Los efectos comunicativos de la pandemia

Las uruguayas Mariel Lichtmann (i) y Mónica Birnfeld usan tapabocas transparentes durante una entrevista con Efe, el 6 de noviembre de 2020, en Montevideo (Uruguay). EFE/ Raúl Martínez

LA PANDEMIA ha traído consigo mucho más que solo efectos en el sistema respiratorio, muerte, miedo, agravamiento de la recesión económica mundial, una acelerada carrera científica para conseguir las vacunas, la crisis de los sistemas de salud... Hay más: sus efectos comunicativos no se han dejado esperar presentándose en formas sutiles más allá de los evidentes usos que asociamos al uso de las nuevas tecnologías para mantenernos en contacto, o la infodemia y realizar transacciones de toda índole.

Recientemente se publicó una entrevista que aborda un aspecto poco tratado en los medios y me da pie para poner en la mesa uno más, pues a estos efectos explicados por la foniatra entrevistada habría que sumar los no considerados por causa del uso de cubrebocas.

Seguramente habrás notado que cuando la gente se quita el cubrebocas, algunos o tú mismo piden al hablante repetir lo dicho o argumentar "no haber escuchado bien". No me refiero al consabido "¡mande!" de toda la vida por falta de atención. Y tampoco me refiero a las secuelas de haber sido infectado. Los no infectados también presentan secuelas.

El cubrebocas ha traído efectos colaterales. Al funcionar como un filtro acústico fuerza al hablante a subir el volumen y a pronunciar más o, si no había costumbre de pronunciar mejor desde antes de la pandemia, a enmascarar las palabras. Eso lleva al oyente a forzar el oído para tratar de comprender el discurso enmascarado del hablante. A falta de parte de las facciones y gestualidad de la boca como un elemento visual adicional y por tanto metalingüístico para dilucidar el mensaje, el interlocutor depende solo del oído. No en balde a mediados de 2020 se dio como una nota curiosa también poco difundida que una niña sordomuda diseñara un cubrebocas transparente para poderse comunicar de forma sensata y en Uruguay una mujer de igual condición promovió con éxito la promulgación de una ley para usar esos cubrebocas. En México, el ITESO hizo lo propio diseñando un "cubrebocas incluyente" para sordomudos que no utilizan lenguaje de gestos.

Al cabo de un tiempo, el oyente se acostumbra a las palabras "distorsionadas" por el filtro, y cuando este es puesto de lado, se ocasiona un conflicto interpretativo por la "claridad" y la diferencia en el volumen de voz. El hablante sigue hablando fuerte, pero al no estar "obligado" a frasear porque la gestualidad ya no forma tanto parte de su costumbre, pronuncia menos ciertas letras y combinaciones, por lo que la vista no alcanza a distinguir el mensaje y el oído no distingue sonidos "opacados" por el cubrebocas, lo que conduce a yerros de lectura. Es un fenómeno equivalente a lo que ocurre con el exceso en el uso de los auriculares del celular, pero más sutil y más determinante en tres sentidos: no solo afecta a la audición sino afecta al modo de hablar por causa de las variaciones respiratorias y produce nuevas conexiones neuronales a fin de ajustar el proceso adaptativo.

También, los efectos de infecciones se han dado en notar. Pues, si bien el cubrebocas previene el contagio de Covid-19 por su predilección vírica por el frío, la más prolongada exposición al propio CO2 y al aire caliente provoca una sensación de aletargamiento, menor rendimiento físico y mental, menor concentración y la recirculación de las propias bacterias, lo que ha llevado a casos más seguidos de infecciones de garganta y oídos por bacterias y hongos, sobre todo a causa de la reutilización descuidada e insalubre de cubrebocas, algunos de los cuales terminan desechados a media calle. Esto, aunado a las variantes del Covid-19 como la delta que tiende a confundirse con gripe en las poblaciones juveniles, pone en tela de juicio la pertinencia del cubrebocas como el mejor medio de prevención, no porque no sirva, sino por causa de su uso desmedido y la falta de recomendaciones en cuanto al tiempo más prudente y más adecuado para su empleo, sobre todo para aquellas ocupaciones que requieren su uso prolongado, en cuyo caso tendría que recomendarse el tipo de cubrebocas que incluyen filtro de aire. Citando al clásico Hugo López-Gatell, vamos descubriendo que "el cubrebocas sirve para lo que sirve, y no sirve para lo que no sirve".



