DE UN TIEMPO A ESTA FECHA el empresario regiomontano Gilberto Lozano González creador de la asociación Congreso Nacional Ciudadano ha venido promoviendo lo que llama una "revolución pacífica" en los términos de lo que se denomina "ciudadanismo". Con respecto a lo tratado en el video que ahora comparto, uno de varios que ha publicado, solo toco un tema, quizá el más sensible de entre todos los tocados en el video: "Exígele al que le pagas". Error, estimable Sr. Lozano. Eso de que no se le puede exigir a usted o a mí, es una falacia discursiva, un sofisma demagógico.
Por supuesto que le puedo exigir a usted o usted a mí. Claro que no será lo mismo que a los funcionarios públicos, pero sí algo mucho más fundamental y tan compartido con aquellos como son las obligaciones ciudadanas que acompañan a cada derecho. Yo puedo exigirle a usted, como usted a mí, que cumpla con esas obligaciones en los distintos niveles, aspectos y rubros. Podemos exigirnos mutuamente cumplir con las leyes, para empezar. Pero ahora circula en el aire y el ámbito de lo que yo he llamado la "opinioncracia" que cualquiera se siente mejor que los demás y adopta actitudes tan reprobables como las mismas que pretende señalar o en efecto denuncia de, por ejemplo, sus funcionarios.
El ejemplo más claro lo tenemos en lo que propicia el movimiento encabezado por Arne aus den Ruthen, el "Poder Antigandalla". Si bien en el espíritu puedo acompañarlo, no puedo hacerlo en el proceder, pues comete igualmente arbitrariedades argumentando ampararse en el mismo derecho por encima del cual pasa.
Señor, Lozano, voy siguiendo con cuidado sus aportaciones, muy valiosas sin duda. Pero no caiga en la trama de darle a los otros lo que quieren escuchar, porque a fin de cuentas pecará de lo mismo que señala en esos otros actores políticos que identifica como partícipes del sistema.
Quiero recordarle que usted también es partícipe del sistema, aunque desde su trinchera. Abreva, por lo pronto para sus negocios, de las virtudes y vicios del mismo sistema que lo sostiene como parte de un desarrollo económico y social.
Como usted, yo, desde el 2005 he venido levantando la mano para ser tomado en cuenta para hacer un cambio. Y poco a poco aporto mi grano de arena dentro de mis limitaciones. Recientemente volví a alzar la mano, entre en broma y en serio (como escribí en mi texto: Carta a un candidato independiente, donde expongo, reflexiono por qué en broma, por qué en serio). Para mi entidad, el Estado de México, en parte por las reglas del juego y en parte por falta de fondos o "cartera de clientes" a quienes sacarle la firma, solo podría contender como candidato no registrado (ya pasó la fecha para entregar la documentación).
Si alzo la mano para el 2018...
La exigencia del ciudadano al gobierno, como viceversa del gobierno al ciudadano es de doble vía, bidireccional. Los funcionarios públicos no son, como pretenden y alegan hacer creer los enamorados del clientelismo, "empleados nuestros" por elemental principio de lo que significa la relación obrero-patronal. Esa es una postura equívoca que más apela al resentimiento acumulado a manera de reacción frente al sojuzgamiento experimentado en épocas anteriores. La "oligarquía explotadora" no la constituyen solo los gobernantes respecto de los ciudadanos y por supuesto tampoco y menos estos respecto de los que en teoría los representan o administran los bienes públicos. El gobierno no es una empresa y las categorías para definir los roles no se equiparan.
Por lo demás, puedo coincidir en muchos otros aspectos con usted.
(Texto publicado originalmente el 18 de noviembre de 2005. Escribí este ensayo como borrador de un editorial para una revista que editaba hacia 1996 intitulada Correo Farmacéutico para un importante grupo empresarial, Grupo Casa Autrey, hoy Casa Saba, y se convirtió en el pretexto para mi despido violento e indignante por la forma como fui humillado por Sergio y Adolfo Autrey. El 30 de abril de 2007, con algunas modificaciones mínimas, lo solté al capricho de las mareas de la Internet. Hoy, vuelvo mis ojos a él dadas las circunstancias personales, de mi municipio, Naucalpan, y de mi país, México; para revisarlo y ampliarlo. ¿Sobrevivirá los mares procelosos o sucumbirá ante las artes náuticas de la estulticia? Quizá sus palabras me convirtieron en su autor proscrito. Quizá simplemente, como la mariposa monarca, extienda las líneas, alce vuelo y migre a otros ojos lectores más cálidos.)
Si el cambio de las cosas y las personas resulta impresionante, y despierta temores insospechados cuando se produce a flor de piel, no ocurre menos cuando se suscita en lo más recóndito del ser.
Cuando esto pasa, no sólo la apariencia se transforma, sino tal modificación superficial halla su explicación y, más, su justificación, precisamente en las estructuras que la sostienen.
Aprovechando que en noviembre migra a nuestro territorio la mariposa Monarca, haciendo un símil un poco burdo podríamos considerar al país, que hoy parece querer desmoronarse entre nuestras manos, una curiosa crisálida. En su interior hiberna la oruga en plena mutación; sin embargo, mientras se produce el milagro, el gusano nos resulta repugnante, chato, espinoso, desesperante en su lentitud. Todos sus sistemas: circulatorio, respiratorio, nervioso, digestivo, etc., sufren reformas, acondicionamientos que harán de tal ser en enésima gestación uno ágil, ligero, hermoso, pero momentáneo. Esta es la realidad.
Sí, México en sus sistemas no está enfermo, como algunos suponen. Está en transición. Por lo pronto es una oruga horrorosa que se ha despojado de su piel para mostrar su esqueleto corrupto, su pútrida carnosidad, su hermafrodita sensualidad, su calavera sonriente. Está inhumando su pobreza de espíritu a la vez que prepara sus vestidos catrines para el momento de su redención —porque lo bailado... ¡ni quien se lo quite!—. Espera que mañana, bajo el ala de su seductor sombrero y entre los resquicios de su huesudo pecho enamorado, pacerá el escarabajo y palpitarán unas alas ansiosas de desarrollarse y remontar las alturas.
Uno es apenas una parte mínima de tal criatura, pero no por ello deja de experimentar cambios en su complejidad. Desde lo más recóndito y aún contra el reconcomio de unos cuantos, se apresta para rasgar su envoltura de seda y surgir de una revolución más del ciclo personal, convirtiéndose en objeto de admiración... o repulsión; todo depende del cristal con que sea mirado.
Fuera de todo símil, la realidad es que en México vivimos una revolución. La gente es el foco de ella, porque todavía es ella quien hace posible al negocio mexicano. Tal revolución es posible gracias al impostergable reconocimiento de la importancia de dos elementos básicos e inherentes a todas las personas, llámense obreros o funcionarios, campesinos o diputados: la educación y la comunicación. Todos nos comunicamos entre nos: a través de palabras, de gestos, de objetos como el dinero —una forma de comunicación poco reconocida como tal—; en una palabra, mediante símbolos. Y para entender, explicar y expresar tales símbolos se requiere de una capacitación particular. Partir de este binomio es trazar el camino hacia una verdadera “nueva cultura laboral” en cuyo centro se halla el hombre y no su cadáver erosionado por la acción desgastante de la injusticia.
México, entonces, es una enorme crisálida en cuyo interior se encuentra el hálito que el día menos imaginado puede volverse tormenta; en cuyo interior palpita el alma de un pueblo capaz de poner a temblar a la fe misma.
NOTA DEL AUTOR (21 de noviembre de 2016):
Miro lo que va ocurriendo poco más de diez años después de escritas estas líneas, y no nada más me percato que la descripción que hacen es atinada, sino desesperante por lo que a la morosidad retratada se trata.
El título, al paso del tiempo, necesita una aclaración que, además, amplíe la explicación preliminar. Fue, cierto, no nada más la causa de un despido, sino la causa de una larga depresión cuya huella a veces escalda al alma. Porque la herida dejada fue una burda forma de lección, la que se resume en la frase que Sergio Autrey me espetó tras leer el borrador original, cuestionando mi quehacer y oficio como escritor: "¿Por qué tendría que leer lo que escribes? Nada me obliga a leerte". Es esa una verdad indiscutible, que por sabida se calla y que, quienes escribimos, tratamos de no colocar en el pináculo de los pensamientos porque distrae la atención sobre lo que suponemos importante para expresar e informar, en una palabra, para comunicar. En especial cuando, si nos atenemos a los consejos de Rainer María Rilke, hemos visto en la escritura, en la literatura, la razón misma de nuestra existencia, aun cuando en ello nos vaya la vida, el prestigio, padezcamos hambre, soledad...
Cada vez que me enfrento a una página en blanco esa es la primera pregunta que me hago: ¿por qué tendría qué leer alguien lo que estoy por deletrear enseguida? Evito en lo posible las varias respuestas, porque ya me ha pasado que de pronto se me clava en la mente una de las opciones, a veces dadas como contestación viva por personas de carne y hueso que conozco, y me anquilosa la pluma o hasta me silencia por largo tiempo, hasta que consigo recomponerme del zarpazo de la adivinada prevaricación con que pudieren reaccionar alguno o todos los lectores. Entonces debo colocarme la máscara del cinismo, vestir la coraza de la indiferencia y la desfachatez, para acometer la tarea de escribir lo que pienso y siento sin temor de lo que otros puedan poner en contradicción, pero cuidando de no herir a sabiendas susceptibilidades, cosa difícil pues nunca falta quien toma las palabras a pie juntillas, a lo personal, o tergiversándolas aun alegando su leal saber y entender.
