Morir en el ring

marzo 24, 2015 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Foto: Ramón Blanco/Juan Carlos Pelayo.- Comisionado de box y lucha de Tijuana
Zeta Tijuana  

ERA DE LA OPINIÓN... de que así como la vida es sueño, los accidentes, accidentes son...

El conjunto de luchadores, empresarios y personalidades asociadas al box y la lucha, en sus distintas declaraciones a varios medios desde el acontecimiento de la muerte de "El Hijo del Perro Aguayo" han insistido en el hecho de que se trató de un accidente lamentable y, en buena medida, menosprecian así el hecho bajo esta argumentación que naturaliza la fatalidad como un riesgo natural del ejercicio de deportes de contacto o los de alto riesgo, como una posibilidad sabida y por tanto asumida por quienes los practican, razón por cierto que no se aplica en igual medida a otras profesiones riesgosas como las policíacas, por ejemplo, donde los accidentes son muy penados tanto por la ley como por la conciencia colectiva siempre al pendiente de los atropellos a los derechos humanos.

Destaca en este sentido lo dicho por Juan Carlos Pelayo Sánchez, presidente de la Comisión de Box y Lucha Libre y Artes Marciales Mixtas de Tijuana a la periodista Adela Micha respecto de lo que consideró un incidente:
Fue un fatal accidente deportivo y yo así lo dejaría.
Dicho que se complementa por lo declarado por Pelayo al periodista Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula, considerando improcedente que el luchador "Rey Misterio" pueda pisar la cárcel, dando a entender, sin decirlo —quizá sin pensarlo—, la equivalencia del hecho con un accidente de trabajo, casi como el que puede tener cualquier obrero:
En la tipicidad del delito hay excluyentes. El Ministerio Público tendrá que analizar que no había intención de ocasionar ningún daño a su compañero y que fue un hecho derivado del trabajo que ellos realizan, pero que no tenía el fin de ocasionarle la muerte o algún daño a alguien.
Por su parte, el luchador "Rey Misterio" se ha negado a dar entrevistas, arguyendo que no está dispuesto a dar pie al amarillismo de los medios que reclaman un culpable, además de no querer comprometer la declaración a que le obliga la circunstancia ante el Ministerio Público.

El luchador "Supernova", quien también saliera herido en otro de los espectáculos de la misma función en que muriera "El Hijo del Perro Aguayo", en entrevista a Televisa Deportes declaró:
Fue una noche oscura, muy tensa, muy rara [...] Uno sube con el riesgo de que ya no puede bajar y lamentablemente le sucedió al "Perro"; y no por eso se tiene que culpar a otras personas de que lo hayan matado.

Impunidad accidental
-- [Foto: webpark.ru] --
Aun cuando la lucha, como el box o las artes marciales, el automovilismo, la tauromaquia y otras actividades de grave riesgo, ya se sabe, implican un entrenamiento, ensayos coreográficos que tienen como finalidad precisamente disminuir la posibilidad del riesgo mortal, eso no excluye de responsabilidad a quien, por error o negligencia o estupidez incurre en o provoca un accidente capaz de atentar contra la vida propia o ajena, como tampoco excluye de responsabilidad a quien cómplice lo prohija ya con el aplauso, ya pagando los costos económicos, ya haciéndose de la vista gorda.

Y aquí viene la contradicción detrás de quienes alegan, por ejemplo, en favor de la vida de los animales, toros o leones de circo o los selváticos. Si está bien preocuparse de sus derechos, olvidando su condición de bestias, ¿por qué no aplicar el mismo rasero al ser humano so pretexto de que este se involucra en actividades como estas por propia voluntad?

¡Acabemos con el sufrimiento de los toros! ¡Acabemos con la industria del espectáculo taurino y similares! ¡Terminemos con la cacería! ¿Y por qué no acabar también con esas actividades que, siguiendo su línea de pensamiento, propende a la justificación de la violencia ingénita en el hombre, promueve esta como un recurso catártico. ¿Acaso la vida de los animales es más preciosa que la humana? ¿Acaso la vida humana, tan preciosa como cualquiera, por el solo hecho de ser humana ha de estar sujeta a principios distintos? Que conste, en estos apuntes y cuestionamientos sarcásticos no estoy afirmando, ni siquiera entre líneas, estar ni con tirios ni con troyanos. Lo que apunto es que la estupidez de unos puede dar espacio a la estupidez de otros; porque la estupidez es la constante más ferviente en el ser humano.