Periodistas balconeados y tacos de lengua


YA EN EL PASADO he escrito al respecto de este tema, pero ahora quiero retomarlo para plantearlo desde una perspectiva despertada por un extracto (intitulado al efecto "capítulo 2", por provenir de ese episodio) incluido en el resumen del programa "Joaquín, Marín, de do pingüé" protagonizado por los periodistas mexicanos Joaquín López Dóriga y Carlos Marín y en el cual hacen una puntual crítica acerca del uso del lenguaje en el periodismo por parte de los modernos reporteros cada vez más plagados de vicios (entre ellos uno que me purga y que ellos mismos han incurrido en tal cuando se comen el verbo para añadir a sus apuntes reporteriles "Joaquín, comentar que sucedió tal cosa". Ahí yo apunté en los comentarios al calce que me pareció un agradable resumen, sin duda. Y me dio pie para ampliar algún comentario que puse en referencia al capítulo dos en su momento.

Más que un simple apunte

Si bien en lo general estoy no solo de acuerdo sino además en academia he insistido igual que los colegas objeto de este artículo en el hecho de que la comunicación periodística debe ser sencilla en su decir, también es cierto que el ejercicio periodístico como el publicitario han sido de los más nocivos en el tratamiento del lenguaje, ya por excesos en las florituras, como bien apuntan los personajes y ocasionando confusión o hasta repulsión de parte del común denominador del público; ya sea por sus omisiones y renuncias en la simplificación a ultranza que acaba rebajando al idioma y reduciendo las posibilidades de enriquecimiento lingüístico de parte del público. Es decir, ni tanto que queme a la nota, ni tanto que no ilumine al lector.

Me ha o nos ha tocado leer incluso en encabezamientos periodísticos errores garrafales aun en su sencillez, porque muchas veces los colegas periodistas o los redactores y más ahora que el corrector de estilo es una especie en franca extinción, dependen de la tecnología más que de sus habilidades natas y aprendidas, de sus conocimientos e intuición y no saben ya ligar el sujeto con el predicado ni distinguir la voz pasiva de la activa, por ejemplo. ¡Ay, si viviera Nikita Nipongo!

Hablando de ejemplos, el empleado por Carlos Marín es luminoso, pues si bien es adecuado referir a la "fiebre de los conejos" o tularemia, hablar sobre el tema en un reportaje implica no nada más informar sino formar a la gente en la medida de las posibilidades del periodista y el medio para el que labora, y eso incluye el soltar con precisión, mas no petulante o alegremente o hasta el cansancio esos terminajos técnicos propios de las jergas profesionales y de ese modo imbuir al lector en ámbitos que de común le son ajenos. Las palabras, así las sencillas y coloquiales como las pomadosas, rimbombantes o estridentes, todas están para usarse, no para desusarse y menos para abusarse cuatrapeando (ojo al mexicanismo no incluido en el Diccionario de la Real Academia) la expresión.

Es cierto que la ignorancia o reticencia  de los lectores (y la de periodistas y publicistas) en el uso de ciertas palabras tanto como la impericia en la lectura de comprensión pueden hacer del ejercicio uno chocante e incluso frenar el interés o hasta deformar la idea que se capta y pretende transmitir; pero, bien empleado el lenguaje es de agradecerse que se haga el esfuerzo por ampliar no nada más el vocabulario de quien escribe, sino el de aquellos a quienes se debe quien escribe y siempre, esto es lo importante, sin perder de vista el contexto en que han de emplearse las palabras, entendiendo por contexto incluso el género periodístico en el cual se inscribirán, pues no es lo mismo una nota, lo sabemos, que un artículo de opinión donde cabe una mayor libertad en el estilo literario sin que ello haga de la opinión un extracto de novela.

Cierto, a la mesa entre amigos comensales no pediremos un frasco conteniendo cloruro de sodio granulado al garzón que nos atiende sirviendo la comanda, nos limitaremos a sintetizar la imagen en la palabra salero con que solicitamos la especia al mozo; pero, tampoco, por mucho salero que pidamos a diestra y siniestra adquiriremos duende, gracia, donaire y ¡olé!

Sí, al pan, pan; y al vino, vino. Aunque no es lo mismo un pan de caja que una hogaza de centeno, un moscatel que uno mistela. Que en la variedad está el gusto y en los detalles anda el diablo; y en cuestiones gramaticales, el orden de los factores sí puede alterar el resultado. Si por un lado la multiplicación de los panes puede ser mirífica, la reduplicación de las comas o su ausencia  puede ser tortura infernal.

