Te Traigo en mi Cartera

mayo 03, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

APENAS HABÍA TERMINADO el periodo ordinario del Congreso y los diputados y senadores dieron de qué habar. Los primeros dejando pendiente la iniciativa ciudadana de la Ley #3DE3 (entre otros pendientes) para completar el llamado “sistema nacional anticorrupción”. Y los senadores panistas mostrando orondos sus “retratos virreinales”.

Por supuesto, en estos tiempos de opinioncracia, las reacciones en las redes sociales no se hicieron esperar. Por una parte, la escritora y académica Denise Dresser emitió poco antes del final del periodo ordinario una solicitud mediante la plataforma Change.org pidiendo un periodo extraordinario para presentar al pleno y votar la iniciativa legislativa propuesta por un grupo de ciudadanos para redondear el combate normativo a la corrupción. Por otro, los retratos de los senadores alimentaron el escarnio, la indignación y la inquina de quienes consideraron impertinente el hecho en tiempos de austeridad presupuestal, aun cuando el senador Fernando Herrera Ávila declaró haber pagado de su peculio el conjunto de la obra pictórica elaborada por el pintor Fernando Felguerez (sic.; me parece que el reportero Juan Arvizu quiso decir Manuel Felguerez).

Esta ocasión, mi querido lector, debo decir que estoy en contra tanto como de acuerdo con quienes abanican el aire con sus manos a consecuencia de los retratos de los ínclitos senadores.

En contra porque, como comunicólogo, no cabe en mí considerar cualquier manifestación artística como inútil —como han calificado los azorados al hecho de que los senadores aparezcan en retratos al óleo como piezas de galería— solo por dar juego a la errónea concepción del arte como un producto accesorio. Que la utilidad del arte en la cultura y como resultado de la industria cultural no sea semejante a la utilidad de la industria automotriz, por ejemplo, no la hace una manifestación cultural menor. De hecho, esa es la gran contradicción: ensalzamos el arte como máxima manifestación cultural, pero más pronto que tarde, en términos de intereses utilitarios la descartamos no nada más en su valor intrínseco, sino como posibilidad de desarrollo económico, social e incluso político. Llevados por prejuicios de un absolutismo culturalista lo mismo encumbramos que menospreciamos al arte en tanto actividad productivo y, peor, como expresión. Es, nos guste o no, un medio de comunicación y el más complejo y, por tanto, desde el momento que se contrata a un artista para elaborar un conjunto de retratos se está enviando un mensaje.

Hoy, cuando los mecenazgos son tan necesarios, pero tan escasos (si lo sabré), aquí es donde puedo acompañar la reticencia de los críticos: en el trasfondo del mensaje, en los motivos del mensaje.
Cierto, aun cuando el senador Fernando Herrera Ávila haya puesto “de su bolsillo” el monto para pagar al artista o se haya apoyado en el presupuesto del partido, olvida que su bolsillo —como el del partido político de cuyas filas surgió— se nutren de nuestros impuestos; por lo tanto, es a través de su mano generosa que estamos devengando la proporción correspondiente para solventar el gasto. Aun cuando nos alegara que tiene dos costales, el de los ahorros personales de toda la vida y el de los ingresos actuales, tendría que transparentar de cuál costal sacó la partida respectiva. Sobre sus motivos, aunque comprensibles, también son discutibles: ¿ayudar a un artista solo, a discreción? ¿Por qué no solo retratos fotográficos en vez de óleos? Y más preguntas.

Cuando uno se mete a estudiar las entretelas de los apoyos político-económicos al arte en sus diversas manifestaciones a lo largo de la historia de México, acaba uno por “agradecer” que mínimo se dé así, de esta odiosa manera, o mediante maniqueos programas selectivos como los que desarrollan Secretaría de Educación Pública, CONACULTA, etc. Me pregunto qué nos duele más, mirar los rostros en close up de una colección de personas que hemos tachado de “vividores” (sin necesariamente serlo), conocer el costo comparativo con otras necesidades sociales o qué. Es verdad que la burra no era arisca, la hicieron, pero me parece que ya vamos pasando de la raya en algunos señalamientos. Nunca nos dejan contentos los políticos. Si se mueven, porque se movieron. Si no se mueven, porque no se movieron.

Ninguna manifestación artística carece de utilidad. Tal vez en muchos casos la utilidad no es material, pero eso no hace más o menos inútil al arte. Y no me estoy refiriendo solo a un aspecto de apreciación. ¿Las pirámides hoy son inútiles solo porque son “ruinas”? ¿Una pieza artesanal es inútil por no ser elaborada industrialmente?

Que me perdonen los críticos de arte, tan escasos como los mecenas. El valor artístico de una obra a fin de cuentas no lo determina la voluntad de un individuo, por muy conocedor o enterado que sea en la corriente, escuela, estilo, patrones o pautas que la significan, sino el uso (hablamos de utilidad) que se le da a la obra como medio de comunicación, como extensión del hombre, y en función de los varios niveles de lectura que ofrece la obra, incluido el valor de mercado.

