Bloqueado

enero 17, 2017 Santoñito Anacoreta 0 Comments


SI ERES SOLITARIO y la soledad impuesta por el vacío, aún más que la buscada por uno mismo, es la marca de tu vida, tal vez te ha sucedido que conoces a alguien con quien te identificas y comienzas una amistad o incluso te ilusiones con la idea de un amorío. Pero ese alguien es como cualquiera y tiene un círculo social propio, familia, no necesariamente es, como tú, solitario ni experimenta la soledad impuesta por determinada circunstancia, sino solo la que conforta como un recurso de decisión propia para hallar paz, serenidad, centro.

Si estás en ese caso, seguro te ha pasado que el entusiasmo de tener alguien con quien charlar, con quien compartir lo que dejaste de hacer tiempo atrás tanto como lo nuevo, te embarga de dicha. Entonces quieres estar el mayor tiempo posible con esa persona, hablarle, verla tantas veces como sea posible y con cualquier pretexto.

Pero ese entusiasmo, especie de enamoramiento, —no tanto respecto de la persona como de la compañía y las posibilidades que significa—, a veces orilla a lo que el común denominador de los mortales que no están en tu caso considera por lo menos como imprudente y, cuando menos te das cuenta, cuando cometes dicha probable impertinencia como insistir en buscarla, escribirle, preocuparte por ella, hacerte presente, a ojos de esa persona y de su círculo y más ampliamente te conviertes en un hostigador, en un acosador, o incluso en el peor de los casos cual traidor, delincuente que pone en riesgo la privacidad del otro, y pasas de la aceptación al rechazo, a ser un infame indeseable.

Así, los prejuicios o simplemente la diferencia de óptica y perspectiva sobre lo que resulta vital para unos y otros conlleva incomprensión, intolerancia, discriminación sobre lo que uno solo pretende, añora, desea, ansía, necesita: un tú del cual hacerse suyo, su-yo alternativo, con quien saberse en el conjunto de posibilidades que implica el nosotros.

No estoy hablando nada más de esos casos en que el hombre o la mujer infatuados por quien les agrada obsesivamente hacen hasta lo indecible por verse inmersos en la intimidad del otro, en afán de poseer lo que no les pertenece. Tampoco estoy hablando del desempleado o el vendedor que impiden con la punta del zapato el cierre de la puerta de la oportunidad como si en ello les fuera la vida. No obstante, sí planteo, en cierto modo, que en el sentimiento de náufrago que sigue a toda forma de pérdida persiste la ansiedad de querer saberse vivo, cuerdo frente al otro, en medio de los demás, partícipe de una vida en común, dueño de un motivo capaz y suficiente para que uno se sienta vital y que no solo se es o se está, sino que existe.

Por experiencias semejantes es que comencé un par de mis cuentos en Laberinto Bestial 1. Semillero de indicios, admirando “¡Cuántos pueblos hay llamados La Soledad en México! ¡Cuánta soledad hay en México!” (VEGA Torres, 2011).

Yo lo he vivido y sigo experimentándolo, con o sin justicia, con o sin razón de parte de quienes me han tachado, relegado, orillado al rincón del olvido, como si fuera ese trebejo o muñeco feo, gastado que a nadie interesa. Claro que no faltará quien diga que soy yo mismo quien se acomoda en ese sitio en consecuencia de sus actos u omisiones; y puede que tenga parte de razón.

Como muchos, en redes sociales he sido bloqueado, silenciado, censurado, acusado de tal cosa como ser acosador. Herido sin conmiseración, colocado en la situación de deber explicarme sin que valgan justificaciones o disculpas, las que por demás está decir que, una vez etiquetado, caen invariablemente en oídos sordos. Es entonces cuando opto por retraerme de nuevo, salirme del mundo de los otros —los que creen que lo hago por masoquista que gusta regodearse en sus penas—. Me refugio en mis libros, tanto en mis recuerdos de lo que fue como en los de lo que pudo haber sido y no fue; en mis amores perdidos, en lo que de ellos queda en mí; en las palabras, a veces tan llenas como huecas y viceversa, tan vacías de sentido como plenas de significado aun siendo monosílabas.

