Las medias naranjas o la manifestación de los abrazos

mayo 28, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

EN DIVERSAS OCASIONES que he tenido oportunidad de charlar con funcionarios y autoridades estatales, municipales y federales encargadas de la seguridad, les he planteado que la relación gobierno-sociedad, políticos-ciudadanos, policía-pueblo es una semejante a la de una pareja de novios o esposos que, hoy por hoy, están peleados y a punto del divorcio, mismo que no puede suceder sin provocar una revolución, y ya se sabe que no siempre es la mejor respuesta ni garantiza que el que pueda venir luego no sea tan patán como el primero, o que la que venga sea tan perra como la primera; así que han optado por soportarse mutuamente, por aquello de las generaciones del mañana.

La novia se encuentra muy dolida por la falta de atenciones, los malos tratos, vejaciones, indiferencia, engañifas e infidelidades del novio. Tiene muchas razones para estar molesta y tener de aquel la peor de las percepciones, si bien no es una perita en dulce y tiene una larga cola que le pisen y vaivenes que la hacen impredecible. Se siente la reinita a la que todos deben pleitesía.

El novio, por su parte, también está herido en su orgullo y, llevado por un machismo absurdo, ha preferido comportarse de modo atrabiliario e intransigente, cuando no tramposo, grosero, mañoso. Se siente la base del mundo, el protector, pero ni protege ni sostiene.

De los dos no se hace uno. De pronto se arrepienten. Uno busca congraciarse con el otro, pero siempre la riegan por tal o cual motivo, o porque se pasa de meloso o porque carece de tacto o el tacto es de pulpo. Uno y otra se la viven en un violento juego de vanidades en el que ninguno está dispuesto a ceder haga lo que haga la contraparte. En esa tozudez supina jamás consiguen acordar algo, nada les parece del otro, viven con suspicacia paranoica a veces convertida en ambición mezquina deseosa de aniquilar al “contrincante”. Cada cual ve al otro como el villano favorito. La novia se llama a víctima y, a él, lo tacha de cruel torturador y abusivo. El novio se llama incomprendido y a ella la califica de rebelde, entremetida.

He escrito aquí sobre las diversas, numerosas manifestaciones de la novia-ciudadanía reclamando atención, cuidados, seguridad económica y en su salud al novio. Ella grita, patalea, para el tránsito, organiza marchas, plantones, huelgas de hambre y él hace como que la escucha, toma notas que mañana olvida o las deja por ahí en la esperanza de que otro más paciente o marrullero agarre la estafeta, ya para dar una solución provisional o hacerle al loco y dar atole con el dedo.

Ninguno se compromete de veras. Ella chantajea; él amenaza, reprime. Ella llora su dolor, sus pérdidas, se rasga las vestiduras y, en el extremo de su odio y su ignorancia, es capaz de linchar; él da unas pocas palmadas frías, paliativos. Ella le dice sentirse decepcionada del modo como se ha corrompido su amor. Él revira que ella no propone soluciones. Ella, desesperada, impotente salvo cuando se junta con más como ella, lo acusa de ser la causa de su temperamento violento, amargo, de su desilusión. Él promete tanto y cumple tan poco, ella goza tanto y entrega tan poco. Cuando ella tiene ganas, él se muestra ocupado en resolver las dificultades mayúsculas. Cuando él tiene ganas, ella alega dolor de cabeza o fastidio.

Lo dije tiempo atrás, México necesita un tanatólogo. El duelo que sigue a toda pérdida —y toda forma de separación entre amantes es una manera de perder algo que se tiene: autoestima, valor, respeto, etc.— es un hito, el punto de partida de la iniciación para ser humano. México y los mexicanos necesitamos aprender a morir, para aprender a vivir. Porque cada día que vivimos morimos un poco. Saber vivir pasa por saber morir. Desafortunadamente la inseguridad que hoy nos tiene temerosos, hastiados y dolidos nos ha dado duras lecciones sobre la muerte, pero no sobre la vida. Y cuando la fe en lo que sea nos pone ante la lección de vida, sólo pensamos en la revancha mortal.

