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¡Se acabó?

A VECES LAS PALABRAS MUEREN detrás de los hombres que les dieron o pudieron haberles dado vida.

La muerte del gran Juan Gabriel no me tomó tan de sorpresa. Tenía varíos días escribiendo, mejor dicho barruntando un texto sobre lo peculiar que me resultaba que casi a la vez las dos televisoras principales de México, TVAzteca y Televisa programaran sendas series alusivas a dos juglares con gran arrastre popular e internacional como Joan Sebastian y Juan Gabriel.

Alguna amistad del medio artístico, días atrás, compartía conmigo sus consideraciones sobre los yerros narrativos y de factura de ambas producciones, aun cuando la fuente directa de los guiones fueran, en el caso del Divo de Juárez, él mismo, mientras que en el de Joan Sebastian lo fueran sus hijos.

Mi texto, aun enredado en el rodillo de la máquina de escribir, como se decía antes, lo venía yo encaminando justo sobre la idea de que, meses atrás, tantos como poco más de un año, se había dado a conocer bajita la mano que JuanGa estaba muy enfermo de alguna forma de cáncer. Hoy las noticias nos revelan que la causa de la muerte fue una afección cardíaca. Seguramente con el transcurso de los días conoceremos más detalles, porque la leyenda en realidad no comienza, como sucede con otras celebridades, el día que fenece Juan Gabriel. La leyenda en realidad empezó desde aquel día cuando otro gran cantautor vernáculo, José Alfredo Jiménez, días antes de fallecer, profetizara en entrevista con Abraham Zabludovsky que solo veía a un compositor con la talla suficiente para llenar el hueco que dejaría y todavía más: Juan Gabriel.

Por supuesto que hablo un poco de memoria, esa entrevista se la realizó el periodista Abraham Zabludovsky en sus comienzos profesionales. Yo vi la entrevista junto con mi madre en la televisión y se nos quedó muy grabada en nuestro recuerdo, como en el del periodista Jaime Almeida que en ocasiones llegó a comentarla. Abraham preguntó al viejo compositor si veía algún joven que pudiera llenar el vacío que él dejaría cuando ya no estuviera entre nosotros. A ello respondió José Alfredo que sí, mencionó a un joven que empezaba y ya sorprendía, Juan Gabriel. Pero fue más allá, afirmó que veía en él tal potencial creativo que podría ser todavía más grande que muchos más antes, lo comparó con Agustín Lara por su capacidad para abarcar diversos géneros sin tener los más completos estudios. Era, dijo, un compositor nato y auguró no solo éxito sino grandeza en él. Por ahí en la red he visto un fragmento de esa entrevista, en YouTube, pero todavía no encuentro el fragmento preciso donde toca ese tema.


La leyenda, pues, comenzó a escribirse mucho antes de lo que ahora muchos dirán con sus notas necrológicas, obituarios y remembranzas. Lo que ahora se abre es un nuevo capítulo, ¿el del fin de la música vernácula mexicana? Porque ¿dónde han quedado los mariachis, la música ranchera? Hoy todo es ruidosa y monótona música de banda de la que sólo unos cuantos números son rescatables de entre un universo de repeticiones temáticas, rítmicas y metálicas desafinaciones carentes de creatividad.

Para Joan Sebastian se acuñó el pomposo sobrenombre, entre otros, del "poeta del pueblo"; y, a despecho de los grandes literatos, guste o no, el hombre escribía poesía al modo de aquellos antiguos juglares que contaban las alegrías y las penas de la gente común. Menos prolífico y menos sorprendente en su capacidad como compositor que Juan Gabriel, la sencillez de Joan Sebastian, en cambio, fue la cifra determinante de su encanto y predilección entre el público, haciendo posible que la canción vernácula se extendiera más allá del gusto exclusivamente rural. Y en esto coincidió con Juan Gabriel, si bien este último pudo hacerse más universal no nada más por le cercanía de las letras, sino por la audacia de abordar géneros, romper esquemas e innovar en formas y temáticas


La fuerza poética de Juan Gabriel, sin duda, es superior a la de Joan Sebastian, sin que esto signifique que fuera necesariamente "mejor" que aquel. Tratando ambos como tema central de toda su obra el amor, lo que podía en todo caso distinguirlos aparte de lo evidente era el enfoque de las letras.

Más de una vez me han preguntado amigos y lectores, en mi calidad de "poeta", si las canciones son poemas e invariablemente he dicho que sí; y además he añadido que no son formas menores como luego destacan los críticos literarios. Todo poema toma como fundamento el aire y con el descubre el ritmo de la pronunciación de las palabras, los sonidos de las letras, y a través de ellas la musicalidad de la naturaleza, de la emoción que subyace en un gesto, un momento, un lugar, un objeto o una situación. Son historias breves, síntesis de aspectos de la vida o de la vida toda en sí misma.

