Escuela para gobernantes


EN LA HISTORIA DEL PAÍS (sin ser el único caso) hemos tenido de todo en puestos públicos. Durante años, sobre todo el siglo XIX y la primera mitad del XX, abundaron los administradores, administradores públicos y sobre todo abogados, contadores, escritores, clérigos, periodistas, sin olvidar militares y médicos, maestros, algunos de ellos hechos sobre la marcha: Benito Juárez, Porfirio Díaz, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Belisario Domínguez, Ignacio Ramírez "El Nigromante", Agustín Yáñez, Salvador Díaz Mirón, son solo unos cuantos de la larguísima lista que podría citarse. ¿Qué sabían ellos de gobernar, de interpretar una ley, administrar proyectos públicos, sino solo lo que el sentido común les dictaba en sus respectivas épocas y oportunidades? Y sin embargo nos legaron el país que tenemos, con sus fortunas y sus sinsabores.

Aspirantes a gobernar

De todos los que podríamos enlistar solo dos fueron preparados desde la infancia para ser gobernantes. Uno fue hecho a un lado por la conquista y en su momento rechazó aliarse con los conquistadores, aunque su descendencia ha sido amplia y fructífera. Me refiero a Moctezuma II. El segundo fue Maximiliano de Habsburgo.

A partir del segundo tercio del siglo XX se sumaron otras profesiones al servicio público, ya fuera desde el activismo, como meros empleados burócratas, gestores o, para recordar a Rodolfo Usigli, como extensionistas de las políticas de gobierno: agrónomos, normalistas, ingenieros de diversas especialidades, economistas, sociólogos. Andrés Manuel López Obrador es sociólogo, y en su juventud fue criticado por ser un fósil en la UNAM y titularse tardíamente y su preparación y práctica nunca fueron de gobierno hasta que consiguió ser Jefe del Distrito Federal.

Así como no hay escuela para padres, nadie nace sabiendo y las universidades solo proveen las bases "elementales" de conocimientos que luego la experiencia y solo ella va matizando junto con los intereses, gustos y habilidades personales en la aplicación práctica. Así que mucho de lo que se hace en la experiencia cotidiana de gobernar, de ejercer la política y administrar lo público recurre al sentido común (aun si se trata del sentido común de unos pocos privilegiados, corruptos, oportunistas, narcisitas y acomodaticios). La clave no está tanto en los conocimientos —sin que por ello los menosprecie, todo lo contrario—, sino en la astucia, la inteligencia, la sagacidad y sensibilidad de los actores económicos, sociales, políticos no nada más para aprovecharse, sino para incidir en beneficios concretos para la colectividad.

Ronald Reagan era actor como lo es Rocío Banquells y gobernó al país más poderoso, y en su tiempo nadie daba un dólar por él. Como ya planteaba Denis Diderot en la época de la Ilustración: hay dos clases de hombres, los actores y los espectadores. Políticamente hablando y trayendo a cuento los inicios de la democracia, los primeros son los que gobiernan los quehaceres, los segundos quienes disfrutan o padecen sus efectos.

La maldita y estúpida meritocracia nos ha querido imbuir el cerebro por generaciones con la idea de que obtener un título de grado académico o un cargo ascendente justifican una carrera y un desempeño; pero, la experiencia nos demuestra que ello no garantiza ni la inteligencia, ni la capacidad, ni la perspicacia de los legisladores y gobernantes y funcionarios públicos (como tampoco en el ámbito privado) al momento de la toma de las decisiones que determinan el curso y destino de una familia, una organización social o empresarial o una nación. No es un asunto de género, raza o condición o clase sociales.  Y si las leyes son sujetas a interpretación no es sino por los resquicios que la voluntad política, la impericia o la perversidad lingüísticas provocan en su posibilidad de aplicación y no solo lectura comprensiva.

La aspiración radica en el querer tanto como en la necesidad

Los países, como los individuos, también tienen vocaciones, pero nadie se ha detenido a clarificar cuál es la vocación de México o de China para su inserción en el concurso de las habilidades y cooperación planetarias.

Por mucho tiempo fuimos educados para ser "empleados" (eufemismo moderno para referirnos a la esclavitud institucionalizada y permitida), luego, al no ser eso suficiente para satisfacer nuestros afanes y necesidades, introdujimos la idea de preparar a las generaciones nuevas para "emprender" en un mundo donde las oportunidades de competencia se han vuelto absorbentes, agresivas, aniquilantes. Pasamos de la sociedad de la erudición a la de la especialización cada vez más atomizada y por lo mismo anquilosada; transitamos de la administración de bienes a la administración del conocimiento, de la burocracia a la opinioncracia (concepto que acuñé en este blog Indicios Metropolitanos) en los límites de la infosfera. Hoy hay agrónomos que son excelentes comerciantes, abogados que son grandiosos administradores, médicos conformes con conducir un taxi, hombres y mujeres pervertidos por la necesidad o la ambición que acaban prostituyéndose, corrompiéndose a sí mismos y a otros, científicos felices de ser "obreros de la educación", etcétera.

