Una metodología para el autoplagio

UNA AMISTAD Y COLEGA compartió mediante Facebook una guía o manual de entre tantos que hay para citar trabajos, documentos, fuentes informativas, referencias en lo que uno escribe. Concretamente en relación al conjunto de normas de la American Psicology Asociation (APA). Es una buena guía simplificada (aunque no indica quién es el autor; en la casa del jabonero...). Si gustan el documento armado en PDF, pueden descargarlo desde mi biblioteca virtual haciendo clic aquí.

Me detengo en dos puntos de las descripciones y explicaciones vertidas en ese manual.

1) La mayoría de las normas metodológicas se preocupan mucho por los derechos de autor, el copyright, y está bien, pero también existe el Copyleft del Creative Commons y, si bien, de algún modo aplica igual la citación para obras registradas bajo ese esquema, referirlas, incluirlas, modificarlas (según el caso de la licencia) es un gorro, pues no falta el lector-investigador ortodoxo o por lo menos tarambana que confunde la cita modificada con plagio sin serlo necesariamente.

Esto me lleva al segundo punto, donde se define y describe el autoplagio, en parte, si se quiere, para curarme en salud.

De antiguo se consideraba que, si uno no es citado o referido por el conjunto de los colegas o por terceros, uno prácticamente no existe, aun teniendo ideas decentes, aceptables, por lo menos “en el parecer de mi mamá”.

Con el avance de la tecnología, la abundancia de asociaciones gremiales, el snobismo de ciertos grupos académicos e intelectuales, y los intereses creados alrededor de la producción de conocimiento y contenidos, se sigue considerando el autoplagio una especie de pecado. Y puede serlo, pero hay que distinguir la sutileza de los casos. En aquellos en que el autor (típico en los contenidos de blogs y sitios diversos en internet), falto de originalidad o memoria, copia y pega lo dicho y escrito en algún momento pasado solo para justificar el tráfico, la temporalidad del contenido, aun dando una “manita de gato” a la forma o el fondo, para allegarse centavos y oportunidades no a costa de otros autores sino de su propia pobreza intelectual, comete autoplagio por pereza. Los lectores no son tontos y más pronto que tarde se percatan del “fraude” intelectual y creativo anclado en la repetición, peor que en la redundancia.

Sin embargo, también ocurre que el autor (en esa canasta me meto), en afán de mantener, justificar, remembrar, redundar y no perder la congruencia de lo dicho y por decir, se cita a sí mismo, directa o indirectamente, parafraseándose incluso, como un servicio de continuidad a sus ideas y su obra, pero también como un servicio de honestidad intelectual frente a sí mismo y de los lectores asiduos y los por venir.

Es difícil saber cuándo uno es citado por los colegas o por los no colegas. Hoy, las etiquetas en las redes sociales, los vínculos con funciones de tracking facilitan un poco ese conocimiento en calidad de vana retroalimentación (el mejor ejemplo lo tienes, amigo lector, en los vínculos que he incluido en este texto para no incluir más adelante una lista de referencias). Entre que son peras o manzanas, a veces uno, ya por presunción ya por previsión, en la idea ya expuesta o con el fin de justipreciar el trabajo previo a falta del reconocimiento ajeno, opta por autocitarse, por autoplagiarse como que no quiere la cosa, autoincluirse en la lista de referencias como si se tratara de un otro distinto, poniendo así una leve distancia respecto del propio trabajo de investigación o creativo previo y que fundamenta la argumentación actual a los ojos del lector.

Todavía hay quien, al amparo de las normas metodológicas, mira esta conducta legítima —no dejes a los demás lo que puedas hacer por ti mismo— como reprobable por egotista, dicen, cuando de alguna manera es una forma de hacer valedero el esfuerzo personal sin esperar el apoyo de las vejigas de algún flotante santón. No en balde escribí hace tiempo este, el primero de tres artículos alrededor del tema: “¡Que me plagio solo!” y con respecto de lo cual lo aquí comentado ya se puede conocer como una cuarta continuación. Sí, esto que escribí originalmente en Facebook, lo copio, pego y me plagio ahora aquí, en mi blog.

Injusticia por propia mano

ERA DE LA OPINIÓN… de que la civilización es una de las mejores cosas que ha hecho el hombre y, siguiendo a Rousseau, que el hombre es el buen salvaje. Pero quizás el optimismo rousseauniano se queda corto en la superficie y, sin salir de la misma idea filosófica, lo más determinante de la misma sea que la civilización, como subproducto cultural que justifica la necesidad humana de asociarse y de reunirse en formas racionales de convivencia, más que ser “la persuasión de la victoria sobre la fuerza” —como diría Platón— viene siendo aquella forma de relación que, en vez de suprimir la barbarie, la perfeccionó y la hizo más cruel.

