La fuerza de un puñado

julio 20, 2015 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Pinta tu aldea y pintarás el mundo
Tolstoi

ERA DE LA OPINIÓN… de que ―y discúlpenme las cacofonías en este párrafo― los temas en común podían motivar a la acción y no nada más a la pasión; que la Unión hace la fuerza, pero tal parece que en el casino de la vida y en las maquinitas de la política mexicana la apuesta por la desintegración, la anomia, la inopia y la desmemoria va a la alza y justifica y fortalece la indiferencia social de esos pocos con alguna clase de poder, causando descrédito y menoscabo entre la gente misma. ¡Y luego nos preguntamos por qué nuestros políticos, los empresarios voraces y nuestros gobiernos oportunistas abusan de nuestra confianza!

Cuando la unión lleva al ninguneo
Recientemente, el sábado 18 de julio acudí ―y no es la primera vez― a atestiguar la “nutrida” concurrencia que asistió a una manifestación convocada por vecinos de Naucalpan de Juárez en la plancha de Las Torres de Satélite y de nuevo para protestar, solicitar, exigir a los gobiernos municipal y estatal el mejoramiento de la seguridad en el municipio.

Como otras veces, a la cita organizada llegaron los vecinos sumando la grandiosa cantidad de alrededor de 80 personas provenientes de varias colonias y fraccionamientos sobre todo residenciales de la zona, portando cartulinas y carteles alusivos al tema central, así como un gigantesco crespón con el que enlutaron el monumento.

Entre los participantes se encontraban algunos líderes vecinales, autoridades auxiliares de Participación Ciudadana, asociaciones de colonos, uno que otro medio de comunicación locales y por supuesto las policías municipal y estatal en sus funciones de vigilancia y mantenimiento del orden.
Como muchos municipios del país, Naucalpan de Juárez ha crecido tan desordenadamente que incluso no hay sitios adecuados, desde el punto de vista mediático, para reuniones con este carácter, aun cuando por su “multitudinaria asistencia” aparenten más corrillos o pic-nic que mítines con ambiciones superiores y por ello mismo den pauta a las autoridades para socarronamente tachar a los vociferantes de ser “minorías” sin importancia, pasando por alto que esas minorías, para bien o mal, como punta de lanza bien afilada representan de manera auténtica y legítima a extensas mayorías, incluso de modo más puntual y contundente que los mismos representantes populares que se supone son los legisladores.

Solo algunos puntos en la geografía urbana de Naucalpan de Juárez se prestan para “hacer ruido” y, con todo el riesgo que implica atravesar el periférico y el Viaducto Bicentenario, los vecinos siguen eligiendo lugares como las emblemáticas Torres de Satélite para manifestarse y que sus demandas tengan visibilidad por aire y tierra.

Cruzar la vialidad en sí ya es una forma de llamar la atención, pero la prisa de los automovilistas reduce el tiempo de esta y por lo tanto merma la posibilidad de un impacto memorable en la sociedad.

No faltan los que proponen cerrar el Periférico no nada más para trazar un puente de cruce ―¡imagina, lector, una larga fila de pobladores atravesando de oriente a poniente el Periférico, mejor que caminarlo de sur a norte, digamos, justo en ese punto de Las Torres!―, sino para sustituir los ruidos de los motores con las voces de la ciudadanía como han hecho otros grupos por ejemplo en los paros carreteros, pero eso, que yo recuerde, solo ha sucedido dos veces entre 2010 y la fecha, la primera de ellas cuando vecinos de La Florida contuvieron las obras de construcción del Viaducto Bicentenario. A veces, ser respetuosos de los derechos de terceros solo conduce al ninguneo por parte de esos mismos terceros, conciudadanos o gobernantes.


No basta, me va quedando claro, que el afán de unos pocos ciudadanos conscientes, comprometidos, por mucha influencia que puedan tener sobre sus grupos y comunidades no siempre permea a los individuos que las conforman. La gente siempre es la gente y nunca cambiará, reza la canción, y de ahí que todo siga más o menos igual ―me refiero a la de Sergio Esquivel, que cantara Víctor Iturbe “El Pirulí” en el OTI de 1978, no a “La Vida sigue igual” interpretada por Julio Iglesias ni al tema del grupo argentino de rock Viejas Locas.