Pues lo mismo pasa en política, donde todos buscamos, aspiramos ejercer y ejercitar nuestros derechos, pero no nuestras obligaciones; mamar del presupuesto, eludiendo las correspondientes imposiciones que implica la reciprocidad entre gobernantes y gobernados. Ese inalienable derecho a votar y ser votado empieza a mostrar su rostro pervertido como otros derechos que hemos llevado al extremo y aquí y así sufrimos las consecuencias. Todo por qué, por vivir de supuestos, de apariencias, de percepciones como Narciso.

El confusionismo amloísta que no es confucionismo

Tras las declaraciones recientes del presidente Andrés Manuel López Obrador señalando a la clase media mexicana como el nuevo villano de la película, como el autor de las derrotas del partido MORENA en las elecciones del seis de junio de 2021, una palabra quedó clavada en la palestra y en el ánimo de los mexicanos como uno más de los adjetivos divisionistas, sumándose a "chairos", "fifís", "liberales" y "conservadores" que han conformado el provocador léxico lopezobradorista.

La palabra "aspiracionista" no existe como tal en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Sin embargo, se trata de un vocablo adjetival construido con el verbo "aspirar" para el que el DRAE anota en sus connotaciones quinta a séptima: 

5. tr. desus. inspirar (‖ infundir afectos, ideas, etc.).

6. intr. Desear o querer conseguir lo expresado por un complemento introducido por a. "Aspira A una vida mejor" (por ejemplo)

7. intr. desus. Alentar, respirar.

De ninguna manera tiene una connotación directa de corte negativo.

Aún más. La palabra está compuesta con el sufijo -ista que también el DRAE recoge a partir de la etimología con las siguientes acepciones:

1. suf. Forma adjetivos que habitualmente se sustantivan, y suelen significar 'partidario de' o 'inclinado a' lo que expresa la misma raíz con el sufijo -ismo. Comunista, europeísta, optimista.

2. suf. Forma sustantivos que designan generalmente a la persona que tiene determinada ocupación, profesión u oficio. Almacenista, periodista, taxista.

Así, en estricto sentido, la palabra no tiene un valor negativo. El valor, sin embargo, puede cambiar por virtud de los elementos metalingüísticos que rodeen a la palabra empleada. Y en este caso ha sido claro el tono peyorativo, despreciativo, denigrante usado por el presidente López Obrador con base en un claro prejuicio que pervierte el significado de la palabra con base en, eso sí, mezquinas experiencias que algunos individuos o grupos (no necesariamente clasemedieros como el mismo presidente es) pudieran haber tenido o los mueven.

El mismo presidente luego trató de matizar, llevando por las ramas una discutible filosofía moralina acerca de la construcción de una "nueva clase media" más solidaria, humanista (siempre confunde el término con "humanitario", ya lo he escrito varias veces aquí y en redes sociales) y en cierto modo más dúctil con base en el conocimiento acrítico de la información oficial o crítico solo respecto de lo contradictorio frente al discurso del poder (excluyendo cómodamente al poder presidencial).

Ese señalamiento, en esos términos y tono hacia quienes conforman el 70% de la población mexicana y cuya mayoría le dio indiscutiblemente su voto de confianza para hacer gobierno, hoy ofende en tan torpes declaraciones.

Los matices posteriores hechos por el presidente Andrés Manuel López Obrador caen en el equívoco al enfatizar al "neoporfirismo" como causal de todos nuestros males. Esos matices, extraídos de su libro Neoporfirismo: hoy como ayer, abrevan y pretenden actualizar los planteamientos del economista don Jesús Silva Herzog (padre del hoy acérrimo crítico del presidente, Jesús Silva-Herzog Márquez) expuestos en un ensayo intitulado "Porfirismo y Neoporfirismo" donde el autor Silva Herzog desmenuzó las analogías entre el porfirismo y lo que, como bien destacaron en 2013 Pedro Salmerón Sanginés en La Jornada y antes, 2001, Lorenzo Meyer en Letras Libres. décadas antes el historiador don Daniel Cosío Villegas acusó como "neoporfirismo" y de cuya lectura se desliza una peregrina idea de lo que subyace en el planteamiento de el multimentado y opaco concepto de la "cuarta transformación":

La historia contemporánea de México puede dividirse en tres etapas: la Revolución, los Gobiernos revolucionarios de Venustiano Carranza a Lázaro Cárdenas y el Neoporfirismo que apenas se inicia con Ávila Camacho y se consolida desde el gobierno de Miguel Alemán hasta el de Gustavo Díaz Ordaz.

Las tesis porfiristas fueron la consolidación de la paz, bien supremo anhelado por todos los mexicanos; orden y progreso; poca política y mucha administración; y pan o palo, lo primero para los amigos y lo otro para los enemigos [...] En el Neoporfirismo la palabra "paz" se sustituye por estabilidad y "orden y progreso" por desarrollo estabilizador" [...] La tesis de poca política y mucha administración despolitizó al pueblo mexicano [...]