Sí, el final del párrafo me coloca más en el lado de Voltaire, acérrimo crítico de Rousseau, aun cuando la Fundación Rousseau hoy tiene su sede justo en la casa de aquel.

Esta reflexión o meditación antropológica surge en mí por enésima vez luego de leer cierta noticia acerca de cómo un ciudadano asesinó a otro. El hecho en sí no tiene nada de particular fuera de lo reprobable y grave que es siempre que uno mate a otro. Pero siguen existiendo en nuestras sociedades resabios de antiguas creencias y ordenamientos como la Ley del Talión, el Código Hammurabi, etc., que prohíjan el rencor, promueven el odio y anclan la paranoia.

Decía Sigmund Freud que “el primer ser humano que insultó a su enemigo, en vez de tirarle una piedra, fue el fundador de la civilización”. Y hay mucho de cierto en ello.

En estos tiempos cuando la piel de unos y otros se muestra sumamente sensible y delgada frente al insulto y ocasiona reacciones virulentas, muestras de indignación tan grosera como el mismo insulto que la provoca, los seres humanos hemos desarrollado una paranoia, un delirio de persecución que se complica con un complejo del héroe envalentonado, iracundo.

La noticia que me mueve a estas líneas expone cómo un hombre mató a otro que pretendía robarle su vehículo. Lo hizo en un arranque por defender su propiedad, falso y estúpido heroísmo anclado en la injustificada indignación por no ceder ante la sola idea de perder lo poseído.

El afán de tener por tener, o dicho de otra forma y para retomar a Erich Fromm, de tener para ser, en vez de ser para tener nos ha llevado a construir una civilización cuya apuesta por lo material es lo que la sostiene. Mientras por una parte nos maravillan los alcances espirituales de las obras humanas, en el día a día lo que nos define solo es el límite material de nuestras posibilidades. Así de contradictorios y cortos de miras podemos ser.

Saber que un individuo fallece o se autoinmola por causa de sus ideas, sus creencias, como hacen los seguidores de ISIS, nos produce horror, incomprensión. Pero tan grave y extremo es morir por fanatismo religioso, como por un fanatismo que suponemos más ligero, respetable y digno de disculpa como es la defensa de la posesión material aun a costa de la propia vida o de terceros.

También, en los tiempos recientes es común escuchar en aquellos que se llenan la boca con prodigios, con vana misericordia, decir de frente al flagelo de la delincuencia y el crimen organizado: “somos más los buenos”, en un llamado a reaccionar en contra y poner a raya al villano. Pero no es esto sino una vil falacia, sutil motivo que increpa con inquina a actuar en consecuencia equiparada. No invita, es cierto, a tomar las armas o a hacer justicia por propia mano ante la ineptitud de las autoridades, la desesperación popular, sino es una falacia sobre la que ya Lope de Vega en su Fuenteovejuna nos advertía: “Cuando se alteran los pueblos agraviados, y resuelven, nunca sin sangre o sin venganza vuelven”. Y, en ese justificar la violencia grupal, la indignación social, se toma por verdad indiscutible y fanatismo disfrazado de derecho que es perfectamente aceptado “morir, o dar la muerte a los tiranos, pues somos muchos, y ellos poca gente”.

En esa igualación civilizada, la estupidez es la que al fin termina cobrando la verdad tras los hechos, guste o no a los perpetradores y a quienes detrás suyo los aplauden, los permiten, los impulsan.
En esa noticia, una de tantas que ni caso tiene especificar, la idea popular de que “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” adquiere peso y se extiende a “matón que mata a matón tiene valor de valentón”.

Qué pena por ambos. Así por el ladrón asesinado por su víctima. Así también por el individuo que de tan sangrienta manera impidió el asalto. Por muy torcida que esté, toda vida es valiosa. Es muy grave que los ciudadanos en su desesperación, en unos casos, o en su valentía exacerbada (resabio de machismo), en otros, caigan en situaciones donde el heroísmo, así sea atenuado por el argumento de la “legítima defensa”, deriva en tragedias más lamentables. Pues lo peor que uno puede hacer es convertirse de víctima en victimario.

Comprendo la indignación de la gente ante los abusos de los malhechores de toda índole (incluyo a las autoridades y los funcionarios corruptos), pero nada se gana y mucho se pierde andando en el filo de la navaja por causa de temperamento, de poca inteligencia, de obnubilación causada por el miedo o por el odio, el resentimiento o el ánimo justiciero derivado de una avaricia contumaz.

Sí, sé que más de uno me señalará ahora por lo que digo, que es más fácil decir cosas así que estar en los zapatos de quien sufre a manos de la delincuencia. Y tendrán mucha razón en sus siguientes diatribas, exordios, mentadas de madre o quizá en retirarme la palabra y su deferencia para con mis Indicios Metropolitanos. Pero las leyes son las leyes, chuecas o derechas, y el mejor pueblo no es el que vive regodeándose en el rencor y ajusticiando a su leal saber y entender, sino el que hace todo lo que está en su mano para que el gobierno elegido por sí, emanado de sus filas (ni funcionarios, ni policías, ni autoridades, ni políticos, ni narcos, ni nadie es oriundo de otro planeta y otro mundo, sino el mismo que nos sostiene y define) se ajuste al derecho.

