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Casi todos sabemos leer...


COMO ES COSTUMBRE, en ocasiones las personas que deambulan por las redes sociales me dan materia para tratar en este espacio. Esta vez el tema lo extraigo de un grupo dentro de Facebook de personas interesadas en la ortografía.

Alguien ahí propuso para examen y discusión un enunciado, para saber si estaba bien escrito:
Es un crimen doblemente lo que hicieron.
Las opiniones, claro, no se hicieron esperar, en general sin mucho conocimiento, pero con un genuino afán por comprender. Alguno de los dialogantes identificó el uso de la figura lógica denominada hipérbaton y una Penélope como un Diego explicaron bien el concepto “hipérbaton”, pero Penélope erró en su ejemplo.

Sí, hay hipérbaton desde el momento que el orden lógico y básico en la estructura gramatical del enunciado sería: “Lo que hicieron es doblemente un crimen”. Estamos ante una oración compuesta subordinada adverbial de modo donde el sujeto tácito de la oración ordinal es “Ellos”, mientras el de la subordinada es “Ello”. En cualquier caso la conjunción "que" antecede o anuncia a la oración subordinada. De este modo, si acomodamos la estructura de forma básica incluyendo los sustantivos sería: "Ellos hicieron lo que es doblemente un crimen"

La rica ventaja que ofrece el español frente a otras lenguas, aunque no le es exclusivo, es que podemos alterar drásticamente el orden de los factores sin alterar demasiado el significado denotativo y adicionalmente, en algunos casos, proveer un significado connotativo.

Lo que anotó Penélope al decir en su opinión: “invertiste doble por doblemente” es una apreciación equivocada, porque no hay inversión salvo que se considere tal la transformación de un adjetivo en un adverbio mediante el uso del sufijo “-mente”.

No hay propiamente incorrección aunque parezca que sí. Desde que se identifica una figura lógica como el hipérbaton se establece la posibilidad de dicho arreglo gramatical permitido. Suena y se ve forzado, sí, pero es correcto a carta cabal. Desatino en cambio sería una estructura como esta: “Es lo crimen que doblemente un hicieron” y no obstante, la coherencia interna del arreglo persiste. Es más la forma como se expresa, por ejemplo, el personaje Yoda de La Guerra de las Galaxias o como podemos leer en innumerables muestras tomadas de la poesía.

Otros ejemplos de hipérbaton para el mismo caso serían, con necesario uso de puntuación al efecto: 1) “Un crimen es doblemente lo que hicieron”; 2) “Crimen, uno, es lo que hicieron; doblemente”; 3) “Crimen doblemente es lo que hicieron”; 4) “Doblemente es crimen lo que hicieron”, etc. Ojo, compárese con el ejemplo que apuntó Penélope en su primera intervención: “Es un crimen doble lo que hicieron”. A todas luces dice una idea totalmente distinta, porque no es lo mismo calificar un crimen como doble que calificar al hecho mismo de ejecutar un crimen dos veces (doblemente). Anoto esto porque en el uso de los adverbios derivados de adjetivos somos muy dados, tristemente y con más frecuencia de la deseada a “pasarlos alegremente por el arco del triunfo”.

Un ejemplo en este tenor y línea de oraciones compuestas y que gusto usar es este: “Me dijo perfecto que me ama” (cf. "Panadero, a tus zapatos", "De lo fácil se habla fácilmente").

¿Quién es Perfecto? Seguro se refiere el hablante a un individuo llamado de ese modo, a menos que haya querido decir: “Me dijo perfectamente que me ama”, lo que también sería muy distinto —usando el hipérbaton— si construye la idea así: “Me dijo que me ama Perfecto” o “Me dijo que me ama perfectamente”, donde en el primer caso alguien pone en evidencia a Perfecto, pobre, mientras en el segundo caso exagera la manera del amor.

En cuando a la observación hecha por Hugo, el detonador del debate, al afirmar o dudar que planteaba en el enunciado una exageración, pues no habría tampoco tal porque, en efecto, cierto hecho puede tener carácter de crimen por duplicado. Ahí tenemos el dicho que lo ejemplifica: Tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata. El crimen es el mismo: matar a la vaca, solo que uno lo hace de un modo y otro de manera distinta y complementaria o sea, lo que hacen es doblemente un crimen, tanto por acción (degollar a la res) como por pasión (es decir pasividad y complicidad). Y es que casi todos sabemos leer, pero pocos sabemos gozar.

En esto del gozo, por ahí alguien más propuso incluir por puro gusto una coma: "Es un crimen, doblemente lo que hicieron", y ello me motivó a replicar:
La coma no es un asunto de gusto sino de funcionalidad. En la construcción que expones, Vero, olvidas que el adverbio "doblemente" ya está formando parte del predicado calificando al verbo. Si quieres meter comas, para pausar la idea y generar una imagen mental tendrías que acomodar de este otro modo: "Es, lo que hicieron, doblemente un crimen", así das preminencia al objeto directo desplazándolo por hipérbaton en su calidad de circunstancial de tiempo (pasas de una conjugación en presente del verbo "Ser" a una en pasado del verbo "hacer") sin que por ello incurras en un error de concordancia verbal dada la subordinación de una oración respecto de la otra.

Apuntes alrededor de Cantinflas


 “La primera obligación de un ser humano es ser feliz; 
y la segunda, hacer felices a los demás”
Mario Moreno Cantinflas

1. Un hombre que dio todo[1]

POCOS DEBEN SER LOS MEXICANOS que no guardan alguna liga especial con Mario Arturo Moreno Reyes Cantinflas, ya sea a través de sus películas o de encuentros fugaces y azarosos.

Recuerdo haberlo visto en persona y por única vez hacia 1976, afuera del Hospital capitalino conocido como MOCEL, parado él con aire circunspecto, vestido elegantemente con una camisa de cuello de tortuga y saco, su mirada oculta tras unas gafas de armadura gruesa y cristal verdoso y oscuro, acompañado de su único hijo, Mario Moreno Ivanova, mientras esperaba que el encargado del estacionamiento le entregara su automóvil. Yo tendría unos trece años, pero su imagen quedó impresa en mi mente, y tan pronto como lo vi, se fue. De inmediato mi madre me contó una anécdota que reflejaba la sensibilidad altruista de Mario Moreno.

Una conducta elocuente

Corría el año 1943. Mi madre y mi abuela, que a la sazón vivían con cierta penuria acudieron al despacho del actor y empresario: una habitación amplia localizada en un piso del edificio que hacía esquina entre la calle Balderas y Avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México, enfrente del Hotel Regis desaparecido tras el terremoto de 1985.

Una vez ahí, tímidamente apoltronadas ambas mujeres en sendos sillones frente a un enorme escritorio, mi madre, una púber de 11 años, expuso la necesidad de mi abuela de obtener un trabajo como costurera de teatro; ya había hecho la petición vía el correo y la respuesta había sido esa cita. Mario Moreno Reyes, serio, luego de escuchar atentamente, se puso de pie y extrajo del bolsillo de su pantalón un billete de cincuenta pesos y se lo entregó a mi madre argumentando que por el momento solo así podía ayudarlas. Eso fue todo. Con ese dinero mi abuela compró tela para elaborar delantales que más tarde vendió a las meseras de los cafés de chinos en el centro de la ciudad.

Mario Moreno se reveló en aquella ocasión tal como era: un hombre de expresión tranquila, modesto, al que la fama y el dinero no lograron cambiarlo; un ser humano preocupado por el bienestar de aquellos que le recordaban su origen humilde.

No obstante haber sido una figura pública, su vida privada así como sus obras filantrópicas trascendieron menos de lo que podría suponerse; sin embargo, hay informes que indican que llegó a destinar más de la mitad de su fortuna a causas humanitarias. Se sabe, por ejemplo, que la Casa del Papelero —agrupación que reúne a vendedores de periódicos y revistas— tiene una espléndida hemeroteca donada por Cantinflas; que, luego de establecer junto con Jorge Negrete y Gabriel Figueroa las bases del STPC (Sindicato de Trabajadores y Productores Cinematográficos) como asociación independiente del Sindicato de los Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), contribuyó a la realización de la Casa del Actor (casa hogar para actores retirados) dependiente de la ANDA (Asociación Nacional de Actores), siendo él el secretario general de dicha agrupación.

Según contaban personajes como el que fuera su pareja en los escenarios, Manuel Medel, el fotógrafo Armando Herrera, el productor Carlos Ávila (integrante del grupo musical Los Baby’s) y otros, Cantinflas ganaba mucho dinero que cobraba en moneda fraccionaria para repartirlo a manos llenas; y lo mejor es que sabía administrarlo para poder darse el gusto de ver feliz a la gente que solicitaba su ayuda.