Hoy AMLO el provocador aspira a repolitizar al pueblo mexicano. Lo pretendió desde sus primeros ejercicios de aspiración al poder como un egresado más de las amplias filas de la clase media tabasqueña en su momento perjudicada tanto como beneficiada por Pemex. No vive nada más en el pasado, como algunos creen, ni sueña con una utopía petrolífera. Experimenta, como reza el bolero ranchero, los efectos de "un mundo raro" donde a esas tres etapas que él mismo trastocó para argumentar tres momentos de la historia mexicana: la Independencia, La Revolución y El 68, quiere añadir una secuela sin aclararnos cómo la vislumbra en esa cuarta transformación. Habla de un código moral, de una clase media nueva "más fraterna, más humana y más solidaria". No niega querer que exista una clase media, pero la quiere, y es noble pensamiento, más amplia y en la que se sumen:

[...] millones de mexicanos que mejoren sus condiciones de vida y trabajo, pero que también no dejen de voltear a ver a los desprotegidos, y que no le den la espalda al que sufre y que además estén más conscientes y politizados para que resistan campañas de manipulación; que no sean presa fácil de la manipulación que orquestan y llevan a cabo los grupos de intereses creados.

Pregunto, ¿en esos grupos de intereses creados AMLO incluye al gobierno mismo con sus mañaneras, sus personeros y lambiscones?

El presidente, con sus decisiones y ocurrencias y necedades está consiguiendo lo contrario, borrar la clase media que ya venía desmoronándose, desdibujándose por efectos del neoliberalismo y, en cambio, ha ampliado la base de pobres con una clase media depauperada. Su paternalismo gubernamental y demagógico requiere justo eso, más manos estiradas y en apariencia agradecidas como el perro domeñado.

El confucianismo se centra en los valores humanos como la armonía familiar y social, la piedad filial entre la bondad y el humanitarismo, y construye un sistema de normas rituales que determina cómo una persona debe actuar para estar en armonía con la ley del Cielo. El problema del lopezobradorismo y por extensión del morenismo es que confunde la doctrina de Confucio, con las aspiraciones evangelistas. Y en el proceso de administrar las ideas extravía el código y los principios, optando por decisiones planteadas como progresistas en el discurso, pero que resultan retrógradas en la aplicación pragmática dentro de un contexto mundial, global y nacional. No se trata solo de la economía, imbécil, diría el clásico, sino ahora se trata de muchos más factores que rebasan las tesis de un sociólogo e historiador trasnochado.

Puedo comulgar y acompañar al presidente, al hombre que es AMLO en el trasfondo de sus nobles ideas y aspiraciones, pero sus decisiones y orientación, y las lecturas que sus comparsas hacen terminan pudriendo la digna, loable nobleza de sus sueños.

Querer es poder

La definición de AMLO y sus seguidores para "aspiracionista" como:

1. n. masc. y fem. y adj. Persona que ambiciona el poder y el triunfo y hace cualquier cosa por llegar a conseguirlos. Los aspiracionistas solo votan lo que les conviene a ellos, no lo mejor para todos. Es despectivo.

2. adj. Relacionado con la ambición por el poder y el triunfo. La actitud aspiracionista de esos votantes da muestras de su egoísmo.

o sea como quien busca progresar pasando sobre quien sea y lo que sea, describiendo con ello a muchos empresarios y políticos que abusan de los trabajadores y de su poder para someter inclusive gobiernos, y que se cuela en sitios como Diccet.com que pretenden "rescatar" expresiones lingüísticas "actualizadas" (deformadas, opino) por el uso cotidiano ni siquiera empata con lo planteado por la psicología (ninguna de las escuelas y corrientes) en tanto: "Nivel de meta que el sujeto se establece a sí mismo al realizar una tarea determinada", y menos con el planteamiento básico de las necesidades como motivos aspiracionales que determinan ese nivel sin necesidad de que ello signifique una visión darwiniana del hombre (aun siendo un dato fundamental). Tampoco tiene que ver a carta cabal con el concepto de la meritocracia que también ha resultado en formas perversas de asociacionismo que lo mismo pasan por aspirar de forma no nada más discriminatoria sino francamente segregacionista a tener puros graduados en puestos directivos a preferir la honestidad por sobre las capacidades y los conocimientos, como adujo el mismo AMLO, subalternos con "lealtad a toda prueba".

