EL OFICIO DE LOCUTOR prácticamente murió hace unos veinte
años, cuando las estaciones de radio y los canales de televisión cerrada dieron
entrada a los noveles comunicólogos, periodistas y actores y amateurs
diletantes, y les soltaron el micrófono solo por contar con imagen agradable a
la vista, o frescura.
Cierto, tanto lo uno como lo otro lo agradece uno como
audiencia, pero no lo es todo en esta vida, como tampoco lo fue todo, hasta
cierto punto, contar con una licencia otorgada por una institución
gubernamental como la Secretaría de Educación Pública para certificar la valía
y el oficio de una persona dedicada a hablar a través de los micrófonos y las
cámaras. Tiempo atrás escribí (2010) y comenté al respecto en
mi
primer podcast.
Hoy, 14 de septiembre se celebra como todos los años el Día
del Locutor. Pero, hoy, lo que parece celebrarse es, más que la alegría de
dedicarse al oficio, la tristeza de saberse en un oficio en extinción.
Ya sé que me dirán que exagero, porque siguen abundando los
contenidos que utilizan la voz en off
o en on —para utilizar la jerigonza
del gremio—, pero hay que ver ¡qué voces!, ¡qué calidad de expresiones,
conocimientos, matices, pronunciaciones hay!
Pongo unos ejemplos; y conste que no utilizo nada más a
jóvenes de las nuevas generaciones para que no se crea que arremeto contra un
sector específico de la población.
Cuando mis pinitos en la XEW, entre 1987 y 1989, tuve
ocasión de conocer a una pintoresca dama de extracción popular que tenía gran
arrastre entre el público femenino que seguía los programas en que participaba,
casi todos ellos mesas redondas o debates dándose interesantes ¡quién vive!
con, ni más ni menos, Emma Godoy, escritora, psicóloga y filósofa mexicana,
Alejandro Durán García de Lara, mejor conocido como “Padre Chinchachoma”, entre
otros insignes comentaristas de la radio de aquellos años.
Todos ellos, independientemente de su voz y estilo, con la
respectiva licencia que los certificaba como aptos para pararse ante micrófonos
y cámaras. Esta dama se escuchaba llegar desde la entrada, por su estridente y
pituda y taladrante voz aguardientosa, así como por su risa vulgar, Niní
Álvarez Urquizo se llamaba. Siempre con una bolsa de malla, de esas del mercado, al
brazo. Ataviada con un suéter viejo tejido a ganchillo, pero pulcro.
Chaparrita, de cabello rojizo ensortijado, ojos saltones, barriga prominente;
vaya, lo que en el cine mexicano se nos expuso siempre como el estereotipo de
la verdulera. ¡Pero qué verdulera! Sus conocimientos, lecturas, su sentido
común, su filosofía de la vida cotidiana, su sabiduría heredada no le iba a la
zaga a los estudios del más pintado de los académicos. A pesar de lo penetrante
de su voz, su forma de matizar, su cadencia, conseguían captar la atención del
más refractario y reticente que, al cabo de un rato, escuchaba más la calidez
de su perorata siempre bien pronunciada que el tipludo timbre de su gañote.
En cambio, más para acá, los periodistas que conducen el
programa financiero Alebrijes, dejan más que desear. Sus lenguas corren, se
tropiezan con sus dientes y belfos, se atragantan y arrastran las palabras
pronunciando de la caramba lo que informan, dando impresión de que son tontos o
de que no han terminado el bocado, aun pudiendo ser brillantes en su quehacer
periodístico tan especializado.
Me voy a otro extremo, ahora sí en la línea juvenil. Yuya y Daniela
Boss, en los nuevos medios que hayamos en plataformas como YouTube. Aun cuando
las muchachas están de excelente buen ver, su voz chillona, melosa y aniñada,
resta peso a los contenidos ligeros (la primera) o “cultos” (la segunda) que
proveen bajo el disfraz de una apetecible nerd. Claro que comprendo que en este
caso desarrollan cada una, sin ser actrices, un personaje con capacidad para
atraer a cierto público al que quizá solo de esa manera le entran las ciencias
en sus entendederas. En un caso similar está una de mis musas poéticas,
Mujer
Luna Bella, sobre la que ya escribí en este espacio.
No puedo estar más de acuerdo con lo que dice mi querido
amigo y colega comunicador, locutor de excelsa voz, escritor, Fernando Zwain,
cuando acota en las redes sociales, conmemorando este Día del Locutor:
Casi 30 años sin certificaciones de aptitud SEP y en
2016 oficializado, por eso hay Jordis, Chofis, Infantes... la mayoría gritona,
sin dicción ni vocabulario... (ZWAIN, 2016)].