Hablamos, leemos y escuchamos que no hay un estado de derecho en México, viendo noticias como esta, uno puede explicarse por qué.

Adjunto también una noticia de dos años atrás por estar a tono de lo que aquí, ahora, he venido meditando.


Añado: tristeza para las familias, una por perder a un miembro por causa de violencia, el ladrón occiso; la otra porque probablemente, sin perder a un miembro, conocerá el infierno que sigue a la prisión que es, en buena medida, una forma social de morir.

Tendrá que pagar 46 millones Azucena Olivares


ERA DE LA OPINIÓN... que quien la hace a paga, y parecería que la Procuraduría General de Justicia del Estado de México hubo de ser presionada entre otros por estos Indicios Metropolitanos para luego de ¡tres años! elaborar el dictament de Servicios Periciales alrededor de la demanda interpuesta por el sindicato SUTEyM en 2012 por el delito de desviación de recursos.

Según este dictamen, poco más de 46 millones de pesos tendrá que resarcir la exalcaldesa, Otilia Azucena Olivares Villagómez a la burocracia del gobierno municipal.

En el análisis de la dependencia se concluyó que el daño patrimonial que sufriera el Sindicato Único de Trabajadores de los Poderes, Municipios e Instituciones Descentralizadas del estado de México-Sección Naucalpan, según documentación que obra en el desglose, asciende a la cantidad de $ 46’ 018,023.68 (Cuarenta y seis millones, dieciocho mil, veintitrés pesos 68/100 M.N.).

Con el número de Oficio: PC-052-190-260 de la carpeta: 483350360376912, se detalla la indagatoria, con lo que los alrededor de un mil 100 trabajadores sindicalizados que la demandaron esperan la pronta reparación del perjuicio a que fueron sujetos.

Por otra parte, la denuncia, además penal, está radicada en la mesa tres de esta fiscalía de la Subprocuraduría de Justicia de Tlalnepantla, en Barrientos por desvío de recursos, presentada en diciembre del 2012.

La imputación que se le hace, deriva también en el incumplimiento del pago de prestaciones en los últimos meses de su administración, toda vez que no entregó los recursos que se tenían dentro del convenio sindical como el seguro mutualista, caja de ahorro, despensas, cuotas sindicales y uniformes.

Ahora bien, hecho el dictamen sobre una demanda que la misma diputada priyista Irazama González Olivares, hija de la exalcaldesa y el influyente empresario Guillermo González negó a Indicios Metropolitanos indicando además que, en todo caso, el monto adeudado había sido pagado, establece como se ve la obligación de Azucena para resarcir el daño. Lo más probable, conociendo el peso económico de su esposo en el ámbito político y social naucalpense que su defensa optará por abogar que, de lo perdido, lo que aparezca, de modo que el sindicato se llame a satisfacción y la exalcaldesa no pise ni un segundo la prisión, a diferencia de lo ocurrido con su sucesor David Sánchez Guevara.

La morosidad del sistema judicial, que no de las leyes, esas están ahí, escritas nomás, raya en casos como estos en la ridiculez más odiosa que contrasta con la celeridad que se aplica en otros, Ferraris de por medio. El grueso de los mexicanos y de los mexiquenses esperamos que la implantación del nuevo sistema basado en los juicios orales de veras permita el desahogo más expedito y no nada más desatore los cuellos de botella judiciales, sino abone en claridad, transparencia y certitud al momento de establecer sentencias.

Basta ahora conocer si René Palomares y su séquito de abodagos, entre ellos Xavier Chávez Tello, ponen manos a la obra o pies en polvorosa en este asunto, pues ya se ve que, en la entrevista dada a Indicios Metropolitanos había dejado en manos de las autoridades las cosas. La pelota, con esta noticia, abandona el área chica de la PGJEM, atraviesa la mitad de la cancha y ya se encuentra del lado de SUTEyM como parte quejosa, agraviada y de Azucena Olivares en tanto la villana del cuento. El siguiente capítulo será determinante no nada más para los protagonistas de esta historia de vergüenza, sino para los que por ahora parecen tener un papel incidental, como es el actual edil Edgar Olvera que, insisto, más vale se vaya desafanando de los fardos, nexos e intereses creados alrededor, pues con la aprobación de la Ley #3DE3, aun cuando esté pendiente su revisión, la declaración de intereses podría desvelar muchas largas colas dispuestas para el pisotón, así entre políticos como entre empresarios.

(Con información de Mario Ruiz - Vallemex Noticias.)