Datos de boca en boca

junio 05, 2017 Santoñito Anacoreta 0 Comments


SIENDO QUIZÁS LAS MÁS COMPETIDAS elecciones en la historia de México, y no nada más de las entidades que las experimentaron, las efectuadas el 4 de junio de 2017 han dejado a electores, partidos, políticos, instituciones y analistas varias lecciones.

La primera de ellas, por ser la más evidente, es que ¿el tiempo de las encuestas y de los encuestadores prácticamente ya quedó rebasada?

Recuerdo que hacia 1989, cuando comenzaba en esto del periodismo iniciándome como columnista en el diario El Universal, mi buen amigo, colega y entonces editor de la sección donde yo escribía mis “Paréntesis”, Enrique Bustamante Martínez, tuvo la ocurrencia de incluir como elemento informativo los resultados de diversas encuestas y sondeos de opinión, algunas efectuadas por nosotros, los colaboradores, otras por las incipientes empresas dedicadas a esos menesteres o las ya muy añejas como IBOPE, Nielsen, etc.

Resultó entonces un boom. No solo El Universal dio la bienvenida en calidad de “género” periodístico a la encuesta y el sondeo de opinión que décadas luego derivarían en las infografías, hoy tan de moda. Otros diarios y revistas y canales de televisión y radio siguieron el juego.

Así, cundieron los despachos de toda calidad, nivel e índole para el análisis de información estadística. No habían transcurrido ni 15 años cuando ya, la sola abundancia de información muchas veces contradictoria por hacerse sin una adecuada y rígida metodología o con una acomodada a los intereses de los clientes, empezó a generar inquietud en los lectores, en los espectadores en general. Unos, comprando los datos como si se tratara de indulgencias a prueba de toda tentación demoniaca, otros mirando con suspicacia la cifra dura, la gráfica coloreada.

Gobernantes y empresarios se volvieron aficionados, casi adictos a las encuestas, como si los informes ejecutivos a partir de los cuales tomar decisiones no fueran suficientes para fundamentar su actuación. Vicente Fox Quezada gobernó buena parte de su presidencia decidiendo a partir de los índices de popularidad de su administración, aunque descreyendo del análisis periodístico emparejado “Yo no leo periódicos ni veo televisión”, llegó a afirmar. Los partidos políticos no quedaron exentos de esta marea de influencia internacional.



Hasta hace un par de años, era como si las nuevas generaciones nunca hubieran caído en cuenta del daño que ocasiona el abuso de la información estadística, abuso que ya había experimentado el mundo justo poco antes de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, las encuestas y sondeos de opinión abundan como plaga imparable. Las redes sociales proveen herramientas para que cualquiera haga un cuestionario capaz de arrojar automáticamente datos estadísticos a partir de los cuales generar la ilusión de que la opinión de unos cuantos admiradores, curiosos o amistosos contactos es “la neta del planeta”. Y esos encuestadores basan su decir y hacer en el poder de esa opinioncracia, como la he llamado, para la que no hay mejor verdad que la surgida de entre sus militantes, más en tratándose de sus pares.

