Rumor de teclas

octubre 03, 2010 Santoñito Anacoreta 0 Comments

The Typewriter es una pieza corta compuesta en 1950 por el compositor estadounidense Leroy Anderson, en el ánimo de la producción de obras para el consumo mayoritario que implicaba el nacimiento del nuevo medio: la televisión.
Una época, junto con los 60s, de abierta experimentación con los sonidos y, en general, con las formas en todas las artes con ejemplos como Stockhaussen, Andy Warhol, por mencionar solo dos de un cúmulo de artistas de todo el mundoy todas las manifestaciones que dieron un nuevo impulso y, en mi opinión humilde y de expertos en la materia, quizá el último de gran valía al arte de las vanguardias que lograrían sostener su ritmo de producción e innovación hasta mediados de los 80s, cuando comenzó a reflexionarse muy seriamente sobre la idea de "la muerte del arte" y el "fin de las vanguardias", toda vez que de entonces a la fecha sólo atestiguamos una serie de repeticiones sobre lo mismo, con muy pocos elementos novedosos generalmente aportados por las nuevas tecnologías en constante y efímera evolución.
Por otra parte, es una especie de "homenaje" a un invento que revolucionó las formas de comunicación, democratizando el poder de la imprenta, llevándolo al hogar, a la escuela y la oficina, haciendo popular la herencia de Gütenberg. Quienes hemos tenido la fortuna de escribir con esos aparatos, aun cuando nos fascina la modernidad, ese sonido, esa textura del papel en el rodillo, la dureza o suavidad del flexible movimiento de las teclas nos conectaba como nunca con el sonido mismo de la palabra escrita. Escribir directamente sobre la máquina era respirar cada sílaba, imprimir el ritmo de cada palpitación de las ideas fluyendo desde el cerebro hacia las puntas de los dedos; lo más similar a empuñar la pluma para cortar el viento, para enfrentar la injusticia, para seducir a la prenda del deseo. Por eso aún guardo mis máquinas, poque si hubiere un Armagedón, su nobleza y durabilidad permitiría dar cuenta del fin de una era y el comienzo de otra. Sí, añoro la campanilla que anuncia el final y el principio, suerte de profecía del silencio en diálogo con la memoria.

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