¡No te subas a ese árbol, niño! ¡Pero tampoco te dejes del que abusa de ti! ¡Arremete intolerante contra el injusto! Bofetón por bofetón, diente por diente. Total, ¿qué tanto es tantititito?

Muchos de esos mismos que alegan tal también se oponen, escandalizados, a los juegos de vídeo y películas y caricaturas cargadas de violencia. ¡Que se erradiquen!, gritan, para no seguir distorsionando las mentes de nuestra infancia.

Ahí es donde el fundamento filosófico detrás de los alegatos pierde sustancia, pues está visto que tan "inocente y salvaje" puede ser un toro, sujeto a la voluntad del ganadero y todos los intereses alrededor de su presencia, como "inocente y salvaje" puede serlo el torero, el boxeador que pisa el escenario voluntariamente aunque sujeto por la necesidad —hay que ver cómo explotan a los más ingenuos, a los socialmente más vulnerables que esperan ganar, más que un cinturón o una medalla, el pan nuestro de cada día— y el afán de satisfacer intereses creados alrededor de su presencia.

Pregunto entonces, si seguimos los alegatos de quienes defienden al toro por sobre el torero, por ejemplo: ¿son el box y la lucha profesiones donde caben asesinos legitimados por el quehacer del espectáculo y el afán de erigirlos en ejemplo de salud física y mental, del modo que la fiesta brava da pie a carniceros con lentejuelas y el circo hace lo propio con verdugos torturadores de carpa?

Por supuesto que damos por sobreentendido que ninguno de los luchadores o boxeadores son asesinos a sueldo, como tampoco el torero es un carnicero idolatrado y el domador se juega el pellejo en la cercanía de fauces y garras; sería incluso ofensivo tacharlos de tal manera, dicen; sería una forma de difamación acusar a uno en específico de ser homicida como injusto lo es acusar al otro de ser abusivo frente a las astas o los rugidos.

Se sobreentiende también que en estas actividades no existe dolo ni premeditación, o eso queremos suponer para aquellas en que intervienen hombre contra hombre, en una muy civilizada confrontación de guerreros sin más armas que su propio cuerpo o algún adminículo a manera de extensión, mientras en cambio asentimos con contumaz certeza lo contrario para el caso del toreo. En la antigüedad algunas guerras se dirimían solamente mediante un torneo, campeón contra campeón. Hoy, los torneos se dirimen moneda sobre moneda.

Pero la ley es clara en este aspecto y, guste o no, así como los deportistas están conscientes del riesgo que corren en sus personas, deben estar también dispuestos a asumir la responsabilidad y la consecuencia de sus actos y omisiones en tanto agentes de esa posibilidad de la muerte de otro a causa de su fuerza y sus manos o los instrumentos de su ocupación. A lo hecho, pecho.

La indignación de los defensores de los toros y los animales del circo, por ejemplo, ha llevado hoy a que, como una forma marginal de castigo al hombre abusivo, por lo pronto los cirqueros paguen la factura junto con sus familias enfrentando el desempleo, y esos mismos animales defendidos a ultranza pero dependientes del hombre tengan que pasar sus últimos días o en zoológicos o dejados a su suerte en la salvaje naturaleza a la que ya no están acostumbrados.

Agregar leyenda
La indignación de los aficionados a esas actividades riesgosas, en cambio, ve como algo natural que uno quede idiota, baldado o muerto a manos de otro o de sí mismos. Si unos se espantan con la sangre del toro y reprueban las tradiciones semejantes heredadas de tiempos inmemoriales, otros se excitan con la sangre y el sudor del  "hombre de acción". Conozco alguna respetable, atlética dama que entre sus trofeos tiene un guante de un famoso boxeador. No lo ha lavado, porque la excita el aroma rancio de la sangre y el sudor combinados. Al fin, hay gustos para todo.