Tampoco tiene que ver (para quienes abrazan el pensamiento socialista, que no comunista, son distintas corrientes) con el planteamiento de Carlos Marx para quien, como explica sucintamente la colega periodista Lucía Liester en una breve reseña:

La clase media estaba formada por quienes poseen algo de propiedad, pero no la suficiente como para poder dedicarse a la explotación de la clase trabajadora. La relación de los pequeñoburgueses —sinónimo, en Marx, de la clase media— con el trabajo es ambivalente. Defiende por un lado la propiedad privada de los medios de producción, pero se opone a los principios políticos de la gran burguesía, partidaria de la liberalización irrestricta, al ser consciente de que es incapaz de competir con aquella. Esta ambigüedad, que se refleja en conflictos internos, reduce el papel de esta clase como actor político.

Esa perversión conceptual, aun cuando señala un comportamiento lesivo de cualquier persona y no único de empresarios de cualquier clase social (que los hay en todas, desde el comerciante informal hasta el potentado) ni de funcionarios públicos (desde el más "humilde" burócrata hasta el propio presidente cuyo sueldo base rebasa el de cualquier clasemediero); esa perversión, decía, proviene de otra confusión. El presidente y quienes siguen su pensar revuelven los rasgos del "narcisista" y los asocian con la idea de ser aspiracionista.

Sin ir lejos, Wikipedia asienta: 

La personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, que se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro. La visión de las cosas del narcisista es el patrón al cual el mundo debe someterse. Para los narcisistas, el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles, autogenerados. Las cosas más obvias y corrientes, si se le ocurren al narcisista, deben ser vistas con admiración y se emborracha en la expresión de las mismas. Hay en el narcisista una inagotable sed de admiración y adulación. Esta necesidad lo incapacita para poder reflexionar tranquilamente y valorar sereno la realidad. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto al efecto teatral y reconocimiento externo de sus acciones, que en la eficacia real y utilidad de las mismas. En resumen, las personas narcisistas, aun cuando pueden poseer una aguda inteligencia, esta se halla obnubilada por esa visión grandiosa de sí mismas y por su hambre de reconocimiento. Llama la atención, entonces, cómo muchas personas pudiendo ser exitosas, productivas y creativas, someten su vida a aduladoras mediocridades. Cuando los narcisistas ejercen posiciones de poder, se rodean de personas que por su propia condición son inferiores a él o ella y de otras que le harán la corte solo en función de un interés mezquino. Ellas, drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces de reflexionar y escuchar lo que el mundo externo les grita.

No es malo ser narcisista. La personalidad narcisista es, en sí misma, una forma de supervivencia. Pero, llevada a excesos se convierte en un serio trastorno.

La personalidad narcisista nace de una violencia, de un terrible trauma, de una herida inferida al individuo en sus primeras etapas del desarrollo o antes, cuando la herida es la madre y ella trasmite al hijo su resentimiento, su dolor, su rabia y su temor. Se refugia, el traumatizado, en su propia imagen de grandiosidad, ello le permite elevar su maltrecha auto-estima y sentirse un poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la admiración y la adulación de quienes lo circundan.

Ahora pregunto, ¿acaso no describe esta definición muchos de los rasgos de personalidad de Andrés Manuel López Obrador visto con toda objetividad? ¿Acaso no describe esta definición muchos rasgos de grupos sociales mexicanos que acumulan en su historia una forma de ser "revanchista", "resentida" por cientos de causas y momentos históricos y de los que, no obstante, se ha levantado hasta colocar al país como una de las principales economías y una nación admirada por otros? ¿No ha sido la clase media la orquestadora tanto de nuestras desgracias como de nuestras revoluciones? Encomenderos, criollos, mestizos, caciques indígenas, líderes sindicales, profesionistas, comerciantes, profesores...

AMLO el noble insensato o el regreso del ogro filantrópico

Lo digo con toda claridad, esto pienso a despecho de los detractores del presidente de quien he sido también muy crítico y quien me ha leído lo sabe: AMLO no esta mal de sus facultades mentales de ninguna manera. Solo es tan narcisista, en su propio estilo, como en su momento lo fueron, Agustín de Iturbide, Antonio López de Santana, José López Portillo o Carlos Salinas de Gortari.

Las aspiraciones de AMLO para dirigir el PRI de Tabasco, de gobernar Tabasco, de gobernar el DF, ser secretario del PRD, llegar a la presidencia y tras el "fraude" hacer la parodia de sí mismo en 2006 invistiéndose con una "banda presidencial" en el Zócalo capitalino para autoproclamarse presidente legítimo y armando un "gobierno alterno", todo eso, ¿no ha revelado algo en el transcurso del tiempo?

En el país de los ciegos (y los hartos y desesperados, añado), el tuerto es rey y uno que anda orondo mostrando su desnudez con invisibles oropeles que sugieren una pretendida austeridad republicana que nos ha costado más de lo esperado (ni siquiera que lo prometido).

Al presidente, no lo dudo, en su espíritu lo mueven causas nobles y eso lo hizo atractivo a los ojos de quienes le brindaron su voto así en 2018 como ahora en 2021; pero, se haya definitivamente perdido en medio de los intereses, incluidos los del narcotráfico que hoy, lo digo con coraje y tristeza ha añadido a nuestra democracia un prefijo para ser vista como una "narcodemocracia".