Por estos días, en la red social de Facebook, me encontré con el siguiente meme compartido ¡por colegas periodistas! En él una pregunta lapidaria atribuida al novelista y ensayista portugués [corrección de estilo mía]: "¿Qué derecho tienen un señor o señora de creer que, por escribir una columna, tenemos que creer que es verdad lo que dice?"
Grave pregunta, de esas que pueden convertirse en pesadilla para quien se ostenta escritor o, peor, para quien, como creo es mi caso, es desde la sangre misma escritor.
Cuestionamiento que llega a la médula misma. Que conlleva lo mismo un falaz procedimiento en su plan como una veraz síntesis analítica de las causas y efectos de la fe en lo que uno es, siente y piensa.
Por ahí, cierto amigo y colega, cronista y comentarista deportivo de cepa, Fernando Andere comentó bajo dicho meme una ¿verdad?: "No es importante si lo dijo Saramago [...]. Hoy cualquiera dice pendejadas". A lo que repuse que, si hacemos memoria, aun antes que naciéramos cualquiera decía pendejadas, nomás que las decían a grito pelón, en los cafés o la plaza; o al oído, sin que muchos se enteraran. Hoy, esos mismos tienen, no como los de antes, más medios a su alcance, la inmediatez efímera del muro de una red social que asegura incluso el anonimato o la identidad disfrazada, la recurrencia hasta el infinito de un meme hecho para toda ocasión.
Lo interesante de esta publicación es que fue compartida en un espacio supuestamente gremial, es tanto como un hara kiri o un regreso a las reconvenciones que ya se hacían a Voltaire siglos atrás. Y, dicho esto, ¿con qué derecho creo que lo que expongo es razón para que, quienes lean, crean que lo digo, no tanto con, sino cual verdad? Es más, ¿quién puede asegurar que no pertenece a esa caterva descrita, sino solo aquella persona exenta o carente de opinión formada? ¿Cómo llamar entonces a ese que no cree en lo que dice, aun dudando de su veracidad?
Nadie enseña a nadie a ser padre; y hay padres que, aun cuando escribieran una enciclopedia, serían tan pendejos o sensatos como esos otros que, sin tener descendencia (me incluyo), quizá por eso mismo consiguen una perspectiva por lo menos distinta para atajar la empresa de la paternidad, sin que por ello su dicho sea verdad aplicable a todos los casos. Es ese un ejemplo de tantos entre temas que podemos hallar aquí y acullá de autores diversos que, en el ejercicio de su derecho de expresión, publican hoy opiniones disímbolas como parte de esta opinioncracia que nos caracteriza como sociedad del conocimiento y de la información.
Cervantes, Paz, Víctor Hugo, Saramago... Solo son nombres de personas que vivieron a su modo y en su tiempo, apegados como tú, amigo lector, al sentido común de su época y generación, que quizá consiguieron distinguirse del resto por suerte o por designio ¿divino? ¿Por qué hemos de creer que en sus obras, ficción o no, dicen verdad; o una verdad más asequible y fehaciente que las de otros que, en ese derecho, exponen su sentir y su pensar?
Cierto, a veces quienes escribimos y publicamos cometemos el pecado de la soberbia al intentar que nuestros argumentos cobren un peso específico en la conformación de una opinión pública y para ello cuidamos fundamentar, estructurar, verificar, parecer creíbles, sin que lo consigamos siempre y no solo por causa nuestra, sino también por causa de las expectativas de los lectores con quienes no por fuerza estamos obligados a coincidir; como de manera natural sucede viceversa entre ellos y nosotros, los que nos decimos autores.
Es común que, al contratar a una persona para una empresa, el reclutador le pregunte por qué debe ser la elegida por sobre otros candidatos. La misma pregunta pesa en el ánimo popular cuando se trata de escoger a alguien para gobernar los destinos de un municipio o una nación. Y también en el más pedestre de los niveles como lo es el mercadológico que, entre las palabras que le hacen palpitar está justo esa relacionada con los motivos que llevan a un consumidor a adquirir cierto producto, objeto, servicio, idea, marca. ¿Por qué comprar algo? ¿Por qué leer a alguien?
Esa pregunta hecha por Sergio Autrey mientras me apretaba fuertemente la mano con evidente rencor y odio, mirada desde la perspectiva de una circunstancia más existencial que laboral me puso sobre la mesa un ejercicio que luego los lectores no están dispuestos a llevar a efecto, ya por pereza o ignorancia: pensar, examinar, analizar las notas distintivas que hacen de un dicho o hecho, de un autor, cualquiera sea su condición, como uno valioso en lo que de original o falso tiene.
Lo que abunda en la Internet hoy es el clisé. Esa reproducción insistente, machacona de los contenidos llevados y traídos por el gusto de unos y otros, va conformando el cuerpo y el fondo definitivo de lo que creemos saber tanto como de lo que en efecto sabemos o, por lo menos, conocemos así sea "por encimita".
Esa pregunta no es mero cuestionamiento retórico. Y consta de dos respuestas, a veces contradictorias. Una proveniente de la experiencia y punto de vista del objeto mismo a comprar, del autor mismo a leer; otra se la encuentra en el prurito del comprador, del consumidor, del lector. Pero abundar en esto me desvía del tema que detonó este texto y aquel despido. Ya lo trataré en un ensayo postrero.
A MEDIADOS DE AGOSTO de 2016, en medio de las Olimpiadas en
Río de Janeiro —razón por la que no causó mayor revuelo en medios—, el ahora controvertido
cantante de música de banda, Gerardo Ortiz, lanzó una imagen preliminar de lo
que podría ser la portada de su próximo álbum Comeré callado en la que
se ve su retrato con un candado cerrando su boca. Esto, días luego que el juez
segundo en materia penal, en Guadalajara, Jalisco, dictara auto de formal
prisión contra el artista bajo la acusación del presumible “apología del delito”
(TORRES, 2016). La difusión principal la efectuó en la
red de Facebook. Los pocos
comentarios hechos por sus seguidores advertían de probables represalias
gubernamentales sobre la icónica denuncia sobre la censura experimentada.
Como informé en mis Indicios Metropolitanos, meses atrás, en marzo,
este cantante se vio envuelvo en una vorágine que, de polémica, pasó demasiado
pronto al linchamiento, así en medios como en redes sociales y hasta en el
mismo Congreso y ni qué decir de la franca persecución judicial.
El hecho me dio pie para introducir el tema de la intolerancia
que ya venía barruntando en mi ensayo Infernal hermosura del que este
texto forma ya parte aunque con otros párrafos e ideas y que detonara el caso de Kate del Castillo y su encuentro con el narcotraficante “El Chapo” Guzmán.
El ensayo próximo a publicar, a la fecha, se acerca a las
200 páginas, y abarca varios casos de intolerancia fincada en la opinioncracia y analiza el papel que los
medios han jugado en promover el odio más que la comprensión de un hecho para
colocarlo en su justa dimensión y sobre todo para restar la importancia de la
opinión razonada frente a los desatinos de los crédulos impulsos de la fe. Y
eso es justo lo que he criticado al acuñar y tratar el tema de la opinioncracia(VEGA Torres J. , "Cuando la opinioncracia nos alcanzó", 2010) sobre lo que José
Luis Macías escribió:
No son pocas las personas que conciben que la
capacidad de emitir una opinión, erróneamente apellidada “intelectual”, es una condición
exclusiva de pocos, un elemento diferenciador dentro de una sociedad que entonces,
desde su concepción, distingue a la población entre intelectuales y no intelectuales.
Con comodidad, a menudo todos formulamos opiniones
que no encuentran mayor soporte que la emocionalidad y el apasionamiento, alejando
por completo los principios básicos de la racionalidad y escudados en esta inquietante
percepción colectiva de que los que opinan con uso de razón serán los expertos,
los académicos o los “intelectuales”; pero, nosotros, como no tenemos esa condición,
podemos entonces opinar soportados únicamente en la mera intuición sin encontrar
ninguna obligación de fundamentar nuestras ideas. Nada más aterrador para una sociedad,
déjeme le cuento mis razones:
La democracia colocó a la libertad de pensamiento
como elemento esencial y cimiento de su estructura, por ende, reconoció entonces
que la pluralidad de opiniones, el choque constante de las ideas y las pugnas interminables
de los razonamientos, serán la condición sine qua non de su sistema. Por ello, el
conflicto intelectual es un objetivo de la democracia, porque solo mediante él garantizaremos
nuestro perfeccionamiento, la pelea de los pensamientos es la solución para nuestro
progreso.
Partiendo de lo anterior, las opiniones que se
produzcan dentro de una democracia, producto de la libertad de las ideas, constituyen
elementos que afectarán a nuestro presente y representan los caminos conductores
que trazarán nuestro futuro. En otras palabras, las opiniones que los integrantes
de una sociedad en un momento determinado emiten, inciden directamente en el destino
de la colectividad.
Cuando se pensó que la democracia era la mejor manera de
vivir se partió del supuesto de que todos los participantes, mediante sus actuaciones
y opiniones, tomarían las mejores decisiones para todos, sin embargo, ya en la realidad,
no es pequeño el espejismo comodino que algunos integrantes de una sociedad han
creado para excusarse de la responsabilidad ineludible de transformar a las simples
opiniones en estructuradas convicciones, entendiendo a las segundas como la opinión,
pero razonada (MACÍAS, 2015).