Por cierto, y para terminar, sin salir del tema, que hayan elegido como titulo del programa la famosa y añeja jitanjáfora "Tin-marín, de-do-pingüé" (y sigue: "yo no fui, fue Teté / pégale, pégale / que ella fue") es una delicia mayor porque, más allá del solo juego de palabras se presta para rememorar al insigne Alfonso Reyes quien abundara en sus lucubraciones ensayísticas (REYES, 1962: T. XIV: 190-230) acerca de esta forma literaria juguetona, provocadora y pedagógica, en este caso como una tendiente, según algunos lucubradores posteriores, a encriptar el misterioso crimen de Martín "Tin" Marín y Ronaldo "Do" Pingüé (Harry_Styles, 2015), o como otros, entre los que me cuento, a mostrar cómo las distorsiones al propósito, figuras retóricas tales como la diástole (adelantar el acento de una silaba a otra para facilitar o propiciar la rima) son capaces de gestar nuevos vocablos o traslapar significados, aquí entre pingüe (1. adj. Craso, gordo, mantecoso. 2. adj. Abundante, copioso, fértil, de acuerdo con el DRAE) con la conjugación en pasado de la segunda persona del verbo pingar. Si originalmente era un juego para la selección de cosas al ritmo de las sílabas, bien podría darse una lectura como "Tin Larín" (en alusión a los famosos chocolates con más de ochenta años de existencia) "dedo pingué" refiriendo probablemente a las acepciones primera o tercera del verbo pingar:

  1. tr. Apartar algo de su posición vertical o perpendicular, inclinar
  2. intr. Pender, colgar.
  3. intr. Dicho de lo que está empapado en algún líquido: gotear (‖ dejar caer gotas).
  4. intr. Brincar, saltar.
  5. intr. rur. Ar. Alzar la bota para beber.

y, por causa de la diástole, transformar ese verbo en algo craso como lo es la confitura mentada. Con lo cual la jitanjáfora nos pintaría la imagen de un dedo goteando chocolate derretido o seleccionando al toque la golosina de la marca citada.

En fin, lo único que nos faltaría por conocer a través de sus intervenciones es si Cúcara es Claudia Sheinbaum o la señalada María Esther "Teté" (espero que no Gordillo) algo tiene que ver en la aparente inocencia tras las felonías periodísticas o publicitarias más arriba acusadas.


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Referencias

  • REYES, Alfonso. Obras completas. Tomo XIV. FCE, México, 1962
  • Harry_Styles. "¿Sabías la historia detrás de "De Tin Marín, de Do Pingüe"?" en Offtopic (blog), publicado el 29 de octubre de 2015, recuperado desde <https://www.taringa.net/+offtopic/sabias-la-historia-detras-de-de-tin-marin-de-do-pingue_hn1om> 17 de septiembre de 2021
  • REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.4 en línea]. <https://dle.rae.es> [17 de septiembre de 2021].

Obsolescencia humana programada


ERA DE LA OPINIÓN... de que parecía ya bastante el estrés con el que nos han mantenido la pandemia y la recesión económica por casi dos años, como para que vengan oportunistas pijos con argumentos que, aun cuando verosímiles, no dejan de ser una mentada de madre.

Recientemente he recibido el siguiente correo electrónico [énfasis míos]:

Estamos en el punto de mayor competitividad esperada entre profesionales y ejecutivos de la historia.
Por una parte los mejores trabajos se reducen y por otro aumenta la población productiva con gente cada vez más preparada, joven o con alguna ventaja técnica, tecnológica y funcional contra lo cual resulta imprescindible mantener ritmo de progreso propio.
Tu nivel de Inglés es hoy por hoy definitivo para proyectar un perfil profesional solvente e incluso destacar.
Reconoce esta verdad, conoce tu nivel actual y programa tu estrategia de actualización y desarrollo para no padecer la caducidad de tu carrera profesional y la obsolescencia de todos tus competencias y fortalezas productivas.
Haz un examen de nivel gratis, automático y sin registro dando click aquí.
Envíame tus resultados y recibe un diagnóstico completo de tus situación profesional respecto del entorno laboral global bilingüe.
TE DESEO COMO SIEMPRE LO MEJOR.
Atentamente,
Luis Gerardo Hernández
Dirección 
Mentor Personalized 
(Educación Bilingüe Personalizada, S de RL de CV)

Entre que es el típico correo de phishing o un vulgar volante publicitario, mueve a pensar. Cumple, pues, con su objetivo de persuasión y ¡cuidado!