Nunca mejor que ahora cabe recordar a José Francisco Ruiz Massieu cuando, previo a su asesinato, declarara: "los demonios andan sueltos y han triunfado". ¿Cuáles serían esas "reformas que él promovía y no convenían" en 1994 y que su asesino expuso como uno de los motivos detrás del crimen?

Hoy, las puertas del infierno mexicano han sido abiertas de par en par, con una serie de reformas que han cimbrado en muchos ámbitos. La división del país, casi comparable con la experimentada en la segunda mitad del siglo XIX es semillero de inquina. De un lado, de forma tan evidente que hasta pintada en el mapa se ve tan clara, el país está dominado por el cártel Jalisco Nueva Generación, del otro por el cártel del Golfo, entre corredores las cucarachas deambulan de norte a sur y estará próxima la dura y terrible batalla por el centro. Ojalá, para los creyentes, ya la Virgen de Guadalupe, Dios, la Santa Muerte, Valverde o quien sea nos agarren confesados.

Si en los noventas temíamos la colombianización de México, creo que hoy ese temor al fin se ha hecho una trágica verdad, en parte por el afán presidencial de dividir a los mexicanos, encasillándolos en etiquetas odiosas, exacerbando los resentimientos sociales históricos. En parte por la franca ineptitud del gobierno todo en turno, aspirante a abarcar todo lo más posible como otrora hiciera en los setentas del siglo pasado y la soterrada, pero evidente y ominosa corrupción que, en vez de ser corregida, el propio gobierno ha soliviantado con burdas justificaciones. En parte, tambié, por la perniciosa inercia que los intereses creados imprimieron en los gobiernos previos que no están exentos de culpabilidad. Digamos que este sexenio o lo que va de él ha sido la gota que, pandemia y recesión mundial al margen, derramó el vaso que ya unos veían medio lleno y otros medio vacío.

En su paso por el Instituto Nacional Indigenista, AMLO experimentó en carne propia lo planteado por el dramaturgo Felipe Santander en El Extensionista. Si Rodolfo Usigli reescribiera El Gesticulador, así como hizo sus tres "Coronas" (Corona de Luz, Corona de Fuego y Corona de Sombras para examinar los niveles de la verdad), haría El Aspiracionista como cierre de una tétrada que incluiría El Presidente y el Ideal, y Buenos días, señor presidente, para señalarle a AMLO y sus seguidores el gran yerro conceptual, intelectual, moral y político en que ha caído escupiendo al cielo.

P.D.: Valga añadir que, mientras redacto los párrafos finales de este ensayo, afuera de mi casa en Naucalpan, alrededor, las ráfagas de balazos compiten con el piar de los pájaros despertando al amanecer.

Un día antes

Foto: Cuartoscuro. Fuente: Animal político.

DICE Lorenzo Córdova, titular del INE: el fraude está acotado y yo no puedo estar más de acuerdo como ex funcionario de casilla que he sido por cinco veces (dos de las cuales como presidente). Confío en mis vecinos para tan grave responsabilidad como confío en la autonomía e imparcialidad del INE.

Esta vez no resulté insaculado para formar parte de la mesa. Por una parte, qué bueno, qué descanso. Por otra, qué pena. Sin embargo, se me ha invitado a fungir como representante de partido, aun siendo yo apartidista. Así, estaré presente en la casilla indicada observando, siguiendo de cerca del desenvolvimiento de estas elecciones tan históricas como las de 2018, las de 2000 y 2012.

Reitero mi postura: no está dirimiéndose la democracia vs. la posibilidad de una "dictadura". Lo que está en cuestionamiento es el sistema de partidos, la partidocracia que ha dado ya de sí y está agotada, resultando inservible para la democracia mexicana. Lo que atestiguaremos y protagonizaremos en estas elecciones no será una confrontación entre partidos sino de la ciudadanía, de la sociedad contra los partidos en general.

Y quiero dejar también constancia de mi opinión: yerran los que, sea como simpatizantes de MORENA o como opositores a la misma se cuelgan de la figura presidencial de Andrés Manuel López Obrador para hacer valer sus argumentaciones, vituperios de ida y vuelta, sus divisionismos incluso hacia adentro de sus respectivos partidos. La codicia por el poder los ha cegado a todos. El presidente SÍ aparece en la boleta porque ustedes así lo quieren ver, y muy aparte de las torpezas y necedades o aciertos, así sean pocos, del mismo AMLO. Ese afán de verlo como el paladín enemigo, o de él en ver a los otros como conservadores contumaces, gigantes con pies de barro y aspas como brazos, no nos ha llevado ni nos está llevando ni nos llevará por un camino virtuoso. Todo lo contrario.

