Te Traigo en mi Cartera
APENAS HABÍA TERMINADO el periodo ordinario del Congreso y
los diputados y senadores dieron de qué habar. Los primeros dejando pendiente
la iniciativa ciudadana de la Ley #3DE3 (entre otros pendientes) para completar
el llamado “sistema nacional anticorrupción”. Y los senadores panistas mostrando
orondos sus “retratos
virreinales”.
Por supuesto, en estos tiempos de opinioncracia, las reacciones en las redes sociales no se hicieron
esperar. Por una parte, la escritora y académica Denise Dresser emitió poco
antes del final del periodo ordinario una solicitud mediante la plataforma Change.org pidiendo un periodo
extraordinario para presentar al pleno y votar la iniciativa legislativa
propuesta por un grupo de ciudadanos para redondear el combate normativo a la
corrupción. Por otro, los retratos de los senadores alimentaron el escarnio, la
indignación y la inquina de quienes consideraron impertinente el hecho en
tiempos de austeridad presupuestal, aun cuando el senador Fernando Herrera
Ávila declaró haber pagado de su peculio el conjunto de la obra pictórica
elaborada por el pintor Fernando Felguerez (sic.; me parece que el reportero
Juan Arvizu quiso decir Manuel Felguerez).
Esta ocasión, mi querido lector, debo decir que estoy en
contra tanto como de acuerdo con quienes abanican el aire con sus manos a
consecuencia de los retratos de los ínclitos senadores.
En contra porque, como comunicólogo, no cabe en mí
considerar cualquier manifestación artística como inútil —como han calificado
los azorados al hecho de que los senadores aparezcan en retratos al óleo como
piezas de galería— solo por dar juego a la errónea concepción del arte como un
producto accesorio. Que la utilidad del arte en la cultura y como resultado de
la industria cultural no sea semejante a la utilidad de la industria
automotriz, por ejemplo, no la hace una manifestación cultural menor. De hecho,
esa es la gran contradicción: ensalzamos el arte como máxima manifestación
cultural, pero más pronto que tarde, en términos de intereses utilitarios la
descartamos no nada más en su valor intrínseco, sino como posibilidad de
desarrollo económico, social e incluso político. Llevados por prejuicios de un
absolutismo culturalista lo mismo encumbramos que menospreciamos al arte en
tanto actividad productivo y, peor, como expresión. Es, nos guste o no, un
medio de comunicación y el más complejo y, por tanto, desde el momento que se
contrata a un artista para elaborar un conjunto de retratos se está enviando un
mensaje.
Hoy, cuando los mecenazgos son tan necesarios, pero tan
escasos (si lo sabré), aquí es donde puedo acompañar la reticencia de los
críticos: en el trasfondo del mensaje, en los motivos del mensaje.
Cierto, aun cuando el senador Fernando Herrera Ávila haya
puesto “de su bolsillo” el monto para pagar al artista o se haya apoyado en el
presupuesto del partido, olvida que su bolsillo —como el del partido político
de cuyas filas surgió— se nutren de nuestros impuestos; por lo tanto, es a
través de su mano generosa que estamos devengando la proporción correspondiente
para solventar el gasto. Aun cuando nos alegara que tiene dos costales, el de
los ahorros personales de toda la vida y el de los ingresos actuales, tendría
que transparentar de cuál costal sacó la partida respectiva. Sobre sus motivos,
aunque comprensibles, también son discutibles: ¿ayudar a un artista solo, a
discreción? ¿Por qué no solo retratos fotográficos en vez de óleos? Y más
preguntas.
Cuando uno se mete a estudiar las entretelas de los apoyos
político-económicos al arte en sus diversas manifestaciones a lo largo de la
historia de México, acaba uno por “agradecer” que mínimo se dé así, de esta
odiosa manera, o mediante maniqueos programas selectivos como los que
desarrollan Secretaría de Educación Pública, CONACULTA, etc. Me pregunto qué
nos duele más, mirar los rostros en close
up de una colección de personas que hemos tachado de “vividores” (sin
necesariamente serlo), conocer el costo comparativo con otras necesidades
sociales o qué. Es verdad que la burra no era arisca, la hicieron, pero me
parece que ya vamos pasando de la raya en algunos señalamientos. Nunca nos
dejan contentos los políticos. Si se mueven, porque se movieron. Si no se
mueven, porque no se movieron.
Ninguna manifestación artística carece de utilidad. Tal vez
en muchos casos la utilidad no es material, pero eso no hace más o menos inútil
al arte. Y no me estoy refiriendo solo a un aspecto de apreciación. ¿Las
pirámides hoy son inútiles solo porque son “ruinas”? ¿Una pieza artesanal es
inútil por no ser elaborada industrialmente?
Que me perdonen los críticos de arte, tan escasos como los
mecenas. El valor artístico de una obra a fin de cuentas no lo determina la
voluntad de un individuo, por muy conocedor o enterado que sea en la corriente,
escuela, estilo, patrones o pautas que la significan, sino el uso (hablamos de
utilidad) que se le da a la obra como medio de comunicación, como extensión del
hombre, y en función de los varios niveles de lectura que ofrece la obra,
incluido el valor de mercado.