Protestando, que es gerundio
Los mexicanos tenemos una larga historia dedicada a construir una imagen de quejosos o, para ser más certero, de quejumbrosos. Chillamos, pataleamos, vociferamos hasta porque voló la mosca, pero cuando se convoca a jalar parejo, a clamar y reclamar en conjunto, ya a éste o ese otro, a Chucha o a Juan se les atraviesa algún compromiso siempre “previamente definido” aun cuando no pase de un mero pretexto. Claro, hay razones de peso, respetables y quizá de último momento que pueden detener al mejor intencionado, eso no lo pongo en duda, no obstante cuando de entre los convocantes alguno o algunos, como se dice coloquialmente, echan la piedra y esconden la mano, eso ya es otra cosa.

A lo anterior súmese la inclinación ya muy característica en nuestra identidad de conmovernos y aplaudir frente a los que aparentan debilidad sin por ello mostrarnos solidarios de veras o por causa de quienes en rebeldía confrontan y ridiculizan a la figura de autoridad, como el “admirable” Chapo Guzmán, y el asunto se agrava.

Contrastando manifestaciones como la descrita con las abultadas concurrencias convocadas por algunos candidatos en las pasadas elecciones o aquellas gigantescas marchas por la paz de hace unos años, uno no puede dejar de preguntarse qué debe suceder para que el hastío propicie movilizaciones de gran envergadura, voluntarias y no como una suma de acarreados con esperanza de sacar algún provecho particular. Y lo hemos visto. ¿Tienen que desaparecer simbólicos 43 normalistas? ¿Tienen que ser vejadas y asesinadas numerosas mujeres e infantes? ¿Tienen que ser secuestrados más hijos de poetas o empresarios? ¿Qué se necesita ya no para sacudir el miedo sino la apatía sin que protestar derive en ocasión para la chorcha y las relaciones públicas o hasta púbicas?

Entre alertas y chismes
Mientras Enrique Peña Nieto fue gobernador del Estado de México nunca se quisieron “reconocer” los feminicidios como un dato de alarma. Ahora, ¡qué casualidad!, siendo gobernador el rival político Eruviel Ávila, este dato se emite como alerta en vista del acusado alto índice de feminicidios en la entidad donde ocurre el 20% y siendo Ecatepec, de donde fuera presidente municipal el hoy gobernador el que presenta más casos. ¿Quién quiere golpear a quién? La alerta puede traer jiribilla. ¿Pretende restar poder a Eruviel que aspira a la presidencia? ¿O pretende echar sal en la herida del presidente señalado sin pruebas claras de haber golpeado a la primera dama Angélica Rivera y de haber asesinado a su esposa Mónica Pretelini?

Es sabido y el mismo Peña Nieto lo confesó en 2012 a la periodista Katia D’Artigues, estando casado sostuvo un par de relaciones extra maritales, una con la también funcionaria en el gobierno de Arturo Montiel, Maritza Díaz Hernández y luego con su colaboradora de campaña para la gubernatura, Yessica de Lamadrid Téllez, con quienes procreó un par de hijos, el segundo de los cuales falleció de cáncer. Y diversos medios han documentado otras presumibles novias y amantes previas a su segundo matrimonio (cf. "Las mujeres de Peña Nieto"). En tanto figura pública no podía escaparse del chismorreo.

Cierta fuente que conoció a Peña Nieto en una entonces muy conocida casa de citas a la que acudían famosos políticos, alguno incluso ahora en el gabinete presidencial, contó a Indicios Metropolitanos una versión que contrasta con las manejadas en los medios, incluidas las acusaciones del vejado homosexual profesor Agustín Estrada Negrete quien afirmó haber sido amante del copetudo caballero: la aguerrida Mónica Pretelini Sáenz habría reaccionado a la infidelidad del influyente marido enredándose sentimentalmente con cierto ex tenista y empresario veracruzano. Ello derivaría en la muerte de la mujer, ocurrida en enero de 2007 y, cuatro meses después, en el asesinato ¡en Veracruz! de 4 escoltas personales del ya gobernador como comienzo de un conjunto de tramas que narrarían fraudes cuantiosos y relaciones oscuras entre la iniciativa privada, sindicatos y delincuencia organizada de cuello blanco.