Amigos lectores, no pierdan de vista que lo que está en pugna es el poder local, no el federal, aunque así nos lo han querido vender los partidos políticos de toda bandera y factura. No esperen ni apuesten a que se producirá una participación ciudadana masiva, estableciendo récord frente a otras elecciones intermedias anteriores y por más que los votos duros de los partidos acudan de dos en montón a depositar su sufragio. El porcentaje promedio, por mucho que pueda elevarse, no lo hará más allá del 48% por una razón simple: el común denominador de los ciudadanos no entiende esta etapa del proceso democrático, lo local les parece secundario y siguen valorando más la figura presidencial como razón de ser de los destinos de los mexicanos. Otro motivo por el cual aparece por tirios y troyanos la sombra presidencial en las boletas, porque restarle peso en el contrapeso legislativo unos lo toman como afrenta a esa figura y otros lo ven como necesidad imperiosa, cueste lo que cueste.

Estoy seguro de que el Congreso quedará dividido. Que MORENA obtendrá casi la mayoría absoluta, pero con tal margen que se verá obligada a negociar con los restantes partidos al no gozar de la mayoría calificada que es la más importante, como expliqué en un video en mi canal.

Contrario a lo que creen el común denominador de la gente, la democracia no se hizo para dar voz a las mayorías, sino a las minorías; y en una circunstancia como la planteada, los minoritarios venderán caro su voto en el Congreso para la promulgación de leyes. Ya veo a esos mismos partidos hoy de oposición o satélites cobrando sus intereses a una y otra fuerzas con más escaños y curules, para sumarse a las mayorías. Todos tienen su precio y no es necesariamente el relativo a las necesidades de sus supuestos representados dentro del pueblo, como sí entre los representados dentro de los intereses que los impulsaron a ocupar el cargo. Por eso, nada garantiza que las cosas realmente cambiarán de forma muy notable para el siguiente periodo legislativo. No soy pesimista, soy analista y realista. Los datos los tenemos a la vista y basta mirar la calidad de muchos de los candidatos a legisladores, ya no digamos a ayuntamientos y gobiernos locales.

Entre la incongruencia y la conciencia

Seguro se preguntarán algunos, bueno, si así pienso y vislumbro el porvenir cercano, ¿por qué aceptaría yo representar a un partido determinado? Y mi respuesta es sencilla: para estar, atestiguar lo que de otra manera quedaría en el nivel de la especulación. Sí, dirán, también pudiste hacerlo como observador independiente. Lo que no sabe la gente es que los observadores electorales solo pueden estar durante unos pocos minutos, sin intervenir, en las casillas que visitan durante el periodo de emisión de votos. En cambio, los representantes de partido, además de vigilar el proceso y que transcurra conforme a la ley, registran y reportan de manera constante las irregularidades e incidentes que pudieren suceder.

Mi afán reporteril, aquí, justifica mi presencia. Por supuesto que, estando en la representación de un instituto político, como cuando fui funcionario, mi comportamiento será eminentemente institucional: como funcionario lo fui en tanto árbitro, haciendo valer el proceso en sí mismo; ahora, aunque mis inclinaciones personales y civiles puedan parecer incongruentes, la misión será cuidar y hacer valer el voto hacia el partido representado, sin ánimo de generar conflictos, respetando a la autoridad, señalando lo injusto y lo extraordinario, validando lo correcto.

Estar de ambos lados de la mesa será sano para tener el panorama completo de cómo se preparan los partidos para estos momentos, para no quedarme como antes con el solo dicho de los actores; y del contraste con las experiencias previas seguro hallaré conclusiones interesantes.

Por lo pronto, una primera que me queda clara es que los partidos no confían en los ciudadanos, fuera de aquellos que les son simpatizantes o militantes. Siembran la suspicacia de que, incluso por la pandemia, pudiera un ciudadano ceder a la tentación de "vender su voto", y los partidos (todos) están dispuestos a comprarlos y trazan artimañas para, en el medio del proceso, justificar conductas por lo menos sospechosas cuando no francamente reprobables, todo en el afán por obtener de la duda sembrada la ganancia efectiva. Así, a sus ojos, de suceder algún fraude este halla su razón de ser en el uso y abuso de las fuerzas políticas de las necesidades de los votantes. O también por causa del recelo, del resentimiento de los mismos, más dispuestos a sumarse al mejor postor. Me parece esa una posición no solo mezquina sino injusta y estúpida de parte de los partidos que siguen menospreciando al electorado como un sujeto manipulable.

Llegando a este punto, también no faltarán los lectores que cuestionarán cuál fue mi precio para aceptar representar a un partido. Y digo pronto que ninguno. Lo hice por convicción y conveniencia personal y ciudadana, sin obtener ninguna paga fuera de los alimentos que me darán esa mañana y esa tarde de la jornada electora, mientras otros partidos darán alimentos y tal vez pago en efectivo, mientras a los funcionarios de casilla, en el mismo tenor que ya viví, percibirán una ridícula dieta de escasos $250 pesos por cabeza o un alimento, a pesar de, ellos y representantes, llevarse la soba de la vida en toda la jornada. ¿Eso no cuenta para valorar a los ciudadanos, vecinos dispuestos a realizar la democracia mexicana? Ahí radica la democracia.

