¿'Ora qué hacemos, Molcas?

enero 02, 2022 Santoñito Anacoreta 0 Comments


ERA DE LA OPINIÓN... de que la imagen corporativa e institucional define no solo lo superficial, sino lo profundo de las cosas hechas por el hombre en un ámbito organizacional. Encierra y sintetiza pues una cultura organizacional que permea a las instituciones y demás órganos que componen al sistema social que constituyen a la empresa o a una nación y su gobierno, dimanando en consecuencia una identidad unificadora y virtuosa basada en una filosofía con la que se abarcan determinados valores y metas subyacentes, con miras a la satisfacción de las necesidades intrínsecas al sistema como conjunto tanto como en relación con sistemas vecinos, de manera directa e indirecta, y que se experimenta vívidamente en las estructuras físicas, metafísicas, funciones mecánicas y sociales de los objetos y sujetos que conforman a dicho sistema nacional (país), empresarial (industria, comercio, banca), proveyendo a los individuos una colección de creencias y de certitudes a partir de las cuales comprenderse como parte de un todo inteligible, dinámico, fijo empero en constante transformación.

La identidad de una organización es la percepción que tiene sobre ella misma, algo muy parecido al sentido que una persona tiene de su propia identidad. Por consiguiente, es algo único. La identidad incluye el historial de la organización, sus creencias y su filosofía, el tipo de tecnología que utiliza, sus propietarios, la gente que en ella trabaja, la personalidad de sus dirigentes, sus valores éticos y culturales y sus estrategias. Puede comunicarse mediante programas de identidad corporativa; pero, la identidad per se es muy difícil de cambiar, ya que constituye el verdadero eje en torno al que gira la existencia de la propia organización.

[… C]uando una compañía sufre un verdadero trauma, […] todo parece indicar que la empresa y su identidad pueden llegar a modificarse en sus propios fundamentos.

[…] La imagen corporativa no es más que la que un determinado público percibe sobre una organización a través de la acumulación de todos los mensajes que haya recibido.

[…] Al contrario de lo que sucede con la identidad, la imagen es relativamente fácil de cambiar. Aunque a veces se requiere un esfuerzo importante para cambiar una imagen muy arraigada, la percepción de una organización se puede crear con gran rapidez [IND, 1992: 3-8].

Y lo último señalado en la cita anterior puede suceder tanto para bien como para mal.

Borrón y cuenta nueva, ¿para qué?

Llevamos tres años del actual gobierno, uno dedicado a dividir, a vapulear e intimidar a todo el que lo contradiga, a imponer su supuesta visión de país anclada en una contradictoria cartilla moral, una historia nacional de contentillo y reacciones majaderas.

Se avecina un probable plebiscito para votar una revocación de mandato que de forma intrínseca implica, como anverso de una moneda y dependiendo del sentido del sufragio, a su reverso, es decir, la ratificación del mandato. Aunque, primero, es probable como ejercicio en función de que se cumpla con el primer requisito que es el mínimo de firmas ciudadanas para justificar la programación, planeación y ejecución de los comicios y esto de forma muy independiente a que haya o no un presupuesto ajustado al efecto. Y segundo dato, como se trata de una figura nueva y un ejercicio también novedoso, y no siendo la ley retroactiva, el resultado no será íntimamente vinculante para el actual gobierno, por lo que, a pesar de simpatizantes y detractores del hecho, el actual gobierno esta obligado por la Constitución a terminar en el período para el que fue legal y legítimamente electo. Por supuesto que, de salir favorable y suficiente la votación para revocar el mandato, el Presidente estaría también en su derecho de renunciar al cargo alegando atenerse a la decisión ciudadana como endeble justificación comprendida en la Carta Magna.

[…] debemos ubicar que existen siete casos básicos en los que puede faltar el presidente mexicano. El primero es porque no se presente a tomar posesión. El segundo, porque no se haya calificado la elección llegado el día de asumir el cargo. El tercero, por impedimento físico. El cuarto, por impedimento mental. El quinto, por prisión. El sexto, por desaparición o deceso. El séptimo, por abandono o renuncia [MORA / ORTIZ / ROMERO, 2001].