Para los otros bloquear es simple. Basta seguir un procedimiento, apretar un botón y ¡listo!, se quitan de encima la monserga de tener que estar viendo, escuchando, leyendo a quien les resulta incómodo, molesto, fastidioso. Aquella frase del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari: “ni los veo ni os oigo”, aludiendo a la oposición política; o aquella de Vicente Fox Quesada: “No me gusta lo que publican, por eso no leo los periódicos”, son dos ejemplos extremos del egotismo y más, de la egolatría en que más de un ser humano incurre. La piel delgada es propia de los gusanos. Pero también es cierto que están en su derecho de exclamar y reclamar cuando sufren pinchazos.

Ahora, lo anterior muestra un lado de la moneda. El otro es no tomar tan a pecho tales cosas, sino como de quien vienen. Eso lo vuelve a uno más empático con los otros, aun cuando los otros no lo sean con uno. Más tolerante, incluyente.

La empatía no es una suerte de conformismo o resignación, es colocarse en los zapatos del otro y, desde su perspectiva, comprender lo que puede resultarles afectivo, lo que les afecta pues. Pero la empatía no es una cualidad compartida por muchos, requiere un gran esfuerzo para zafarse del natural egoísmo y, sobre todo, del egocentrismo, de mirar el mundo en la estricta medida y circunstancia que cada cual considera aceptable, manejable, ajustada a los propios intereses, gustos y necesidades. Mientras lo segundo es una forma de miopía intelectual y existencial, lo primero, la empatía, se parece más a la hipermetropía, que permite ver a lo lejos, pero confunde lo cercano.

Hay personas que a la menor provocación se sienten intimidadas, violentadas en su privacidad e ipso facto bloquean al causante de su repentina animadversión, cediendo a la paranoia mayor o menor que todos tenemos. Ese delirio de persecución a veces les hace cometer injusticias, porque acaban alejando y alejándose de los otros, más cuando se trata de esos otros que tienen características similares a las descritas al comienzo de este texto. Son, así, incapaces de paciencia o condescendencia, intolerantes.

Los tiempos que vivimos, aun con todos los recursos, canales y medios para la comunicación, inciden más en el alejamiento, el aislamiento de la persona humana respecto de su entorno minando las posibilidades que ofrece la empatía. Nos ligamos exclusivamente con quienes nos resultan simpáticos, jamás con los antipáticos a no ser por causas y condiciones instrumentales como las que sugiere el dicho: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Así, llamamos amigo a casi cualquiera en las redes sociales. Ya no solo conocido, vecino, condiscípulo, admirador, seguidor, colega, familiar, pariente. La palabra “amigo” se ha venido desgastando de esta manera. Todos somos amigos virtuales, es decir aparentes. Y si bien eso es natural, modernamente parecería que más de nosotros nos volvemos antipáticos a ojos de los otros hasta porque tenemos lunar junto a la boca. Porque dicha afectividad virtual carece de ese fundamento que da el trato cara a cara, que si bien no es obligado, en razón de la proximidad permite que el conjunto de los sentidos nos dé una percepción más acertada y asertiva sobre lo que los otros tienen para darnos.

Las redes sociales son una extensión de la sociedad, nunca su sustituto. Bloquear a tal o cual no tendría que ser motivo de divorcio o atentado a la autoestima, pero lo es. De ahí que, ante de bloquear a nadie, piensa cómo te sentirías tú si fueras un personaje al que el autor ha decidido, de buenas a primeras, borrar de la trama de su vida.

Referencias

VEGA Torres, J. (2011). "Convergencias" y "Espejismo". En J. VEGA Torres, Laberinto Bestial 1. Semillero de Indicios (pág. 468). Naucalpan de Juárez: Lulu.



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