Y seguramente también en este punto te preguntarás si, por aceptar ser representante de partido estaré obligado al menos moralmente a emitir mi voto en favor del mismo. Y también pronto respondo que no, el voto es individual, propio de mí, no es ni inducido ni impuesto ni comprado, ajustado a mi sola conciencia y abiertamente reitero lo que dije en otro artículo: votaré para alcalde en blanco, anotando mi nombre: José Antonio de la Vega Torres, el mismo que les presto a todos si ninguna otra opción les convence; para diputaciones locales y federales anularé mi voto, porque nada ni nadie me obliga a sufragar en favor ni del "menos pior", ni del "malo por conocido que bueno por conocer". Porque esta forma de votar asegura la redistribución estadística y no implica, a pesar de las mentiras de los que gustan de espantar a los incautos con el petate del muerto, que son "votos inútiles" o que serán "destinados" a tal o cual partido, como si se tratara de repartición de tortillas en la mesa. Y quepa decir que, aun cuando no hubiera sido invitado a participar de esta manera, mi voto lo tenía decidido desde antes que comenzara el periodo de campañas.

Un apunte final sobre las líneas últimas del párrafo anterior. No olvides, amigo lector, que:

1) Al dar un voto a un partido específico se lo das a su candidato y por consecuencia a su grupo de legisladores nominales y plurinominales.

2) Cuando das el voto a uno o varios de los partidos que conforman una coalición, das el voto a su candidato común y los legisladores nominales y el voto se reparte proporcionalmente entre los legisladores plurinominales de los partidos favorecidos con el voto, lo que de manera teórica implica un control de la sobrerrepresentación partidista en las cámaras.

3) Al anular o votar en blanco, tu voto no se desvía, no se cancela, no se suma o resta a los otros partidos y candidatos, no se queda como un mero dato estadístico, aunque los oportunistas así lo plantean para incentivar un voto dirigido. Ese voto, dado el caso de resultar mayor puede dar la vuelta a toda la elección en una casilla, un distrito o un proceso entero, abriendo la posibilidad de anularlo partial o totalmente, si hablamos del voto nulo, o abriendo la posibilidad de que un candidato o partido no registrado resulte triunfador a despecho de los registrados.

Entonces, piensa tu voto. No lo emitas ni por miedo, ni por resentimiento, ni por conveniencia, sino en estricto apego a tus razones y afectos.

En fin, ya estaré narrando en este espacio la nueva experiencia, para dejar asentados los hechos en una especie de continuidad autobiográfica.

Apostillas preelectorales para las intermedias de 2021

ERA DE LA OPINIÓN...  de que todo iba mal y podría ir peor, sin embargo...

Aun a despecho de algunos de quienes me hacen la deferencia de leer las cosas que escribo y que tienen a bien seguir mis publicaciones y compartir sus comentarios y contenidos que consideran de interés común dentro del grupo de este blog en Facebook, estoy consciente de que mantener o procurar una postura relativamente neutral, objetiva se antoja casi imposible. Sin embargo, en Indicios Metropolitanos trato de hacerlo con base en un análisis crítico serio de la información y las opiniones seleccionadas por un servidor para difundir entre y desde ustedes, en el afán de formar un criterio sensato, modesto, equilibrado, fundado en las voces más disímbolas.

No siempre estoy ni estaré de acuerdo con ciertos dichos y hechos, y así lo he expresado sin ánimo de erigirme en sabihondo, no sea que hasta el presidente Andrés Manuel López Obrador me tache de lacra intelectual como ha hecho con algunos muy reconocidos y respetables colegas y escritores de aquí y allá, solo por contradecirlo, ejemplo más reciente es el insigne Gabriel Zaid. Este "no sea", no significa sin embargo un temor al poder o al qué dirán, sino en todo caso irónica prudencia más para no faltar al respeto a quienes, con todas sus razones, pudieran sentirse heridos en sus particulares susceptibilidades, inclinaciones, preferencias, gustos, pensar y sentir y disentir.

Hoy, por ejemplo, leo el artículo intitulado "AMLO, el 'dictador' que no reprime, no asesina y no desaparece" escrito por Alejandro Cardiel Sánchez dentro del portal de la revista Polemón y no puedo sino coincidir, así sea parcialmente con la mayoría de lo dicho, aunque preciso hacer algunos matices. Primero, cito. Dice Cardiel:

En 2018, los mexicanos elegimos cambiar de régimen. Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia con una votación histórica. Los cambios que ha venido trabajando responden a las necesidades y los anhelos de la mayoría de la población. Las encuestas elaboradas por los medios afines a los regímenes anteriores le siguen reconociendo un apoyo superior al 50%.