El poeta y el compositor están hechos del mismo barro, solo que el primero está cocido y decorado, mientras que el segundo parece quedarse más a gusto girando con su moldeable humedad en el torno de la cotidianidad. Ambos hacen música, pero el segundo además la canta. Las obras del poeta son música que se lee, las del compositor son literatura que se canta. Para los primeros, la dificultad estriba en hallar la voz que sepa incrustarlos en la conciencia del público que lee y escucha. Para los segundos, la dificultad está en impedir que la forma del barro caprichoso se cuele entre los dedos del gusto y se haga vulgar fango que luego el olvido borra como hace la lluvia con los pasos en la senda.



A veces las palabras mueren aun antes de ver la luz en los ojos de los lectores. Así ha pasado al texto que venía yo preparando, el que ha dado paso mejor a esta meditación antropológica arrancada por el duelo de una pérdida que afecta no a un individuo, sino a todo un pueblo, al mundo en general. Porque vaya que Juan Gabriel se hizo de talla universal.

Está de más imaginar, especular o precisar o apostar siquiera si el fallecimiento de Juan Gabriel ocasionará la parálisis de México, si será comparable con otros decesos de famosos personajes bien arraigados en el corazón popular. Seguro se desatará alguna forma de pandemonio. Su herencia en dinero será objeto de rebatingas entre propios y extraños, pero más por lo adeudado que por lo acumulado. Su herencia en especie dificilmente tendrá igual.

Nadie le preguntó a Juan Gabriel, como antaño a José Alfredo Jiménez, quién podría llegar a satisfacer aunque sea en parte el vacío que dejaría al faltar. Nos queda ahora la duda. Y no es por hacer menos a nadie, pero, la verdad, miro alrededor, en las casas disqueras tan vapuleadas por la modernidad cibernética que ha cambiado el esquema de ventas musicales; miro a las casas productoras, a los teatros, en la Asociación de Autores y Compositores y solo veo ausencias, al menos en lo tocante a la música vernácula mexicana. Baladistas abundan, el bolero se resiste a morir. Con el próximo retiro de Vicente Fernández, la estafeta queda en manos de su hijo Alejandro Fernández, quizá en Aída Cuevas y otros cantantes que poco a poco han ido cayendo en el olvido ante el arrastre de la música de banda, el hip-hop, el rap, y los pseudomúsicos y pseudocompositores en que pretenden erigir los entusiastas pero neófitos a los DJs (simples tocadiscos, cada vez tanto o más sordos que sus audiencias).

A veces las palabras mueren... también...


Injusticia por propia mano

ERA DE LA OPINIÓN… de que la civilización es una de las mejores cosas que ha hecho el hombre y, siguiendo a Rousseau, que el hombre es el buen salvaje. Pero quizás el optimismo rousseauniano se queda corto en la superficie y, sin salir de la misma idea filosófica, lo más determinante de la misma sea que la civilización, como subproducto cultural que justifica la necesidad humana de asociarse y de reunirse en formas racionales de convivencia, más que ser “la persuasión de la victoria sobre la fuerza” —como diría Platón— viene siendo aquella forma de relación que, en vez de suprimir la barbarie, la perfeccionó y la hizo más cruel.

Sí, el final del párrafo me coloca más en el lado de Voltaire, acérrimo crítico de Rousseau, aun cuando la Fundación Rousseau hoy tiene su sede justo en la casa de aquel.

Esta reflexión o meditación antropológica surge en mí por enésima vez luego de leer cierta noticia acerca de cómo un ciudadano asesinó a otro. El hecho en sí no tiene nada de particular fuera de lo reprobable y grave que es siempre que uno mate a otro. Pero siguen existiendo en nuestras sociedades resabios de antiguas creencias y ordenamientos como la Ley del Talión, el Código Hammurabi, etc., que prohíjan el rencor, promueven el odio y anclan la paranoia.

Decía Sigmund Freud que “el primer ser humano que insultó a su enemigo, en vez de tirarle una piedra, fue el fundador de la civilización”. Y hay mucho de cierto en ello.

En estos tiempos cuando la piel de unos y otros se muestra sumamente sensible y delgada frente al insulto y ocasiona reacciones virulentas, muestras de indignación tan grosera como el mismo insulto que la provoca, los seres humanos hemos desarrollado una paranoia, un delirio de persecución que se complica con un complejo del héroe envalentonado, iracundo.

La noticia que me mueve a estas líneas expone cómo un hombre mató a otro que pretendía robarle su vehículo. Lo hizo en un arranque por defender su propiedad, falso y estúpido heroísmo anclado en la injustificada indignación por no ceder ante la sola idea de perder lo poseído.

