Periodistas balconeados y tacos de lengua

septiembre 18, 2021 Santoñito Anacoreta 0 Comments


YA EN EL PASADO he escrito al respecto de este tema, pero ahora quiero retomarlo para plantearlo desde una perspectiva despertada por un extracto (intitulado al efecto "capítulo 2", por provenir de ese episodio) incluido en el resumen del programa "Joaquín, Marín, de do pingüé" protagonizado por los periodistas mexicanos Joaquín López Dóriga y Carlos Marín y en el cual hacen una puntual crítica acerca del uso del lenguaje en el periodismo por parte de los modernos reporteros cada vez más plagados de vicios (entre ellos uno que me purga y que ellos mismos han incurrido en tal cuando se comen el verbo para añadir a sus apuntes reporteriles "Joaquín, comentar que sucedió tal cosa". Ahí yo apunté en los comentarios al calce que me pareció un agradable resumen, sin duda. Y me dio pie para ampliar algún comentario que puse en referencia al capítulo dos en su momento.

Más que un simple apunte

Si bien en lo general estoy no solo de acuerdo sino además en academia he insistido igual que los colegas objeto de este artículo en el hecho de que la comunicación periodística debe ser sencilla en su decir, también es cierto que el ejercicio periodístico como el publicitario han sido de los más nocivos en el tratamiento del lenguaje, ya por excesos en las florituras, como bien apuntan los personajes y ocasionando confusión o hasta repulsión de parte del común denominador del público; ya sea por sus omisiones y renuncias en la simplificación a ultranza que acaba rebajando al idioma y reduciendo las posibilidades de enriquecimiento lingüístico de parte del público. Es decir, ni tanto que queme a la nota, ni tanto que no ilumine al lector.

Me ha o nos ha tocado leer incluso en encabezamientos periodísticos errores garrafales aun en su sencillez, porque muchas veces los colegas periodistas o los redactores y más ahora que el corrector de estilo es una especie en franca extinción, dependen de la tecnología más que de sus habilidades natas y aprendidas, de sus conocimientos e intuición y no saben ya ligar el sujeto con el predicado ni distinguir la voz pasiva de la activa, por ejemplo. ¡Ay, si viviera Nikita Nipongo!

Hablando de ejemplos, el empleado por Carlos Marín es luminoso, pues si bien es adecuado referir a la "fiebre de los conejos" o tularemia, hablar sobre el tema en un reportaje implica no nada más informar sino formar a la gente en la medida de las posibilidades del periodista y el medio para el que labora, y eso incluye el soltar con precisión, mas no petulante o alegremente o hasta el cansancio esos terminajos técnicos propios de las jergas profesionales y de ese modo imbuir al lector en ámbitos que de común le son ajenos. Las palabras, así las sencillas y coloquiales como las pomadosas, rimbombantes o estridentes, todas están para usarse, no para desusarse y menos para abusarse cuatrapeando (ojo al mexicanismo no incluido en el Diccionario de la Real Academia) la expresión.

Es cierto que la ignorancia o reticencia  de los lectores (y la de periodistas y publicistas) en el uso de ciertas palabras tanto como la impericia en la lectura de comprensión pueden hacer del ejercicio uno chocante e incluso frenar el interés o hasta deformar la idea que se capta y pretende transmitir; pero, bien empleado el lenguaje es de agradecerse que se haga el esfuerzo por ampliar no nada más el vocabulario de quien escribe, sino el de aquellos a quienes se debe quien escribe y siempre, esto es lo importante, sin perder de vista el contexto en que han de emplearse las palabras, entendiendo por contexto incluso el género periodístico en el cual se inscribirán, pues no es lo mismo una nota, lo sabemos, que un artículo de opinión donde cabe una mayor libertad en el estilo literario sin que ello haga de la opinión un extracto de novela.

Cierto, a la mesa entre amigos comensales no pediremos un frasco conteniendo cloruro de sodio granulado al garzón que nos atiende sirviendo la comanda, nos limitaremos a sintetizar la imagen en la palabra salero con que solicitamos la especia al mozo; pero, tampoco, por mucho salero que pidamos a diestra y siniestra adquiriremos duende, gracia, donaire y ¡olé!

Sí, al pan, pan; y al vino, vino. Aunque no es lo mismo un pan de caja que una hogaza de centeno, un moscatel que uno mistela. Que en la variedad está el gusto y en los detalles anda el diablo; y en cuestiones gramaticales, el orden de los factores sí puede alterar el resultado. Si por un lado la multiplicación de los panes puede ser mirífica, la reduplicación de las comas o su ausencia  puede ser tortura infernal.

Por cierto, y para terminar, sin salir del tema, que hayan elegido como titulo del programa la famosa y añeja jitanjáfora "Tin-marín, de-do-pingüé" (y sigue: "yo no fui, fue Teté / pégale, pégale / que ella fue") es una delicia mayor porque, más allá del solo juego de palabras se presta para rememorar al insigne Alfonso Reyes quien abundara en sus lucubraciones ensayísticas (REYES, 1962: T. XIV: 190-230) acerca de esta forma literaria juguetona, provocadora y pedagógica, en este caso como una tendiente, según algunos lucubradores posteriores, a encriptar el misterioso crimen de Martín "Tin" Marín y Ronaldo "Do" Pingüé (Harry_Styles, 2015), o como otros, entre los que me cuento, a mostrar cómo las distorsiones al propósito, figuras retóricas tales como la diástole (adelantar el acento de una silaba a otra para facilitar o propiciar la rima) son capaces de gestar nuevos vocablos o traslapar significados, aquí entre pingüe (1. adj. Craso, gordo, mantecoso. 2. adj. Abundante, copioso, fértil, de acuerdo con el DRAE) con la conjugación en pasado de la segunda persona del verbo pingar. Si originalmente era un juego para la selección de cosas al ritmo de las sílabas, bien podría darse una lectura como "Tin Larín" (en alusión a los famosos chocolates con más de ochenta años de existencia) "dedo pingué" refiriendo probablemente a las acepciones primera o tercera del verbo pingar:

  1. tr. Apartar algo de su posición vertical o perpendicular, inclinar
  2. intr. Pender, colgar.
  3. intr. Dicho de lo que está empapado en algún líquido: gotear (‖ dejar caer gotas).
  4. intr. Brincar, saltar.
  5. intr. rur. Ar. Alzar la bota para beber.

y, por causa de la diástole, transformar ese verbo en algo craso como lo es la confitura mentada. Con lo cual la jitanjáfora nos pintaría la imagen de un dedo goteando chocolate derretido o seleccionando al toque la golosina de la marca citada.

En fin, lo único que nos faltaría por conocer a través de sus intervenciones es si Cúcara es Claudia Sheinbaum o la señalada María Esther "Teté" (espero que no Gordillo) algo tiene que ver en la aparente inocencia tras las felonías periodísticas o publicitarias más arriba acusadas.


----

Referencias

  • REYES, Alfonso. Obras completas. Tomo XIV. FCE, México, 1962
  • Harry_Styles. "¿Sabías la historia detrás de "De Tin Marín, de Do Pingüe"?" en Offtopic (blog), publicado el 29 de octubre de 2015, recuperado desde <https://www.taringa.net/+offtopic/sabias-la-historia-detras-de-de-tin-marin-de-do-pingue_hn1om> 17 de septiembre de 2021
  • REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.4 en línea]. <https://dle.rae.es> [17 de septiembre de 2021].

0 comentarios:

Gracias por sus comentarios con "L" de Lector.