Así, entre las líneas de mi ensayo sobre el cual este apunte
apenas esboza una reseña, lo mismo han cabido los casos ya mencionados tanto como
las discusiones en torno a la tesis de licenciatura del presidente Enrique Peña
Nieto, los discursos incendiarios de Donald Trump y otros temas relacionados aun
cuando no lo parezcan, como lo ocurrido alrededor de la muerte de “El Divo de México”
Juan Gabriel.
El rostro de la intolerancia va cobrando más y más forma en nuestro
país y eso resulta muy preocupante, sobre todo porque es una intolerancia disfrazada
de legalidad, de censura velada tras el discurso de lo considerado políticamente
correcto que, so pena de lastimar susceptibilidades a flor de piel, opta por imponerse
como imperativo moral sobre un derecho fundamental como lo es de la expresión.
Sin menoscabo del resto de los derechos humanos, en especial
el de la vida, el de la expresión es quizás el más fundamental de todos desde
una perspectiva metafísica; porque es el derecho que nos revela esencialmente
humanos y que da significado a lo que del Ser hay en cada uno de nosotros [cf. (NICOL, 1974), (COLLI, 1996)].
(Nota aclaratoria de una vez por todas: Las referencias incluidas en este como en otros fragmentos del ensayo mencionado u otros que el lector pueda encontrar dentro de mis Indicios Metropolitanos, cuando tienen relación directa e inmediata con lo tratado las desgloso en la bibliografía al final del texto. Cuando no aparece tal bibliografía o lista de referencias, es porque estoy dejando invarialemente el apartado para la publicación del ensayo completo en formato de libro electrónico o PDF por fuera de este sitio.)
Lo que a mí
me parece inaceptable es que un escritor
o un intelectual se someta a un
partido o a una iglesia.
Octavio Paz.
ERA DE LA OPINIÓN…, hace muchos años, que la academia era un
oasis, pero con el paso de los años ese remanso se ha visto a la vez desecado y
corrompido con la hechura de espejismos convenidos por unos cuantos.
Por estos días, en la red social Facebook, mi querido colega
comunicólogo Octavio Islas compartió un artículo de Fernando García-Quero
publicado en el sitio español de El
Diario. En él, el autor expone la preocupante situación que
enfrenta la academia, por lo pronto en España, en el interés de validar su
objetivo social como institución generadora de conocimiento. En su opinión:
La Universidad […], le pese a quien le pese,
está inmersa en un proceso que aniquila intelectuales y los convierte en un
nuevo tipo de ser académico cuyo fin último es hacer papers sin pausa,
sin poso y sin reflexión.
[…] que en la mayoría de las ocasiones, al
menos en ciencias sociales, que es el ámbito que mejor conozco, no sirven para
mucho, no aportan gran cosa a la sociedad y no mejoran en absoluto la realidad
más próxima a los investigadores […] que los realizan (GARCÍA-QUERO, 2016)
Hace muchos años, en México, un spot publicitario, en su jingle,
rezaba: “entre el zapato y el pantalón / está el detalle de distinción”,
aludiendo como es obvio a esa particular prenda conocida como media o calcetín
que aun hoy —a pesar de ciertas modas— establece una diferencia aparente entre
el caballero con “decencia” y el vagabundo zarrapastroso o descalzo; aun
cuando, invitado el segundo por el primero a laborar en conjunto, tope uno con
que, citando a Pito Pérez:
Vázquez era de esos funcionarios que
aprovechan al subalterno para todo, sin manifestarse jamás complacidos, y que
se visten con las ideas de los otros. Yo decía mi parecer ingenuamente, al
hablar de los negocios del Juzgado, y él soltaba después mis opiniones como si
fueran suyas, con el preámbulo de siempre: “a mi humilde juicio…”.
Para hacer un estudio de los necios, en
general, me bastó conocer al juez y al secretario, ya ahora ya sé que lo que
cambia en los hombres es la dimensión de sus empleos, pero que el tonto o el
sinvergüenza, lo mismo son de alcaldes de un pueblo que de ministros en la
capital de la República (ROMERO, 1986, pág. 375).
Y, parafraseándolo, en una institución educativa se aprende
mucho y no nada más lo que está en los libros o dictan los profesores o lo que
se deduce de un experimento o lo que se induce de determinadas generalidades.
Uno se resiste a creer que los docentes sean tan vanidosos, mezquinos, y los
que los rodean tan serviles y aduladores. Pero en realidad, y así lo vemos lo
mismo con el Secretario de Educación que con los maestros sindicalizados, así
son.
Y esta triste realidad, que calza como un calcetín raído, no
es nada nueva. Al menos en lo que yo recuerdo ya desde mediados de los noventa
venía dándose, aunque no de manera tan grosera y generalizada. Y fue
suscitándose a la par que fue instalándose en las instituciones educativas de
todo nivel el clientelismo como forma ideológica de administración.
Aunque parezca mentira y difícilmente creíble, la
evolución durante las últimas décadas de las políticas públicas en el ámbito
universitario […] ha generado unos incentivos perversos que están acabando con
la reflexión y el pensamiento crítico en todos los niveles de la sociedad. En
el sistema [educativo…] no se valora ni se fomenta en absoluto un profesorado
que prepare clases, envíe trabajos a sus estudiantes y los corrija, intente
enseñar más allá de los cánones establecidos, imparta charlas fuera del ámbito
académico sobre cuestiones que considere importantes para formar ciudadanos con
ideas propias, colabore con asociaciones u organizaciones sociales, escriba en
medios divulgativos para transmitir lo que hace, o se preocupe por influir en
sus entornos más cercanos (GARCÍA-QUERO, 2016).
Es decir, el problema es mayúsculo y complejo y guarda
estrecha relación con lo que he venido llamando críticamente los efectos de la opinioncracia:
Que algo sea “demasiado académico”, o
sencillamente “demasiado intelectual”, es una piedra de toque común en nuestra
sociedad. El anti intelectualismo es una de las formas más toscas del
populismo, pero parece proporcionar fáciles réditos en una población ávida por
ese consumo inmediato de las cosas que la complejidad intelectual casi nunca
otorga. El problema es que la universidad actual se ha
convertido, por inseguridad, cobardía u oportunismo, en cómplice pasivo de la
actitud anti intelectual que debería combatir (ARGULLOL, 2014).
Primero. Nos encontramos hoy con universidades y escuelas en
general más preocupadas por generar estudiantes y profesionistas y títulos como
medida de su eficacia en el afán de justificar su rol social frente a las
necesidades del mercado laboral, que no además de las necesidades de índole más
amplia y cultural, como una torpe respuesta ante el reclamo del “divorcio”
academia-industria y para tapar el ojo al macho de la poca producción inventiva
de patentes, métodos, procedimientos y contenidos de investigación y desarrollo
con aplicación directa en el mercado, esto de la mano de los bajos índices
presupuestales tanto de gobierno como de empresas y las mismas instituciones
destinado a la investigación y el desarrollo.
Segundo. De nuevo, para tapar el ojo al macho y justificar
una “calidad” académica e intelectual de los docentes frente a los reclamos
clientelistas de estudiantes, sus familias y sus probables empleadores,
siguiendo las tendencias de “moda” en otras latitudes y atendiendo a presiones
académico-administrativas de socios comerciales, educativos y gubernamentales,
sobre todo de Estados Unidos, tenemos universidades que condicionan la docencia
a la “inversión” de tiempo y dinero (por parte del profesorado) en el interés
de incrementar el “nivel”, el grado. Si bien esto obedece a una lógica
comprensible y aceptable, se ha caído en el abuso y por lo mismo en la mecánica
preparación de posgraduados tan inútiles para la investigación como para la
docencia y no se diga para su inserción en el mercado laboral. El papelito hoy,
cada vez más, es eso: una medallita para presumir, pero hueca. En este punto,
por ejemplo, están varias de las razones por las que abandoné la academia aun
amándola y teniendo vocación para ella. A querer o no hube de renunciar
temporalmente (espero) a mis “sueños intelectuales” por perseguir la chuleta.
Ello no obsta para que, en mi muy humilde condición, haga lo propio para mantenerme
al día y escribiendo.
Tercero. Esos papers
—como se conoce en el ambiente anglosajón a los reportes e informes de
investigación— que han pasado a ser mero trámite burocrático para justificar el
puesto docente y las prebendas que le acompañan, van de la mano de la
devaluación que ha sufrido la elaboración de la tesis de cualquier grado. Este
producto intelectual que de suyo y antaño era constructor de saberes, hoy es un
deslucido e inútil y vanidoso esfuerzo para conseguir lo del punto dos.
Los bachilleres o licenciados se conforman con copiar,
plagiar, garrapatear trabajos que no aportan nada a nadie, salvo excepciones.
Los exámenes profesionales son una fiesta y los sinodales un remedo de jueces
que acaban filtrando a cualquiera por la sencilla razón que, de diez
estudiantes, tres hacen tesis y se titulan [cf. (ANUIES, 2015)], ¡y ni modo de ir contra los intereses
creados en función de lo expuesto en el punto uno!
Y situación similar ocurre con los posgrados, aunque ahí se
disfraza bajo la máscara teatral de estar ingresando en un círculo reducido y
cerrado de sabios enterados y cuyos conocimientos resultantes de sus “investigaciones”
se quedan ahí, en sus cubículos.