Y al mismo tiempo, ubicado en la modernidad, también no
puedo estar más en desacuerdo. Me explico. Temas que se han descuidado y se
descuidaron con las reformas actuales, sobre todo las de comunicaciones y
educación:
1) Respecto de la calidad de los contenidos, si bien la voz
y dicción no pueden ni deben ser ya un motivo de discriminación laboral en los
medios, sí hay fundamentos psicológicos, literarios, foniátricos, mercadológicos,
pedagógicos, acústicos que explican las razones por las que la variedad de
voces debe ser normada y clasificada en cuanto a su uso, proyección, enfoque
dentro de las distintas plataformas existentes. Por supuesto que cualquiera
tiene derecho a abrir la boca y decir misa ante un micrófono y una cámara, pero
vale también preguntarse si lo que puede decir y como lo puede decir ese
cualquiera resulta edificante para quienes le atienden.
Claro que siempre está el recurso del zapping, y hoy se
apela al criterio del público para determinar a quién, qué voz o imagen sigue y
considera su foco de influencia, y este puede ser el vecino tartamudo o el
cronista deportivo de voz engolada y estridente con años de experiencia.
Hoy, a cualquiera se le abre el micrófono, ya lo escribí.
Peor, cualquiera toma el micrófono incluso mediante un adminículo móvil, a
riesgo de transmitir parcialidades de parcialidades y además
descontextualizadas. Incluso horrendas imágenes que, al subirlas a las redes
sociales hace tanto como justificar el horror, la injusticia, el linchamiento
y, so pretexto de la “transparencia”, incide en más incomunicación que en
comunicación de lo necesario y esencial en nuestra sociedad. Es tanto como lo
que ya ocurre y que hace a cualquiera con un celular un “reportero” en
potencia. A veces oportuno y bueno; la mayoría de las ocasiones tanto o más
sensacionalista y deleznable como los amarillistas profesionales.
2) Las fallas de dicción y pronunciación del español y de
otros idiomas —por más que metan con calzador el inglés en las escuelas en un
estúpido afán por hacer de esa lengua franca una casi primordial—, cada vez más
plagado de anglicismos y neologismos tomados del quehacer cotidiano y
conversacional asociado a las redes sociales y la tecnología (lo que no es para
arrancarse las vestiduras, pero no abona mucha cosa buena al idioma materno);
dichas fallas, decía, se relacionan de forma íntima con la pobre capacidad de
comprensión con que se desarrollan las nuevas generaciones desde la escuela.
Si bien la reforma educativa (en su fase laboral) era
necesaria, falta incidir en lo más importante que es la forma como son
asimilados los contenidos por parte de maestros y estudiantes. Las evaluaciones
apenas serán retratos momentáneos, fragmentos de realidad. Qué bien que se
hagan, pero no puede ni debe ser el único recurso para poner orden a la
idiosincrasia del mexicano.
3) Si hoy se busca certificar al profesorado en todos los
niveles, cuantimás es necesario volver a certificar a quienes ejercen el oficio
de locutores sobre todo porque detrás de ellos (un ellos que abarca de forma
natural a las mujeres, sin imbéciles correcciones políticas para reduplicar
innecesariamente la alusión); detrás de ellos, insisto, no hay nada más cierto
grado de conocimientos, sino experiencia para pronunciar palabras extranjeras,
nombres, matizar, controlar el volumen, la respiración, tonos, intenciones e
intensiones, etcétera.
4) Cada nueva generación hay más sordos y esto es porque,
aunado a la liberalidad en cuanto al uso del micrófono, no existe (ojo, señor
Secretario de Comunicaciones y Transporte, Gerardo Ruiz Esparza, miembros de la
Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (CIRT), Academia Mexicana
de la Comunicación y otros); no existe, repito, una norma mexicana para
establecer los límites en decibeles con que deben grabarse o transmitirse las
voces, la música y otros contenidos así en radio, internet o televisión.
Es a tiro por viaje que hoy uno botonea, pero no tanto para
cambiar de estación, sino para regular los ya fastidiosos cambios de volumen
entre los espacios de contenidos programados por la estación o el
locutor-productor en turno y los provistos por las agencias publicitarias.
Es cierto que por lo común la publicidad se graba
ligeramente más arriba (desde los años setenta) para “competir” con el
contenido programático, sobre todo luego y a sabiendas de lo expuesto por los
estudios de mercado acerca de que el público utiliza el bloque comercial para
hacer otras actividades incluso alejadas del aparato receptor, lo que hoy, con
los adminículos móviles ha cambiado la dinámica.
Si a esto aunamos las malas costumbres auditivas de las
nuevas generaciones desde los años 60 del siglo pasado, aficionadas a géneros
musicales por lo general estruendosos como el rock pesado o ahora los metales
de las bandas, o la proliferación de audífonos portátiles, entonces nos
encontramos con que el nivel de sordera en el país y el mundo puede muy bien
quedar cerca del nivel que experimentan otras afecciones de la salud y discapacidades,
siendo esta, la sordera y de acuerdo con estadísticas de INEGI, la tercera
forma de discapacidad en 2010 y aumentando con los años de forma preocupante,
siendo este un dato que ya prendía focos de alerta en México y Puerto Rico en
2006 [(VALENCIA, 2012), (COMPARTIR SIGNOS, 2010), (HEAR IT, s/d)].