Claro que al principio no faltó el tipo abusado que le vio la cara, esquilmándolo y ello pronto obligó a Mario Moreno a medirse en su filantropía no danto tan seguido moneda contante y sonante, y a encauzar su altruismo a la construcción de hospitales (como el Centro de Neurología de Guadalajara); al establecimiento de becas y escuelas (en lo que fuera el Rancho La Purísima fundó un colegio para los hijos de los labriegos, que primero albergó a sesenta infantes y hacia 1993 daba cabida a más de seiscientos); a donar las ganancias producto de sus presentaciones personales a beneficio de obras no de caridad sino de solidaridad (patrocinó un programa de vivienda para cien familias de escasos recursos, a las que, para evitarles la pena de aceptar caridad les vendía las casas en pagos de cuatro pesos al mes).

Una cantidad interminable de necesitados

Consciente de que la responsabilidad el artista estriba en ser espejo en el que la gente ve reflejadas sus esperanzas, sus desdichas y alegrías, Cantinflas se preocupó siempre por servir de ejemplo y mano amiga. Por eso expresamente montó una oficina para dar entrada a las miles de solicitudes de padres que le pedían apadrinar a sus hijos recién nacidos (en una ocasión fueron contadas 16 mil solicitudes), o que le pedían ayuda económica; por eso procuró estar pendiente, en la medida de sus posibilidades y por ejemplo, del bienestar de los trabajadores migratorios mexicanos tanto como del de los no connacionales. En especial fijaba su atención a los niños, porque quería que —así afirmaba— el futuro de México (y del mundo) fuere promisorio y dichoso.

Y es que Mario, nuestro Mario, nunca perdió contacto con su pueblo y de ese modo justificó su vida que —según dijo con sus propias y postreras palabras al presidente Salinas de Gortari— fue “un constante esfuerzo”.

La filosofía cantinflesca

En fin, al margen de lo que se ha dicho sobre lo que representa el personaje de Cantinflas y su influencia e introducción en la mitología popular del mexicano, el ser pensante y sentimental que era Mario Moreno se ubicaba plenamente en medio de las cuestiones cotidianas. Él entendía muy bien que el quehacer diario engrandece al hombre y de ahí que comprendiera a cabalidad la misión del artista. “El artista puede hacer mucho mal o mucho bien. Mis películas siempre llevaron un mensaje social y humano”, afirmaba con vehemencia y de veras convencido de que la corrupción es una enfermedad que agobia a todos por igual, tanto a los gobernantes como a los gobernados que ven solo lo que su egocentrismo les permite. “Si el mundo se humanizara, sería mejor para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos”.

Fuera de todo discurso ramplón, el transcurrir de Mario Moreno Reyes Cantinflas fue una lección de amor a la vida, en todos sus sentidos, porque ese era finalmente su destino. “Amo mucho a la vida. Yo no la pedí, me la dieron y me la dieron para vivirla”.

2. El Don del Sinsentido

Un accidente dio pie a la rutina y al nacimiento de uno de los más grandes comediantes del siglo XX. Mario Moreno Reyes Cantinflas se convirtió en personaje de leyenda por capricho del azar, cuando de joven cierta vez en la Carpa Ofelia, al sustituir al anunciador, nervioso, se olvidó de su guión elemental e improvisó diciendo lo que se le ocurría, sin ton ni son, causando hilaridad entre el público asistente que de inmediato aplaudió su carencia de sintaxis y lógica que lo convertiría en la versión maliciosa, cínica, inofensiva y tierna del “pelado” vagabundo que con el tiempo habría de insertarse en los ámbitos más inesperados.

Cantinflas no solo fue un comediante o humorista —como él prefería ser clasificado— excepcional, fue también, parafraseando al compositor Arjona “verbo y sustantivo y adjetivo”.

En efecto, Cantinflas ingresó de lleno a la cultura del idioma español en 1992 cuando, por gestión del afamado publicista Eulalio Ferrer Rodríguez entonces académico de la Real Academia de la Lengua, quedaron incluidos en el diccionario el verbo “cantinflear”, el nominativo “Cantinflas” y los adjetivos derivados “cantinflada” y “cantinflesco” como acepciones para describir y nombrar a la actitud y la persona que “habla mucho y no dice nada”.

El señor Rafael Alvarado Ballester, secretario de la Real Academia en España explicó el hecho de la siguiente manera: “Aceptamos el verbo por una sencilla razón: cantinflear nos ha dado una nueva forma de expresión a los hispanohablantes”.

Del hecho al dicho…

Pero, ¿en qué consiste dicha nueva expresión? Filósofos, lingüistas, escritores y sociólogos lo han explicado de muchas formas. El filósofo Julián Marías, por ejemplo, considera que Cantinflas aportó “la infinita capacidad de hablar sin decir nada ineligible, hasta el punto de crear una mirífica forma de uso del lenguaje. Cantinflas decía lo que quería decir, con una casi total eliminación del elemento significativo”, y sin embargo conseguía en términos generales y metalingüísticos hacerse comprender en lo esencial, mejor que en lo sustancial.

La importancia de este discurso cantinflesco que ha dado pie a una forma de expresión denominada por los intelectuales “cantinflismo”[2] se hace patente en sus implicaciones en la crítica social y política.

Para la mayoría, Cantinflas llenó toda una época de la cultura de México no solo por construir un personaje digno de quedar en la memoria histórica de nuestro pueblo, sino porque ese personaje recreó a cierto tipo de mexicano y, más, a cierto tipo de hombre, uno escurridizo, enraizado en la contradicción misma, en la revoltura que provoca en las cosas que hace, dice y piensa.

Con su manera de hablar sin sentido aparente, “Cantinflas expresa una filosofía del esquivador social”, piensa José de la Colina; expresa el malestar y la rebeldía del que se asume eternamente ninguneado, desposeído hasta de su identidad.

Salvador Novo escribía que la dislogia (deficiencia del lneguaje por desórdenes mentales) y la dislalia (dificultad para hablar) características de este personaje que disparataba todo alcanzaron la consagración porque “ocurre y da la casualidad de que también fuera de México los hombres respiran desde hace algunos años el clima asfixiante de la verborrea, el confusionismo, las promesas sin compromiso, la oratoria, la palabrería ininteligible, malabarística y vana”, en suma, todo lo que conocemos con el nombre de demagogia, que por cierto Cantinflas retrató muy bien, y aún más que en “Si yo fuera diputado” (1951) en las películas de su segundo aire (“El ministro y yo”, “Su Excelencia”, principalmente).

3. Tu et moi (solo tú y yo)

En la década de los cincuenta del siglo XX, cuando Cantinflas andaba por los cuarenta años de edad, la fama de este mexicano había traspasado las fronteras del arte y la imaginación con películas que hacían la delicia de espectadores en Europa, Estados Unidos y Suramérica. Películas como aquella intitulada “El circo” y que fuera una parodia de una que realizara Sir Charles Chaplin años atrás con el mismo nombre. Este, uno de los más grandes actores y directores cinematográficos ingleses, destacadísimo comediante considerado el más genial del cine mudo y quien a la sazón rebasaba los cincuenta años de edad, luego de conocer el trabajo de nuestro gran mimo expresó con la poca modestia que le caracterizaba y en cierta ocasión que tuvo oportunidad de reunirse con Mario Moreno Cantinflas que era, junto con él, el mejor cómico del mundo. Y esta opinión parece compartirla la mayoría de las personas que conocieron al “Chaplin mexicano” a lo largo y ancho del orbe.

Interrogado tiempo después acerca de tal aseveración, Cantinflas, al contrario y con la modestia que lo caracterizaba y sin presunción simplemente dijo: “Charles Chaplin es un hombre muy generoso”, pero después puntualizó la diferencia sustancial, a su juicio, entre el comediante inglés y él: “Yo siempre proyecto optimismo, solamente optimismo. Chaplin a veces lo hace a uno llorar”.

Parias y genios

Tanto Chaplin con su personaje de “Charlot” como Cantinflas personificaron al hombre urbano, mediocre, cuya única y mejor riqueza son sus valores humanos, su sentido de la bondad, su entrega en el amor a la mujer que pocas veces corresponde al cariño y a la devoción, su capacidad para sobrevivir en un mundo siempre adverso.

Sin embargo, mientras Chaplin era el vagabundo contrapuesto a la rigidez social y buscaba por cualquier medio expresar incluso amargamente la ironía de la existencia (salvo en dos cintas: “El Gran Dictador” y “El príncipe y la corista”), Cantinflas reía despreocupado y cínico, pero nunca soez, ante las vicisitudes que suponía la vida diaria de un México en pleno proceso de cambio, posterior a una revolución marcada por una serie de contradicciones. Chaplin recurría a artilugios e histrionismo para enjuiciar la moralidad imperante en su tiempo (y el nuestro, todavía). En cambio, Cantinflas hacía ostentación de su ignorancia y su torpeza de ficción, en los primeros años de su filmografía, para burlarse del orden establecido; luego optó por definir su personalidad con un ánimo más constructivo y solidario, deseoso de reflejar el afán de superación de todo ser humano, un ejemplo claro lo tenemos en el filme “El Analfabeta”.