Preguntémonos cuál es nuestra identidad como mexicanos. ¿Alguna vez hemos cuestionado asertivamente las imágenes corporativas, institucionales de nuestros gobiernos en todos los niveles más allá de lo superfluo? No hay presidente que no haya sido objeto de escarnio, ni en el siglo XIX ni ahora, ¿por qué tendría que ser la excepción AMLO? Y viceversa, ¿por qué no ensalzar lo positivo, así se trate de una sola cosa? Hay quienes viven, como el Periquillo Sarniento, de travesura en travesura, cagándola aquí y allá, pero basta un acierto para ser recordados como quien dejó honda huella a pesar de excesos, omisiones y estupideces.

En días recientes y una vez más, el presidente Andrés Manuel López Obrador emitió un nuevo decreto en la idea de lo que vamos planteando, y cabe preguntarnos cuán traumatizado podía estar el país entero como para que nuestro gobernante llegara a la conclusión, desde sus tiempos de campaña, de que todo debía ser hecho añicos para, como hacen los japoneses con las casas viejas de madera, derruir para construir un México nuevo. El nuevo decreto instruye la "desaparición" de Indesol (Instituto de Desarrollo Social) para dar paso a la Dirección General de Bienestar y la Cohesión Social. La decisión que se suma a otras como la desaparición de fideicomisos, el desmantelamiento del Estado Mayor presidencial, en Seguro Popular, entre muchas más aburre. Porque implica una falta de propuesta, como tantas otras decisiones del actual gobierno empeñado en usar la goma mejor que sacar punta al lápiz.

Aburre porque implica, a la vieja usanza, más cambios de nombres y siglas y "reestructuración" (física, organizacional, presupuestal) que al cabo de este gobierno volverán a desaparecer para dar sitio al capricho del tlatoani de turno. Algo que, por costos de imagen corporativa, institucional, nadie se ha puesto a medir con cada cambio de gobierno.

Durante el priato, los cambios institucionales eran el pan nuestro de cada sexenio, aunque si hemos de ser objetivos, llevaban una lógica ajustada al interés nacional y no nada más partidista. Ventajas, quizás, de una gobernanza única. Bajo esa costumbre es que se forjó el actual presidente retrógrada y cree que los tiempos son propicios para hacer cambios a diestra y siniestra con la mano en la cintura.


Es verdad que en tiempos difíciles y traumáticos, como los que estamos viviendo, con una recesión económica global, una pandemia que nos tiene apergollados, se imponen recortes presupuestales, un dato contradictorio porque es cuando más se sugiere incurrir en el pulimiento de la comunicación organizacional. En un sentido, las "mañaneras", como ejercicio de comunicación, se ajustan a las expectativas comunicacionales del adecuado manejo de una imagen institucional en tiempos de crisis y es explicable el afán de recorte a áreas como las relacionadas con el INE; pero, por otro lado, es contradictorio porque, si lo que se pretende es aprovechar el impasse para afinar "como anillo al dedo" los fundamentos democráticos del país, las decisiones tendrían que ser más congruentes con la finalidad y, en cambio, estos plumazos organizacionales derivan en gastos de comunicación e imagen necios.

Un gobierno de veras sensible a la economía, a la austeridad, al despilfarro, tendría que unificar el criterio de imagen institucional por uno específico y exclusivo que hablare no del partido o las personas en el poder, sino de México en su totalidad. En este sentido, el único cambio coherente hecho por AMLO es el referente a la reestructuración organizacional de las Fuerzas Armadas, algo que hacía décadas se hacía necesario para las mismas y para dar certitud a sus miembros tanto como al sistema de seguridad nacional, so pena de las sospechas que pudiera prohijar sobre el presumible mayor afán de control.