El afán de tener por tener, o dicho de otra forma y para retomar a Erich Fromm, de tener para ser, en vez de ser para tener nos ha llevado a construir una civilización cuya apuesta por lo material es lo que la sostiene. Mientras por una parte nos maravillan los alcances espirituales de las obras humanas, en el día a día lo que nos define solo es el límite material de nuestras posibilidades. Así de contradictorios y cortos de miras podemos ser.

Saber que un individuo fallece o se autoinmola por causa de sus ideas, sus creencias, como hacen los seguidores de ISIS, nos produce horror, incomprensión. Pero tan grave y extremo es morir por fanatismo religioso, como por un fanatismo que suponemos más ligero, respetable y digno de disculpa como es la defensa de la posesión material aun a costa de la propia vida o de terceros.

También, en los tiempos recientes es común escuchar en aquellos que se llenan la boca con prodigios, con vana misericordia, decir de frente al flagelo de la delincuencia y el crimen organizado: “somos más los buenos”, en un llamado a reaccionar en contra y poner a raya al villano. Pero no es esto sino una vil falacia, sutil motivo que increpa con inquina a actuar en consecuencia equiparada. No invita, es cierto, a tomar las armas o a hacer justicia por propia mano ante la ineptitud de las autoridades, la desesperación popular, sino es una falacia sobre la que ya Lope de Vega en su Fuenteovejuna nos advertía: “Cuando se alteran los pueblos agraviados, y resuelven, nunca sin sangre o sin venganza vuelven”. Y, en ese justificar la violencia grupal, la indignación social, se toma por verdad indiscutible y fanatismo disfrazado de derecho que es perfectamente aceptado “morir, o dar la muerte a los tiranos, pues somos muchos, y ellos poca gente”.

En esa igualación civilizada, la estupidez es la que al fin termina cobrando la verdad tras los hechos, guste o no a los perpetradores y a quienes detrás suyo los aplauden, los permiten, los impulsan.
En esa noticia, una de tantas que ni caso tiene especificar, la idea popular de que “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” adquiere peso y se extiende a “matón que mata a matón tiene valor de valentón”.

Qué pena por ambos. Así por el ladrón asesinado por su víctima. Así también por el individuo que de tan sangrienta manera impidió el asalto. Por muy torcida que esté, toda vida es valiosa. Es muy grave que los ciudadanos en su desesperación, en unos casos, o en su valentía exacerbada (resabio de machismo), en otros, caigan en situaciones donde el heroísmo, así sea atenuado por el argumento de la “legítima defensa”, deriva en tragedias más lamentables. Pues lo peor que uno puede hacer es convertirse de víctima en victimario.

Comprendo la indignación de la gente ante los abusos de los malhechores de toda índole (incluyo a las autoridades y los funcionarios corruptos), pero nada se gana y mucho se pierde andando en el filo de la navaja por causa de temperamento, de poca inteligencia, de obnubilación causada por el miedo o por el odio, el resentimiento o el ánimo justiciero derivado de una avaricia contumaz.

Sí, sé que más de uno me señalará ahora por lo que digo, que es más fácil decir cosas así que estar en los zapatos de quien sufre a manos de la delincuencia. Y tendrán mucha razón en sus siguientes diatribas, exordios, mentadas de madre o quizá en retirarme la palabra y su deferencia para con mis Indicios Metropolitanos. Pero las leyes son las leyes, chuecas o derechas, y el mejor pueblo no es el que vive regodeándose en el rencor y ajusticiando a su leal saber y entender, sino el que hace todo lo que está en su mano para que el gobierno elegido por sí, emanado de sus filas (ni funcionarios, ni policías, ni autoridades, ni políticos, ni narcos, ni nadie es oriundo de otro planeta y otro mundo, sino el mismo que nos sostiene y define) se ajuste al derecho.

Hablamos, leemos y escuchamos que no hay un estado de derecho en México, viendo noticias como esta, uno puede explicarse por qué.

Adjunto también una noticia de dos años atrás por estar a tono de lo que aquí, ahora, he venido meditando.


Añado: tristeza para las familias, una por perder a un miembro por causa de violencia, el ladrón occiso; la otra porque probablemente, sin perder a un miembro, conocerá el infierno que sigue a la prisión que es, en buena medida, una forma social de morir.

¡Gracias a Dios es Viernes

SÍ, YA SÉ QUE NO ES VIERNES, pero como si lo fuera. Una amistad en las redes sociales propone desentrañar un acertijo relacionado con el tiempo:

Dice un ebrio:
Si ayer fuera mañana, hoy sería viernes.
¿Qué día de la semana lo dijo esto el borracho?

El acertijo invita a responder con el resultado, señalando solo el día, sin desarrollar el problema. Pero en este breve ensayo quiero desarrollarlo, por ejercicio mental.