Si bien surgió de manera fortuita y natural, la genialidad de cada uno por su parte estriba en que semejante conceptualización del hombre no fue por completo un producto de la inconciencia de ellos, sino algo profundamente meditado.

Ahora ninguno de los dos está entre nosotros de cuerpo presente, pero ambos nos han legado un tesoro valioso: la posibilidad de reír sanamente.

Apostillas (abril de 2015).

Los anteriores apuntes alrededor de Cantinflas no probable sino evidentemente se quedan cortos en lo que puede decirse de un personaje tan notable de nuestra cultura mexicana y universal. Sirvan acaso como un mero barrunto de lo que quizá mañana yo mismo pueda atreverme a ahondar en lo que de profundidad tienen, desde un punto de vista analítico, las aportaciones indudables de un personaje que es ya de todos.



[1] Este ensayo conjunta tres artículos originalmente redactados en abril de 1993 para ser incluidos en el número especial de la revista TVyNovelas en la que me desempeñé como corrector de estilo entre 1992 y 1994, así como para mi columna “Paréntesis” que escribía para la sección “Universo Joven” del diario El Universal, pero ninguno fue finalmente publicado. Cabe señalar que el tercer artículo que hace la tercera parte de este ensayo fue escrito al alimón, o mejor dicho a partir de una idea de la entonces novel periodista Bárbara Pineda.
En abril de 2015, con motivo del 22° aniversario luctuoso del humorista, los recojo como una unidad, corregidos y actualizados por mí en lo elemental, en tanto autor y/o coautor, para efecto de su publicación en mi revista unipersonal en formato de blog Indicios Metropolitanos, como parte de su sección “Tiempo y Destiempo”.

[2] Palabra aún no incluida en el diccionario al momento que rescato estos textos, en 2015, y debería serlo.

Por una discriminación sin adjetivos

EN LOS AÑOS RECIENTES, a la luz de la defensa de los derechos humanos y concretamente de las minorías como los homosexuales y los pueblos indígenas se ha dado un, podemos decir, movimiento tendiente a la erradicación de costumbres y hasta de palabras que, a ojos y en la sensibilidad de dichas minorías resultan ofensivas, prejuiciosas y que lesionan su dignidad como personas y grupos, sin detenernos en las minucias que los adjetivos en tanto partículas lingüísticas encierran en su gestación. Algunos organismos incluso han llevado el reclamo al extremo y el exceso generando en el público más confusión que certeza alrededor de lo apropiado y lo inapropiado en el discurso.

Lo curioso es que quienes más señalamientos hacen al respecto ni siquiera pertenecen a dichas minorías, a no ser de manera tangencial, como solidarios simpatizantes más preocupados por lavar sus culpas que por en verdad incidir en un cambio cultural. Mujeres que no quiere ser llamadas putas se aferran a la idea de que las putas no quieren ser llamadas sino con horrendos eufemismos recosidos como "sexo servidoras". Y sí, las hay, pero son las menos al menos en mi experiencia pues cuando las he entrevistado me han expresado que a querer o no "detrás de toda mujer hay una puta esperando ser bien cogida y detrás de toda puta hay una mujer esperando ser bien amada". Pero esto es solo un ejemplo que hasta me ha servido para dar voz a un personaje de una novela que vengo escribiendo paso a paso.

En México, entre marzo y abril de 2013, la Suprema Corte de Justicia de la Nación sentenció que ciertas palabras resultaban homófobas y por lo tanto su uso en detrimento de otra persona serían motivo de difamación, discriminación y de causa punitiva. Dicha resolución ocasionó en muchos, yo entre ellos, una profunda indignación como dejé anotado en varios artículos aquí mismo:


Luego, con motivo del Mundial de Fútbol de 2014, la susceptibilidad de algunos se sintió trastocada ante el grito tribal de la porra mexicana de ¡puuuuto! dirigida al portero contrario con la estricta finalidad —como suele suceder con las barras de seguidores y fanáticos— de introducir en el ambiente un elemento intimidatorio.

Pero, retomando el tema, no está demás enfatizar que de ninguna manera esta indignación y estos textos míos se basan en o se inclinan hacia una apología de la marginación, del acto deleznable de segregar a otro por su condición de pertenecer a cierta minoría (o incluso a cierta mayoría, que también ocurre), aun cuando sí implica el acto natural de discriminar en tanto proceso cognitivo.

En todo caso mi postura es de apelar al buen juicio en el uso, que no en el abuso, de las palabras en general y de las palabras que, siendo adjetivos, tienen como función describir uno o más aspectos característicos sea por natura, vocación, oficio, profesión o percepción de las cosas, las situaciones y las personas.

Como he dicho muchas veces, las palabras no saben de maldad o bondad, son solo eso, palabras, recursos lingüísticos que sintetizan el conocimiento que nos hacemos de las cosas en rededor nuestro y nos permiten distinguirlas en el cúmulo de estímulos a que es sujeta nuestra capacidad cognitiva. Juzgar el uso o el abuso de una palabra, en particular de los adjetivos, so pena de estar propensa a un presumible prejuicio no resuelve ni de lejos el problema de fondo que es actitudinal y cultural, por lo tanto axiológico.

La persona que usa determinada palabra para referirse a otra puede hacerlo con toda mala intención o con todo buen propósito, empleando cabalmente el significado denotativo o apelando a las connotaciones que acompañan al vocablo.

La ofensa descansa ahí, en el propósito de parte del hablante, en la causa que le motiva a la expresión y han de ser probadas con suficiencia la malicia, alevosía, premeditación y ventaja en el discurso y sus razones, en el acto expresivo, lejos de toda sospecha. Pero también, la ofensa, en más de las veces, se apoya en la interpretación que el sujeto calificado de cierto modo hace tanto de la palabra como de la intención y del contexto en que se le adjetiva, por lo que también de ese lado pueden tergiversarse los sentidos de esas mismas malicia, alevosía, premeditación y ventaja en los actos de atender y comprender lo expresado. A fin de cuentas cada quien ve lo que quiere ver, lo evidente, a despecho de las pruebas en pro o en contra de algo. No por fuerza una palabra altisonante causa un efecto contundente. El modo de hablar, el tono, los matices, pausas y contexto pueden ser acusativos. La palabra en sí misma, por muy "llena" de significado que la consideremos, depende de todo un conjunto de adiciones metalingüísticas cuya finalidad es restingir, delimitar la interpretación para precisarla.


Tiempo atrás los gallegos ya habían expresado su incomodidad frente a las bromas y chistes que los toman como personajes torpes, tontos y a partir de los cuales se "permite" ejemplificar la gracia y simpatía de la estupidez. En México los yucatecos no han reaccionado de la misma manera, como sí los indígenas, y no se diga los campechanos, que ni por aludidos se aparecen. Y ni hablar de las mujeres, los gordos, los tartamudos, las putas, los negros, los feos, los locos, los judíos, los árabes confundidos con los turcos, y esas personas a quienes se puede "engañar como a chinos"... La lista de vilipendiados posibles es tan larga como la población humana misma.

Como decimos en México, pendejos y cabrones hay en todos lados; lo somos todos, sólo que nos hacemos pendejos para que no nos jodan los cabrones. Nadie está exento de ser motivo de alguna forma de estigma infligida por el parecer de los demás en su estricto derecho a percibir al otro como mejor pueda y con la responsabilidad conducente.

Fincar en las palabras y lo que de ellas deriva como formas de expresión, tanto para el entretenimiento como para el trato cotidiano, en el ámbito de los medios de comunicación así como en la escuela, la calle o la casa es tanto como hacerse el hara kiri cortando el gañote en vez del bajo vientre; es decir, errar la dirección, lugar y sentido de lo que se debe cortar para propiciar el cambio, la transición. Es, a querer o no, un atentado a la libertad de expresión y más, un atentado a la cultura misma de la cual el lenguaje es pilar fundamental, aquí como en China. Ahora bien, también es cierto que el lenguaje, como sistema dinámico, se encuentra en constante evolución y su fortaleza radica en la capacidad adaptativa de los hablantes. Un caso muy revelador de lo que aquí apunto es el "experimento" hecho por la Fundación del Secretariado Gitano, en Andalucía, España y que pone a un conjunto de niños a "examinar" las acepciones que de gitano se han recogido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua:


Si bien por una parte el señalamiento de la Fundación es a que sea erradicado o por lo menos corregido o atenuado un significado connotativo asociado a gitano: "trapacero", por considerar que no "retrata" a la mayoría de la comunidad gitana y por ello resulta injusta, prejuiciosa, por otra parte la misma fundación pasa por alto el contexto que dio origen a dicha forma de significado. ¡Tendría entonces que editarse toda la literatura, todo artículo periodístico anterior al día de hoy y que pudiera haber empleado dicha palabra con tal sesgo semántico! Porque no creo que quedaran del todo a gusto sin hacer un borrón y cuenta nueva. ¿Cómo entenderíamos entonces a los gitanos piratas que hicieron posible la venganza del Conde de Montecristo en la novela del mismo nombre? ¿Qué sería de Cuasimodo, el jorobado de Notre Dame, sin el encanto gitano de los ojos verdes de Esmeralda? ¿Estamos en derecho de borrar de un plumazo las descripciones de Víctor Hugo, de Bram Stocker, y un sinnúmero de creadores que han tomado el valor negativo, peyorativo de la palabra gitano para dar vida a sus personajes y desde ahí darles también un valor positivo, constructivo? Si se borra tal acepción del diccionario, ¿cómo leerán las futuras generaciones esos hoy llamados clásicos? ¿Cómo empatar entonces al gitano estereotípico con el gitano en las mentes reformadas de estas nuevas generaciones? Si no puedo utilizar la palabra "puñal" como sinécdoque de homosexual o "maricón" para referir al amanerado y me veo forzado a hacer señalamientos directos, ¿me vuelvo menos ofensivo, heriría menos la susceptibilidad del aludido?