El más pedestre y superficial de los niveles de lectura, el del gusto, jamás fundamenta al juicio estético. El valor (o incluso antivalor) que implican estos retratos de los senadores va más allá de la expresión en el rostro de los retratados (en sí ya un mensaje), o de la composición y el uso de los colores por parte del artista. El mismo hecho de efectuar la obra nos habla de quien asignó la tarea y su contexto. Es este nivel donde cabe la discusión alrededor de la pertinencia de la obra.

No es la primera ni será la última vez que los “notables” de cierto círculo social se complacen plasmando su efigie ya en monedas, esculturas, relieves, pinturas, fotografías. La imagen personal es el fundamento de todo potentado.

Cuestionar el “valor artístico” de uno de estos retratos solo por tratarse de políticos actuales puede ser tan necio como cuestionar el “valor artístico” de los retratos de los Virreyes, por ejemplo. Lo relevante, insisto, no está en el retrato en sí ni en los propósitos probables detrás del afán (así sea la vanagloria), como sí, en cambio, en la pertinencia de la encomienda cuyo gasto es suntuoso.

Aún más que indignarnos por el hecho, deberíamos preguntar al senador Fernando Herrera Ávila qué lo motivó, aparte de la costumbre, y por qué hacer los retratos del modo como fueron hechos y no, de nuevo, como de costumbre. Y, si los hubiera hecho como es costumbre, en fotografía simple de estudio, ¿nos habríamos indignado menos? ¿Es arte menor la fotografía frente a un retrato al óleo? Pienso que, dolidos en el bolsillo por tantas razones asociadas a los políticos, optamos por abofetear sus caras así sea en retrato.

Cuando digo “expresión artística” me refiero al trabajo del artista (no al gesto de los retratados, eso es mensaje aparte), así se trate de un trabajo “mediocre” sobre pedido. Si a esas vamos, mi exageración peca de meter en el mismo canasto a Rubens, Rembrandt, Van Dyck y un largo etcétera de retratistas que justo eso hicieron para sobrevivir, atendiendo y dando “expresión” a la vanidad de los retratados, Papas, gobernantes, burgueses... No hay mucha diferencia esencial (aunque pueda haberla en lo sustancial) entre los retratos de los nefandos Medici y los de nuestros, también nefandos, políticos.
Con el paso de los siglos hemos, también, sobrevalorado al arte tanto en forma como en fondo y todo lo que no se ajusta a ciertos cánones nos parece detestable o “inútil”. De lo que no se dan cuenta lectores y los mismos retratados es que justo el arte, por intermediación del artista, permite reconocer las virtudes y defectos no solo físicos sino de carácter de los retratados. De ahí que en la filosofía del arte se hable de “re-presentación” o de “re-creación” como fundamento del trabajo artístico. El artista re-presenta o re-crea las notas que observa como características del objeto que re-trata. En cierto modo es un “tratante” de la imagen. Las selfies no son más amables en este sentido, a veces pueden ser más crueles en tanto autorretratos, al enfatizar aun en contra del interés del retratado aquello que pretende disimular con el encuadre, la luz, el tiro de cámara o el efecto.

Siguiendo las ideas que planteé hace 25 años en mi libro Estética y Comunicación; en busca de una actitud estética, no hay “Arte” ni “arte”, así, con mayúsculas o minúsculas, solo una manifestación expresiva a la que llamamos, para unos efectos arte; para otros, técnica.

No faltaron en esa opinioncracia quienes afirmaron respecto de los mentados retratos: “Yo no encuentro la manifestación artística por ningún lado. Pero si la manifestación de elevar aún más su ego podrido. Son vividores en el momento en que aceptan vivir como reyes en época de recesión y al recibir sin reparo alguno, sueldos, bonos, aguinaldos, viáticos etc., muy por encima de sus habilidades y capacidades”.

A alguno de esos “críticos” espontáneos le respondí haciéndole notar lo evidente: son retratos efectuados al óleo. No hay que buscarle tres pies al gato. Es una manifestación artística, punto. Que no agrade a uno u otro o a aquel o ese otro, o su lectura sea muy superficial es otro asunto. Y sí, su finalidad, (y tan similar a la que puede ejercer cualquiera de nosotros) aunque no nos guste, nos hiera la dignidad o cause envidia es elevar el ego de los retratados (podrido o no) y así dejar constancia del personaje en el ojo del artista, se trate de Lorenzo de Medici, retratado por Boticelli, de Lola Olmedo retratada por Diego Rivera o de Ernesto Ruffo Appel retratado por Manuel Felguerez o Pablo Picasso retratado por Juan Gris. Y eso de “son vividores en el momento que aceptan vivir como reyes”, podríamos voltearlo y decir (hablo por mí) que aceptamos vivir como parias al votar por quien, aun en nuestra simpatía, aceptó las reglas del juego como nosotros. O sea, justos pagan por pecadores, y tanto peca el que mata a la vaca como quien le amarra la pata.

Dicho lo anterior, y puestos entre paréntesis —no me refiero a la nota artera y vulgarmente copiada tal cual del diario El Universal en el portal Paréntesis Plus— vámonos acomodando para salir en el cuadro de la circunstancia.

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