En comunicología esto se explica mediante uno de los modelos propuestos y estudiados desde los años 40, el conocido como “Modelo de dos pasos” que es derivación y consecuencia de la “Teoría de las Relaciones Sociales” trazada por Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, antes de que la televisión llegara a ser un medio de masas.
Ellos elaboraron un complicado proyecto de investigación para estudiar el impacto que sobre los votantes provocaba la campaña electoral para la presidencia del país, que en 1940 fue la primera realizada con intervención directa de los medios de comunicación de masas. Al comienzo se interesaron en cómo los miembros de determinadas categorías sociales seleccionaban el material de los medios que se relacionaba con la elección, y cómo ese material incluía en sus intervenciones como votantes.
[…] Algunos de los efectos investigados eran la participación en la campaña (buscar información sobre los candidatos y sobre los temas en juego), la formulación de decisiones para el voto, la concurrencia misma a los comicios. Como se pudo comprobar, la campaña produjo también otros tipos de efectos. Algunos de los encuestados fueron activados por el material difundido en la comunicación de masas; es decir, tenían una predisposición latente a votar en un sentido determinado, pero esas predisposiciones necesitaban cristalizar para hacerse manifiestas. Otros miembros del electorado habían ya adoptado una decisión al comienzo de la campaña, decisión que fue reforzada por una selección continua y partidista del material adicional que aportaban los medios. Las intenciones iniciales para el voto solo fueron rectificadas en unos pocos casos. Así, la campaña solo obtuvo éxito limitado en la conversión de las personas, pasándolas de un partido a otro.
[…] La edad, el sexo, el lugar de residencia y el nivel de educación, eran las variables esenciales. Estas integraciones dentro de una categoría social determinaban el “interés” y llevaban a una decisión temprana o tardía. Este complejo de variables, actuando en consumo, influían no solo en el grado y orientación con que las personas se enfrentaban al material electoral en la comunicación de masas, sino que determinaban también los tipos de efectos que este material ejercía sobre ellas
(DE FLEUR & BALL-ROKEACH, 1989, págs. 251-256)
Lo experimentado en estas recientes elecciones, especialmente las del Estado de México y Coahuila, refuerzan lo que ha venido sucediendo en México desde la elección que llevó a Ernesto Zedillo a la presidencia. El electorado ya no depende solo ni exclusivamente del material que a efecto de campaña política le proveen los agentes políticos, sino que cada vez más, con ayuda de las redes sociales, como potenciadoras del “Modelo de dos pasos”, acomodan sus decisiones en función del grado de certitud —así sea ilusoria— que les genera la opinión de aquellos pares a los que consideran más enterados sobre cierto asunto y, con base en ello, inclinan su preferencia hacia cierto lado. En este caso, ese lado ha sido el del hartazgo y fastidio que provoca el estatus quo. Así, cualquiera que opine en contra del establishment y provea mínima información sintética que refuerce el sentimiento generalizado cobra en poco tiempo carácter de líder de opinión en el círculo de relaciones sociales de su competencia. Ese es parte del fundamento de lo experimentado en los comicios que llevaron al Brexit y a Donald Trump a colocarse en la cabeza de las preferencias.

La publicidad de boca en boca, la más poderosa de todas, adquiere así una nueva dimensión al tener la capacidad de transformar mentiras en verdades y, viceversa, verdades en mentiras que, narradas y descritas de manera digerible consiguen prender en el ánimo y la conciencia de los electores provocando ya no la inclinación hacia un actor específico, sino la fragmentación del voto por virtud del reconocimiento de la libertad que lo sustenta. Lo que aplica, también, en la conformación de una imagen pública de marca basada en la creencia mucho más que en la verificación.

La distorsión que ha sufrido ese “Modelo de dos pasos” por influencia de la evolución social y de las nuevas tecnologías es notoria pues, mientras en 1940
Se descubrió que existían, en realidad, muchas personas cuyo contacto directo con los medios era bastante limitado. Estas personas obtenían casi toda su información sobre la campaña electoral a través de otras personas que a su vez sí la habían obtenido de primera mano. La investigación comenzó a poner de manifiesto que el desplazamiento de la información se operaba en dos escalones básicos. En primer lugar, la información pasaba de los medios a aquellos individuos relativamente bien informados, que atendían con frecuencia a la comunicación de masas. En segundo lugar, esos individuos la transmitían, por canales interpersonales, a otros individuos que tenían menor contacto con los medios y que dependían de los demás para obtener su información [ibid. ].
Pero no solo obtener la información, sino además y más importante formar su opinión.

Las redes sociales, al potenciar ese intercambio interpersonal de información, sin miramientos, sin hacer hincapié en la fuente de la misma, es uno de los factores que ha definido el casi ilimitado poder —me atrevo a decir fundamentalista— de la opinioncracia.

Al caer en el descrédito políticos, sistemas, instituciones, el electorado busca de qué aferrar su fe y en quien más confía ya no es el más enterado, sino el más cercano (no necesariamente de forma física, sino al menos dentro de los seis grados que implica toda construcción estructural de relaciones sociales entre conocidos). Sin el conocimiento de base, sujeto a los vaivenes de la información, el individuo adherido a la opinioncracia termina por caer en una suerte de fundamentalismo donde aquella información que le da sentido a su razón de ser, pensar o sentir es la válida, la verdadera, aun cuando pueda provenir de fuentes no fidedignas.