Muchas de esas formas adjetivales surgieron precisamente de una manera distorsionada y simulada de respeto, cuando no de temor a ofender y herir, sin caer en eufemismos forzados como los que modernamente se dan para referir a los senectos y ancianos como "adultos mayores" o a todos los de alguna manera inválidos como "discapacitados". ¡Tenemos tanto miedo de las palabras! Quizá más que a los puñales de metal que zanjan las entrañas. Tan débil y vulnerable es nuestra psique, nuestra estructura emocional.

La solución no está en erradicar, en culpar a las palabras, como sí en aclarar sus variados significados y, sobre todo, enseñar la pertinencia del uso de los denotativos así como de los connotativos. Y eso es tanto tarea de la Academia, en sus obras, quizá en menoscabo de la brevedad de las entradas. Y es tarea de los profesores de párbulos, los que, teniendo el diccionario al lado pueden o deberían orientar a los educandos en los usos y abusos de las palabras, sin satanizarlas, sin someterlas a un juicio inquisitorial sobre los valores que el mismo uso, la experiencia social les ha dotado con el paso del tiempo. ¿Y los padres? Su mejor papel formador está en el ejemplo.

Las palabras han de morir solas, naturalmente, y no por decreto, y menos por capricho o por una susceptibilidad herida de parte de aquellos que se sienten ofendidos por el uso que otros hacen de ellas a sabiendas o ingenua e impulsivamente. Porque las palabras encierran ideas y ya sabemos lo que conlleva enjuiciar a las ideas: para unos como Giordano Bruno, la hoguera; para otros como Galileo, la abjuración; para Tomás Moro, perder la cabeza antes que la razón tras la verdad...

Traspolando las propuestas del historiador mexicano Enrique Krauze en su análisis de la democracia mexicana para pensarla como una sin adjetivos, me atrevo ahora a hacer irónicamente lo propio para la discriminación en su estricto ejercicio como proceso cognitivo libre de adjetivos. Las palabras no tienen la culpa. Seguir por este camino obtuso sólo abonará a que mañana ni las bromas nos sepan, y lo que a todas luces es diferente nos resulte, de manera equívoca, indiferente.




Las frases del Presidente

QUE ME DISCULPE Enrique Peña Nieto​ presidente de México, pero no puedo más que coincidir esta vez (como en otras, no todas) con muchos críticos (no solo los criticones). La evidencia ahora es prueba irrefutable: los elementos significativos de un protocolo, en su sentido regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre, no tienen su razón de ser en principios decorativos; no es adecuado a un protocolo usar un símbolo con carácter decorativo, hacerlo así revela una nula idea del valor comunicativo de elementos como una bandera, estrado, sillería, y un largo etcétera.



Las infortunadas frases pronunciadas por el presidente el 4 de febrero de 2015 durante la presentación del nuevo Secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, "ya sé que no aplauden" y "mueve la bandera para que ya pasen a entrevistarme", en tanto ocurrencias fuera de lugar y momento parecerían no dar más que para una nota anecdótica y hasta chusca como revelan los memes creados a raíz de ello. En realidad lo que conllevan, para desgracia del presidente, es la revelación del marcado interés mediático de Enrique Peña Nieto y su equipo; interés capaz de pasar por encima de lo emblemático.

Bien decía (me gusta recordarlo con frecuencia) don Jesús Reyes Heroles: en política (como en comunicación, siempre agrego) la forma es fondo, y en este caso la forma hizo estallar el fondo de la personalidad, los motivos y desatinos de un hombre común como puede ser el presidente de un país.

No lo excuso por su condición humana, al contrario, comprendiéndola y sin perder de vista el peso de lo que a medios y población, opinión pública pues puede parecer significativo, un descuido ocurrente como el registrado resulta imperdonable. ¿Quién controla los protocolos en el gobierno mexicano? ¿Hay protocolos o, desde Vicente Fox, todo se ajusta a un conjunto de caprichos mercadológicos tendientes al cuidado de una imagen pública más que al valor institucional y simbólico de las cosas y las personas?

No quiero parecer o pecar de ortodoxo en mis apreciaciones. Si algo aprecio es el rompimiento inteligente de las normas. Me parece que Enrique Peña Nieto y su equipo, por este tipo de detalles comunicacionales, está abonando a la aceleración de su desgaste político y no solo de su imagen personal, como si no tuviera bastante con los diversos problemas que tiene entre manos para resolver en tanto mandatario de una nación tan compleja como la nuestra. Contrástense otras opiniones: Pedro Ferriz de Con, Denise Dresser en "Otra vez la hora de opinar" y Brozo...

Las Relaciones Públicas piden la palabra

Julia Orayén, la edecán y playmate
del debate presidencial en 2012.
Foto y diseño: Archivo VETA Creativa
Es un vicio común creer que las Relaciones Públicas son mero recurso para el maquillaje y el lucimiento de una marca o una figura pública. Todavía hoy se cae en el error de olvidar que las Relaciones Públicas encierran toda una filosofía objetiva cuyas finalidades no son el oropel ni el relumbrón, sino fincar en la opinión y el gusto públicos lo que un producto o un personaje tiene de valioso, de beneficioso para la comunidad de consumidores de la imagen, el mensaje o el producto en sí. Las edecanes como Julia Orayén y banderas como nuestro lábaro patrio no son meros elementos decorativos por más que las primeras puedan incluso prostituirse (se dan casos) y las segundas coserse a los calzones como hacen en el vecino país del norte.

Lo que planteo no es un argumento patriotero, sino un análisis a partir del significado que, puestas en contexto, contienen las frases del presidente. Poco importa si es un neófito en tal o cual tema, si ha leído muchos o pocos libros, si confunde un autor con otro o si sabe la "o" por lo redondo. Estoy hablando de algo que va más allá de una sola persona y que debe ser cuidado por un equipo profesional de "guardaespaldas", con conocimientos de Semiótica, de comunicación institucional y mucho más; y no nada más por asistentes con una leve noción escenográfica o coreográfica, por no llamarles simples acomodadores de efectos de marquesina.

Mi crítica va más allá que al solo presidente, porque mandatarios van y vienen. Va a las instituciones mismas de la presidencia y el Congreso, con todo el tinglado y la parafernalia que suponen, y cuyos tramoyistas, vestuaristas, utileros y demás obreros apenas si consiguen preocuparse por la logística entre cajas o por debajo de los pasagatos.

Las frases del presidente, lo mismo las dichas ante el micrófono como las dichas off the record caen, más pronto que tarde, en las cuencas de los oídos prestos a captar lo impropio. La obviedad tras de "ya se que no aplauden", con toda la ingenua ironía, en el afán bromista del rompimiento del hielo, por muy simpática que pueda parecer al autor, no siempre resulta graciosa para la audiencia siempre predispuesta en buena medida por el ambiente protocolario. Es claro que una conferencia de prensa tiene como fin informar, no es una puesta en escena aunque no deja de ser un espectáculo en tanto cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles.

La aparente trivialidad vanidosa detrás de la instrucción "mueve la bandera para que ya pasen a entrevistarme" se presta a dobles interpretaciones, desde la que justifica el dicho en el hecho mismo de la ejecución de un objetivo concreto como puede ser el apremio para el cumplimiento de un orden del día, hasta la puntada ególatra de hacer valer la propia presencia.

Pero también poco ganan los críticos acérrimos haciendo mofa de lo sucedido o los dados a desgarrarse las vestiduras por escandalitos de poca monta. La solución para unos y otros estriba en la perspicacia, tanto de quien en un momento determinado tiene la voz, como de quienes la hacen posible en su proyección e imagen.

Harían bien presidencia, gobernaturas y presidencias municipales, los congresos y ayuntamientos en contar con un área destinada a estos menesteres comunicacionales, pero de veras comandados por especialistas y no nada más por algún periodista, abogado, administrador, mercadólogo o funcionario menor metido a imagólogo.