El más pedestre y superficial de los niveles de lectura, el
del gusto, jamás fundamenta al juicio estético. El valor (o incluso antivalor)
que implican estos retratos de los senadores va más allá de la expresión en el
rostro de los retratados (en sí ya un mensaje), o de la composición y el uso de
los colores por parte del artista. El mismo hecho de efectuar la obra nos habla
de quien asignó la tarea y su contexto. Es este nivel donde cabe la discusión
alrededor de la pertinencia de la obra.
No es la primera ni será la última vez que los “notables” de
cierto círculo social se complacen plasmando su efigie ya en monedas,
esculturas, relieves, pinturas, fotografías. La imagen personal es el
fundamento de todo potentado.
Cuestionar el “valor artístico” de uno de estos retratos
solo por tratarse de políticos actuales puede ser tan necio como cuestionar el “valor
artístico” de los retratos de los Virreyes, por ejemplo. Lo relevante, insisto,
no está en el retrato en sí ni en los propósitos probables detrás del afán (así
sea la vanagloria), como sí, en cambio, en la pertinencia de la encomienda cuyo
gasto es suntuoso.
Aún más que indignarnos por el hecho, deberíamos preguntar
al senador Fernando Herrera Ávila qué lo motivó, aparte de la costumbre, y por
qué hacer los retratos del modo como fueron hechos y no, de nuevo, como de
costumbre. Y, si los hubiera hecho como es costumbre, en fotografía simple de
estudio, ¿nos habríamos indignado menos? ¿Es arte menor la fotografía frente a
un retrato al óleo? Pienso que, dolidos en el bolsillo por tantas razones
asociadas a los políticos, optamos por abofetear sus caras así sea en retrato.
Cuando digo “expresión artística” me refiero al trabajo del
artista (no al gesto de los retratados, eso es mensaje aparte), así se trate de
un trabajo “mediocre” sobre pedido. Si a esas vamos, mi exageración peca de
meter en el mismo canasto a Rubens, Rembrandt, Van Dyck y un largo etcétera de
retratistas que justo eso hicieron para sobrevivir, atendiendo y dando “expresión”
a la vanidad de los retratados, Papas, gobernantes, burgueses... No hay mucha
diferencia esencial (aunque pueda haberla en lo sustancial) entre los retratos
de los nefandos Medici y los de nuestros, también nefandos, políticos.
Con el paso de los siglos hemos, también, sobrevalorado al
arte tanto en forma como en fondo y todo lo que no se ajusta a ciertos cánones
nos parece detestable o “inútil”. De lo que no se dan cuenta lectores y los
mismos retratados es que justo el arte, por intermediación del artista, permite
reconocer las virtudes y defectos no solo físicos sino de carácter de los
retratados. De ahí que en la filosofía del arte se hable de “re-presentación” o
de “re-creación” como fundamento del trabajo artístico. El artista re-presenta
o re-crea las notas que observa como características del objeto que re-trata.
En cierto modo es un “tratante” de la imagen. Las selfies no son más amables en
este sentido, a veces pueden ser más crueles en tanto autorretratos, al
enfatizar aun en contra del interés del retratado aquello que pretende
disimular con el encuadre, la luz, el tiro de cámara o el efecto.
Siguiendo las ideas que planteé hace 25 años en mi libro Estética
y Comunicación; en busca de una actitud estética, no hay “Arte” ni “arte”,
así, con mayúsculas o minúsculas, solo una manifestación expresiva a la que llamamos,
para unos efectos arte; para otros, técnica.
No faltaron en esa opinioncracia
quienes afirmaron respecto de los mentados retratos: “Yo no encuentro la
manifestación artística por ningún lado. Pero si la manifestación de elevar aún
más su ego podrido. Son vividores en el momento en que aceptan vivir como reyes
en época de recesión y al recibir sin reparo alguno, sueldos, bonos,
aguinaldos, viáticos etc., muy por encima de sus habilidades y capacidades”.
A alguno de esos “críticos” espontáneos le respondí
haciéndole notar lo evidente: son retratos efectuados al óleo. No hay que
buscarle tres pies al gato. Es una manifestación artística, punto. Que no agrade
a uno u otro o a aquel o ese otro, o su lectura sea muy superficial es otro
asunto. Y sí, su finalidad, (y tan similar a la que puede ejercer cualquiera de
nosotros) aunque no nos guste, nos hiera la dignidad o cause envidia es elevar
el ego de los retratados (podrido o no) y así dejar constancia del personaje en
el ojo del artista, se trate de Lorenzo de Medici, retratado por Boticelli, de
Lola Olmedo retratada por Diego Rivera o de Ernesto Ruffo Appel retratado por Manuel
Felguerez o Pablo Picasso retratado por Juan Gris. Y eso de “son vividores en
el momento que aceptan vivir como reyes”, podríamos voltearlo y decir (hablo
por mí) que aceptamos vivir como parias al votar por quien, aun en nuestra
simpatía, aceptó las reglas del juego como nosotros. O sea, justos pagan por
pecadores, y tanto peca el que mata a la vaca como quien le amarra la pata.
Dicho lo anterior, y puestos entre paréntesis —no me refiero
a la nota artera y vulgarmente copiada tal cual del diario El
Universal en el portal Paréntesis
Plus— vámonos acomodando para salir en el cuadro de la
circunstancia.
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