Novelas conspiratorias y digresiones aparte, lo anterior se relaciona con lo que vengo apuntando porque la dispersión de los gritos y los señalamientos, aun teniendo el mismo volumen los vuelve simple ruido intrascendente, al menos para quienes en la posibilidad de dar soluciones concretas a los problemas de la sociedad prefieren mirar de soslayo y tachar de grupúsculos o sea menos que nada a esos voceros y vindicadores de las causas del Pueblo.

La poderosa estupidez
Pesa en el aire la idea de la ausencia de líderes. No la creo. Los hay, pero la que he dado en llamar opinioncracia parece imperar con tanto poder que los esfuerzos loables de estos terminan diluidos y dispersos en una comunidad apática que ha preferido refugiarse en la comodidad de las redes sociales, desvirtuando el potencial que estas ofrecen, compartiendo más banalidades en vez de propiciar el cambio y la unidad sociales.

Acusamos que tal o cual hecho o noticia suceden de manera perversa y concertada para distraernos de lo verdaderamente importante, no obstante más pronto que tarde seguimos el juego.

En la bondad esencial, por ejemplo, de los memes sustitutos en cierto modo de los cartones y las pintas ―porque ahora no es necesario ser cartonista famoso ni grafitero para hacerlos―, cualquier ocurrencia cabe.


Nos indigna casi todo, la fuga del Chapo tanto como los tropiezos de Enrique Peña Nieto, y hacemos mofa de uno a través de la burla del otro y en el proceso ensalzamos a uno mientras vilipendiamos al otro, sin percatarnos que en la construcción de los significados y de la opinión pública y en lo que esta aporta para el desarrollo social, todos acabamos escupiendo al cielo y cargando el opaco velo del vituperio en el propio ojo. Es cómodo señalar a quien personifica la autoridad, pero ¿quién nos señala a ti y a mí en nuestra mezquina forma de actuar o ser omisos?

De la vapuleada y disminuida clase media para arriba solo se mira por los intereses creados, es raro que se organice la gente ya no digamos para una manifestación sino para defender los derechos comunes. Aun con un nivel sociocultural determinado, con conocimiento aparente de las causas y los efectos, los afanes de los “notables” se esfuman tan pronto como los exclaman.

Hacia abajo, en los círculos más humildes, hay más idea de comunión, incluso más coraje pero este puede ser tanto que deriva en la bravura y la necedad.

Aun pudiendo haber fastidio compartido por el estado de las cosas, entre ambos niveles sociales, incapaces de conciliar para el bien común salvo en raras y honrosas excepciones, se va escribiendo el drama diario de nuestra historia, una en que la estupidez despliega alegremente todo su poderío y cinismo.

No se lea esto como una apología de los héroes ni de los villanos, de víctimas ni de victimarios, cualesquiera que puedan ser en la telenovela del día a día. Mucha de la culpa de lo que sucede a México es sin duda nuestra, sí, tuya y mía, y no estoy parafraseando al infame Donald Trump aunque no deja de tener razón. Por dejados, por convenencieros egoístas más pendientes de la oportunidad de sacar raja que de hacer justicia más allá de los bueyes del compadre.

¿O será que ya leo mal los indicios de lo que pasa en mi país, en mi localidad y resulta que no es por las multitudes y las mayorías, sino por una runfla, una caterva, una camarilla, una canalla, un puñado de individuos que el país se mueve? Un puñado controla la economía. Una canalla controla la política. El hampa controla las conciencias. ¿Y el resto de los millones de mexicanos qué hacemos aparte de sobrevivir, de soportar, lo que ya es decir mucho dadas las circunstancias?

México se está moviendo, sin duda, pero su movimiento es tan imperceptible en su lentitud ―¡y lo que falta!― que seguimos pensando y actuando como si fuera ayer.

Fotos: Archivo VETA Creativa y Mauricio Rojas

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