La comunicación, este fenómeno complejo de todos los días y toda hora, es uno evasivo, evanescente, a veces inasible que requiere de una cuidada atención a los detalles que lo componen. No basta, pues, con pararse ante un micrófono con un copete aliñado y corbata anudada y leer un discurso limpio de sandeces. No bastan la presencia impecable, la sonrisa cautivadora. Si de improvisar se trata, no es suficiente tener un conocimiento promedio sobre el tema a tratar, se hace fundamental inteligencia aplicada a la improvisación y los riesgos que esta conlleva. No basta el control de los propios nervios o el dominio de la escena. Hace falta, sobre todo, sentido común.

Miguel Sabido y la cultura como medio de comunicación

Miguel Sabido.
Foto: www.miguelsabido.com
ESTA MAÑANA ESCUCHÉ con mucho agrado la entrevista que le hiciera al maestro Miguel Sabido ¡Qué tal Fernanda? la periodista de espectáculos Lucero Solórzano en reemplazo temporal de la conductora Fernanda Familiar.

Siempre es un agasajo escucharlo. Gocé la oportunidad de conocerlo en persona durante una conferencia que impartiera en la Universidad Anáhuac siendo yo un estudiante. Esta vez tuvo a bien, además de hablar sobre teatro y su participación en la vida cultural de México, comentar acerca de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Comunicólogo al fin, colega, destacó como varios hemos hecho aquí y otros sitios y momentos, la necesidad de que quienes nos dedicamos a estos menesteres de la comunicación hagamos énfasis en la educación del público consumidor de contenidos, no nada más por el hecho mismo de lo que los contenidos en sí conllevan, sino porque ese mismo público consumidor es ya también productor de los mismos.

Es en buena medida a este personaje que personalmente tomé la idea alrededor de la cultura y por ende el arte entendidos como medios de comunicacións, idea esta que exploré a fondo, o eso intenté, en mi tesis de licenciatura Estética y Comunicación. En busca de una actitud estética (próxima a publicarse).

Coincido con el maestro Sabido, actualmente con 72 años de edad, en la consideración de que, en la medida que los comunicólogos y comunicadores nos enfoquemos en dar elementos conceptuales y no solo informativos a la gente, esta podrá ir aprendiendo a explotar los potenciales de las redes sociales y de los nuevos medios ofrecidos por la tecnología digital. Pues si se vale cerrarse en un ámbito de seguridad extrema y sin dar paso a los desconocidos, también se vale abrirse al mundo para ampliar los horizontes culturales que supone cada mentalidad con la que podemos topar en las redes sociales, del modo como ya ocurría y sigue ocurriendo en los espacios socialmente naturales para el encuentro, como la plaza pública, los sitios para la convivencia, los templos y los foros donde las manifestaciones artísticas retratan en alguna medida la idiosincrasia del pueblo en que se gestan o representan.

Si se vale publicar banalidades hilarantes o triviales como lo que se hace en un determinado momento y lugar, siendo del interés casi exclusivo del creador del mensaje aún más que de quienes pudieren leerlo, también se vale hacer ojos y oídos no nada más a opiniones sino a conocimientos y experiencias capaces de, otra vez, ampliar nuestros criterios. Si se vale quedarse en un reducido círculo de personas con quienes se comparten gustos, intereses e ideas, se vale también explorar más allá de lo inmediato e incluso protestar responsablemente, disentir, denunciar lo que a juicio de uno o el grupo al que uno pertenece considera de un modo u otro pernicioso por lo pronto para sí mismos, claro está que con buena dosis de tolerancia pues es cosa por verse que lo calificado como pernicioso por unos cuantos lo sea realmente para todos y cualquiera.

Las redes sociales, como extensión de nuestros círculos sociales, los concéntricos y los intersectados, hacen un conjunto yuxtapuesto de posibilidades de ser real y virtualmente uno mismo en el medio de un escenario donde el espectáculo es la vida misma, minuto a minuto, tan plena y tan hueca como la podamos imaginar o como la alcancemos a manifestar.

Cuando el teatro virtual se antepone al teatro de la realidad de cada cual, este cada quien se convierte en personaje de la propia existencia, avatar en discrepancia con la presunción de lo que se cree ser.


La cachetada del gobernador

LO DIJO VOLTAIRE, YO LO SOSTENGO, y guía mi pensar y mi proceder, aunque a veces me tachen de necio, petulante o dictatorial: aun cuando no esté de acuerdo con tu punto de vista defenderé con la vida que tal o cual expresen su pensar y sentir (sólo pido que lo fundamenten).

Hoy parece abundar el crítico de piel delgada, sensiblero que se ofende con casi cualquier manifestación que le parece violenta así sea mínimamente y sin distingo de manifestación cultural.

Temo y mucho a estos metafóricamente afectados por el síndrome de Ehlers-Danlos. Porque resienten hasta el viento que acompaña al murmullo y a la menor provocación gritan, lloriquean, desgarran su piel cual si vestidura exponiendo la sanguinolenta carne de su indignación, sin darse cuenta que con semejante actitud sólo soliviantan a los gérmenes de la intolerancia y propenden a la infección del ánimo.

El mundo necesita más rinocerontes, no en balde son una "especie" en peligro de extinción. Aunque un poco cegatos, su furor y su coraza los hace respetables para el resto, excepto para los abusivos y los ambiciosos que en la búsqueda de la virilidad fantástica optan por sacrificarlos con crueldad sin límite para despojarlos de su cornamenta, de esa punzante capacidad crítica que les permite penetrar hasta lo más profundo de la perversión.

Que nos volvamos más espirituales y conscientes de lo que no es "políticamente correcto" o "moralmente aceptable para unos cuantos" no significa el adelgazamiento de la piel y de la sangre; o no debería significarlo, sino por el contrario debería suponer una mayor fuerza espiritual semejante a la del unicornio para combatir, no solo a los que de veras abofetean y humillan, sino a las injustas preconcepciones que cada cual nos hacemos a partir de las apariencias que hoy, gracias a medios como este, abundan que da miedo y se diseminan distorsionándose por virtud (o defecto) del meme.

Anda circulando por ahí el vídeo donde se mira al gobernador de Chiapas cacheteando a un asistente. Ha causado un revuelo que califico de desproporcionado. Como dije a una amistad, no defiendo lo indefendible y en este caso me parece tan indefendible la crítica asaz miope amparada en una evidencia mal interpretada, como el hecho en sí.



Me limito a hacer mi análisis objetivo y con base en mi experiencia de comunicólogo al trabajar en el análisis de imagen y de lenguaje corporal.

No falta quien alega que el vídeo es explícito. Es explícito, sí, en este único y estricto sentido de lo evidente (ni siquiera la descripción textual citada en la nota atribuible a la reportera Ángeles Mariscal de "Chiapas paralelo" se apega al hecho):

Segundo 43 del vídeo, sí, hay una mujer de rojo que se aproxima al gobernador cuando él pasa cerca de ella. No lo "jala insistentemente" como describe mal la reportera. En cambio aparentemente, por su actitud, hace alguna petición.

Segundo 47, el gobernador voltea a ver a su asistente y le da una instrucción verbal (no hay gesto de desaprobación). El asistente aparentemente toma nota en el segundo 49, en el segundo 50 consulta al gobernador o le informa algo. Mientras la mujer, por su postura, denota una actitud de intervención acorde con la de solicitud del comienzo de la acción descrita. En ese mismo segundo el gobernador retoma su camino, pero antes rubrica lo dicho y sucedido con una leve bofetada sobre la mejilla izquierda del asistente la que, sí, toma por sorpresa a este que pierde ligeramente el equilibrio recargándose en el hombro de la mujer. Nadie alrededor expresa sorpresa, indignación, reprobación o solidaridad con el asistente. El mismo asistente retoma su camino como si nada

Este conjunto de datos evidentes y la sucesión como se dan son lo que lleva a concluir que lo que algunos aprecian como agresión no es tal sino el gesto equivalente a la palmada en el hombro para rubricar la conformidad respecto de algo dicho o hecho.

Ahora bien, sí concedo que el gesto sobre la cara en vez de sobre otra parte del cuerpo es típica señal de jerarquía y comprendo que aquellos a los que la sola idea de las clases sociales y la escala de autoridad les ocasiona erisipela reaccionen reprobando el acto. Lo que no concedo es la exageración desproporcionada con que se quiere interpretar el hecho en sí mismo por esos mismos, que es a los que yo tacho de "sensibleros".

Podrá alegárseme que lo dicho obedece a mi muy personal interpretación, y cualquiera a fin de cuentas hará la propia.

Ese es justo el problema con la mayoría de estos materiales, que están sujetos a la interpretación y no obstante son tomados como verdad absoluta por los desorientados y por los que nomás andan viendo moros con tranchetes y los que nomás falta que vuele la mosca para que se pongan a exclamar a diestra y siniestra presumibles injusticias.