Si bien los estudios sobre este particular identifican las
causas principales de la sordera y las edades y estados en que se presentan
más, es cierto que no existen suficientes estudios que muestren causas
relacionadas con los hábitos de consumo de contenidos en medios de
comunicación, videojuegos, empleo de adminículos móviles como celulares, ipods, tablets, audífonos, auriculares, etcétera.
Sí, es triste que la locución actual sea más vacua y
estentórea en su forma como en su fondo, pero son parte de los signos y yo
diría de los síntomas de estos tiempos. ¿Causas?
Quizá este último apunte ayude a dar luz sobre una verdad
inevitable y que bien apuntó Israel Martínez, columnista de Milenio en su momento,
al poco rato de saberse que la SEP eliminaba la certificación para locutores de
radio y televisión:
[…L]a certificación se había vuelto
extremadamente simple y sencilla […] por lo que ya no contaba con el requisito
de ser un filtro que garantizara calidad informativa.
[…S]e había vuelto anacrónica desde hace
mucho y es que su creación fue pensada e impuesta en y para un tiempo en el que
no existían escuelas de comunicación que (en teoría) ya […] preparan para ello.
[…] Su desaparición era un paso natural que,
ahora, deja en manos de las universidades la obligación de preparar buenos
locutores en sus aulas para mejorar los contenidos de los medios, pero también
exige de las empresas la contratación de personal capacitado y preparado,
liberando al Estado de esa supervisión.
La eliminación del certificado es un paso
adelante en la democratización de los medios masivos, […] llega cuando los
medios digitales ya habían superado esa barrera […] ¿eso mejorará o empeorará
la calidad informativa? […] (MARTÍNEZ, 2016).
Y cabe preguntar también si las universidades están
cumpliendo cabalmente con esa cesión, sobre todo en las décadas posteriores a
los años ochenta del siglo pasado, cuando comenzaron a verse imbuidas por un
espíritu de clientelismo y, para convertirse en fábricas de títulos sobre
pedido, redujeron la exigencia curricular haciendo las carreras más cortas o
solo técnicas, para permitir una más rápida inserción de los egresados en el
mercado laboral. ¿Han cumplido? Me parece que no. Habiendo sido profesor de múltiples
materias en varias academias importantes, no conozco un solo programa educativo
de comunicación que incluya la materia de locución como tal. A lo sumo se
imparten algunos barruntos —si bien va y dependiendo del profesor en turno—
como parte de las materias de producción de radio y televisión, sin que sea
esta habilidad un dato determinante para la titulación (equivalente a la
certificación toda vez que implica la emisión de una licencia, pues no otra
cosa es una licenciatura). Lo más cercano, que sería la materia de oratoria ha
sido reducida a un contenido curricular común, en el mejor de los casos, cuando
no optativo o hasta extracurricular. No se insiste en el cuidado del lenguaje
escrito, oral o corporal.
Nuevos tiempos imponen nuevas maneras. Creemos que nuevos
medios conllevan nuevos contenidos, pero nadie puede inventar el agua tibia ni
el hilo negro. A fin de cuentas, lo que acaba permeando en el gusto del público,
muy aparte de la calidad de la información que se difunde, es el estilo de
quien la transmite. La verdadera democratización de los medios no pasa nada más,
como se piensa, por la apertura de los mismos, por la ampliación de la oferta
de contenidos (la que hoy se halla en franca crisis porque se antoja que ya
todo está explorado y cada nuevo producto no es sino la misma gata revolcada),
sino para por la elección de la audiencia, la única verdaderamente facultada
para definir qué y cómo quiere apreciar las cosas. Los dueños de los medios lo
han tenido eso siempre muy claro, así que no es de extrañas que al final den al
cliente lo que pide.
Referencias
COMPARTIR SIGNOS. (2010). "Personas
con discapacidad y estadísticas de las personas sordas". Recuperado
el 14 de septiembre de 2016, de Compartir Signos (blog):
http://compartirsignos.blogspot.mx/p/personas-con-discapacidad-y.html
HEAR IT. (s/d). "La
audición está en peligro en México y Puerto Rico". Recuperado el 14
de septiembre de 2016, de Hear-it. La página web No. 1 del mundo sobre la
audición y la pérdida auditiva. Desde 1999.:
http://www.hear-it.org/es/la-audicion-esta-en-peligro-en-mexico-y-puerto-rico
MARTÍNEZ, I. (15 de
febrero de 2016). "Adiós al certificado de locutor".
Recuperado el 14 de septiembre de 016, de Milenio / De medios y otros
demonios:
http://www.milenio.com/firmas/israel_martinez/Adios-certificado-locucion_18_683511702.html
VALENCIA, S. (25 de
febrero de 2012). "Sordera, discapacidad que aumenta".
Recuperado el 14 de septiembre de 2016, de Salud Crónica:
http://www.saludcronica.com/nota.php?id_nota=1633
ZWAIN, F. (14 de
septiembre de 2016). "Casi 30 años sin certificaciones...".
Recuperado el 14 de septiembre de 2016, de Fernando Zwain (Perfil Facebook):
https://www.facebook.com/fernando.swain.7/posts/10202343736311618