Las mismas revistas especializadas han promovido tanto la
cerrazón, al no dar cabida más que a los del Club de Tobby, o a una apertura
excesiva, dando entrada a casi cualquiera que tenga una idea peregrina sobre
algo (¡total, solo los especialistas lo leerán acaso!).
Los consejos editoriales, por lo mismo, cuando no apuestan a
la competencia comercial lo hacen a una malentendida integridad intelectual
muchas veces más casada con intereses financieros que auténticos en el fin de
generar conocimiento. Claro que las cosas varían dependiendo del área de
conocimiento que se trate.
Cuarto. A lo anterior ha de sumarse la mala o casi nula
difusión del conocimiento por otros medios, para que el producto intelectual
sea compartido con el resto de la sociedad y en términos útiles y comprensibles
para la misma. De ahí que el periodismo científico tiene todavía un largo
trecho por recorrer.
Y, como no hay quinto malo. ¡Quinto! Ah, pero eso sí, y
termino, estamos, al menos en México, muy buenos para exigir a escuelas y
educandos el “manejo” de un segundo idioma, concretamente el inglés, cuando
apenas si masticamos (ni siquiera bien dominado) el propio.
Así como no sabemos si los calcetines tienen agujeros hasta
que no se saca el pie del zapato, las bases educativas, ya expuestas, hacen
evidente que al paso del tiempo han decaído no solo y no tanto por las
deficiencias acumuladas tanto de parte del sistema educativo en su conjunto o
las políticas gubernamentales y empresariales al respecto como de la sociedad,
sino por haber comprado todos el discurso de la educación (revolucionaria) como
la panacea para todos nuestros males (y bienes), por haber fincado y elevado a
partir de ahí nuestras expectativas personales, de grupo y como nación.
La educación es un proceso continuo de la cultura y no, como
se la ha querido encasillar, un “negocio” cuya extravagancia consiste en
fabricar mentes. El día que transformemos radicalmente el paradigma educativo,
todos los demás procesos que se le asocian, incluido el de la investigación y
la generación de conocimiento para el desarrollo, se verán, mejor que
fortalecidos, justificados en su verdadera dimensión y finalidad: propiciar el
pensamiento crítico.
Referencias
ANUIES. (s/d de s/d de 2015). "Anuario
Educación Superior Licenciatura 2014-2015. Recuperado el junio de 10 de
2016, de Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación
Superior (ANUIES):
http://www.anuies.mx/iinformacion-y-servicios/informacion-estadistica-de-educacion-superior/anuario-estadistico-de-educacion-superior
ARGULLOL, R. (14 de
Abril de 2014). "La cultura enclaustrada". Recuperado el 10
de Junio de 2016, de El País / La cuarta página:
http://elpais.com/elpais/2014/03/25/opinion/1395742979_031566.html
GARCÍA-QUERO, F. (10 de
junio de 2016). "Crisis y Universidad: de intelectuales a hacedores
de 'papers'". Recuperado el 10 de junio de 2016, de El Diario:
http://www.eldiario.es/zonacritica/Crisis-Universidad-intelectuales-hacedores-papers_6_265683463.html
ROMERO, J. (1986).
"La vida inútil de Pito Pérez". En J. ROMERO, Obras completas
(pág. 832). México: Porrúa.
HOY, los “animalistas”, como llaman algunos peyorativamente
a quienes defienden los derechos de los animales, parecen ser tan capaces de
las mismas atrocidades comunicativas que aquellos a quienes denostan. En el
afán de allegarse simpatías —lo que no es muy difícil en estos tiempos de
absurda “corrección política”—, también incurren en el amarillismo publicando
notas o emitiendo opiniones escandalosas, ciertas o no, con tal de inclinar la
balanza a favor, no de los derechos de los animales, como sí más bien de su
causa que, aun siendo noble en el fondo, reviste una mezquindad tan reprobable
como la que señala.
Es el caso de una nota
aparecida por estos días en algún portal en línea sobre el supuesto dicho
del torero mexicano Rodolfo Rodríguez “El Pana”, cogido días atrás de esto que
escribo, y en tan malas condiciones que, el ya anciano y orgulloso valiente
matador, —tauricida, califican los
opositores a la tauromaquia— quedara parapléjico, en un caso más de entre
tantos accidentes asociados al mundo taurino.
Según esta nota escrita por Alexander Garín Rojas, “El
Pana”, además de suplicar a sus médicos y familiares que lo dejaran morir
habría afirmado:
Por favor, perdónenme. La juventud de ahora ve y sabe
cosas que en mis tiempos se ignoraban. La tauromaquia debería ser detenida. Yo
lo aprendí con mi vida (GARÍN Rojas, 2016).
De ser cierto este dicho que ha causado el goce y
beneplácito de los detractores de la tauromaquia (contrástese con otras fuentes
(MARTÍNEZ Ahrens, 2016)), se sumaría a los
de otros lidiadores que, por efecto de un accidente fatal o auténtico acto de
contrición —si cabe describirlo así— han cambiado su postura respecto de su
oficio. Un ejemplo es el del extorero colombiano Álvaro Múnera:
Si no hubiera sido por eso [la cornada que lo dejó
paralítico], yo seguiría siendo un bárbaro (MÚNERA, 2012).
Un cambio de actitud que, en vez de abonar a la conciliación
comprensiva de una tradición cultural con la modernidad en que se inserta, más
parece servir de pretexto a los rijosos, para atizar más el odio general hacia
una forma de expresión, un odio empero irracional equivalente a la censura que
los idiotas gustan emplear como recurso para acallar aquellas ideas que, en su
particular punto de vista, atentan contra lo que califican como privativo y
propio de lo humano, comenzando así a tergiversar los conceptos de lo público,
lo privado y lo íntimo, más allá de lo que sucede en, por ejemplo, las redes
sociales alrededor de temas como la sexualidad y las relaciones interpersonales,
entre otros.
Estos amigos y amantes de la naturaleza se muestran tan
ciegos en su idiotez como esos otros a los que señalan de crueles, abusivos, y
cuyas costumbres y tradiciones seculares les parecen deleznables, inútiles,
contra natura. Y argumentos no les faltan; incluso los de los aficionados
sirven como búmeran para arremeter en contra [cf. (ACABEMOS CON LA TAUROMAQUIA, s/d)].
Unos y otros exponen sus razones ya para erradicar formas
culturales como la tauromaquia o el circo, ya para defender complejas maneras
de expresión humana, al margen de lo atroz y sangrienta que pueda resultar en
sus efectos. Y, siendo válidas unas y otras, cada cual se encarga de desestimar
e invalidar la postura contraria sin detenerse a dilucidar lo aprovechable de
cada extremo. Así, aquí y allá tenemos a quienes defienden a capa y espada el
armamentismo, pero se escandalizan respecto de las prácticas de matanza en
algún rastro. Y en el otro extremo tenemos a quienes, de talante igual de susceptible,
quisieran desarmar al mundo mas, al amparo de alguna idea fervorosa, siguen
sacrificando al cordero.
Sin duda vivimos tiempos reflexivos y, para comprender lo
que nos hace humanos en las circunstancias actuales, creemos que cabe lo mismo
rasgarnos las vestiduras que vendarnos los ojos a lo evidente, como dos maneras
de manifestarse la misma indiferencia respecto del otro, su pensar y su sentir.
Pero, entre ambos extremos nadie, o casi nadie, ha optado por explorar el
camino del justo medio.
En todo este tiempo de discusiones agrias acerca del tema no
he leído ni escuchado —fuera de lo
que personalmente he escrito— a uno solo que, con mesura y sensatez,
proponga en lugar de la desaparición del circo o el coso y la tauromaquia, el
ring, etc., la transformación de las mismas tradiciones y prácticas culturales
en afán de hacerlas más acordes con los signos de los tiempos: una de dos, o
más violentas y descaradas o más comprometidas y conciliadoras, sin desmedro
del gusto de unos ni de la inclinación de los otros. Los tolerantes, ya lo he
dicho, han perdido piso y se han vuelto intolerantes frente a los intolerantes;
y estos, aunque sea cacofónico, se han vuelto recalcitrantes.
La cultura es, por antonomasia, producto de la evolución. Si
bien a lo largo de la historia el hombre se ha visto, no nada más tentado, sino
poniendo en efecto la cancelación, el erradicar, destruir, proscribir obras,
costumbres, maneras, también es cierto que, viceversa, ha prohijado, promovido,
edificado, normado en favor de las contrarias aun demostrándosele la perfidia y
el perjuicio (a veces prejuicio) que pudieran implicar en su puesta en práctica.
Eso aplica a leyes, organizaciones, credos, sistemas, métodos, procedimientos,
protocolos, procesos, acuerdos, pactos.
