Plutocracia al desnudo
DESDE EL DOMINGO 3 de abril, una profunda investigación
periodística de corte internacional ha puesto sobre la mesa las cartas que
revelan el complicado juego de los cursos del dinero en la financiación de toda
clase de proyectos por lo general ocultos a la opinión pública, aun cuando las
dimensiones, alcances o efectos de estos sí han sido de orden público.
Proyectos de infraestructura gubernamental, triangulaciones financieras
de bancos, empresas y narcotráfico, promoción de guerras aquí y allá han quedado en parte al descubierto
luego de darse a conocer documentos filtrados de la empresa offshore Mossack & Fonseca afincada
en Panamá.
La cantidad de nombres de empresarios, políticos,
celebridades, delincuentes varios que aparece en las listas que se entresacan
de esos documentos perfila ya uno de los escándalos más grandes en la historia
reciente, no tanto por la forma como se producen estas operaciones trasmano,
sino por las implicaciones que conllevan en el mantenimiento de un estatus quo donde pobreza, explotación, ignorancia,
mentira y engaño son los factores determinantes del enriquecimiento de unos
pocos en cada país y en el conjunto del orbe.
La investigación no deja títere con cabeza. Lo que siempre
se ha sospechado, puesto como hipótesis, tachado de lucubraciones
conspiracionistas, con las revelaciones tras los documentos Panamá, aunadas a
las previas y por venir de Wikileaks
y otros esfuerzos de investigación de fondo, hoy halla, más que confirmación,
un canal para difundir y transparentar, en la medida de lo posible, los tejes y
manejes de los grandes capitales mundiales.
El telón de esta comedia de equivocaciones había sido
descorrido a mediados de los ochentas, abriendo desde entonces el paréntesis de
lo que yo he llamado —a despecho de descreídos y no por competir con
Nostradamus— la “Tercera Guerra Mundial”, la que no ha sido como la podíamos
imaginar sino más cruel y prolongada como justo anunciaba esa “ave de mal
agüero” conocida como “el profeta de Avignon”. Ha sido, con todos los indicios,
una guerra que comenzó sotto voce,
carcomiendo los cimientos económicos de las naciones, provocando primero la
caída de esa burla sociológica que significó el socialismo real y su muestra
más denigrante, indigna, el muro de Berlín. Sigue siendo, aunque no lo parezca,
una revolución callada con fundamentos marxistas; pues, aunque las armas no las
portan los desposeídos, la lucha de clases está latente, nos guste o no, en el
desmantelamiento a ciencia y paciencia de las estructuras y superestructuras de
la economía mundial. Y no por decisión de un grupo de iluminados, sino por el
desenlace natural de las cosas. Es, en cierto modo, una revisión pragmática de
la teoría filosófica que algunos pretendieron convertir en fórmula política,
estrategia de mercado y religión. Es, siguiendo un poco superficialmente las
ideas de Niklas Luhmann, la dinámica justa que sucede al proceso entrópico
implicado en todo sistema, en este caso el sistema social
Ahora, desde 2008, caído uno de los puntales de nuestro
orgullo occidental, el capitalismo real sigue los pasos, resquebrajándose
dolorosamente, con estruendos y estertores de espanto, y poniendo bajo la luz
de los reflectores la trama del absurdo. Y no lo digo yo nada más, sino
críticos de quizá más renombre. Pero es ahora cuando parece que nos encaminamos
a un nuevo acto del montaje teatral, en el que los portazos, pastelazos y
señalamientos sobre culpas ajenas será el recurso más utilizado, el episodio
catártico que podría, tal vez, derivar en un giro dramático del que podríamos
arrepentirnos. Pues ya veo a los gobernantes queriendo cazar a los atrevidos
periodistas que tuvieron la osadía de retratar sus aviesas intenciones como
quien cacha a la doncella en cueros y en la ducha. Ya veo a las celebridades
cantando la jitanjáfora:
De tin marín
de do pingüé
cúcara mácara,
títere fue.
Yo no fui
fue Teté
pégale, pégale
que ella fue.
Ya veo también a los políticos coludidos —como siempre— con
los modernos señores feudales del capital, redoblando belicosos tambores so
pretexto de hacer válido el “nuevo orden mundial” que orquestara y anunciara
aquel George W. Busch de infausta memoria y que acabó acendrando los ánimos
adversos en el Medio Oriente, preparando el terreno para la miseria.
Nada está desconectado. Los nexos a lo largo de la historia
están dados. Solo es cuestión de ir quitando velo tras velo, capa por capa,
pero no las puestas sobre la danzarina procaz, sino el colocado en los ojos del
resto de nosotros, simples humanos más preocupados por el día a día que por los
acontecimientos de incidencia a mediano y largo plazo.
Las guerras de Irak, Afganistán, Siria, los actos “terroristas”
(extremismo imbécil que es último recurso de los que, desesperados en la
impotencia, sin importar cultura o nacionalidad o buen juicio, prefieren la
inmolación redentora a la conciliación), las migraciones consecuentes de la
desigualdad rampante, la hambruna, son indicios de lo que puede sobrevenir, si
lo anunciado lo cumplimos los convidados a la debacle.
Esto que digo y que puede sonar catastrofista no lo es si se
lo mira desde la fría perspectiva de los hechos ya registrados y de las
proyecciones y pronósticos que sobre ellos podemos hacer, lo mismo en lo
financiero que en lo sociológico. El siglo XXI lo hemos visto como la promesa
de la transformación humana, pero nunca reparamos en lo ardua, dolorosa y “sangrienta”
que podía ser.
No estoy hablando de la guerra que viene, sino de la que ya
está aquí y peleamos cada uno de nosotros con nuestra conciencia al contaminar y
devastar el planeta, al ser solidarios en función de lo conveniente y como una
suerte de vacuna falsa, espectacular, contra el egoísmo vestido con el disfraz
de la caridad.
No estoy hablando de la guerra imaginada por los videntes o
los visionarios armamentistas, ni me refiero a la pandémica neurosis que nos ha
llevado a mirar en el otro el demonio que, como decía Sartre, nos confirma la
existencia del infierno. Desconfiamos hasta de las sombras de las sombras.
Tememos hasta del llanto de los niños. Sospechamos del prójimo. Todo nos parece
una variante del acoso y hemos decidido acechar a los hostigadores, porque, sin
decirlo, ya pensamos que, parafraseando el trabalenguas:
El arzobispo pederasta y hostigador
quiere desarzobispopederastahostigadorizarse,
quien logre desarzobispopederastahostigadorizarlo,
un gran desarzobispopederastahostigador será.
Las sobrerreacciones de estos y aquellos frente a lecciones,
llamamientos de atención, aplicación de la justicia, defensa del derecho, han
empezado a ser el elemento en que se cifra la denostación. Es más fácil ahora
ceder al escándalo y actuar por el impulso, que prevenir la vejación, la ofensa
y el escarnio. Todo nos parece humillante. La humanidad, de tan escamada, de
tan lastimada que está vive en constante conflicto con la autoridad, provenga
de donde provenga. El anuncio nietzscheano de la muerte de Dios lo tomamos al
pie de la letra sin reparar en su trasfondo. El anuncio del choque entre
civilizaciones lo tomamos como una construcción intelectual sin mayor
trascendencia que la anecdótica. Pero los hechos nos van contradiciendo; y seguimos
cometiendo los mismos errores.
Con los documentos Panamá, la plutocracia va quedando al
desnudo, pero no me extrañaría que tarde o temprano, surja el avispado sastre
capaz de veras de confeccionar el traje invisible para el monarca.
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