padres olvidan que ellos mismos pueden ser materia, objeto de ejemplo para enseñar lo positivo y lo negativo de nuestras conductas como seres humanos.

Lo interesante de este vídeo que ha dado la vuelta en las redes es que la profesora se limitó enfatizar el tema de los valores anclándolos en un hecho real, cercano y contundente. No lo convirtió ella misma en un efecto de bulling cibernético sino fue otra persona quien subió y diseminó el vídeo, ¿tal vez con intención de poner en entredicho el método didáctico de la profesora? Si así fue, erró, porque la mayoría de las personas sensatas aplaudirán el método y reprobarán la impertinencia, la "gracejada", una de tantas más que andan por las redes sociales.

Podría haber reaccionado yo mismo de otra manera, quizá poniéndome en los zapatos de la estudiante toda vez que cuando yo tenía 9 años la maestra me puso en evidencia ante el salón por causa de un malentendido, pero el caso es diferente. Entonces, yo pasé al frente a mostrarle mi tarea y la profesora profirió ante mi poca aplicación un "discreto" <<¡puta madre>> que luego yo, en casa, comenté inocentemente: <> pregunté a mi madre quien se atragantó la comida. Al día siguiente mis padres convocaron a junta con el director de la primaria y estuvo presente la profesora. Quedó en entredicho su honorabilidad y no encontró manera para explicar su desliz. De regreso al aula me expuso y el más cábula de los compañeros, el "matón" al que todos tenían miedo y consentido de la maestra (no era mal estudiante, lo reconozco) organizó que me lincharan en el recreo. Así, llegado el momento, un grupo de 50 estudiantes me persiguió por toda la escuela con ánimos de golpearme, de hacerme un "escarmiento". Me refugié en la papelería y librería de la escuela. Entonces conocí el miedo y esa experiencia definió buena parte de quién soy ahora en más de un sentido.

Lo que este vídeo retrata no es nada más la burda grosería y falta de respeto de la estudiante y de su compañero cómplice al retuitear el mensaje de la primera donde llama perra y puta a la profesora, sino que pone en evidencia la tergiversación de los valores. La culpa no la tienen las redes sociales que tienen políticas de funcionamiento y relativa apertura, que son solo medios al alcance de cualquiera. La culpa no la tienen los "escuincles" o "mocosos" en formación y desarrollo.

En todo caso la culpa la tenemos todos por no poner un justo medio en la permisividad o en la censura. Nos preocupamos demasiado de los contenidos en las redes, pero olvidamos que nosotros mismos somos ya ahora los creadores de dichos contenidos y quienes fijamos las tendencias de los mismos.

Era de la opinión... que la violencia no viene de fuera de nosotros, proviene de nosotros. Pues sigo siendo de esa opinión. Nosotros, cada cual, es el responsable de sus actos y no debemos olvidar que por cada derecho tenemos una equivalente obligación. No ofendas, para no ser ofendido. No expongas, para no ser expuesto. Respeta y serás respetado. Ama y serás amado.


Los ecos del silencio

Llevo muchos años escribiendo blogs. He atendido a muchas recomendaciones, muchas de ellas contradictorias: escriba breve, escriba claro, escriba de manera auténtica, sea original en la elección de los temas (como si pudieran inventarse el agua tibia y el hilo negro), y un largo etcétera.

He abordado varios temas, los que no domino, los que domino, varios enfoques, siempre en el afán de atraer lectores. Cuido las formas o las descuido con todo propósito y la verdad sigo sin tener claro, como con otros contenidos en las redes y los medios en general, qué hace que un contenido estalle en el gusto general. Cuando creo haber encontrado patrones que explican la popularidad, viene otro contenido que nada tiene que ver con esos patrones y ¡zas! se disemina como yedra (o si lo prefieres, hiedra) alocada.

Lo que más me confunde es la respuesta de los lectores, de los internautas en general (soy uno de ellos al fin y por más que me examino no doy en el clavo de qué me puede unir a la baraúnda). Los comentarios, que en las redes pueden estar a la orden del día, así sean para insultar, saludar, agradecer, opinar, en los blogs (sean personales o en las notas de algunos periódicos), brillan por su ausencia. Ya no se diga la interacción del auditorio cuando hay transmisiones de vídeo o radio en vivo. El comportamiento es muy similar a lo que ocurre en los medios tradicionales. Lo que de nuevo me hace dudar sobre el verdadero valor de las medidas de raiting existentes.

Ya cuando laboraba en radio lo ponía en tela de juicio al raiting. Pues hay varias mediciones: las llamadas en cabina, ahora los e-mails, los comentarios en chat, finalmente las estadísticas medidas mediante una muestra probabilística. ¿Y cómo medir la respuesta que haya su expresión en el silencio? Sabemos que atrás de la bocina o del cinescopio hay alguien escuchando, viendo, imaginando, pero no nos retroalimenta a los creadores de contenido con más que su favor (gratísimo) de atender lo que hacemos. ¿Cómo saber si lo que hacemos o decimos va en consonancia de los reales intereses de los públicos? ¿Cómo identificar cuando un "Me gusta" es por simple solidaridad y simpatía o si obedece a un tácito acuerdo o desacuerdo con lo que se expone gráfica o verbalmente en medios como estos?

Mis blogs tienen, por decir, veinte veces más textos que comentarios. Y cuando miro los datos estadísticos supuestamente son leídos hasta en lugares que yo ni hubiera imaginado. Pero solo recibo la retroalimentación del eco del silencio. ¿Quien calla otorga? ¿Qué otorga?