Contemporáneo tuyo

diciembre 15, 2014 Santoñito Anacoreta 0 Comments

ENTRE MIS INFLUENCIAS DE OFICIO Y PROFESIÓN, ya lo he dicho, está en primerísimo lugar Octavio Paz, pero también y no en menor proporción y con todo y las diatribas y suspicacias en su contra está Jacobo Zabludovsky.

Este lunes 15 de diciembre, Jacobo escribió uno más de sus lúcidos artículos que publica en su columna “Bucareli” dentro de las páginas del periódico El Universal, donde yo mismo fuera columnista y articulista en su versión impresa entre 1990 y 1994, con mi columna “Paréntesis” en la sección primero llamada “Universo Joven” y luego “Campus”, y mis “Monólogos y Navegaciones” dentro de las páginas de la revista “Nuevo Siglo”. Ambos conjuntos de textos hoy convertidos en blogs —palabra ya incluida en la nueva edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, por lo mismo ya es innecesario enfatizar con tipos en cursiva— que ya he compartido aquí en las redes sociales y cuyos contenidos estoy en la labor de antologizar como parte de la tarea de acopio y simplificación para publicarlos en forma de libro.

En su artículo, Jacobo se une en la lectura y análisis a mi querido y admirado Octavio Paz, siempre tan contemporáneo. Y las palabras de uno y otro inciden en mi ánimo de modo que sirven de aliciente para mantenerme en la brega de este afán que supone dedicar mi vida a la palabra y la literatura, con todo lo que conlleva. Enfatizan mi incursión no tan reciente en lo que otros llaman “activismo social” por lo pronto en temas tan pedestres como la defensa del bien común y sus afectaciones por obras públicas como la construida en la inmediación de mi hogar por la empresa española OHL: el Viaducto Bicentenario, y confrontar, cara a cara, a las figuras del poder, así se trate de un munícipe como David Sánchez Guevara o el mismísimo Enrique Peña Nieto, ya gobernador o ya en la Presidencia de la República. Porque cada verbo ha de tener peso por el acto que implica en la construcción de lo que somos como individuos, como grupos, empresas, sociedades, naciones.

Leer y releer a Paz, como dice Jacobo, es una asignatura constante, al menos en mí. Coincido con ambos en lo apuntado al final del texto, no nada más respecto de lo necesario de unos medios más variados en sus tendencias y enfoques que no en los contenidos —estos ya se sabe que no variarán más de lo que lo hagan los intereses humanos, y por ello pueden resultar repetitivos y redundantes.
Coincido en lo relativo al tema de la participación ciudadana. Como he manifestado en otros momentos, cuando he señalado la nociva trampa que hoy tenemos con la existencia de Delegaciones y Consejos de Participación Ciudadana, la simulación democrática de hoy en ese nivel es vergonzante, pues los gobiernos municipales o delegacionales son jueces y partes. Mientras esta instancia —la más elemental y básica por apelar a la conformación misma del pueblo desde sus necesidades— no sea incluida en las leyes electorales del país por parte de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, tendremos el hueco correspondiente por el cual se cuela de mil maneras la injusticia cotidiana. De poco vale un cambio de nombre y el aumento del ámbito del hoy INE (Instituto Nacional Electoral), si no abarca también el control y administración electorales de esos niveles, los más bajos y fundamentales de la democracia; no solo de nuestra democracia o la de cualquiera otra nación.

En eso consiste ser “contemporáneos de los otros hombres”, para citar a Paz en el final de su Laberinto de la Soledad: en estar al día de lo necesario y no nada más pendientes de y ambicionando lo pretencioso, dicho sea esto entre paréntesis.


El reto de la contemporaneidad
El 29 de agosto de 1990 fue la primera ocasión que yo me atreví a escribir alrededor de la figura de Octavio Paz, justo en una de mis colaboraciones de “Paréntesis”, que a la sazón firmaba como José Antonio Castillo de la Vega o J. Antonio Castillo de la Vega —otro día explicaré las razones detrás de ese seudónimo que tanto amo— y hoy firmo con mi nombre legal. En aquel artículo intitulado “Ingenuidad” anotaba yo la siguiente crítica:

[…] mientras las mesas organizadas por la revista Vuelta analizan la situación actual del mundo socialista, de Europa y Latinoamérica. Mientras Leszek Kolakowski plantea las pruebas a que se ve sometida la modernidad y Daniel Bell y Mario Vargas Llosa y Octavio Paz y Enrique Krauze y… piensan y escriben lo que mañana nosotros conversaremos posiblemente sin darles debido crédito; mientras esto sucede aquí en México, George Bush, Margaret Thatcher, Saddam Hussein y los demás juegan en el Medio Oriente a la canasta… árabe. ¡A ver quien gana el pozo!
[…] Por un lado la pluma, por otro, la espada. Ambas son puestas al desnudo para cortar el paréntesis de años de fría y tensa paz calculada, para devolver la realidad a los ingenuos como tú o yo, amigo lector, que, aun cuando no somos desertores subrayamos que hoy, más que nunca, el hombre necesita de ilusiones. Y la mejor ilusión es el vivir.