En el municipio donde habito, Naucalpan, el exalcalde hoy preso, David Sánchez Guevara, en el afán de cambiar la percepción que la novia, que es la sociedad, tiene respecto del novio, que son el gobierno, la policía, instruyó que los policías se acercaran a los ciudadanos, dispuestos, sonrientes, amables y hasta se tomaran fotografías con los vecinos como una muestra de proximidad. Ello se prestó, también, a la tentación para extorsionar de parte de los palurdos dotados de poder. No todo fue miel sobre hojuelas, pero tampoco la estancia previa al infierno.

Entonces se acuñó la idea, adaptada de esfuerzos anteriores aplicados a médicos, enfermeras  y burócratas, de hacer una “policía próxima a la gente”, volver al concepto del “policía de barrio”, más simpático que empático con los vecinos: como Miguel Inclán en Salón México, Cantinflas en El gendarme desconocido o Joaquín Pardavé en Gendarme de punto: “aquí el 40, siempre vigilando; o ¿qué, pasó algo sin que yo me diera cuenta?”. Idea, por cierto, muy romántica, pero la verdad tampoco muy halagüeña sobre todo cuando uno mira en la historia las condiciones paupérrimas en que vivían y la “respetuosa discriminación” de que eran objeto los policías de barrio, una especie de eslabón perdido entre el sereno, el velador y el cuico de crucero.



Semejante idea ha llevado ahora a hacer un experimento social más allá, en el mismo municipio, en el interés de conseguir esa proximidad. Es como si el novio llegara ante la novia cargado de chocolates, con flores y serenata para reconquistarla, porque dice o cree amarla todavía con la misma intención e intensidad. Así que a algún mando operativo o administrativo se le ocurrió poner a los elementos policiacos a ofrecer —como en kermés— charla y abrazos a la población, en pleno centro de Naucalpan.

La manifestación de los abrazos, por contraste con las manifestaciones multitudinarias de vecinos marchando por calles, avenidas y haciendo plantones en Las Torres de Satélite, por ejemplo, suena bien.



Por lo menos cada una de las partes empieza a dar pasos adelante en el intento de la reconciliación, a sabiendas de que no hay juez de por medio ni manera de agendar juntas de avenencia y un divorcio implicaría una ruptura, más que del cuerpo y el alma, de la economía, de la política, de la credibilidad, de la soberanía.

Pero, ¿qué pasa? Que la novia, haciéndose la digna, se burla del policía, lo tilda de ridículo, señala a los mandos por atreverse a rayar en la desvergüenza, a hincarse para suplicarle. Sí, quiere la súplica, eso la envanece, pero ni ese modo ni ninguno otro la complace. Lo ridiculiza y hostiga, pasa de ser la víctima a ser la victimaria. Litiga en los medios, chismorrea en las redes sociales lanzándole vituperios, golpes bajos y si él se atreve a defenderse, arremete de nuevo haciéndose la sufrida. ¡Represión!, grita ofendida. Entonces ella cambia la estrategia y lo busca y le platica y lo seduce y lo invita a sumar esfuerzos, a trabajar juntos por mejores condiciones para ambos. Y los papeles se invierten, él se queja de ser señalado injusta, parcialmente. Tal video en que se lo retrató descontextualiza los hechos y tergiversa su imagen a ojos de los demás, ella manipula la información. En fin, ninguno se cree el villano, pero actúa como tal respecto del otro, argumentando autodefensa de los derechos humanos.

¡Caray! En alguien tiene que caber la cordura, dar el paso hacia poner entre paréntesis un entendimiento de veras, con tolerancia, asumiendo las responsabilidades propias, pues de lo contrario seguiremos siendo medias naranjas en busca del complemento; dueños, cada cual, de su razón, pero carentes de finalidad común.

El día que estemos los ciudadanos a ver a los policías, para empezar —a los buenos policías, por supuesto, que no son la excepción— como nuestros iguales, tan humanos y falibles, tan necesitados de afecto, reconocimiento y atención como nosotros, entonces empezaremos a redefinir la relación. La clave está en tomar la iniciativa y no esperar a que el otro dé el primer paso; y menos en los términos caprichosos y egoístas que, uno u otro, hayamos podido imaginar.


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