El homicidio imprudencial es un cargo irreductible. No debería dar cabida a ninguna forma de impunidad ni siquiera por sentencias "comprensivas" basadas en supuestos atenuantes excluyentes del hecho en sí.

Aquí, en la muerte de "El Hijo del Perro Aguayo", como en otras muertes acaecidas en diversos deportes y en variadas circunstancias, hay uno o más agentes, directos o indirectos, de un deceso. Hay un occiso, no nada más ¡ups! un fallecido, dos palabras muy distintas: occiso es la persona muerta violentamente, por causas no naturales y ningún accidente y la emergencia que supone en circunstancias como las que llevaron al luchador a fenecer triste y miserablemente pueden ser consideradas como un "efecto natural" o "daño colateral" por más que se lo acepte como consecuencia derivada. No darnos cuenta de eso, no querer darnos cuenta de eso y no poner el remedio —no nada más en este caso sino de raíz haciendo las modificaciones legales y reglamentarias precisas y oportunas solo incidirá en que descubramos que dedicarse a una actividad semejante es tanto como estar dispuesto al suicidio asistido.

Si moralmente en nuestra sociedad mexicana, a este último, el suicidio asistido —que no la eutanasia, son dos cosas distintas— lo mira con horror y suspicacia, ¿cómo es posible que se acepte en cambio este contrato social perverso, morboso en el que uno está dispuesto a entregar la integridad física y hasta la vida para el disfrute de otros. Porque, a pesar del escándalo, quién puede negar que no se cumplió en este "fatal accidente deportivo" el oscuro y oculto deseo de más de uno entre el público acostumbrado a arengar entre vítores y rechifla ¡mátalo, mátalo de una vez!

Hay aquí, queramos o no verlo, un crimen; también en sentido específico de delito grave y, contra lo que opina el comisionado de lucha, de acción indebida y reprensible, aun cuando no se trate de una acción voluntaria y dirigida, con dolo y premeditación de matar o herir gravemente a alguien.

Yo no quiero que alguien en particular sea el pagano. No se trata de cazar brujas, sino de hacer justicia coherente. El que la hace como el que la deja de hacer, tarde o temprano —ese es el riesgo, también— debe pagar. Sea uno o sean dos o tres, este tipo de situaciones deben llevar a castigo, de un modo u otro, a los responsables. Sí, no faltará quien, misericordioso, piense que "Rey Misterio" llevará la culpa cargando en su conciencia y que con eso es suficiente. Pues no, no lo es. ¿Porque cuántos antes y cuántos mañana seguirán impunes por virtud de ¡ups! un accidente.

Urge legislar al respecto. Urge regular las comisiones, federaciones, asociaciones y empresas ligadas con estas actividades tan nobles como lo son las deportivas, por el bien de los mismos que hacen el espectáculo y sus familias, por el bien de los espectadores. Urge poner en orden la medicina deportiva en México. O váyase pensando de una vez con qué sustituiremos a los boxeadores y luchadores cuando la violencia del espectáculo —que ha ido escalando en crudeza conforme evolucionan el público, sus maneras y expectativas— sea tal que no haya modo de controlar a la fatalidad o esta se vuelva el ingrediente clave para el éxito de taquilla.

La muerte no sobreviene por sí sola, por generación espontánea, aunque a veces así lo parezca o así queramos imaginar que ocurre. Es el efecto final de un conjunto de causas fatales que, en este caso, convergieron en un cacofónico concierto de voces exultantes dentro y fuera del ring.

Toda proporción guardada, lo experimentado por los mexicanos en los recientes quince días, entre el despido de Carmen Aristegui y la muerte de un luchador lleva un mensaje similar: cada cual debe hacerse responsable de sus actos, omisiones y yerros. Mientras en un lado se da la tentación de andar como plañidera llorando una presumible cortapisa a la libertad de expresión —lloriqueos y reclamos, por cierto, expuestos a diestra y siniestra sin menoscabo aparente de dicha libertad supuestamente agraviada—, por otra parte nos percatamos de que somos permisivos de lo más deleznable en aras del solaz y el entretenimiento. Unos buscan quien la pague, mientras otros buscan no pagar.



0 comentarios:

Gracias por sus comentarios con "L" de Lector.