La Historia, con mayúscula, más pronto que tarde pone a cada uno en su justo sitio. Estoy seguro que Octavio Paz habría gozado de experimentar con los modernos medios de comunicación, sería probablemente un ente activo en las redes sociales, descubriendo sus posibilidades y limitaciones en tanto medios, comprendiendo que el pensamiento constreñido a la apretada síntesis de 140 caracteres, por más que se quiera y se apele a un galimatías plagado de abreviaturas, signos disímbolos y caóticos, no es sino un pensamiento inacabado, fragmentado, que acaso por virtud de la sinécdoque o la metátesis alcanza con el paso del tiempo el valor de la efeméride que funde el paradigma con la paradoja.

Porque hay que ver los muros, estos nuevos muros de intolerancia e incomunicación que vinieron a sustituir el de Berlín y que ahora encontramos tras la pantalla de nuestras computadoras o nuestros adminículos móviles. Los que, si bien reorganizan la forma como intercambiamos información y achican el mundo, por otro lado nos alejan de los otros e incluso de nosotros mismos.

Hay que ver cómo, en su desplazamiento incesante, descendente (no he visto un muro que acumule hacia arriba las publicaciones de los internautas), esos muros, suerte de pizarra para mensajes comunitarios y el establecimiento de relaciones públicas y sociales de toda índole van llevando hacia el infierno del olvido los dichos, los hechos. Si a las palabras se las lleva el viento, en el soporte informático que suponen las redes sociales se las lleva la cascada de publicaciones consistentes de texto verbal o audiovisual. El pensamiento de muchos y tantos, entonces, se concatena sin fin, sin remedio, reducido a memes fluyendo igual que las aguas de un río cargado de detritos y pedacería.

Los cuantos de pensamiento, cantos rodados del que este texto apenas es una esquirla, deriva al delta de la confusión donde se agolpa bajo el principio de la incertidumbre, se hunde en el fondo de la ocurrencia y ante la distraída atención del público concurrente y estupefacto, haciéndose semantema acumulado en la estratigrafía de la opinión.

El hombre necesita de ilusiones, pero la necia realidad —o mejor dicho, la necia insistencia del hombre en amoldar la realidad— se empeña en encerrar estas en la prisión formada por los paréntesis de la práctica consuetudinaria. Los avances tecnológicos y en el conocimiento humano nos están conduciendo, entre otras cosas, a que pronto desaparecerá ese “flagelo” que llamamos dinero. Si la visión de Alvin y Heidi Toffler es atinada, este se volverá virtual —ya ha comenzado esta transformación—, una idea abstracta concretada ya no en el billete o la moneda o la acción o el cheque o la libreta de ahorros o el estado de cuenta, sino en la forma de cuantos de información. Al cuánto tienes, cuánto vales ha seguido el cuánto sabes, cuánto vales y sobrevendrá el cuánto vales, cuánto eres y cuánto existes.

Pero entonces… Desde el punto de vista comunicacional, el dinero es a la palabra como el silencio a la inopia. Si hasta los años 90 del siglo pasado la concentración del conocimiento hacía de las universidades y los especialistas los potentados clérigos del saber, y en estos tiempos que vivimos la concentración de la riqueza ha contraído deudas sociales y culturales en el aspecto económico, luego la dispersión del conocimiento como la difuminación de la moneda han llevado a la escasez de centavos como de palabras, y su sentido y cambio han enriquecido las arcas lingüísticas con discursos interminables que, como agua envilecida en la cascada, caen estrepitosamente en el lecho del río revolviendo el cauce de la expresividad humana sujeta a la apuesta por la obsolescencia. El uróvoro que es la obsolescencia parece estar llegando al colmo no nada más en la producción tecnológica.

Navegar por las aguas procelosas de la Internet puede, sin embargo, conducirnos por los meandros del olvido y la confusión donde tal vez encallar en un remanso no sea más que signo de haber hallado no un banco bajo, sino la calma del pensamiento y la meditación. Aquel blog de allá, este otro de acá quizá brindan —bondades aparte— la oportunidad de refrescar la memoria del navegante vapuleado por los rápidos de la actualidad. Verdad de perogrullo no es nada más que la bala no es lo que mata, sino la velocidad con que sale despedida del arma. Asimismo, lo que mata lo dado no es la transformación de este, sino la celeridad con que la misma se produce. El reto que hoy enfrentamos es el de controlar la velocidad con que conocemos, difundimos y olvidamos, para que la velocidad de reacción respecto de las noticias, los hechos y las opiniones sea lo suficientemente constructiva mejor que lo contrario.

Así, cuando termines de leer este texto y sus antecedentes, amigo lector piensa, pon entre paréntesis tus pensamientos y como Jacobo, Octavio o quien suscribe date a las tareas de reflexionar y rememorar y darte cuenta que eres contemporáneo de los otros seres humanos y, por lo mismo, promesa.

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