La imagen institucional importante debería ser la del país entero y no la del gobierno, partido, dependencia de turno. Al final, México es como cualquier empresa y ninguna que se precie de su solidez y sustentabilidad (sostenibilidad aplica a lo ecológico) hace modificaciones, transformaciones drásticas en logotipos, colores, diseños, valores, inventando, fusionando o eliminando direcciones, etcétera por puntada del CEO del momento.

Marcas que dejan huella

Por algo se pensó décadas atrás en el desarrollo de una "marca México" que nunca ha llegado a cuajar del todo por culpa de los intereses políticos, más que económicos.

En un artículo añejo aquí califiqué las típicas provocaciones del hoy presidente como "Arietes marca AMLO" y no me equivocaba. Esa es la marca de este gobierno.

Cada candidato y cada partido busca pervivir en la memoria efímera del período a su cargo, dejando un sello distintivo; y si bien es parte de su derecho personal o institucional, según el caso, no deja de ser una monserga que conlleva obligaciones que podrían moderarse para un bien común, pues con ello incurren en gastos elevados en cambio de papelería, logotipos, colores, y un muy largo etcétera comunicacional que, por otro lado, sí, da trabajo a diseñadores, impresores, publicistas colegas míos y muchos más.

Pero, piensen lo que nos ahorraríamos si desde el poder federal se decretare, en vez de las ocurrencias de uno como si resultado de la ociosidad: "¿Ora qué hacemos Molcas?", hacer una sola imagen unificada de país, adoptada por todos los estados, dependencias y niveles de gobierno, con la única salvedad de los rasgos distintivos propios de cada cual (no de cada partido o el gusto del gobernante en el poder). Es decir, los mismos colores para todo, los mismo patrones, pautas, tal como está previsto en la Constitución para los símbolos patrios, solo que extendiéndolo a todo y no bajo la óptica de un presidente específico, cada seis años o cuatro o tres, según el nivel de gobierno o la legislatura de turno. Económicamente hablando el ahorro sería sustancioso, se invertiría en una imagen y una identidad como país, estado, municipio, capaz de consolidar lo que somos hoy y atravesar el tiempo. Es momento de dejar de ver los estados de cuenta del predial como un volante propagandístico al modo como los reyes y emperadores plasmaban su efigie y triunfos en la acuñación de monedas, si bien en ese tema, el dinero en tanto signo y símbolo es "otro boleto" apasionante sobre el que escribiré en otra ocasión.

De nuevo, preguntémonos, qué definición de país tenemos cada uno. Hemos vivido bajo al argumento de ser una sociedad apuntalada en un mosaico cultural nutrido con una colección de culturas indígenas permeadas por la conquista y la colonia, tanto para bien como para mal, con la influencia española, estadounidense, católica, china. La corrupción ya existía en tiempos prehispánicos como ahora y es un cuento plantear la peregrina idea de que se la borrará como si nada. El concepto del "mexicano enano" ha sido revestido con eufemismos gazmoños que disimulan la podredumbre de nuestra sociedad. Si antes fuimos la imagen del campesino sentado a la sombra de un sombrero de ala y recargado en un nopal, chingón hijo de la chingada, jodido bienaventurado entre los jodidos, entonces cuál es la imagen que ahora queremos dar, ya no solo al resto del mundo sino a nosotros mismos cuando ya no somos del todo indígenas, ni castizos, ni criollos, y sí, sin duda, mestizos. ¿Acaso la de un país administrado por un presidente que goza mirar su efigie de trapo como muñeco de vudú? ¿Quién le hincará los alfileres para curarle las dolencias mientras sus decisiones lo ponen a cada rato a la mesa para comer el antojito junto a los otros muñecos y títeres del closet infantil?