Tengo cincuenta y ocho años de edad. Desde los treinta y cinco años he tenido dificultades para reubicarme laboralmente, si de trabajos de planta se trata y en los que mi fortuna no ha sido la mejor ni en sueldos ni en condiciones ni en tratos, sea por causas de mi personalidad, mi experiencia o conocimientos, razón por la cual el noventa por ciento de mi carrera profesional la he desarrollado como agente libre o free lance incluso desde antes de esa edad, pasando las duras y las maduras.

Ya en algún momento muy anterior llegué a contar en este blog cómo, en lo personal, he padecido esa "obsolescencia humana programada" primero en la forma de obsolescencia académica: me titulé como licenciado en Ciencias de la Comunicación Social en una carrera que llevó cinco años de estudio, con una tesis elaborada en serio y no para llenar un expediente que tomó cuatro años de preparación (comencé desde muy temprano durante la universidad, sin esperar el punto de arranque con la materia respectiva, cerca de la graduación). Mi título incluía una especialidad en producción de televisión que hoy nadie toma en cuenta porque la moda institucionalizada es que cada grado debe llevar su respectivo papelito que certifique. Las carreras se han vuelto más cortas por ello y también por motivos de movilidad social: hay que producir más rápido a egresados en condiciones medianas para insertarlos en el mercado laboral y cumpliendo mediocremente con las expectativas empresariales, industriales, políticas y sociales. La meritocracia se ha descarado y vuelto una escalera en que solo los cangrejos con pinzas fuertes y bien formadas pueden asirse y ascender hacia la gloria que engría. De ahí la atomización de los estudios en carreras técnicas y seminarios y diplomados y posgrados complementarios; pues la economía académica debe ampliarse en el tiempo para justificar la existencia como negocio de las instituciones educativas y los contenidos han de ajustarse a los lineamientos del grupo o grupos en el poder económico y político de turno. Los compadrazgos, entonces, si bien siguen siendo favorables para el acomodo en el conjunto social, ahora se disfrazan bajo las máscaras de la lealtad o de la efectividad (aunque no por fuerza de la eficiencia). Hoy los resultados importan poco, lo que vale es el modo de conseguir que estos se ajusten a la realidad supuesta, ya ni siquiera imaginada.

Desde que me titulé solo he podido atestiguar cómo la meritocracia odiosa nos ha ido envolviendo en un torbellino de humillaciones disfrazadas bajo las ideas de la "excelencia" (muy de moda en los ochentas y parte de los noventas del siglo pasado), la competitividad, la educación en el desarrollo de habilidades "empresariales" y un largo etc. que pasa por un enteco afán por el bilingüismo (primero con el inglés, ya desde que yo era un infante, y desde comienzos del siglo XX apuntando al chino mandarín, cuando el empuje de los "Tigres asiáticos" cimbraba los cimientos estadounidenses del capitalismo real  rampante y cada vez más insidioso); un bilingüismo muy atendible, cierto, pero más artificioso que otra cosa el cual solo nos ha convertido en ignorantes de la lengua materna y pésimos practicantes de la ajena y adoptada. Y todo comenzó con dos ideas concretas y específicas nacidas del darwinismo social: la especialización y la obsolescencia programada.

Darwinismo social y pandemia

Si nos atenemos a la definición de Wikipedia:

El darwinismo social es un término que se refiere a varias teorías que surgieron en Europa Occidental y Norteamérica en la década de 1870, que aplicaron los conceptos biológicos de la selección natural y la supervivencia del más apto a la sociología, la economía y la política. El darwinismo social postula que los fuertes ven aumentar su riqueza y poder, mientras que los débiles ven disminuir su riqueza y poder. Las distintas escuelas de pensamiento darwinista difieren en cuanto a qué grupos de personas son los fuertes y cuáles son los débiles, y también difieren en cuanto a los mecanismos precisos que premian la fuerza y castigan la debilidad. Muchos de estos puntos de vista hacen hincapié en la competencia entre individuos en el capitalismo laissez faire, mientras que otros hacen hincapié en la lucha entre grupos nacionales o raciales, apoyan el nacionalismo, el autoritarismo, la eugenesia, el racismo, el imperialismo y/o el fascismo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la teoría cayó en el descrédito general aunque todos estos años ha habido académicos, políticos, empresarios, religiosos, ideólogos que la han mantenido vigente en una constante revisión a la luz de las nuevas aportaciones de las ciencias, sobre todo aquellas enfocadas en ofrecer explicaciones acerca del desarrollo social y las facultades intelectuales humanas, y dándole una "vuelta de tuerca" para convertirla en una más fina cubierta para prejuicios. Los avances en el estudio de la genética y el descubrimiento (y patente industrial en algunos casos abusivos) del genoma humano vino, citando al clásico, como anillo al dedo a los eugenesistas de ropero.

