Mercado de la Información
CON CIERTA FRECUENCIA CONTESTO encuestas, especialmente de esas que dizque dan dinero (pesos que solo, hasta hoy, veo acumulados en una cuenta mientras alcanzan el límite mínimo de cobranza). De cinco en cinco pesitos voy "ahorrando".
El hecho de que se ofrezcan premios, cupones o dinero en efectivo por la contestación de encuestas es un arma de dos filos para los negocios y especialmente para los "investigadores", pues por más candados y trampas que pongan para cerrar la población de su interés, más pronto que tarde, en afán de obtener el premio quienes respondemos terminamos mintiendo.
Resulta incluso grosero y discriminatorio que, por ejemplo, no se consideren ciertas ocupaciones como si no pudieran establecerse a partir de ellas nichos y sus comportamientos. Nunca he visto que, por ejemplo otra vez, se cuestione si el entrevistado es digamos artista. Se espera por defecto que quien conteste tenga cierto nivel educativo, se halle en ciertas y limitadas ocupaciones que se da por sentado componen el grueso de la población económicamente activa, como si un pintor o un escritor o un artesano no comieran, no cagaran, no tuvieran hijos en edad de usar pañales, no consumieran ropa o contenidos de la Internet.
El hecho de que se ofrezcan premios, cupones o dinero en efectivo por la contestación de encuestas es un arma de dos filos para los negocios y especialmente para los "investigadores", pues por más candados y trampas que pongan para cerrar la población de su interés, más pronto que tarde, en afán de obtener el premio quienes respondemos terminamos mintiendo.
Esta práctica que se popularizó en el primer lustro del siglo XXI ha traído consigo también la popularización de la mentira como recurso informativo subyacente en una buena cantidad de información que circula en la Internet y no nada más.
La mentira en las encuestas deriva en un sesgo de la información y por lo tanto no abona a la adecuada toma de decisiones, sobre todo de índole mercadológica y administrativa. Entre la mentira y los excesos que pueden encontrarse en datos y contenidos a lo largo y ancho de los medios de comunicación hoy está el deseo como motor. El deseo de aportar lo que uno cree y lo que uno necesita.
Los cuestionarios de las encuestas siguen haciéndose a la vieja usanza y con las mismas creencias metodológicas de antaño, es decir de la segunda mitad del siglo XX, incluyendo preguntas cuya finalidad es descartar probables entrevistados influidos por el conocimiento de causa. Ejemplo, siguen eliminándose a quienes tenemos algo que ver con la publicidad, la comunicación, como si no fuéramos también potenciales clientes de lo que se quiere averiguar. ¿Acaso no consumimos también? Esta es una práctica contra la que, mientras estuve como docente en la academia, siempre me opuse. Si bien entiendo su finalidad original, hoy por hoy me parece una estupidez que ni siquiera se ha afinado.
Otra... Se incluyen preguntas que se espera las personas contesten con franqueza, pero cuando una persona se siente excluida desde la pregunta, más cuando ya ha avanzado lo suficiente en el cuestionario, con tal de terminar y no perder la oportunidad del pago, opta más pronto que tarde por mentir. Ejemplo: yo no tengo hijos, pero eso no significa que no vaya al cine y disfrute películas infantiles. Tengo que inventarme que no tengo 52 años, un hijo o hija de ciertas edades para continuar con el cuestionario. Entonces respondo como si fuera ese niño. Entrego información útil, desde mi perspectiva. A veces resulta y gano el premio, otras redunda en una pérdida de tiempo sin mérito alguno. Teniendo experiencia en la elaboración y medición de este tipo de instrumentos tampoco veo preguntas suficientemente capaces de identificar el grado de honestidad del encuestado.
¿Debe o no debe pagarse por obtener información? ¿Cuál es la tasa de honestidad y su relación con la tasa de sesgo de la información obtenida por este método? ¿Cuánto podemos confiar los consumidores, aún más que los comerciantes, con estas prácticas de metodología publicitaria y mercadológica? ¿Quién manipula a quién?
Tras la teoría de la encuesta se sigue apelando a una separación social en clases. Sí, es verdad que la estratificación social sigue siendo un dato indubitable y tristemente indeclinable dadas las características mismas del ser humano y las sociedades que construye, no obstante la gente evoluciona en lo individual tanto como en las formas de su convivencia, desempeño y desarrollo. Hoy muchas veces resulta ocioso preguntar sobre el material del piso de la casa que se habita, como si no hubiera personas habitando piso de tierra pero con poder adquisitivo suficiente como para tener en el interior del hogar los más actuales avances de la tecnología como un teléfono celular, por ejemplo.
Las categorías de clasificación de los datos deberían ya estar acordes a la actualidad, pero los estadísticos siguen anclados, anquilosados por los protocolos, procedimientos y formulaciones surgidas en los años cincuenta y revisadas en los setentas. La sociedad, repito, ya no es la misma.
Resulta incluso grosero y discriminatorio que, por ejemplo, no se consideren ciertas ocupaciones como si no pudieran establecerse a partir de ellas nichos y sus comportamientos. Nunca he visto que, por ejemplo otra vez, se cuestione si el entrevistado es digamos artista. Se espera por defecto que quien conteste tenga cierto nivel educativo, se halle en ciertas y limitadas ocupaciones que se da por sentado componen el grueso de la población económicamente activa, como si un pintor o un escritor o un artesano no comieran, no cagaran, no tuvieran hijos en edad de usar pañales, no consumieran ropa o contenidos de la Internet.
En este sentido, los avances y propuestas del principal buscador, Google, han, sí, sentado las bases para una revolución en la manera como se segmenta y recaba la información de manera dinámica. Los despachos de investigación, los investigadores son los que están estancados, a pesar de las nuevas aplicaciones y, en el actual mercado de la información se requiere más imaginación metodológica,
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