De bote pronto, uno se ve tentado a responder casi cualquier cosa. Las opciones más viables por aparentemente más certeras son los días miércoles y jueves. ¿Serán? Examinemos con cuidado el enunciado condicional.

Apenas se lo lee, uno no cae en cuenta que el planteamiento da por hecho que quien lee se ubicará en un punto del tiempo a partir del cual hará la lucubración lógica. Ese punto es sin duda empático con la postura del ebrio. Así, uno debe ubicarse en un hipotético hoy desde el cual mirar hacia ayer y proyectar hacia mañana.

Así, si yo me ubico en ese posible día condicionado a un ayer y un mañana, he de definirlo como el viernes de la semana, pues si ayer (jueves) fuera mañana (sábado), hoy sería viernes. Pero aquí comienzan las dudas de orden semántico. El acertijo mismo, en su juego con el tiempo verbal genera inquietud aun frente a la probable respuesta correcta. La primera duda es en qué tiempo verbal del modo indicativo está conjugado el verbo “ser". ¿Pospretérito o Copretérito? La terminación “-ía” puede ser de alguna ayuda.

Los verbos en pospretérito son aquellos que indican que la acción puede ocurrir en el caso de que otra suceda antes de la misma, es decir que este tipo de verbos requieren de otro para conjugarse y que puede estar en cualquier tiempo.

A éstos también se les conoce como futuro hipotético o condicional, ya que expresan un tiempo verbal que describe una acción que sucedería si se cumple una determinada condición, por ejemplo: Si fuera rica, me compraría mucha ropa.

El copretérito que también es conocido como pretérito imperfecto, es el tiempo verbal que señala los hechos no terminados, o que sucedieron al mismo tiempo que otros.

También se le llama copretérito al tiempo que ya ha pasado, o a una acción que ya está terminada. Se los escribe con las terminaciones “-aba”, “-ía”, y saber esto tampoco nos ayuda mucho, excepto en el hecho de que el copretérito de “ser” es “era”, por lo tanto, por este solo dato ya deducimos que el enunciado está escrito en pospretérito del indicativo.

Veamos entonces cuándo ocurre la acción del dicho del borracho. El borracho plantea que antes de decir su galimatías, cabe la posibilidad (notable en el uso del subjuntivo) de que ayer sea mañana, un ayer teóricamente referido a un hoy del hablante. El ayer, entonces, se entiende como un día menos que hoy, mientras el mañana como un día más que hoy. Si lo expresamos de manera matemática, donde la incógnita “x” se asocia con el hoy, entonces y en tanto variable independiente, el ayer es hoy menos un día (x-1) y mañana es hoy más un día (x+1). Luego, si ayer (x-1) fuera (=) mañana (x+1), entonces el hoy, en tanto variable dependiente “y” sería (=) viernes. Es decir: y=(x-1)-(x+1), entendido como un ayer al que todavía no se le llega o suma un mañana, o al que se le resta el mañana para delimitar el hoy siguiente. Pero también puede ser que y=(x+1)-(x-1), es decir, que al mañana se le reste el ayer ya transcurrido para delimitar el hoy previo. En el primer caso estamos expresando la función del pospretérito, mirando en el tiempo un paso atrás de lo ocurrido, mientras en el segundo caso estamos expresando la función del copretérito, mirando en el tiempo un paso delante de lo transcurrido.

Pongamos los días de la semana en una recta numérica, correspondiéndoles los números 1 al 7. Sustituyendo estos valores en la primera ecuación, observamos que nos da como resultado siempre -2, es decir que el hablante, en su argumento, está pensando o mirando dos días atrás de aquel cuando esboza su dicho. Si habla en jueves (4), está pensando en un ayer ubicado en martes cuyo mañana es miércoles y para el cual el hoy sería viernes. Por lo tanto, el verbo ser está conjugado en pospretérito, porque indica que la acción puede ocurrir en el caso de que otra suceda antes de la misma; es decir que supone al hoy como si fuera martes, aun sabiendo que es parte de un ayer.

¿Pero qué pasa si el hablante dice esto en sábado? El desplazamiento temporal llevaría a un nuevo día, pues la suposición ubicaría al ayer hipotético en un jueves, para el cual el viernes se hace mañana y por ende el hoy no podría ser sino sábado en calidad de un viernes prolongado, inacabado. Este caso supone el verbo “ser” conjugado en copretérito, porque señala los hechos no terminados, o que sucedieron al mismo tiempo que otros. Pero ocurre que, a la letra, el acertijo dice “sería” no “era” y la sola conjugación ya implica un cambio en la lógica y el sentido. No es lo mismo, por muy elegante que parezca decir: Si ayer era mañana, hoy fuera viernes. En este caso, la función aplicada es la segunda y=(x+1)-(x-1).