El determinismo biológico derivado de este pensamiento ha permeado en muchos campos incluido el de la administración, no se diga ese en el que me desenvuelvo, el de la comunicación, quizás el más pernicioso desde que los profesionales que nos dedicamos a él somos formados justo para tener el conocimiento y las habilidades para "manipular" las conciencias de los consumidores. Las disciplinas asociadas como la Publicidad, la Mercadotecnia, la Comunicación Organizacional la Comunicación Institucional tienen, tristemente, ese agrio fundamento, aun cuando los colegas que las desempeñan no quieran reconocerlo. Por supuesto, esa verdad no significa que estemos entrampados y no podamos zafarnos a sabiendas de lo que significa salirnos del huacal.

Desde finales del siglo pasado, sin embargo, las reacciones en contra y complementarias no se han dejado apabullar y las críticas a este determinismo biológico han hecho lo propio atajando en la medida de lo posible los embates de los defensores del IQ (coeficiente de inteligencia) como factor determinante del éxito y le han opuesto el IQ2 (coeficiente de inteligencia emocional) como un factor complementario en el proceso adaptativo y estableciendo nuevos y distintos parámetros para contrarrestar lo que algunos consideran la "falsa medida del hombre".

Sin ser los únicos, los estudios sobre las emociones son algunos de los aportes más importantes para dilucidar lo que hay de verídico en este determinismo social.

La pandemia, junto con las teorías conspiranóicas que ha despertado o avivado ha puesto otra vez el tema sobre la mesa, aunque no lo parezca y con asuntos que se antojan tan triviales como la manufactura y distribución de las vacunas, la definición de las actividades esenciales, el encierro y el trabajo a distancia.

Hoy, muchos profesionales de edad mediana empezando por (OPPENHEIMER, 2018)  nos preguntamos sobre nuestra viabilidad en un mundo donde la tecnología cobra factura de primordial en el desarrollo de las habilidades de gestión, administración, creación, comunicación, economía, etc. El analfabeto funcional en lo tecnológico y lo idiomático poco a poco y más marcadamente que antes va quedando marginado de cualquier posibilidad de construir un mercado en el cual sobrevivir. Libros como los de Alvin Toffler u Oppenheimer ¿son una advertencia o una apología sobre este proceso determinista?

La misma capacidad de estar conectado se ha vuelto determinante en este sentido, pues el aislamiento durante la pandemia fuerza a convertir al individuo dispuesto a salir a hacerse con el pan de la forma básica en una amenaza social, y las medidas de prevención, las reglas, leyes, se vuelven una extensión social de los antígenos del cuerpo físico. Si no se cree, ahí están documentados los casos en que ciudadanos comunes y corrientes han sido apresados o incluso linchados, violentados por trabajar en el sector salud o no portar un cubrebocas o negarse a la aplicación de la vacuna, por ejemplo.

Pandemia y obsolescencia

El miedo lleva a unos y a otros a mirarse con recelo y a fustigar a grupos y formas de pensar generando una nueva empero igualmente odiosa forma de segregación en tiempos, justo, cuando creíamos que estábamos salvando aquéllos prejuicios basados en el credo, la raza, la piel, la ideología, el sexo.