Hay un punto que un amigo toca y que es lo más valioso: "Hay asistentes que así como sin nada agachan la cabeza". Eso es totalmente cierto y tiene un trasfondo tanto personal como cultural. Por eso mi afirmación de que me sostengo y sostendré en mi dicho mientras la "presunta víctima" de los "desplantes" del gobernador (como algunos han descrito el hecho) no de señas en contrario.

En casos como este la única solución capaz de acallar a los opositores como a los aduladores es establecer la verdad del hecho, y eso solo se consigue de tres formas: siendo testigo in situ, mediante la declaración de las partes y mediante el pertinente y adecuado peritaje (no de análisis sobre un vídeo y el lenguaje corporal, aun cuando puede ser válido), sino de las trazas dejadas en el ánimo y el físico del presunto agredido. Porque ya se sabe que ni las explicaciones que pueda dar, con mucha puntualidad, el gobernador Manuel Velasco Coello (como ya hizo) van a ser creídas por la población que hoy por hoy descreé hasta de su sombra. En cuanto a calificar que el gobernador "padece falta de autocontrol" no solo es aventurado, sino un diagnóstico gratuito, pues una golondrina no hace verano.



Nadie ha dicho que esté padre, que sea agradable el hecho. Quien sepa leer, lea: no lo he aplaudido ni he hecho apología. Ni busco convencer de nada a nadie; bueno sí, quizá solo de aplicar el razonamiento y el análisis concienzudo en los juicios que se hacen muy seguido de bote pronto.

Lo que señalo en este caso no es al actor o los actores, sino a los espectadores, no les llamemos "sensibleros" —si la palabra duele, a quien le quede el saco—, sino mejor "impresionables". Porque está visto que hoy por hoy los espectadores aún más que los medios y los políticos, por gracia de los medios a su alcance para convertirse en hacedores de contenidos (aun cuando sean trasnochados algunos); esos espectadores, digo, hacen más circo que los mismos cirqueros y dan más pan al que llora que los mismos panaderos de la política  y la mercadotecnia. Y lo peor es que acaban comprando sus especulaciones como si fueran verdades del Osito Bimbo. Voy de acuerdo en que, tratándose de un ente público se espera (al menos en la tradición moralina de este país) que cuide las formas, no sea que ofenda hasta al viento. Y esto, que tiene su arraigo en una tradición cultural de una ortodoxia política ramplona y enteca por caduca, no abona ni a la democracia ni a la tolerancia que debería ser su signo determinante. Ahora, por lo visto, a nadie ni con el pétalo de una rosa. Y por nadie incluyo a los mismos generadores de la violencia a ultranza, como los narcotraficantes o las fuerzas del orden cuando abusan de su poder... Ah, no, perdón, olvidaba que a estas últimas la gente las mete en el mismo saco que a los políticos.

La visión pragmática a la que alude cierto amigo aplicado a la discusión de lo aquí escrito, más me parece una mirada simplista, superficial y fragmentaria. Si no es, como dice, “necesario argumentar tanto” para comprender a cabalidad hechos que la popularidad eleva al carácter de emblemáticos, entonces no sé qué más sea digno de análisis para el buen curso de lo que nos define como sociedad presumiblemente civilizada.

Finalmente afirmo que  en ningún momento expuse que sea normal dar una cachetada nomás porque estamos desorientados" (lo de "criterios gratuitos" no lo entendí). Mi punto es que no hemos de satanizar un acto de primera intención sólo porque nos parece desagrabable, de mal gusto, humillante.

Las apariencias engañan, y esto lo digo en ambos sentidos. Pues a reserva de comprobarse el trasfondo del hecho y la verdad en él (cosa que ni tú ni yo ni quien venga va a examinar en detalle a propósito, es decir, será una nota de tantas); a reserva de ello las apariencias engañarán a uno o a otro.

Cada quién entonces que se quede con su parcela de engaño. Allá los que se persignan por la cachetada, acá los que nos atenemos lo más objetivamente posible al decurso de los acontecimientos.
Una última aclaración: yo sí he dado cachetadas afectuosas a amigos, alumnos, familiares. No es algo que acostumbre, pero lo he hecho y a mí me lo han hecho. Por contra me han dado bofetadas con afán de humillarme, de lastimarme y algunas ni siquiera han sido con la mano, sino con la actitud, la mirada, la palabra y juro, estas últimas llegan más hondo que un puñetazo.

Al paso que vamos, veremos a esos entes públicos vestidos con orlas y olfateando rapé, para verse más del “agrado" del público, aunque de todos modos puedan terminar en la guillotina de la opinión pública y su peluca asida en el puño del pueblo vengador y verdugo, escurriendo las gotas de la justiciera indignación popular.

En esta esquina...

Carmen Aristegui, periodista mexicana.
Foto: J.S.Zolliker
EN DÍAS RECIENTES PUDIMOS LEER un artículo escrito aparentemente por Fernanda Familiar en la sección de Sociales del diario El Universal en donde la locutora hacía algunas observaciones de carácter personal y profesional, como público y "colega" a la periodista Carmen Aristegui.

Podría seguir la línea muy atinada de quienes en los comentarios a dicho texto hacen observaciones como las que acostumbro hacer en este espacio o las redes sociales desde el punto de vista gramatical y hacer eco de argumentos similares para jalarle las orejas a Fernanda Familiar. No obstante, aun comulgando con los señalamientos de los lectores no sigo enteramente algunas de sus diatribas, porque me parecen que tienen muy "endiosada" a la respetable Carmen Aristegui y parecen tomar como verdad absoluta las denuncias, investigaciones, reportajes y apuntes editoriales de Aristegui Noticias.

Personalmente a ambas las respeto primero por su "condición" de mujeres, aun cuando decir esto así ya pueda resultar odioso y con cierto tufillo misógino. Pero lo digo así para ser "políticamente correcto" frente a los cientos o miles de damas y damicelas feministas que las defienden, como si lo necesitaran, a capa y espada por esa misma y sola condición.

En segundo lugar, que debería ser el primero, por ser personas de valía incuestionable en los ámbitos profesionales donde cada cual se desempeña, con todo y sus asegunes. Periodista una, locutora y empresaria la otra. Ambas son comunicadoras, paradas en puntos diferentes en el tratamiento de la información.

Contemporáneo tuyo

ENTRE MIS INFLUENCIAS DE OFICIO Y PROFESIÓN, ya lo he dicho, está en primerísimo lugar Octavio Paz, pero también y no en menor proporción y con todo y las diatribas y suspicacias en su contra está Jacobo Zabludovsky.

Este lunes 15 de diciembre, Jacobo escribió uno más de sus lúcidos artículos que publica en su columna “Bucareli” dentro de las páginas del periódico El Universal, donde yo mismo fuera columnista y articulista en su versión impresa entre 1990 y 1994, con mi columna “Paréntesis” en la sección primero llamada “Universo Joven” y luego “Campus”, y mis “Monólogos y Navegaciones” dentro de las páginas de la revista “Nuevo Siglo”. Ambos conjuntos de textos hoy convertidos en blogs —palabra ya incluida en la nueva edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, por lo mismo ya es innecesario enfatizar con tipos en cursiva— que ya he compartido aquí en las redes sociales y cuyos contenidos estoy en la labor de antologizar como parte de la tarea de acopio y simplificación para publicarlos en forma de libro.

En su artículo, Jacobo se une en la lectura y análisis a mi querido y admirado Octavio Paz, siempre tan contemporáneo. Y las palabras de uno y otro inciden en mi ánimo de modo que sirven de aliciente para mantenerme en la brega de este afán que supone dedicar mi vida a la palabra y la literatura, con todo lo que conlleva. Enfatizan mi incursión no tan reciente en lo que otros llaman “activismo social” por lo pronto en temas tan pedestres como la defensa del bien común y sus afectaciones por obras públicas como la construida en la inmediación de mi hogar por la empresa española OHL: el Viaducto Bicentenario, y confrontar, cara a cara, a las figuras del poder, así se trate de un munícipe como David Sánchez Guevara o el mismísimo Enrique Peña Nieto, ya gobernador o ya en la Presidencia de la República. Porque cada verbo ha de tener peso por el acto que implica en la construcción de lo que somos como individuos, como grupos, empresas, sociedades, naciones.

Leer y releer a Paz, como dice Jacobo, es una asignatura constante, al menos en mí. Coincido con ambos en lo apuntado al final del texto, no nada más respecto de lo necesario de unos medios más variados en sus tendencias y enfoques que no en los contenidos —estos ya se sabe que no variarán más de lo que lo hagan los intereses humanos, y por ello pueden resultar repetitivos y redundantes.
Coincido en lo relativo al tema de la participación ciudadana. Como he manifestado en otros momentos, cuando he señalado la nociva trampa que hoy tenemos con la existencia de Delegaciones y Consejos de Participación Ciudadana, la simulación democrática de hoy en ese nivel es vergonzante, pues los gobiernos municipales o delegacionales son jueces y partes. Mientras esta instancia —la más elemental y básica por apelar a la conformación misma del pueblo desde sus necesidades— no sea incluida en las leyes electorales del país por parte de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, tendremos el hueco correspondiente por el cual se cuela de mil maneras la injusticia cotidiana. De poco vale un cambio de nombre y el aumento del ámbito del hoy INE (Instituto Nacional Electoral), si no abarca también el control y administración electorales de esos niveles, los más bajos y fundamentales de la democracia; no solo de nuestra democracia o la de cualquiera otra nación.