En conclusión, dado que la forma verbal utilizada es el pospretérito, el día en que habla el ebrio del acertijo es un jueves confundido, por razón de la embriaguez, con un martes pasado, por lo que se explica que en su afán de seguir la francachela por su mente pase que ¡gracias a Dios es viernes!

Ahora, pensemos en un borracho irredento, franco alcohólico y no mero bebedor social, ¿qué fórmula aplicaría para referirse a antier, antes de antier o el mes anterior entero? Piensa, amigo lector, ¡hoy es viernes y hoy toca!

Con ganas de descabellarla

HOY, los “animalistas”, como llaman algunos peyorativamente a quienes defienden los derechos de los animales, parecen ser tan capaces de las mismas atrocidades comunicativas que aquellos a quienes denostan. En el afán de allegarse simpatías —lo que no es muy difícil en estos tiempos de absurda “corrección política”—, también incurren en el amarillismo publicando notas o emitiendo opiniones escandalosas, ciertas o no, con tal de inclinar la balanza a favor, no de los derechos de los animales, como sí más bien de su causa que, aun siendo noble en el fondo, reviste una mezquindad tan reprobable como la que señala.

Es el caso de una nota aparecida por estos días en algún portal en línea sobre el supuesto dicho del torero mexicano Rodolfo Rodríguez “El Pana”, cogido días atrás de esto que escribo, y en tan malas condiciones que, el ya anciano y orgulloso valiente matador, —tauricida, califican los opositores a la tauromaquia— quedara parapléjico, en un caso más de entre tantos accidentes asociados al mundo taurino.

Según esta nota escrita por Alexander Garín Rojas, “El Pana”, además de suplicar a sus médicos y familiares que lo dejaran morir habría afirmado:
Por favor, perdónenme. La juventud de ahora ve y sabe cosas que en mis tiempos se ignoraban. La tauromaquia debería ser detenida. Yo lo aprendí con mi vida (GARÍN Rojas, 2016).
De ser cierto este dicho que ha causado el goce y beneplácito de los detractores de la tauromaquia (contrástese con otras fuentes (MARTÍNEZ Ahrens, 2016)), se sumaría a los de otros lidiadores que, por efecto de un accidente fatal o auténtico acto de contrición —si cabe describirlo así— han cambiado su postura respecto de su oficio. Un ejemplo es el del extorero colombiano Álvaro Múnera:
Si no hubiera sido por eso [la cornada que lo dejó paralítico], yo seguiría siendo un bárbaro (MÚNERA, 2012).

Un cambio de actitud que, en vez de abonar a la conciliación comprensiva de una tradición cultural con la modernidad en que se inserta, más parece servir de pretexto a los rijosos, para atizar más el odio general hacia una forma de expresión, un odio empero irracional equivalente a la censura que los idiotas gustan emplear como recurso para acallar aquellas ideas que, en su particular punto de vista, atentan contra lo que califican como privativo y propio de lo humano, comenzando así a tergiversar los conceptos de lo público, lo privado y lo íntimo, más allá de lo que sucede en, por ejemplo, las redes sociales alrededor de temas como la sexualidad y las relaciones interpersonales, entre otros.

Estos amigos y amantes de la naturaleza se muestran tan ciegos en su idiotez como esos otros a los que señalan de crueles, abusivos, y cuyas costumbres y tradiciones seculares les parecen deleznables, inútiles, contra natura. Y argumentos no les faltan; incluso los de los aficionados sirven como búmeran para arremeter en contra [cf. (ACABEMOS CON LA TAUROMAQUIA, s/d)].

Unos y otros exponen sus razones ya para erradicar formas culturales como la tauromaquia o el circo, ya para defender complejas maneras de expresión humana, al margen de lo atroz y sangrienta que pueda resultar en sus efectos. Y, siendo válidas unas y otras, cada cual se encarga de desestimar e invalidar la postura contraria sin detenerse a dilucidar lo aprovechable de cada extremo. Así, aquí y allá tenemos a quienes defienden a capa y espada el armamentismo, pero se escandalizan respecto de las prácticas de matanza en algún rastro. Y en el otro extremo tenemos a quienes, de talante igual de susceptible, quisieran desarmar al mundo mas, al amparo de alguna idea fervorosa, siguen sacrificando al cordero.

Sin duda vivimos tiempos reflexivos y, para comprender lo que nos hace humanos en las circunstancias actuales, creemos que cabe lo mismo rasgarnos las vestiduras que vendarnos los ojos a lo evidente, como dos maneras de manifestarse la misma indiferencia respecto del otro, su pensar y su sentir. Pero, entre ambos extremos nadie, o casi nadie, ha optado por explorar el camino del justo medio.