El presidente afectará el carácter de la compañía más de lo que puede querer admitir. Ese efecto será influido por su tenencia del cargo, el carácter prexistente de la compañía, su personalidad y su esfuerzo consciente por desempeñar un papel positivo en la configuración de la compañía. Sólo el último factor es verdaderamente controlable. Un esfuerzo positivo del presidente ayudará a crearle a la compañía una reputación más amplia, más positiva, que tenga ventajas nítidas, distintas.

[…] Como presidente, usted afecta el carácter de su compañía [país] y la forma en que esta es percibida, más que ninguna otra influencia. Esto es válido independientemente de su estilo de gerencia. Sea que opere con una alta visibilidad […] o que prefiera trabajar calladamente, tras bambalinas, a través de los demás, está configurando la personalidad de la organización entera. Esto lo hace de dos formas: a través de las decisiones que toma, de las prioridades que establece, de la estructura de su gerencia y, lo más importante de todo, a través de su personalidad y estilo. Esta última puede ser una influencia mucho mayor de lo que usted querría reconocer. Gústele o no le guste, esta función es una parte tácita de todo contrato de trabajo para el cargo de presidente. Mire hacia atrás y recuerde cuánto tiempo gastaron usted y sus colegas, como equipo de gerencia, tratando de descifrar al jefe. ¿Hacia dónde estaba conduciendo a la compañía? ¿Qué lo irritaba? ¿Qué lo impresionaba? Todas esas eran preguntas que usted tenía que considerar para ir forjando su carrera. La siguiente generación está tomando nota de sus señales en la misma forma.

Esta influencia estará allí, sea o no sea usted consciente de ello. Y no se irá aunque intente ignorarla. Usted tiene la posibilidad de elegir, reconocer ese papel, controlarlo y usarlo para beneficio de la compañía [país], o evitarlo lo mejor que pueda. Eso puede hacerlo por algún tiempo optando por creer que el carácter de la compañía [nación] es algo que heredó, que está implícito en la estructura, y lo cual tiene que aceptar. Esa visión tiene cierta validez cuando es la primera vez que se hace cargo de la dirección de una compañía, pero al final su influencia personal prevalecerá [GARBET, 1991: 216-217]

Los traumas de AMLO no tienen por qué ser los mismos del resto de los mexicanos. La pobreza extrema, la segregación étnica y de clase más que solo racial, el abandono del campo, la medianía procesal jurídica, son algunos de los traumas que nos aquejan como sociedad. ¿Son suficientes, terapéuticamente hablando, como para mandar al diablo las instituciones y cortarnos las raíces de lo que fue para instaurar lo que uno cree pudo haber sido?

Mirar atrás puede ser tan malo como positivo. No todo tiempo pasado fue mejor, como no toda promesa sobre lo porvenir supone una panacea salvadora. Y viceversa, no todo lo de ayer fue para nuestra perdición y merece escarnio y olvido, como no todo lo presente y futuro han de tomar como causa esa finalidad de corregir lo anterior.. Lo hecho, hecho está. Mirar hacia adelante requiere valentía. Ya basta de acusar a los que antecedieron, de patear los escombros y de martillar las paredes en busca del tesoro escondido. No hay nada nuevo bajo el sol y ningún presidente, por bien intencionado que sea, puede tapar el sol con un dedo flamígero.

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Referencias

  • IND, Nicholas. La imagen corportativa. Díaz de Santos, Madrid. 1992
  • GARBETT, Thomas F. Imagen corporativa. Cómo crearla y proyectarla. Legis Editores, Bogotá, 1991.
  • MORA / ORTIZ / ROMERO Apis, Tere / Irma y José Elías "Opiniones sobre la suplencia presidencial" (extracto de carpeta de análisis informativo y de opinión, 2001). H. Cámara de Diputados. Servicios de Investigación y Análisis / Análisis de política interior. Sin fecha de publicación. Consulta: 2 de enero de 2021 desde http://www.diputados.gob.mx/sia/polint/dpi37/6opinion.htm#:~:text=El%20primero%20es%20porque%20no,El%20cuarto%2C%20por%20impedimento%20mental.

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