¡Tóqueme la... corneta!

febrero 24, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments


EN LA VÍSPERA DEL DÍA DE LA BANDERA, se difundieron en la televisión mexicana spots publicitarios sobre el tema. Uno generó polémica, empezando porque se lo transmitió en canales de la empresa Televisa, aunque no únicamente. El otro pasó inadvertido. Ambos producidos por iniciativa del gobierno mexicano, el primero atribuido a las Fuerzas Armadas; el segundo, a la Secretaría de Gobernación.

Con respecto al primero no faltaron los que se escandalizaron y sobre todo arremetieron contra Televisa, empresa a quien achacan  —con razón o sin ella— la creación misma de la imagen del presidente Enrique Peña Nieto. Aunque podrían hacerse señalamientos semejantes contra TV Azteca o Telemundo o Univisión. Incluso a cuántas agencias de publicidad, muchas de ellas ya fundidas y confundidas con las trasnacionales. También hay que decirlo.

Y ahora seré abogado del Diablo. Miremos a nuestro alrededor, cuánta gente “falta al respeto” a los símbolos patrios con singular alegría: banderas en microbuses al lado de o envolviendo crucifijos, escudos nacionales en gorras y playeras y llaveros, sin que medien permisos correspondientes. En recintos y ocasiones “solemnes” esa gente apenas si canta el himno con soltura y comprendiendo su trasfondo poético, o saluda a la insignia con gestos equívocos.

Lo que vemos como ignorancia cívica, porque no se siguen los patrones heredados, ¿realmente es ignorancia? ¿No será que esta “ignorancia” viene a ser la simiente de nuevas formas culturales de construir el significado de lo que somos y nos importa?

Pero nos encanta el martirologio y arrancarnos las vestiduras para señalar lo que en otros tal vez es virtud cuando en nosotros quizá ya tiene carácter de defecto. Los ritmos populares que se han impuesto de cinco lustros a la fecha: cumbia, salsa, reggeton, rap, hip-hop, banda (en sus distintas variantes), rock mexicano, etc., obedecen a un gusto específico de la clase dominante ahora (el poder adquisitivo no está en manos de esas pocas familias que aparecen en la revista Forbes tanto como en las de los informales), como antes lo eran la balada, el bolero, la música “clásica” y la de las grandes bandas, el jazz, lo pop que incluía el rock and roll, lo ranchero.

Recuerdo la primera vez que el tan criticado Raúl Velasco dio cuadro o aire —como se dice en el argot televisivo— en su Siempre en Domingo, a la Banda Sinaloense o a Rigo Tovar. ¡La reacción de mi madre y de mi padre! Él horrorizado; ella, abierta de criterio como siempre fue, sorprendida, gustosa, feliz con una música que le recordaba su más reciente viaje de bodas de plata por aquellas tierras norteñas y el crucero abordado en Mazatlán con rumbo a Los Cabos, para aterrizar el sueño acariciado de recomponer un matrimonio que se resistía a la realidad de estar desecho.  Reacción muy dispar de la que tuvo cuando el mismo presentador y productor dio entrada, en la televisión mexicana, al rock mexicano dando foro a Botellita de Jerez y El Tri; todo esto, para ajustar los contenidos a los públicos emergentes, a los jóvenes, a los inmigrantes de las zonas rurales, esos “milusos” que llegaron a engrosar el cinturón de miseria de las principales ciudades.

En gustos se rompen géneros; y de poco vale chillar y patalear con una hipócrita indignación que quizá es más reflejo de nuestra incapacidad para sumarnos a la evolución natural de los actores de la sociedad.

Una, otra de tantas de las cosas que tienen harto al pueblo mexicano, al grueso del pueblo, es el cartabón que por décadas ciñó los protocolos asociados a la identidad nacional. Criticamos al Presidente Enrique Peña Nieto por su imagen copetuda, conservadora y sus torpes declaraciones cuando de temas literarios se trata, pero ¡nos duele que se trasladen las notas de la trompeta de honores al ritmo de cumbia! Celebramos la “genialidad” de interpretación de la Tocata y Fuga de Bach en las manos de la Marimba “Mario Nandayapa”, toleramos la mofa que puede hacer un comediante a las referencias nacionalistas, apenas sabemos quién fue “El Nigromante”, pero nos causa asco la sola idea de que la bandera sea colocada con los colores invertidos en el fuselaje de un avión remedando el sentido como sería vista si ondeara de ir montada en la nariz del mismo (como indica la norma). Ya parecemos más severos que “Don Severo”, el personaje de Alejandro Suárez o que el “licenciado Justo Verdad”, de Héctor Suárez.

No faltan los que estarían felices de hacer lo que los gringos y llevar en los calzones el lábaro patrio o la Virgen de Guadalupe, porque a fin de cuentas sería su muy personal manera de “honrarlos” como vistiendo la camiseta de lo mexicano; como ya, de manera desvirtuada y consensada, se hace con la playera de la selección nacional de futbol de la mano de un grito de batalla soez que, a pesar de la FIFA, por razones culturales llegó para quedarse ¡puuuuuuutos!

Haciendo una lectura libre de prejuicios del spot polémico, podemos notar que su mensaje base pretende llamar la atención sobre la alegría de ser mexicano y sintetiza de manera cabal varios aspectos que nos definen. ¿Quién dice que honrar a algo o alguien debe ser por fuerza algo sobrio, adusto? Nos alegra nuestra mexicanidad y lo demostramos en muchas expresiones manifiestas: el culto a los muertos, la celebración —ahora muy discutida— de nuestra independencia, etcétera, con colorido y fiesta; y no obstante ese tono de humor “irreverente” encierra un gran respeto y orgullo hacia lo que nos hace de la vida algo digno de experimentarse.

“Día de la Bandera —dice el spot. —Si eres mexicano… ¡saca… tu bandera!” —remata en un claro juego alburero propio de nuestra cultura que contrasta con el más modesto, clásico, ponderado decir (en imagen como en palabra y sonido) del otro spot:
Lo que estás viendo es exactamente cómo se hace la bandera de México. ¡A mano! 
Y así debe de ser. Porque el símbolo más grande que tenemos merece amor, entrega y ese orgullo que, en este instante, con tan solo mirarla, te llena el pecho. 
24 de febrero, Día de la Bandera. Orgullo que nos une.


Entre uno y otro spot, somos nosotros, como lectores, como consumidores de mensajes los que mejor podemos determinar con cuál nos identificamos y cuál expresa, en nuestro particular sentir, la mejor manera de manifestar eso, el amor por lo que somos: mexicanos.

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