En todo este tiempo de discusiones agrias acerca del tema no he leído ni escuchado —fuera de lo que personalmente he escrito— a uno solo que, con mesura y sensatez, proponga en lugar de la desaparición del circo o el coso y la tauromaquia, el ring, etc., la transformación de las mismas tradiciones y prácticas culturales en afán de hacerlas más acordes con los signos de los tiempos: una de dos, o más violentas y descaradas o más comprometidas y conciliadoras, sin desmedro del gusto de unos ni de la inclinación de los otros. Los tolerantes, ya lo he dicho, han perdido piso y se han vuelto intolerantes frente a los intolerantes; y estos, aunque sea cacofónico, se han vuelto recalcitrantes.

La cultura es, por antonomasia, producto de la evolución. Si bien a lo largo de la historia el hombre se ha visto, no nada más tentado, sino poniendo en efecto la cancelación, el erradicar, destruir, proscribir obras, costumbres, maneras, también es cierto que, viceversa, ha prohijado, promovido, edificado, normado en favor de las contrarias aun demostrándosele la perfidia y el perjuicio (a veces prejuicio) que pudieran implicar en su puesta en práctica. Eso aplica a leyes, organizaciones, credos, sistemas, métodos, procedimientos, protocolos, procesos, acuerdos, pactos.

Quepa recordar que la etimología de la palabra idiota remite a aquel individuo que no se ocupa de los asuntos públicos, sino sólo de los de su interés propio y privado. Ocurre ahora que, cuando, la que bauticé como opinioncracia —sobre la que tanto me he cernido— lleva de la mano a la palabra y la sinrazón, descubrimos: todos somos idiotas. Idiotas que, mirando en lo público el indicio o la mínima sospecha de lo propio y privado: del dolor y el desagrado propio, de la concepción propia y particular sobre lo que hace a este mundo nuestro mundo, lo consideramos entonces espectacular, es decir digno, no nada más de nuestra atención, sino y por lo tanto de nuestro idiota y personal gobierno interventor. Y, si esto lo elevamos al nivel del Estado…

Así, estos idiotas que somos saltamos a la palestra para hablar nuestro parecer sobre lo que valoramos como propio aun no siéndolo del todo por ser, de suyo, compartido con el resto de los hombres y cuyo gusto, modo, vocación y tendencia puede ser y es tan respetable como el nuestro. Ah, pero, idiotas como somos, legos en los temas públicos, necios en la intención de hacer que los otros piensen y sientan con nuestra privada, individual y propia idea de lo que es o no es, vemos, en lo que ya nos creemos propio: ese toro enamorado de la luna, ese comisario y ese policía al que abruma el crimen organizado, ese carnicero sordo a los alaridos de la víctima de su crueldad; vemos, decía, el motivo sobre el cual cimentar el imperio de nuestro desatino. Y entonces el vegano y el carnívoro y el misógino y el feminista y el acosador y el vejado y el que caza y el que casa a los del mismo sexo y estos también, se creen, en conjunto, los menos idiotas de entre todos por haber tenido la osadía de llevar a terreno público lo privado.

Es por esta idiotez contumaz que, no nada más en mi discurso de las más próximas entregas de un tiempo a esta fecha, lo estúpido cobra factura de definición.

La estupidez de los idiotas es, hoy, sin duda, la norma en lo que se dice tanto como en lo que se hace y, peor, en lo que se decide como bienestar de la mayoría; y ya no digamos en lo que se promete. Los políticos nos parecen idiotas, porque apelan y se aferran a los intereses que les son propios y privados aun a despecho de las necesidades públicas de aquellos a quienes dicen representar por virtud de una democracia ramplona. Pero los ciudadanos, tú y yo, amigo lector, también pecamos —ya se va viendo— de idiotas que, desde lo alto de nuestra colina, creemos que el sol sobre nuestras cabezas calienta a todos por igual. Si, como Zaratustra, bajáramos a andar esas calles y senderos, más pronto que tarde nos daríamos cuenta que, citando a Miguel Ángel Rodríguez (RODRÍGUEZ, 2015, págs. 74-75):
La civilización actual ha sido construida sobre un falso humanismo [… a] todo aquel que pregone la irresponsabilidad de nuestros actos […] de inmediato le prestamos oídos y presurosos afirmamos todo lo que ellos dicen, porque así conviene a nuestros intereses y no porque efectivamente sea verdad.
Ya en su época, Platón alertaba sobre los sofistas. Estos, sin embargo, deambulan con singular alegría aquí y allá como los máximos educadores de las generaciones que van y vienen, diseminando, divulgando cuanta estupidez bien argumentada conciben. Y ninguno nos salvamos de caer en el yerro de erigirnos en heraldos de una verdad absolutista en su distorsión. En cada idiota palpita un sofista; y en cada sofista, filosofa y enseña la idea aprendida, tal vez, a algún inteligente idiota.