Eso como toda la relación que precede en su artículo es indudable, incuestionable, irrebatible. Pero, en otra parte afirma:

Los procesos democráticos son complejos y de largo aliento. Como ciudadanos podemos equivocarnos, tal como lo hicimos con Fox o con Peña Nieto. También podemos rectificar el camino y dar un golpe de timón tal como sucedió en 2018 [y en 2000 y en 2012, añado yo]. ¿Nos equivocamos al haber elegido a López Obrador como presidente? Mi opinión personal es que no. Sin embargo, será la historia y el tiempo los que nos permitirán ver este momento en perspectiva [corrección de estilo mía].

La pregunta está en el aire y las elecciones del próximo domingo serán una respuesta inequívoca a tal pregunta, muy independientemente de los resultados, pues es sabido que el porcentaje de participación en intermedias no rebasa el 46% (como señalé en mi artículo "Políticos mostrencos", por si no lo han leído ya).

A las urnas no deberemos ir pensando en esa pregunta concreta, a diferencia de lo que piensan unos y otros. No es el cargo de presidente lo que está en sufragio, sino cargos de representación popular, legislaturas, cuando mucho gubernaturas y alcaldías, es decir poderes locales. El poder ejecutivo federal no está en la palestra ni en la boleta a no ser de manera indirecta mediante la tramposa sinécdoque publicitaria de "ya sabes quién", ni en estos últimos casos de gobernadores y ediles. No es una dicotomía entre democracia y dictadura, por mucho tremor paranoico y suspicacia que susciten las estupideces del actual gobierno y la tozudez del presidente en algunos miembros de la atolondrada oposición. Tampoco está a escrutinio la permanencia del ejecutivo ni el enjuiciamiento de los ex presidentes, aunque se la "consulta popular" para revocación de mandato sigue agendada para el 21 de marzo de 2022 en vez de la proposición original de que se efectuara a la par de las elecciones del 6 de junio de 2021. Tampoco ha de confundirse con la consulta ciudadana sobre el posible juicio a ex presidentes y cuya pregunta modificó la Suprema Corte de Justicia, consulta que se pospuso para realizarse el 1 de agosto de 2021. Lo que está a examen es el sistema de partidos, la partidocracia.

Al marcar en la boleta nuestra decisión, esta habrá de basarse en razones democráticas, pragmáticas, mejor que en resquemores sociales o políticos, o en temores quizás infundados o no. No votaremos por un individuo concreto, ni por un grupo de personas, sino por la permanencia o transformación (aquí sí) de un sistema de partidos que, ya está más que claro, dio de si hasta el hartazgo. Esta elección puede definir, entonces, el final o casi de la partidocracia y enfilarnos hacia la simiente de un sistema más bien parlamentario, tal vez de corte socialdemócrata.

Tras el análisis de la información y muy aparte de la más reciente encuesta efectuada por diversas firmas estadísticas, incluidos los sondeos de medios como el diario Reforma en conjunto con Latinus, estoy convencido de que MORENA no obtendrá mayoría en el Congreso. Pero, es necesario matizar y comprender a qué mayoría me refiero pues hay dos conceptos que aplican en este tema: la mayoría absoluta y la mayoría calificada.



Nuestras leyes definen mayoría absoluta:

Porcentaje de votación correspondiente a la mitad más uno de los integrantes de alguna de las cámaras del Congreso de la Unión al momento de tomar una decisión o realizar una votación.

También pueden considerarse las siguientes acepciones para ampliar el sentido del término: 1) es la suma de más de la mitad de los votos emitidos en un mismo sentido, cuando se opta entre dos propuestas; 2) es la mitad más uno de los votos que se diferencia directamente de la mayoría simple; 3) es aquella que se consigue con más de la mitad de los votos de los integrantes que componen la sesión; y 4) significa tener el 50 por ciento de una votación más uno.

Nuestras leyes definen mayoría calificada [énfasis mío]:

Es la que exige un porcentaje especial de votación. En el Congreso mexicano ésta corresponde a las dos terceras partes, cuando menos, de los legisladores que se encuentran presentes en el salón de plenos de alguna de las Cámaras del Congreso al momento de tomar una decisión o realizar una votación. Considerando que la Cámara de Diputados está integrada por 500 legisladores, se requieren 334 votos para alcanzar una mayoría calificada —o un número menor, según el total de asistentes a la sesión—; en la Cámara de Senadores se requerirían 85 de 128 legisladores para lograr dicha mayoría, variando el número en función de los senadores presentes en la sesión de Pleno.

En general, se considera mayoría calificada a aquella donde se exigen porcentajes especiales de votación, como dos tercios o tres cuartas partes del número total de votos o votantes. Su significado se explica en la necesidad de ampliar el consenso entre las fuerzas políticas integrantes, que vayan más allá de la simple mitad más uno de los votantes, sobre todo cuando se trate de determinadas reformas legales o asuntos trascendentes, donde se requiera por su importancia un apoyo considerable del cuerpo que integra un Parlamento o Poder Legislativo.