Quepa recordar que la etimología de la palabra idiota remite
a aquel individuo que no se ocupa de los asuntos públicos, sino sólo de los de
su interés propio y privado. Ocurre ahora que, cuando, la que bauticé como opinioncracia —sobre la que tanto me he
cernido— lleva de la mano a la palabra y la sinrazón, descubrimos: todos somos
idiotas. Idiotas que, mirando en lo público el indicio o la mínima sospecha de
lo propio y privado: del dolor y el desagrado propio, de la concepción propia y
particular sobre lo que hace a este mundo nuestro mundo, lo consideramos
entonces espectacular, es decir digno, no nada más de nuestra atención, sino y
por lo tanto de nuestro idiota y personal gobierno interventor. Y, si esto lo
elevamos al nivel del Estado…
Así, estos idiotas que somos saltamos a la palestra para
hablar nuestro parecer sobre lo que valoramos como propio aun no siéndolo del
todo por ser, de suyo, compartido con el resto de los hombres y cuyo gusto,
modo, vocación y tendencia puede ser y es tan respetable como el nuestro. Ah,
pero, idiotas como somos, legos en los temas públicos, necios en la intención
de hacer que los otros piensen y sientan con nuestra privada, individual y
propia idea de lo que es o no es, vemos, en lo que ya nos creemos propio: ese
toro enamorado de la luna, ese comisario y ese policía al que abruma el crimen
organizado, ese carnicero sordo a los alaridos de la víctima de su crueldad;
vemos, decía, el motivo sobre el cual cimentar el imperio de nuestro desatino.
Y entonces el vegano y el carnívoro y el misógino y el feminista y el acosador
y el vejado y el que caza y el que casa a los del mismo sexo y estos también,
se creen, en conjunto, los menos idiotas de entre todos por haber tenido la
osadía de llevar a terreno público lo privado.
Es por esta idiotez contumaz que, no nada más en mi discurso
de las más próximas entregas de un tiempo a esta fecha, lo estúpido cobra
factura de definición.
La estupidez de los idiotas es, hoy, sin duda, la norma en
lo que se dice tanto como en lo que se hace y, peor, en lo que se decide como
bienestar de la mayoría; y ya no digamos en lo que se promete. Los políticos
nos parecen idiotas, porque apelan y se aferran a los intereses que les son
propios y privados aun a despecho de las necesidades públicas de aquellos a
quienes dicen representar por virtud de una democracia ramplona. Pero los
ciudadanos, tú y yo, amigo lector, también pecamos —ya se va viendo— de idiotas
que, desde lo alto de nuestra colina, creemos que el sol sobre nuestras cabezas
calienta a todos por igual. Si, como Zaratustra, bajáramos a andar esas calles
y senderos, más pronto que tarde nos daríamos cuenta que, citando a Miguel
Ángel Rodríguez (RODRÍGUEZ, 2015, págs. 74-75):
La civilización actual ha sido construida sobre un
falso humanismo [… a] todo aquel que pregone la irresponsabilidad de nuestros
actos […] de inmediato le prestamos oídos y presurosos afirmamos todo lo que
ellos dicen, porque así conviene a nuestros intereses y no porque efectivamente
sea verdad.
Ya en su época, Platón alertaba sobre los sofistas. Estos,
sin embargo, deambulan con singular alegría aquí y allá como los máximos
educadores de las generaciones que van y vienen, diseminando, divulgando cuanta
estupidez bien argumentada conciben. Y ninguno nos salvamos de caer en el yerro
de erigirnos en heraldos de una verdad absolutista en su distorsión. En cada
idiota palpita un sofista; y en cada sofista, filosofa y enseña la idea
aprendida, tal vez, a algún inteligente idiota.
Pues la idiotez no está peleada con la inteligencia. No todo
idiota es imbécil y lo demuestran las argucias lógicas de favorecedores y de
opositores de tal o cual tema que se quiera poner sobre la mesa. Si bien ello
no lo exime de ser estúpido. La idiotez solo se trata de una forma diferente de
manifestarse en el ámbito egotista de la egolatría.
Todo esto que aquí digo puede, también y, si tú lo quieres,
ser clasificado bajo la categoría de idiotismo y revirárseme. Siendo, entonces,
yo tan idiota como tú, no me queda sino reconocer que, en la casa del jabonero,
quien no cae resbala.
La tauromaquia, como otras prácticas reprobables en la forma
como se efectúan, puede simplemente ser modificada para hacer de ella una
manera de expresión cultural más acorde con el humanismo que hoy se pretende y
se va construyendo. Y es, este, un humanismo en el que el hombre ya no es el
centro como sí lo fue desde el humanismo renacentista hasta el más cercano y
existencialista, roto en su fundamento primero por Darwin, luego por Freud y casi
a la vez de este por Einstein. Es un humanismo donde el hombre no lo es todo y
la naturaleza ya no es solo nada. Es uno que revisa y refresca las románticas
ideas rousseaunianas, para redactar los nuevos principios de un contrato social
más comprometido con la vida misma que con las relaciones de mercado y poder.
Es uno que cuestiona el neodarwinismo, pero que ha quedado preso de su
ingenuidad cuántica por insistir en ver al hombre como el máximo eslabón
evolutivo que, en el aprecio del resto de las formas de vida, encuentra un
nuevo pretexto para elevarse por sobre ellas como nuevo emperador de Natura.
En el principio fue el verbo y tras él vino la instrucción
de estar al servicio administrativo de lo creado. Ya encontramos en nosotros al
procurador, falta ver si somos capaces de hacer una menos idiota justicia a la
que den menos ganas de descabellarla con el estoque de la simple palabra.
Personalmente, ya me he declarado, no soy opuesto a la
tauromaquia como sí a los que se oponen a ella a rajatabla. Que en ella la
crueldad haya sido signo de presumible superioridad del hombre sobre la bestia
no la hace más ni menos deleznable como su contraparte entre los mismos seres
humanos por cualesquiera justificaciones. En tanto expresión cultural es un medio
y por lo tanto una forma de mediación entre lo que somos y lo que queremos,
podemos o imaginamos ser. Insisto, mejor que borrarla de un plumazo, deberíamos
ser ingeniosos hidalgos y ver molinos donde sospechamos ogros. El horror
siempre estará en nosotros como causa y como efecto, como acción y reacción,
solo debemos aprender a dosificarlo.
Referencias
ACABEMOS CON LA TAUROMAQUIA. (s/d de s/d de s/d). "Argumentos
taurinos más frecuentes". Recuperado el 25 de mayo de 2016, de
Acabemos con la tauromaquia:
http://www.acabemosconlatauromaquia.com/argumentos-taurinos/
GARÍN Rojas, A. (21 de
mayo de 2016). "El matador de toros 'El Pana' se arrepiente antes de
morir: 'es un oficio cruel, violento, por favor, perdónenme'".
Recuperado el 25 de mayo de 2016, de Denuncias MX:
http://www.denunciasmx.com/2016/05/el-matador-de-toros-el-pana-se.html
MARTÍNEZ Ahrens, J. (21
de mayo de 2016). "El Pana pide a los médicos que lo dejen
morir". Recuperado el 25 de mayo de 2016, de El País / Cultura:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/20/actualidad/1463728769_724154.html
MÚNERA, Á. (13 de enero
de 2012). "Arrepentimiento taurino - Álvaro Múnera". Testigo
Directo. (M. RUÍZ, Entrevistador) MUPRA (Canal oficial YouTube). Caracol.
Recuperado el 25 de mayo de 2016, de https://youtu.be/gwK7Pl_M0h0
RODRÍGUEZ, M. (2015). Reflexiones
para idiotas. Palibrio.
APENAS HABÍA TERMINADO el periodo ordinario del Congreso y
los diputados y senadores dieron de qué habar. Los primeros dejando pendiente
la iniciativa ciudadana de la Ley #3DE3 (entre otros pendientes) para completar
el llamado “sistema nacional anticorrupción”. Y los senadores panistas mostrando
orondos sus “retratos
virreinales”.
Por supuesto, en estos tiempos de opinioncracia, las reacciones en las redes sociales no se hicieron
esperar. Por una parte, la escritora y académica Denise Dresser emitió poco
antes del final del periodo ordinario una solicitud mediante la plataforma Change.org pidiendo un periodo
extraordinario para presentar al pleno y votar la iniciativa legislativa
propuesta por un grupo de ciudadanos para redondear el combate normativo a la
corrupción. Por otro, los retratos de los senadores alimentaron el escarnio, la
indignación y la inquina de quienes consideraron impertinente el hecho en
tiempos de austeridad presupuestal, aun cuando el senador Fernando Herrera
Ávila declaró haber pagado de su peculio el conjunto de la obra pictórica
elaborada por el pintor Fernando Felguerez (sic.; me parece que el reportero
Juan Arvizu quiso decir Manuel Felguerez).
Esta ocasión, mi querido lector, debo decir que estoy en
contra tanto como de acuerdo con quienes abanican el aire con sus manos a
consecuencia de los retratos de los ínclitos senadores.
En contra porque, como comunicólogo, no cabe en mí
considerar cualquier manifestación artística como inútil —como han calificado
los azorados al hecho de que los senadores aparezcan en retratos al óleo como
piezas de galería— solo por dar juego a la errónea concepción del arte como un
producto accesorio. Que la utilidad del arte en la cultura y como resultado de
la industria cultural no sea semejante a la utilidad de la industria
automotriz, por ejemplo, no la hace una manifestación cultural menor. De hecho,
esa es la gran contradicción: ensalzamos el arte como máxima manifestación
cultural, pero más pronto que tarde, en términos de intereses utilitarios la
descartamos no nada más en su valor intrínseco, sino como posibilidad de
desarrollo económico, social e incluso político. Llevados por prejuicios de un
absolutismo culturalista lo mismo encumbramos que menospreciamos al arte en
tanto actividad productivo y, peor, como expresión. Es, nos guste o no, un
medio de comunicación y el más complejo y, por tanto, desde el momento que se
contrata a un artista para elaborar un conjunto de retratos se está enviando un
mensaje.