En eso consiste ser “contemporáneos de los otros hombres”, para citar a Paz en el final de su Laberinto de la Soledad: en estar al día de lo necesario y no nada más pendientes de y ambicionando lo pretencioso, dicho sea esto entre paréntesis.


El reto de la contemporaneidad
El 29 de agosto de 1990 fue la primera ocasión que yo me atreví a escribir alrededor de la figura de Octavio Paz, justo en una de mis colaboraciones de “Paréntesis”, que a la sazón firmaba como José Antonio Castillo de la Vega o J. Antonio Castillo de la Vega —otro día explicaré las razones detrás de ese seudónimo que tanto amo— y hoy firmo con mi nombre legal. En aquel artículo intitulado “Ingenuidad” anotaba yo la siguiente crítica:

[…] mientras las mesas organizadas por la revista Vuelta analizan la situación actual del mundo socialista, de Europa y Latinoamérica. Mientras Leszek Kolakowski plantea las pruebas a que se ve sometida la modernidad y Daniel Bell y Mario Vargas Llosa y Octavio Paz y Enrique Krauze y… piensan y escriben lo que mañana nosotros conversaremos posiblemente sin darles debido crédito; mientras esto sucede aquí en México, George Bush, Margaret Thatcher, Saddam Hussein y los demás juegan en el Medio Oriente a la canasta… árabe. ¡A ver quien gana el pozo!
[…] Por un lado la pluma, por otro, la espada. Ambas son puestas al desnudo para cortar el paréntesis de años de fría y tensa paz calculada, para devolver la realidad a los ingenuos como tú o yo, amigo lector, que, aun cuando no somos desertores subrayamos que hoy, más que nunca, el hombre necesita de ilusiones. Y la mejor ilusión es el vivir.

La Historia, con mayúscula, más pronto que tarde pone a cada uno en su justo sitio. Estoy seguro que Octavio Paz habría gozado de experimentar con los modernos medios de comunicación, sería probablemente un ente activo en las redes sociales, descubriendo sus posibilidades y limitaciones en tanto medios, comprendiendo que el pensamiento constreñido a la apretada síntesis de 140 caracteres, por más que se quiera y se apele a un galimatías plagado de abreviaturas, signos disímbolos y caóticos, no es sino un pensamiento inacabado, fragmentado, que acaso por virtud de la sinécdoque o la metátesis alcanza con el paso del tiempo el valor de la efeméride que funde el paradigma con la paradoja.

Porque hay que ver los muros, estos nuevos muros de intolerancia e incomunicación que vinieron a sustituir el de Berlín y que ahora encontramos tras la pantalla de nuestras computadoras o nuestros adminículos móviles. Los que, si bien reorganizan la forma como intercambiamos información y achican el mundo, por otro lado nos alejan de los otros e incluso de nosotros mismos.

Hay que ver cómo, en su desplazamiento incesante, descendente (no he visto un muro que acumule hacia arriba las publicaciones de los internautas), esos muros, suerte de pizarra para mensajes comunitarios y el establecimiento de relaciones públicas y sociales de toda índole van llevando hacia el infierno del olvido los dichos, los hechos. Si a las palabras se las lleva el viento, en el soporte informático que suponen las redes sociales se las lleva la cascada de publicaciones consistentes de texto verbal o audiovisual. El pensamiento de muchos y tantos, entonces, se concatena sin fin, sin remedio, reducido a memes fluyendo igual que las aguas de un río cargado de detritos y pedacería.

Los cuantos de pensamiento, cantos rodados del que este texto apenas es una esquirla, deriva al delta de la confusión donde se agolpa bajo el principio de la incertidumbre, se hunde en el fondo de la ocurrencia y ante la distraída atención del público concurrente y estupefacto, haciéndose semantema acumulado en la estratigrafía de la opinión.

El hombre necesita de ilusiones, pero la necia realidad —o mejor dicho, la necia insistencia del hombre en amoldar la realidad— se empeña en encerrar estas en la prisión formada por los paréntesis de la práctica consuetudinaria. Los avances tecnológicos y en el conocimiento humano nos están conduciendo, entre otras cosas, a que pronto desaparecerá ese “flagelo” que llamamos dinero. Si la visión de Alvin y Heidi Toffler es atinada, este se volverá virtual —ya ha comenzado esta transformación—, una idea abstracta concretada ya no en el billete o la moneda o la acción o el cheque o la libreta de ahorros o el estado de cuenta, sino en la forma de cuantos de información. Al cuánto tienes, cuánto vales ha seguido el cuánto sabes, cuánto vales y sobrevendrá el cuánto vales, cuánto eres y cuánto existes.

Pero entonces… Desde el punto de vista comunicacional, el dinero es a la palabra como el silencio a la inopia. Si hasta los años 90 del siglo pasado la concentración del conocimiento hacía de las universidades y los especialistas los potentados clérigos del saber, y en estos tiempos que vivimos la concentración de la riqueza ha contraído deudas sociales y culturales en el aspecto económico, luego la dispersión del conocimiento como la difuminación de la moneda han llevado a la escasez de centavos como de palabras, y su sentido y cambio han enriquecido las arcas lingüísticas con discursos interminables que, como agua envilecida en la cascada, caen estrepitosamente en el lecho del río revolviendo el cauce de la expresividad humana sujeta a la apuesta por la obsolescencia. El uróvoro que es la obsolescencia parece estar llegando al colmo no nada más en la producción tecnológica.

Navegar por las aguas procelosas de la Internet puede, sin embargo, conducirnos por los meandros del olvido y la confusión donde tal vez encallar en un remanso no sea más que signo de haber hallado no un banco bajo, sino la calma del pensamiento y la meditación. Aquel blog de allá, este otro de acá quizá brindan —bondades aparte— la oportunidad de refrescar la memoria del navegante vapuleado por los rápidos de la actualidad. Verdad de perogrullo no es nada más que la bala no es lo que mata, sino la velocidad con que sale despedida del arma. Asimismo, lo que mata lo dado no es la transformación de este, sino la celeridad con que la misma se produce. El reto que hoy enfrentamos es el de controlar la velocidad con que conocemos, difundimos y olvidamos, para que la velocidad de reacción respecto de las noticias, los hechos y las opiniones sea lo suficientemente constructiva mejor que lo contrario.

Así, cuando termines de leer este texto y sus antecedentes, amigo lector piensa, pon entre paréntesis tus pensamientos y como Jacobo, Octavio o quien suscribe date a las tareas de reflexionar y rememorar y darte cuenta que eres contemporáneo de los otros seres humanos y, por lo mismo, promesa.

Voracidad montaraz

CON MIRAS AL AÑO ELECTORAL PRÓXIMO en México, la "guerra sucia" ya comenzó desde hace semanas y los "bombazos" (me refiero a los mediáticos, aunque no se pueden olvidar los otros, tanto los que ensordecen con su estruendo como los que enceguecen con su dorado fulgor) no se han hecho esperar tanto desde la trinchera del gobierno, el congreso —con iniciativas que pretenden “regular” el derecho de manifestación— como desde las de los partidos políticos, las organizaciones no gubernamentales y los grupos de oportunistas de toda tendencia y factura.

Casos tan dolorosos e indignantes como #Ayotzinapa han pasado a ser el "arbolito de navidad" preferido de los mezquinos intereses de facciones en pugna por el poder o el dinero, y las víctimas han venido a convertirse en los pastorcillos inocentes y humildes que rodean el pesebre del poder con la esperanza de obtener una luz y un ápice de justicia de algún redentor. Bienaventurados los pobres de espíritu, que de ellos será el reino de los sueños democráticos.

Quitando los adjetivos y los sarcasmos, la participación de los jóvenes, muchos de ellos sí efectivamente estudiantes usados para no variar como carne de cañón aprovechando su entusiasmo, su impulsivo hartazgo y su maravillosa capacidad de ensoñación (muchos ya pasamos por esas edades y algunos seguimos fascinados con lo que palpita en nuestro pechos); la participación de los jóvenes, decía, ha sido fundamental para sentar las bases de una conciencia fresca y renovada frente a los acontecimientos recientes y ya históricos que nos afectan. La insistente búsqueda de fincar descrédito en la opinión pública respecto de tal o cual grupo ha sido la estrategia más acusada en últimas fechas. En realidad siempre ha ocurrido, solo que ahora es más evidente, más difundida, más extendida por virtud de las modernas herramientas tecnológicas.


Evidencias no son pruebas
Ante un pueblo suspicaz, cada vez más incrédulo de lo que pueda decirle cualquiera con cierto tufo a autoridad, sea de gobierno o de academia o vecino, estamos en el filo de la navaja de encontrarnos todos contra todos en la Babel gobernada por la opinioncracia en que ya se perfila México.