Parte de esto es lo que ha preocupado, por ejemplo, al presidente Donald Trump cuando argumenta en contra de las “noticias falsas” que han distorsionado su imagen.


Las noticias falsas siempre han existido y han sido empleadas como recurso de campaña y mercadológico, porque apelan al sensacionalismo, sorpresa e indignación de los desinformados, los que ya, hoy, yendo a un extremo, llegan a desacreditar a los informados, aun cuando estos tengan “los pelos de la burra en la mano”.

Las noticias falsas hoy, incluso y además, se han convertido en un perverso modelo de negocio (HAZARD Owen, 2017) sobre el cual algunas empresas de medios como Facebook, Google, Reuters, New York Times, ya comenzaron a tomar sus providencias. Los blogs, como estos Indicios Metropolitanos, han sido un fiel de la balanza en estos asuntos, pero también quizá la más peligrosa piedra en el camino de informarse.


Si, en un principio, se señalaba a Wikipedia como madre de todas las confusiones y la desinformación, por su base cooperativa que permite a cualquiera añadir datos sobre diversos temas, algunas veces sin la debida confirmación o referencia verificable, los blogs y los sitios de contenido autorreferencial, los motores de feed para compartir noticias y la perversa práctica de replicar la información mediante plagios, todo eso ha llevado a los internautas, en tanto consumidores de información, por un lado, a creer casi cualquier cosa publicada o, al contrario, a descreer de casi todo lo que leen, reforzando más esa confianza en los pares aparentemente más enterados.

Pongo un ejemplo, en mi carácter de periodista autor de estos Indicios Metropolitanos, estuve dedicado a dar seguimiento a las distintas informaciones y fuentes —empezando por las oficiales— para dar a conocer los resultados de las elecciones, en concreto del Estado de México y publicando, como puede verse, entregas diversas basadas en esa información.

En algún momento, los datos duros los compartí a través de un grupo de WhatsApp al igual que las redes sociales y no faltaron los que, aduciéndose más enterados que un servidor, desacreditaron esos datos, solo por no convenir a su creencia o sus intereses. “Esa información no es verdad, no es lo que aparece en las redes sociales, el PRI en su ambición desmedida e intolerante puede provocar una bronca inmensa y todo por la irracionalidad de unos cuantos”, argumentó una persona. Horas más tarde, la misma información ya circulaba en los medios tradicionales y ni así se le daba crédito al virtual triunfo del candidato Alfredo Del Mazo, el cual se confirmaba todavía más luego de la captura del 98% de las actas de escrutinio, hacia las 13:00 hrs. del día siguiente de las elecciones.


Las encuestas más cercanas a las elecciones reflejaban esos posibles y ahora verídicos resultados. ¿Qué hace distintas a las encuestas en México respecto de las de otros países donde se las ha cuestionado? ¿Aquí todavía son creíbles, funcionan?

Por supuesto que uno mismo, al confrontar los datos, es el primero en cuestionarse qué tan duro es lo que se presenta como duro, sobre todo en vista de lo fácil que puede ser manipular la información para favorecer a uno u otro actor. Pero, tampoco puede uno andar por la vida sospechando de toda sombra y es preferible asentar la información con la mayor neutralidad de que se es capaz.

Estos comicios dejan más lecciones que ya iremos comentando en ulteriores entregas.

Referencias

DE FLEUR, M., & BALL-ROKEACH, S. (1989). Teorías de la comunicación de masas. Barcelona: Paidós.
HAZARD Owen, L. (2 de junio de 2017). "Fake news might be the next issue for activist tech-company investors". Recuperado el 5 de junio de 2017, de Niemanlab: http://www.niemanlab.org/2017/06/fake-news-might-be-the-next-issue-for-activist-tech-company-investors/?utm_source=Weekly+Lab+email+list&utm_campaign=d06a69eb9d-weeklylabemail&utm_medium=email&utm_term=0_8a261fca99-d06a69eb9d-392034301



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