Hoy, cuando los mecenazgos son tan necesarios, pero tan
escasos (si lo sabré), aquí es donde puedo acompañar la reticencia de los
críticos: en el trasfondo del mensaje, en los motivos del mensaje.
Cierto, aun cuando el senador Fernando Herrera Ávila haya
puesto “de su bolsillo” el monto para pagar al artista o se haya apoyado en el
presupuesto del partido, olvida que su bolsillo —como el del partido político
de cuyas filas surgió— se nutren de nuestros impuestos; por lo tanto, es a
través de su mano generosa que estamos devengando la proporción correspondiente
para solventar el gasto. Aun cuando nos alegara que tiene dos costales, el de
los ahorros personales de toda la vida y el de los ingresos actuales, tendría
que transparentar de cuál costal sacó la partida respectiva. Sobre sus motivos,
aunque comprensibles, también son discutibles: ¿ayudar a un artista solo, a
discreción? ¿Por qué no solo retratos fotográficos en vez de óleos? Y más
preguntas.
Cuando uno se mete a estudiar las entretelas de los apoyos
político-económicos al arte en sus diversas manifestaciones a lo largo de la
historia de México, acaba uno por “agradecer” que mínimo se dé así, de esta
odiosa manera, o mediante maniqueos programas selectivos como los que
desarrollan Secretaría de Educación Pública, CONACULTA, etc. Me pregunto qué
nos duele más, mirar los rostros en close
up de una colección de personas que hemos tachado de “vividores” (sin
necesariamente serlo), conocer el costo comparativo con otras necesidades
sociales o qué. Es verdad que la burra no era arisca, la hicieron, pero me
parece que ya vamos pasando de la raya en algunos señalamientos. Nunca nos
dejan contentos los políticos. Si se mueven, porque se movieron. Si no se
mueven, porque no se movieron.
Ninguna manifestación artística carece de utilidad. Tal vez
en muchos casos la utilidad no es material, pero eso no hace más o menos inútil
al arte. Y no me estoy refiriendo solo a un aspecto de apreciación. ¿Las
pirámides hoy son inútiles solo porque son “ruinas”? ¿Una pieza artesanal es
inútil por no ser elaborada industrialmente?
Que me perdonen los críticos de arte, tan escasos como los
mecenas. El valor artístico de una obra a fin de cuentas no lo determina la
voluntad de un individuo, por muy conocedor o enterado que sea en la corriente,
escuela, estilo, patrones o pautas que la significan, sino el uso (hablamos de
utilidad) que se le da a la obra como medio de comunicación, como extensión del
hombre, y en función de los varios niveles de lectura que ofrece la obra,
incluido el valor de mercado.
El más pedestre y superficial de los niveles de lectura, el
del gusto, jamás fundamenta al juicio estético. El valor (o incluso antivalor)
que implican estos retratos de los senadores va más allá de la expresión en el
rostro de los retratados (en sí ya un mensaje), o de la composición y el uso de
los colores por parte del artista. El mismo hecho de efectuar la obra nos habla
de quien asignó la tarea y su contexto. Es este nivel donde cabe la discusión
alrededor de la pertinencia de la obra.
No es la primera ni será la última vez que los “notables” de
cierto círculo social se complacen plasmando su efigie ya en monedas,
esculturas, relieves, pinturas, fotografías. La imagen personal es el
fundamento de todo potentado.
Cuestionar el “valor artístico” de uno de estos retratos
solo por tratarse de políticos actuales puede ser tan necio como cuestionar el “valor
artístico” de los retratos de los Virreyes, por ejemplo. Lo relevante, insisto,
no está en el retrato en sí ni en los propósitos probables detrás del afán (así
sea la vanagloria), como sí, en cambio, en la pertinencia de la encomienda cuyo
gasto es suntuoso.
Aún más que indignarnos por el hecho, deberíamos preguntar
al senador Fernando Herrera Ávila qué lo motivó, aparte de la costumbre, y por
qué hacer los retratos del modo como fueron hechos y no, de nuevo, como de
costumbre. Y, si los hubiera hecho como es costumbre, en fotografía simple de
estudio, ¿nos habríamos indignado menos? ¿Es arte menor la fotografía frente a
un retrato al óleo? Pienso que, dolidos en el bolsillo por tantas razones
asociadas a los políticos, optamos por abofetear sus caras así sea en retrato.
Cuando digo “expresión artística” me refiero al trabajo del
artista (no al gesto de los retratados, eso es mensaje aparte), así se trate de
un trabajo “mediocre” sobre pedido. Si a esas vamos, mi exageración peca de
meter en el mismo canasto a Rubens, Rembrandt, Van Dyck y un largo etcétera de
retratistas que justo eso hicieron para sobrevivir, atendiendo y dando “expresión”
a la vanidad de los retratados, Papas, gobernantes, burgueses... No hay mucha
diferencia esencial (aunque pueda haberla en lo sustancial) entre los retratos
de los nefandos Medici y los de nuestros, también nefandos, políticos.
Con el paso de los siglos hemos, también, sobrevalorado al
arte tanto en forma como en fondo y todo lo que no se ajusta a ciertos cánones
nos parece detestable o “inútil”. De lo que no se dan cuenta lectores y los
mismos retratados es que justo el arte, por intermediación del artista, permite
reconocer las virtudes y defectos no solo físicos sino de carácter de los
retratados. De ahí que en la filosofía del arte se hable de “re-presentación” o
de “re-creación” como fundamento del trabajo artístico. El artista re-presenta
o re-crea las notas que observa como características del objeto que re-trata.
En cierto modo es un “tratante” de la imagen. Las selfies no son más amables en
este sentido, a veces pueden ser más crueles en tanto autorretratos, al
enfatizar aun en contra del interés del retratado aquello que pretende
disimular con el encuadre, la luz, el tiro de cámara o el efecto.
Siguiendo las ideas que planteé hace 25 años en mi libro Estética
y Comunicación; en busca de una actitud estética, no hay “Arte” ni “arte”,
así, con mayúsculas o minúsculas, solo una manifestación expresiva a la que llamamos,
para unos efectos arte; para otros, técnica.
No faltaron en esa opinioncracia
quienes afirmaron respecto de los mentados retratos: “Yo no encuentro la
manifestación artística por ningún lado. Pero si la manifestación de elevar aún
más su ego podrido. Son vividores en el momento en que aceptan vivir como reyes
en época de recesión y al recibir sin reparo alguno, sueldos, bonos,
aguinaldos, viáticos etc., muy por encima de sus habilidades y capacidades”.
A alguno de esos “críticos” espontáneos le respondí
haciéndole notar lo evidente: son retratos efectuados al óleo. No hay que
buscarle tres pies al gato. Es una manifestación artística, punto. Que no agrade
a uno u otro o a aquel o ese otro, o su lectura sea muy superficial es otro
asunto. Y sí, su finalidad, (y tan similar a la que puede ejercer cualquiera de
nosotros) aunque no nos guste, nos hiera la dignidad o cause envidia es elevar
el ego de los retratados (podrido o no) y así dejar constancia del personaje en
el ojo del artista, se trate de Lorenzo de Medici, retratado por Boticelli, de
Lola Olmedo retratada por Diego Rivera o de Ernesto Ruffo Appel retratado por Manuel
Felguerez o Pablo Picasso retratado por Juan Gris. Y eso de “son vividores en
el momento que aceptan vivir como reyes”, podríamos voltearlo y decir (hablo
por mí) que aceptamos vivir como parias al votar por quien, aun en nuestra
simpatía, aceptó las reglas del juego como nosotros. O sea, justos pagan por
pecadores, y tanto peca el que mata a la vaca como quien le amarra la pata.
Dicho lo anterior, y puestos entre paréntesis —no me refiero
a la nota artera y vulgarmente copiada tal cual del diario El
Universal en el portal Paréntesis
Plus— vámonos acomodando para salir en el cuadro de la
circunstancia.
(Fragmento de mi ensayo Infernal hermosura sobre el tema de "El Chapo" que vengo escribiendo y publicaré pronto. Entre las fuentes destacables abajo incluyo y comparto tres entrevistas, dos de Adela Micha a la supuesta hija de "El Chapo" Rosa Isela Guzmán Ortiz, al reportero que entrevistó a esta para The Guardian y un fragmento de la entrevista que éste hizo a la misma luego de las declaraciones de Emma Coronel descalificándola y desconociéndola.)
EN MEDIO DE LOS DIMES Y DIRETES alrededor del caso de “El
Chapo”, a las declaraciones de Emma Coronel siguió la efervescente “batalla
mediática” de los familiares de “El Chapo” orquestada por sus abogados y la
amenazante declaración de parte de uno de ellos, José Luis González Meza, sobre
publicar pruebas e información sensible relacionada con las aportaciones
financieras del narcotraficante a políticos mexicanos, calificando al
presidente Enrique Peña Nieto de “asesino” (ZERMEÑO, 2016).
También, a las declaraciones de Emma Coronel y de Rosa Isela
Guzmán Ortiz (GUZMÁN Ortiz, 2016) siguió una polémica
cargada de descalificaciones sobre la identidad de la que pronto dieron en
llamar los colegas periodistas “la supuesta hija de ‘El Chapo’”, pero también
sobre la veracidad de los dichos de la primera. Hijos de “El Chapo” tuitearon
al respecto, como Iván Guzmán quien aseveró en su cuenta de Twitter el 4 de
marzo: “Las Noticias siempre inventan cosas de mi padre para poder vender,
desconozco a la supuesta hija, como es falsa la traición del señor Mayo”,
publicaciones a las que, de otro lado, supuestos simpatizantes del capo (GENTE DEL CHAPO, 2016) se adhirieron como
quien espera instrucciones para actuar.