Los ancianos y las personas de edad mediana, el grupo más vulnerable a los efectos de la pandemia en sus diversas fases empiezan (empezamos) a experimentar el temor de sabernos ya no nada más cercanos a la muerte, sino obsoletos, aun cuando los avances médicos nos indican lo contrario, que física e intelectualmente estamos aun capaces para muchas tareas productivas. Esto y la recesión mundial de la mano del costo enorme que significa el mantenimiento de una población con promedio de vida más avanzado, que significa una gigantesca carga en pensiones por jubilación hace de esta jubilación todo lo contrario a su significado original, es decir nada alegre, y nos pone como enemigos del estatus quo y de las generaciones venideras y pujantes. ¿Quizás la "mata viejitos" y ex trabajadora del IMSS arrestada en México en los noventas ya era un aviso de lo que se cernía; o era un primer enviado a solucionar de manera perversa y torcida lo que ya entonces pesaba en el ánimo de los administradores privados y públicos de vocación futurista? Por supuesto, esto no es exclusivo de estos grupos de edad, pues también los jóvenes hoy en condiciones de alguna forma de vulnerabilidad como la pobreza indigente o la ignorancia supina o la franca indolencia acaban también por ser obsoletos a los ojos de esta corriente que hoy nos consume día con día, sobre todo cuando nos imbuye en una ficticia selva donde, bajo el pretexto de la necesidad de adaptarse para sobrevivir, terminamos en un enfrentamiento de todos contra todos callado mas estruendoso en su ignominia. De poco valen los valores inculcados; o de mucho.

Así, nos enfrentamos a un tiempo en que la especialización a ultranza se vuelve un factor evolutivo determinante anclado ya no nada más en los genes, la inteligencia, las habilidades, sino en la sola razón de existir. Tal vez tradujimos mal a Descartes y su frase de que "pienso, luego existo" quiso decir "existo, luego soy". Junto con Bacon, ambos padres del actual método científico, Descartes nos proveyó de una certeza: la duda como base del pensamiento y motor de la existencia.

Dudo que el camino que cartas como la recibida en mi correo electrónico abone en algo positivo de veras a quien decida abrazar la propuesta y solicitud implícita por el remitente. Si bien comprendo la motivación detrás: el autor o necesita chupar datos o necesita auto emplearse para sentirse útil y vivo, más me parece una indigna bofetada oportunista de esos que, instalados en la escala que consideran más elevada, miran de soslayo a todos esos otros que, sin título, sin un segundo idioma, sin diplomas de capacitación, sin una especialidad exclusiva, son abrumados por el sentimiento de abandono e inutilidad a que orillan la pandemia y la recesión son vistos hoy como esquiroles del desarrollo social, lacras pusilánimes o, cuando menos instrumentos para explotar y hacer la propia riqueza desde su ingenuidad; o, cuando más, seres humanos obsoletos, desechables. Grave realidad, ¿no crees, amigo lector?

Ya en los noventas la literatura y el cine nos sometieron al escrutinio de las razones detrás del consumo exacerbado, el que había llegado incluso al extremo de consumirnos unos a otros primero mediante la simplificación de las prácticas sexuales algunas de las cuales, en esa idea determinista, fueron asociadas con la aparición y diseminación del VIH creando una categoría más en la larga lista de etiquetas segregacionistas. Luego, a comienzos del siglo XXI, los jóvenes dejaron de mostrar interés por forjar una carrera profesional a la vieja usanza, manteniéndose leales a una firma con una estancia larga y optaron por hacerla más dinámica, transitoria, hecha de pespuntes y brincos empíricos. Ahora, no estudiar y no trabajar también pueden ser (igual que siempre, no es nuevo en verdad) detonadores de triunfo y acceso al bienestar, la comodidad, el reconocimiento y el poder, bastan la perspicacia, la audacia, los conocimientos y experiencias hechos sobre la marcha, para dar cara al porvenir.

¿Debe preocuparnos la obsolescencia humana programada? Sí, cuando esta proviene de perniciosas ideologías. No, cuando la realidad nos enfrenta a la propia, personal y natural caducidad, la que ocurre como refiere Amado Nervo:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
 
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
 
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
 
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
 
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


Referencias (en orden de aparición)

  • Darwinismo social. (2021, 26 de julio). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 20:31, septiembre 7, 2021 desde https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Darwinismo_social&oldid=137248828.
  • Eugenesia. (2021, 26 de agosto). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 20:29, septiembre 7, 2021 desde https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Eugenesia&oldid=137921684.
  • La falsa medida del hombre. (2020, 27 de marzo). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 20:42, septiembre 7, 2021 desde https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=La_falsa_medida_del_hombre&oldid=124598827.
  • OPPENHEIMER, Andrés. Sálvese quien pueda. El futuro del trabajo en la era de la automatización. Penguin Random House, México, 2018.