Pues la idiotez no está peleada con la inteligencia. No todo idiota es imbécil y lo demuestran las argucias lógicas de favorecedores y de opositores de tal o cual tema que se quiera poner sobre la mesa. Si bien ello no lo exime de ser estúpido. La idiotez solo se trata de una forma diferente de manifestarse en el ámbito egotista de la egolatría.

Todo esto que aquí digo puede, también y, si tú lo quieres, ser clasificado bajo la categoría de idiotismo y revirárseme. Siendo, entonces, yo tan idiota como tú, no me queda sino reconocer que, en la casa del jabonero, quien no cae resbala.

La tauromaquia, como otras prácticas reprobables en la forma como se efectúan, puede simplemente ser modificada para hacer de ella una manera de expresión cultural más acorde con el humanismo que hoy se pretende y se va construyendo. Y es, este, un humanismo en el que el hombre ya no es el centro como sí lo fue desde el humanismo renacentista hasta el más cercano y existencialista, roto en su fundamento primero por Darwin, luego por Freud y casi a la vez de este por Einstein. Es un humanismo donde el hombre no lo es todo y la naturaleza ya no es solo nada. Es uno que revisa y refresca las románticas ideas rousseaunianas, para redactar los nuevos principios de un contrato social más comprometido con la vida misma que con las relaciones de mercado y poder. Es uno que cuestiona el neodarwinismo, pero que ha quedado preso de su ingenuidad cuántica por insistir en ver al hombre como el máximo eslabón evolutivo que, en el aprecio del resto de las formas de vida, encuentra un nuevo pretexto para elevarse por sobre ellas como nuevo emperador de Natura.

En el principio fue el verbo y tras él vino la instrucción de estar al servicio administrativo de lo creado. Ya encontramos en nosotros al procurador, falta ver si somos capaces de hacer una menos idiota justicia a la que den menos ganas de descabellarla con el estoque de la simple palabra.

Personalmente, ya me he declarado, no soy opuesto a la tauromaquia como sí a los que se oponen a ella a rajatabla. Que en ella la crueldad haya sido signo de presumible superioridad del hombre sobre la bestia no la hace más ni menos deleznable como su contraparte entre los mismos seres humanos por cualesquiera justificaciones. En tanto expresión cultural es un medio y por lo tanto una forma de mediación entre lo que somos y lo que queremos, podemos o imaginamos ser. Insisto, mejor que borrarla de un plumazo, deberíamos ser ingeniosos hidalgos y ver molinos donde sospechamos ogros. El horror siempre estará en nosotros como causa y como efecto, como acción y reacción, solo debemos aprender a dosificarlo.


Referencias

ACABEMOS CON LA TAUROMAQUIA. (s/d de s/d de s/d). "Argumentos taurinos más frecuentes". Recuperado el 25 de mayo de 2016, de Acabemos con la tauromaquia: http://www.acabemosconlatauromaquia.com/argumentos-taurinos/
GARÍN Rojas, A. (21 de mayo de 2016). "El matador de toros 'El Pana' se arrepiente antes de morir: 'es un oficio cruel, violento, por favor, perdónenme'". Recuperado el 25 de mayo de 2016, de Denuncias MX: http://www.denunciasmx.com/2016/05/el-matador-de-toros-el-pana-se.html
MARTÍNEZ Ahrens, J. (21 de mayo de 2016). "El Pana pide a los médicos que lo dejen morir". Recuperado el 25 de mayo de 2016, de El País / Cultura: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/20/actualidad/1463728769_724154.html
MÚNERA, Á. (13 de enero de 2012). "Arrepentimiento taurino - Álvaro Múnera". Testigo Directo. (M. RUÍZ, Entrevistador) MUPRA (Canal oficial YouTube). Caracol. Recuperado el 25 de mayo de 2016, de https://youtu.be/gwK7Pl_M0h0
RODRÍGUEZ, M. (2015). Reflexiones para idiotas. Palibrio.

Ay qué tiempos, señor Don Simón

ESTE ARTÍCULO: ¿Por qué demonios quieren ser periodistas? me remontó en el tiempo, me hizo recordar mis primeros pretextos. Yo no tenía intención de ser periodista o de hacer periodismo. Yo estudié Área Físico-Matemática, ingresé a Ingeniería en Sistemas Electrónicos en el Tec de Monterrey donde practiqué como algo más que un hobby el teatro. Un buen día me "cayó el veinte" cuando me vi en la biblioteca, entre libros dispersos, un volumen de metafísica, otro de teatro, un diccionario de filosofía, otro de poesía, los apuntes para mis artículos del periódico universitario, un libro de circuitos eléctricos, mi tarea de lógica computacional y mi vocación entró en crisis. Entonces hube de reexaminarme a fondo. Nuevos exámenes vocacionales. Decidí cambiar de carrera: Ciencias de la Comunicación. De acuerdo con la psicóloga yo podía estudiar lo que quisiera, todos mis resultados psicométricos eran altos para todas las áreas. ¡Ah chingá! Y me clavé en lo que soy, con una visión sistémica heredada de la ingeniería, humanista y dramática por herencia materna y gusto por las tablas y los libros y las ideas. Y aquí me tienen.