Noticiarios caracterizados por especializarse en la nota
sensacionalista como Al Rojo Vivo de la cadena Telemundo
acudió a entrevistar a “especialistas” para “analizar” el trasfondo de verdad
de las declaraciones (GONZÁLEZ, 2016) mediante el estudio de la comunicación
no verbal, tal como sucede en la trama de la serie televisiva Lie
to me inspirada en las investigaciones científicas del psicólogo Paul
Ekman, uno de los científicos más destacados del siglo XX pionero en el estudio
de las conexiones existentes entre los
estados emocionales y las expresiones faciales [cf. (EKMAN, 2004),
(EKMAN, "Entrevista a Paul Ekman", 2005)], concluyendo de bote pronto que Emma Coronel es
una mujer frágil que habría visto en “El Chapo” a su protector y que, por ser
tan emocional, en lo futuro podría tener una vida difícil que la orillare a
buscar una pareja similar, por lo menos en carácter, al narcotraficante.
De nuevo, en medio de la opinioncracia
que nos caracteriza, no faltaron quienes se colgaron de la historia para llevar
agua a su molino. Medios institucionalizados, blogs, personas con altos o
regulares raitings en canales de streaming hicieron su agosto al tener, todos,
un tema candente, sabroso, tuétano del cual hablar para atraer lectores,
audiencia. Algunos de ellos, tomando con seriedad su giro comunicativo
ponderaron y juzgaron a los actores. Los “inspirados” por fuerzas naturales no
escaparon a la tentación de aseverar, por ejemplo:
Las cartas me dicen que […] cada palabra que
salió de sus labios son las mentiras más grandes que le han tocado decir a ell a[Emma
Coronel] en su vida, en público, y respecto a su marido.
[…] Lo que yo tengo que descubrir es cuál es
la razón de esas mentiras tan garrafales que dijo; pues todos sabemos, por
todos los medios de comunicación, lo que se ha ventilado alrededor de la vida
del señor Guzmán […La razón] de esta entrevista fue para confundir al pueblo y
hacer creer a la gente todo lo contrario de lo que va a suceder. […] Lo que
estoy viendo aquí [en las cartas] va a ser histórico: […Funcionarios
involucrados y sus abogados] han formulado una gran nube negra con la que harán
ver a “El Chapo” como un persona muy enferma, delicada de salud [para propiciar
su tercer escape pronosticado …] del que más sabe el señor Peña Nieto […] Pero
ese hombre [“El Chapo” …] aquí me sale que está sano y que está […] muy alerta,
calculando cada paso […] El gobierno de México no lo va a extraditar porque
tiene miedo de las cosas que él puede decir; y a “El Chapo” no le conviene que
lo extraditen porque en Estados Unidos recibiría trato como un delincuente más
[…]
No se sorprendan si […] mañana declaran al
“Chapo” muerto por un infarto; o muy grave que lo tengan que llevar a un
hospital […] (ALICIA "La Psíquica", "Las grandes mentiras de Emma
Coronel", 2016).
Afirmaciones semejantes, que han apostado a una muerte
fingida del capo del narcotráfico —y a la fecha de escribir estas líneas está
por verse—, sobre que “se estaría cocinando una tercera y muy fina fuga” de “El
Chapo” han incidido todavía más en la confusión mediática, al descrédito, a las
teorías conspiratorias y extendiendo una espesa humareda tras la que solo el
prejuicio y la incertidumbre han encontrado su camino.
Las especulaciones alrededor de los efectos y la
conveniencia de extraditar al narcotraficante, también hicieron acto de
presencia en la opinión pública, de la mano del imaginario colectivo que gusta
de ver el sistema judicial norteamericano como uno de película, incorruptible,
infalible, justo, cuando en la realidad no es así. Muy rara vez sabemos en el
mundo sobre la aprehensión de algún mafioso del país del norte y cuando llega a
ocurrir parecería que todos los malos fueran de origen extranjero, ya rusos,
latino o afroamericanos, chinos, japoneses.
El discurso hollywoodense que ha investido de santidad
impoluta a los personajes de corte policiaco y militar, los “Rambos”, los
“duros de matar”, las estrategias políticas estadounidenses tendientes a
prohijar la idea de hacer de ese país el policía del orbe para instaurar su
“nuevo orden mundial” a modo ha conseguido permear en la mentalidad de muchos
individuos, todo eso ha hecho del mito del “sueño americano” la manzana de la
discordia para oriundos como para migrantes, atizando la xenofobia rampante en
la que personajes populistas como Donald Trump se supieron montar para
granjearse la aprobación popular de los sectores más recalcitrantes. Ya esto lo
había acusado desde mediados la década de 1990 el documentalista y cineasta
Michael Francis Moore en sus obras en las que exhibía la decadencia del imperio
capitalista en contraste con la realidad estadounidense.
MIENTRAS DABA FORMA a esta tercera parte del artículo que
nos ocupa —ya mucho rato atrasada para su publicación— los sucesos relacionados
con lo aquí relatado se desarrollaron de manera vertiginosa orillándome a hacer
de esta, más que una continuación, una especie de apéndice al que he
subdividido en dos.
Como narré en la primera parte, el mismo día (19 de enero) que
el gobierno municipal de Naucalpan aprobaba que Tesorería propusiera un
proyecto para la contratación de un fideicomiso para subvencionar los
accidentes de trabajo, ese mismo día, el sindicato SUTEyM Naucalpan promovió, como
se preveía, un paro de labores de los trabajadores de limpia, en parte detonado,
como sabemos, por la muerte, días después, de uno de ellos a consecuencia de un
“accidente de trabajo” debido a probables “fallas mecánicas”, toda vez que el
suceso ocurrió cuando el chofer de la unidad recolectora resultó atropellado
por la misma cuando se supone revisaba los frenos en una pendiente de la
colonia Álamos.
Ante la emergencia suscitada por el paro de labores, el
gobierno municipal:
1) Lamentó públicamente el fallecimiento del trabajador
—aunque sin dar igual tratamiento con la publicación de esquela, como sí hizo
con personajes de algún modo relacionados con el alcalde Olvera antes y después
del hecho— y asumió los costos económicos (¿y los políticos?).
Camión de basura volcado en Lomas Verdes
2) A la voz de “no aceptaré chantajes” y argumentando que el
paro era injustificado, reprimiéndolo violentamente, el gobierno de Olvera contrató
personal y ¿rentó! 35 unidades para la recolección de desechos, de los que a
los pocos días solo funcionaban 30 que no se daban a vasto por supuestas fallas
mecánicas. “Supuestas” porque, trabajadores de esas unidades rentadas,
entrevistados por Indicios Metropolitanos, declararon que dichas “fallas” se
habían debido a acciones dirigidas de trabajadores sindicalizados para impedir
o fastidiar las labores de recolección de la basura.
3) De la mano del Partido Acción Nacional, por voz de su
presidente en Naucalpan, Alfredo Oropeza, redirigió las baterías señalando el
mezquino y ruin lucro político que aparentemente el sindicato y su dirigencia
comenzaron a hacer del “desceso” [sic.], al que calificaron de “muerte
imprudencial”.
Sin ponerlo tal cual, con esas palabras, la dirigencia
sindical acusó al gobierno municipal del deceso, haciendo hincapié en que podía
tratarse de un homicidio culposo dada las lamentables condiciones mecánicas de
las unidades de recolección. No iba a ser de sorprender, por lo tanto, que la dirigencia,
en el afán de llegar a las últimas consecuencias en la finalidad de ahogar al
gobierno de Edgar Olvera hubiera efectuado la denuncia penal correspondiente,
pero tal no pasó, quizá porque podía “volteársele el chirrión por el palito”.
Hay quienes, dentro de las páginas de ciertos pasquines que
obedecen a intereses creados, a favor o en contra del gobierno de Naucalpan,
consideraron y aún que Edgar Olvera sigue hundiendo a Naucalpan y continúan
echando sal en las heridas de campaña. El escozor que esto ocasiona a las
pieles sensibles dentro y fuera del gobierno dio, no obstante, pie para que el
enfrentamiento entre “rudos y cursis” fuera por momentos más encarnizado de lo
que podían imaginar los crédulos.
A la misa de cuerpo presente del trabajador muerto
asistieron con “oportuna actitud solidaria”, además de René Palomares Parra,
David Parra Sánchez y Juana Parra. Las reacciones en pro y contra no se
hicieron esperar, caldeando el clima de la opinioncracia en que vivimos
inmersos en medio del estire y afloje del Gobierno de Naucalpan de Juárez de
Edgar Olvera Higuera con el sindicato.
Día con día los memes, llamados diversos a la concordia, los
señalamientos, vituperios de y vuelta en las redes sociales, especialmente en
Facebook ejercieron, a querer o no, presión en los variados públicos
interesados en el tema.
Como para limar asperezas con los empleados de OAPAS, La
Presidenta del DIF Municipal y esposa del alcalde, Liliana Carbajal Méndez, y
el Director del OAPAS, Francisco J. Santos Arreola, entregaron, en una primera
etapa, 36 uniformes de trabajo: pantalón, camisa, playera, chamarra,
impermeable, gorra, zapatos y botas, para 8 operadores de equipos de succión, 8
ayudantes y 2 operadores de maquinaria pesada, anunciando que, en una segunda
etapa, se dotará de uniformes nuevos a los 230 trabajadores del departamento de
Drenaje y Alcantarillado. Pero esto, en vez de acomodar las piezas del ajedrez,
alborotó al gallinero.
