Estadísticas mercenarias
ERA DE LA OPINIÓN... que encuestas y sondeos de opinión tenían como finalidad recabar información sensible y útil para la toma de decisiones de quienes requieren conocer datos duros, el mínimo retrato de un sector seleccionado de la población, ya para establecer estrategias de mercadotecnia, de comunicación, mejorar procesos administrativos, definir políticas, o determinar límites, cotas poblacionales, de desarrollo, crecimiento, distribución de públicos, géneros, etcétera. Pero con el advenimiento de una nueva enfermedad que comenzó a prender hacia finales de los noventas del siglo XX, la encuestitis, la cantidad de organizaciones e individuos infectados por este raro bicho que afecta a la concepción de uno mismo y su entorno ha venido a hacer estragos lenta y someramente hasta convertirse en una pandemia.
No nada más las campañas políticas nos provocan calenturas y temblores a quienes nos vemos bombardeados con cifras muchas veces contradictorias, metodologías mal pensadas, preguntas mal elaboradas en su lógica y su redacción, también los consumidores de cualquier producto o servicio somos víctimas potenciales no nada más de los estadísticos interesados en conocer lo que de información pueden extraer del sistema inmunológico de nuestra privacidad, sino en tentarnos con la ambición de que, a cambio, podemos conseguir una suerte de inmunidad agradecida mediante pertenecer al selecto grupo de premiados con bonos, emolumentos risibles, cupones, descuentos.
Personalmente, de un tiempo a esta parte, en la idea de allegarme pellizcos de ingresos extra he venido jugando el juego que ahora tantos juegan respondiento encuestas y sondeos de los socios de un sitio de comercio electrónico: Beruby, en la esperanza de que el pago correspondiente de 5 pesos por proveer información sea abonado. En muchos casos el abono tarda siglos en sumarse al saldo (falla de cobranza de parte de este sitio de creación española y ya en varios países como México), en otros nunca se abona un centavo.
Entiendo que, en algunos casos, las encuestadoras, al responder uno ciertas preguntas "de control", terminen el proceso de cuestionamiento por no formar uno parte del público de interés del encuestador; sin embargo, algo obtienen de información, así sea del perfil demográfico de uno o el dato de la edad o la IP de la computadora desde donde uno responde. En ocasiones uno tiene que "mentir", proveyendo información alterada para seguir adelante con las preguntas y ganar esos "ridículos" 5 pesos, el cupón, el descuento, etc., invirtiendo tiempo y exponiendo otros datos verídicos.
Declaro que ya no pienso contestar encuestas y proveer información si no obtengo ni siquiera lo justo por decir "sí, existo", "sí, consumo". Como dicen los médicos más metalizados: toda consulta causa honorarios.
Yo me hube dedicado en el pasado a esos menesteres, elaborando encuestas y sondeos, y también desde la academia he propugnado por eliminar esas prácticas que discriminan a los probables informantes so pretexto de que, por su perfil (laborar en medios, publicidad, mercadotecnia o similares) pueden sesgar la información obtenida, cuando a fin de cuentas también son tan consumidores como el que más. Entiendo las razones y los criterios metodológicos para el efecto, y son útiles sin duda en ciertos casos, mas no siempre. Esos criterios, hay que decirlo, se crearon en los años treinta del siglo pasado para evitar en lo posible que gente consultada pudiere ser un "esquirol" informativo relacionado con la competencia del cliente de la encuestadora o la agencia de mercadotecnia, publicidad o relaciones públicas. Concretamente, en aquellos años la competencia entre políticos o firmas industriales y comerciales se prestaba a esa clase de prácticas con singular alegría y por ello empresas como Gallup y Nielsen desarrollaron esquemas de control como los que comento.
Para la década de los cincuentas, la reserva del público para proveer información por sentirse abrumado por las encuestadoras a través de correo directo, telefonemas, cambaceo, etc., propició que la gente optara por negarse a responder, y fue por esos años que se desarrolló la idea y la tecnología para medir el raiting mediante la colocación de dispositivos en los televisores y los aparatos de radio, práctica que pronto cayó en desuso por las mismas razones de que el público no gusta de ser examinado en el ámbito de su privacidad.
Frente a esas actitudes de la audiencia y los consumidores, la estrategia de "pagar" por la información obtenida se hizo más y más popular. Pero también la paga por la paga convierte a los informantes en mercenarios de la mercadotecnia, pues estos pueden ser capaces de alterar datos de su perfil en el interés de ir sumando, de cinco en cinco pesitos o cupones una ronchita en el cochinito.
Si a lo anterior añadimos el mal uso y abuso que llega a darse de la información provista por los particulares, tarde o temprano derivamos en la preocupante y triste realidad que han de enfrentar ahora los investigadores, los estadísticos, ya no tanto para recabar la información, sino para validarla, verificarla. Desafortunadamente, para poder afinar este control, las estrategias y tácticas desarrolladas en la actualidad son todavía más invasivas de la privacidad, más riesgosas y sutiles para la seguridad de las personas físicas y morales. Y que conste que en esto no estoy metiendo el odioso tema del afán de algunos por controlar los contenidos en la Internet.
Ya no basta cuestionarnos como Hamlet si ser o no ser, ahora también debemos preguntarnos, ¿contestar o no contestar? He ahí el dilema.
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