Yo no quise ser periodista ni hacer periodismo. Como no quería hacer radio. Un día se dio la oportunidad de tomar un curso de producción, guionismo y locución radiofónicos en la XEW y lo consideré la puerta abierta para entrar en el gigante de Televisa y extraer conocimiento y experiencia. Me quedé un rato haciendo radio. Y me enamoré del medio. Luego mi querido amigo y colega Enrique Bustamante me invitó a colaborar con él en El Universal, escribiendo una columna en una sección nueva no solo del diario sino en el periodismo mexicano, una sección pensada para los estudiantes universitarios. Y así nació mi "Paréntesis". Olfateé la tinta, el papel, escuché y sentí las vibraciones de la rotativa... Y me enamoré... Y entonces mi condiscípula Verónica Pimstein me invitó a hacer análisis literario en la producción de su padre, y así, como en circo de varias pistas, simultáneamente desarrollé las habilidades para varios medios, radio, tv, prensa escrita, de la mano de la academia, como profesor universitario. Y yo quería hacer cine y teatro y escribir escribir escribir...

Hoy, miro atrás con orgullo y satisfacción. Miro al frente y veo mi plato vacío o en todo caso servido de frijoles o arvejas, mis gatos (los que yo no quería ni tenía planeados) reclamando menos racionamiento en su comida. Miro adentro de mí y me siento pleno, seguro de estar actuando con rectitud, honestidad, siendo auténtico. Miro mis libros que no se venden por falta de difusión o interés de los lectores o qué se yo, y mis palabras me consuelan: "no sufras, el silencio entre líneas también es buena compañía". Quizá un mañana...

Hoy repaso mi blog, mis videos y me pregunto quién está detrás de esas líneas, de esas imágenes. Creo desconocerme y no es por causa del paso de los años. Miro la manera como me miran los políticos y funcionarios públicos a quienes me acerco, sobre los que escribo y veo en ellos duda, inquietud, ¿respeto?, distancia, ¿temor?; tal vez displicencia o ¿condescendencia?

Soy de largos aires en el análisis y la redacción. Ya se ve aquí. Porque tengo sueños largos, aspiraciones de largo alcance. No me conformo con el verbo sucinto aun cuando pragmático. Siempre veo más allá del solo signo, indicios de lo que es, de lo que puedo ser.

Presentó Gobierno de Naucalpan Bando municipal en Otomí



Con el objetivo de ser un gobierno incluyente y que todos los ciudadanos conozcan la normatividad que rige en Naucalpan,  por primera vez la administración 2016-2018, encabezada por Edgar Armando Olvera Higuera, presentó el Bando Municipal 2016 traducido al otomí.
El documento fue entregado este domingo a los vecinos del pueblo de Santiago Tepatlaxco, zona donde todavía muchos de sus habitantes se comunican en esta lengua.
En el marco del Día Internacional de la Preservación de la Lengua Madre, Pedro Fontaine Martínez, Director de Participación y Vinculación Ciudadana resaltó la importancia de dicha traducción la cual es difundida entre la población que habla el otomí, ya que el Bando busca promover el orden, la conciencia y los valores entre la comunidad.
En el marco de esta celebración es importante conocer nuestro origen, es importante conocer los hechos que nos dan arraigo, pertenencia y localidad y por eso decir, soy naucalpense, es un orgulloso porque tenemos un origen en común, esos cuatro barrios en Naucalpan han sido muy importantes para la historia de los que hoy estamos aquí.
Si no honramos a la gente que día a día sigue preservando ese origen, no podemos decir que tenemos una Ciudad con Vida, por eso el Presidente está preocupado por la inclusión que permite, una fuerza que va renovando generaciones, gracias por la historia que ustedes han creado, por defender su lengua compañeros, conciudadanos, originarios otomíes, todos nos apellidamos Naucalpan y junto con ustedes estamos construyendo una ciudad con vida
Así presentó la edición otomí del Bando municipal Fontaine Martínez a los asistentes. Según Raymundo Isidro  Alavez, traductor de varios libros al otomí y académico del Centro de Idiomas de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, se calcula que en Naucalpan hay alrededor de 53 mil personas que hablan esta lengua.

El Bando Municipal 2016 será colocado en los espacios públicos que visitan los habitantes de San Francisco Chimalpa y en los diversos barrios de Santiago Tepatlaxco, tales como: Buenavista, La Era y El Pocito, entre otros.

(Fuente: Gobierno de Naucalpan de Juárez.)