Foto: Excelsior
Curiosamente, poco después, la tarde del domingo 31 de
enero, la base de servicios de limpia en el predio La
Victoria sufrió un incendio que, de acuerdo con el boletín oficial:
[…] afectó un área de 400 metros cuadrados
donde se quemó cartón, basura y llantas, además fueron consumidas en su
totalidad dos unidades compactadoras con número económico 2841y 2462 del
servicio de recolección de basura, así como una camioneta de 3.5 toneladas y una
grúa, equipo propuesto para baja (GOBIERNO MUNICIPAL DE NAUCALPAN, 2016).
Tras de lo cual no se hicieron esperar los dimes y diretes,
las suspicacias de ida y vuelta en las redes sociales, al punto que en la noche
de ese día, en entrevista con Grupo
Fórmula, el Secretario General del SUTEyM, René Palomares Parra, negó que
hubiera sido un acto efectuado por los trabajadores sindicalizados y acusó al
gobierno de Edgar Olvera de no estár dando indicios de gobernabilidad (INDICIOS METROPOLITANOS, 2016). Y naucalpenses como
Rodolfo Alfonso Navarrete Bautista en su perfil de Facebook expusieron su
preocupación e inconformidad, propiciando incluso un debate sobre la autonomía
municipal y la intervención del gobierno estatal en conflictos como el
descrito:
El asunto se pone más delicado en Naucalpan,
pues se incendiaron algunos camiones de basura en el predio de La Victoria,
¿accidente? No lo creo.
Cuando se juega con fuego alguien se quema,
¿quién gana más con este evento? ¿El Sindicato o el Gobierno?
Lo que sí queda claro es que los
Naucalpenses, los ciudadanos de a pie no estamos de acuerdo en que se dé este
tipo de violencia en nuestro municipio.
Suficiente tenemos con la delincuencia
organizada.
Como ciudadano exijo al Gobierno del Estado,
al del Municipio y al Sindicato a que hagan a un lado su orgullo y dialoguen
para encontrar una solución a estos problemas en beneficio de todos los que
aquí vivimos.
Es difícil determinar en qué medida esta presión mediática
orilló a las partes a sentarse a dialogar, pero el orden de los hechos y dichos
lleva a pensar que sí influyó. La presión mediática fue mucha y tal como para
provocar un asomo de entendimiento. Pero algunas de las expresiones ciudadanas
en las redes, a favor de una y otra parte rayaron en la intolerancia. Si por
una parte está bien hacer sentir el rigor del mando, por otra parte no puede
tolerarse la intransigencia ni de unos ni de otros, porque al final del camino
quien termina padeciendo la cerrazón de las partes en esto es nadie más que la
ciudadanía.
La falta de sensibilidad de ambos solo redundó en una
caricatura del poder. Y, si a esas vamos, Olvera podría irse despidiendo de sus
pretensiones por ser reelegido; y la cúpula sindical podría irse despidiendo
del apoyo popular de quienes han experimentado su autocracia.
[…] el candidato a la presidencia municipal
de Naucalpan de Juárez, Edgar Olvera, en su alocución mencionó críticamente al
cine mexicano, al cual considera uno de los causantes de la imagen
distorsionada de los mexicanos, primero como socarrones mendaces, Pepes
"El Toro", entre los pobres y los ricos, o más recientemente como los
extremos rudo y cursi que se hermanan sin conseguir cerrar el círculo virtuoso
del desarrollo que impulse a la nación con todas sus potencialidades.
En dicha pugna ociosa, si no, incluso,
ridícula [...] le pregunté [a Olvera] quién de entre él y su opositor Parra era
el rudo y cuál el cursi, tomando en cuenta el golpeteo mediático y la campaña
negra entre ambos. Me respondió visiblemente desconcertado y molesto por la
pregunta. Pero con tino y a despecho de sus simpatizantes y él mismo —que en
mítines y toda ocasión oportuna se han dedicado a "echar sal en la
herida", sin que le vaya a la zaga David Parra—, dijo: «Yo no pondría ni
rudo ni cursi, yo solo hablo del equipo humano y el equipo competente. Aquí no
hay buenos ni malos, no hagamos películas de buenos y malos. Aquí estamos seres
con defectos y virtudes y talentos, algunos partidos con más, otros con menos.
Pero al final del día yo vengo a hacer una convocatoria de ciudadanos de
Naucalpan para hacer un proyecto de Naucalpan… ¡No me pongas palabras en mi
boca!»
Ya se vio quién es el rudo y quién el cursi en la franca
guerra abierta, más que simple “choque” entre el excandidato a alcalde David
Parra Sánchez contra el presidente municipal Edgar Olvera.
Al más puro estilo calderonista, Olvera colocó en posición
emergente a Francisco Santos Arreola —como en su momento Felipe Calderón a
Javier Lozano Alarcón en el cargo de Secretario del Trabajo— para golpear al
sindicato SUTEyM Naucalpan desde la trinchera más endeble en que se convirtió
OAPAS tras el presunto fraude de 60 millones destapado durante el interinato de
Claudia Oyoque, luego de la aprehensión del exalcalde David Sánchez Guevara. Y
claro que no queda ahí el escarceo, pues Santos Arreola ha solicitado a la
OSFEM auditar al sindicato, para rascarle a la razón de ser de 50 millones de
pesos anuales que recibe y de probables desviaciones.
La dificultad que hoy atraviesan los tomadores de decisiones
en empresas, gobiernos y organizaciones de toda índole como el SUTEyM Naucalpan
es que, independientemente de los arreglos, acuerdos, soluciones a conflictos,
los trasnochados muchas veces no abonan al entendimiento de las partes,
haciendo en las redes aquello de atizar el rescoldo bajo las cenizas.
Si ya se había dado una conciliación entre el sindicato y el
Gobierno de Naucalpan de Juárez, la publicación cíclica entre internautas
trasnochados de mensajes e informaciones post
facto siguen generando inquietud de la mano de los dimes y diretes como el
runrún sobre el “inminente despido de otros 300 eventuales del ayuntamiento”; o
el que algunos eventuales contratados por OAPAS para efectuar un censo de
medidores casa por casa con miras a la actualización y cambio de los mismos
andan difundiendo y de lo que Indicios Metropolitanos tomó nota “a
nivel de piso”: “al comienzo del año se despidieron no nada más eventuales de
OAPAS, sino 1800 eventuales del Ayuntamiento”.
Funcionarios cuestionados por Indicios Metropolitanos
al respecto respondieron negando esos dichos. Mientras, por otra parte,
trabajadores “de confianza” con muchos años laborando en el ayuntamiento han
comentado la ineptitud de varios de estos funcionarios. “Han quedado plazas sin
ocupar”, explicó uno en charla con Indicios Metropolitanos. “Han
despedido a gente sin promover sustitutos o apelar al principio de escalafón
para permitir que trabajadores con experiencia se vean beneficiados con un
ascenso. El gobierno entrante ha preferido contratar gente nueva sin idea en
administración pública e incluso dejar huecos en la estructura de la
organización”.
Acusaciones han ido y venido, así en los pasillos del
ayuntamiento como en las redes sociales, unas execrando de los sindicatos en
general y otras exigiendo no nada más la renuncia del Director de OAPAS,
Francisco Santos Arreola, y del Director de Gobierno, Antonio García Mendoza
“Roñas”, sino también al correspondiente Director General de Servicios Públicos,
Francisco Javier Álvarez Moreno, dado el triste suceso. No es difícil que en la
lista de indeseados siga el Director de Obras Públicas, salido de la
administración de Atizapán, Bulmaro Díaz Valenzuela.
Por un lado, SUTEyM, el instrumento de David Parra, reclama
cabezas que le resultan incómodas y, por otro, llama al gobierno municipal para
sentarse a dialogar “los temas de Naucalpan”. Cree tener la pinza en la mano y
aprieta: en una punta, OAPAS; en otra, Servicios Públicos. La primera pieza
dental a extraer: “El Roñas”. Así, tal vez, se reste fuerza a la mordida que
pretende dar el gobierno de Olvera a los intereses creados con décadas de
anticipación.
¿Es real la incongruencia
que acusan algunos en la forma de gobernar con que ha comenzado su mandato
Edgar Olvera? Es decir, ¿el alcalde dio atole con el dedo, más de lo mismo,
bajo el velo de otro color a sus gobernados? ¿O es producto de la inercia de la
que siempre es difícil zafarse de buenas a primeras y a pesar de intenciones
que, de tan buenas, rayan en la ingenuidad? El conflicto con el sindicato lo
puso a prueba, fue la novatada ¿lo pasó “de panzazo” a título de suficiencia?
¿Cedió? ¿Concedió?
Mi lectura es que al final la cordura se impuso en ambas
partes, si bien falta mucho por hacer. SUTEyM Naucalpan, David Parra Sánchez, y
la administración actual de Naucalpan DEBEN poner las cartas abiertas frente a
todos. La ciudadanía y nadie más tiene el verdadero poder para presionar a unos
y otros.
El alcalde no debe olvidar que fue elegido por una mayoría,
no por su linda cara o un programa de gobierno, hasta ahora, desdibujado, sino
por causa del hartazgo que justo la otra parte ha ocasionado en la gente.