Muestra es el botón gráfico que circula en las redes sociales desde el 9 de diciembre y que muestra a manifestantes boteando en casetas carreteras y contando el dinero recaudado. No es la primera vez, ni es el primer grupo o movimiento en hacer cosa semejante. Tal vídeo, que destaca porque señala presuntos delincuentes, al momento de escribir yo estas líneas cuenta con una modesta estadística de casi 18 mil quinientas vistas y, si nos ponemos a especular, pudo tener lugar solo de dos maneras: o en el grupo retratado hay traidores o hay infiltrados, ¿quizá de la inteligencia del CISEN, de la Procuraduría General de la República?

Del modo que los vídeos en donde se ha mostrado a diputados panistas (y no nada más) en francachelas animadas, amartelados con ciertas mujeres de dudosa reputación y cuyos antecedentes de fausta o infausta memoria —según se miren— están en las ligas de Bejarano por ejemplo, estos "hallazgos" o, como decimos en periodismo, "filtraciones" tienen la clara intención de dividir la opinión pública atizando el miedo, el rencor, la desconfianza, abonando el caldo de cultivo donde pueda prender el moho del "liderazgo" capaz de encauzar en vez de encausar las dolencias de la población hacia los propios molinos disfrazados de gigantes protectores. Aunque contradictoria, es una táctica para descontrolar y de ese modo mantener el control sobre las líneas de poder, mando e influencia sociales.

Quitar a cuáles pobres para dar a cuáles ricos
Como si fuera atacada por un raro virus causante del síndrome de Robin Hood y por lo mismo la paranoia lleva hace que a la población le parezca reprobable que la primera dama de la nación o el secretario de hacienda posean propiedades dizque resultantes de sus personales peculios; con razón o sin ella, esa ciudadanía mira o espera lo malo aun donde tal vez no haya maldad o perversión. No obstante, esa misma población no ve siquiera con el mismo recelo el misterio en el trasfondo de financiación que hay detrás de determinados movimientos sociales y no exige cuentas con la misma vehemencia que a las instituciones constituidas.

El boteo o pase de charola es una práctica común en movimientos caracterizados por manifestaciones; es una herencia antigua no exclusiva de los templos, los partidos, sindicatos o logias o vecindades. Y aun cuando no lo justifico, entiendo la razón logística y económica que la sustenta: hay que pagar mantas, pancartas, vitualla y demás pertrechos propios de cualquier activismo (incluso, a veces, a los acarreados o los parachoques que han hecho de su "valiente" oficio toda una oscura "industria" ventajosa para quienes gustan de dar o recibir los catorrazos o ven en tal actividad una fuente alternativa de ingresos). Y es una de tantas maneras de allegarse ingresos para solventar la lucha y la causa que la caracteriza. Así, al margen del conflicto que a veces supone el choque de derechos de tránsito, manifestación, expresión, sea mediante la organización de kermeses, rifas o colectas no veo más "pecado" en el hecho mostrado en el vídeo subido por un tal Jesús Paredes (que por cierto así estrena su canal y es su primer y único vídeo, sin que se aclare mayor información acerca del propietario del canal). Nada de particular tiene mirar a un grupo contar las "ganancias" de lo obtenido como fruto de su "esfuerzo" y su "sudor" tras horas de estar parados, bloqueando, con los brazos en alto sosteniendo cartulinas y gritando consignas. En todo caso habrá que dar el beneficio de la duda a los líderes tras esas manifestaciones y sus intenciones de evidente voracidad montaraz.
Hay muchas formas de aprovecharse de las necesidades de la gente y no solo el gobierno tiene experiencia en esto. Haríamos bien, desde la perspectiva de la opinión pública, en observar cuidadosamente estas andanadas de información suelta en las redes sociales, pues entre troles, bots, gandayas y alebrestados ya a veces no sabe uno dónde está parado y queda claro que la opinión es de “bote pronto”.

Propuestas a las Academias Mexicana y Española de la Lengua

Si bien en más de una ocasión Roberto Gómez Bolaños "Chespirito" fue foco de diatribas y reconcomios (sobre todo por parte de los academicistas petulantes) por la aparentemente insulsa manera de efectuar sus productos culturales televisivos y teatrales, y hasta fue "acusado" de no contribuir al "mejoramiento" educativo de los televidentes y consumidores de contenidos, sino al contrario incidir en su "depauperación pedagógica" y enfatizar su analfabetismo, en realidad "Chespirito" ha sido uno de los más cuidadosos y talentosos escritores que ha tenido México y Latinoamérica. Sus capacidades y habilidades lingüísticas, su forma de trabajar parlamentos, descripciones, narraciones utilizando de manera equilibrada los varios lenguajes a su alcance, visual, oral, mediáticos, lo hicieron destacar desde sus primeros guiones publicitarios. Alguna vez él declaró su preocupación por construir sus textos con apego a lo más rancio de las normas gramaticales, y su conocimiento y dominio de las mismas le permitía precisamente salirse de las mismas para generar formas novedosas (en su momento) de expresión.

Por ejemplo, Botija, Chavo, Ñoño, Quico, Chilindrina y Chanfle son palabras de uso común muy utilizadas por Roberto Gómez Bolaños y sus personajes de alcance universal. Las primeras incluso sirvieron inteligentemente para dar nombre a ellos. Nombres tan cabales como amplios en su capacidad descriptiva que, aunados a la imagen concreta del personaje consiguieron desde la perspectiva del creador una síntesis con valor arquetípico, cosa rara y difícil de lograr (solo el mito y el cómic, en tanto géneros, son generadores de ectipos y arquetipos). Están incluidas de tiempo atrás en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, sin haber sido creación o inclusión por parte del escritor. La Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso (1947) ya recogía Chanfle como sustantivo masculino utilizado en Argentina y Uruguay con los significados de polizonte, gendarme; 2) en México, chaflán* (v.); 3) en Cuba y S. Dgo. El golpe, obra o señal que se hace en línea oblicua o diagonal al horizonte, así se dice: "le dio chanfle" (acepción esta última que persiste incluso con valor de interjección, misma que faltaría incluir en el DRAE, sin mencionar la acepción que hace de "Chanfle" un apodo) de manera más difundida a raíz de los personajes de "Chespirito").

Faltaría incluir, sugiero, estas sí aportadas por "Chespirito" (defino por mi cuenta):

Panadero, a tus zapatos

En Facebook, una amistad de ánimo recalcitrante y crítica puntillosa, apunta:
Estos señores publicistas y mercadólogos a veces se pasan de veras. No contentos con echar a perder la capacidad de raciocinio de mucha gente, encima se atreven a corromper el idioma español de maneras a veces repugnantes.

Me explico:

Si digo: "Yo paseo a mi perro", "paseo" es un verbo transitivo.
¿Y cómo sabemos eso?
Porque tiene la frase "a mi perro" que funciona como un complemento directo. Sí, sé que es un razonamiento circular, pero la gramática funciona de esa manera muchas veces.
Los verbos transitivos hacen que "transite la acción" del sujeto (Yo), en este caso, al perro. El complemento directo (perro) y el verbo transitivo (paseo) dependen uno del otro para su funcionamiento en la oración. No se da el uno sin el otro.
En cambio, si digo: "Yo paseo" o "yo paseo por el parque" NO hay complemento directo; "por el parque" es un complemento circunstancial, no es complemento directo, indica el lugar (o podría indicar el tiempo, como en "yo paseo hoy") o sea, la circunstancia. Aquí hablamos entonces de un verbo intransitivo ("paseo"), pues carece de complemento directo aunque sí pueda tener un complemento circunstancial.
Como podemos ver, "paseo" es un verbo transitivo (cuando tiene el complemento directo) o intransitivo (cuando no lo tiene); ahora sí que todo depende...
Es frecuente hoy en día encontrarse con que los anunciantes dicen: "crece tu cuenta" o "crece tu dinero" o "crece tu refresco", en lugar de lo correcto que es decir: "haz crecer" ("tu dinero", "tu refresco", "tu cuenta"). En estos casos están forzando un verbo intransitivo para que se convierta en un verbo transitivo, por una mala traducción del inglés: la palabra grow puede significar "cultivar" o "crecer". "Crecer" es un verbo intransitivo, "cultivar" es un verbo transitivo. Así que es muy probable que los originales dijeran: grow your account, money, soda, esto es: "haz crecer o cultiva tu cuenta, tu dinero, tu refresco" (brincándonos el hecho de que es absurdo decir "cultiva tu refresco"); y podemos ver que "cultivar" es verbo transitivo y "cuenta", "dinero", "refresco" son en este caso complementos directos.
Pero los anunciantes se sienten respaldados por una arrogancia y soberbia incontrolables.
Ha sido mi pelea de toooooda la vida... Pero no todos caen en cuenta. ¡Albricias! Que alquien más ya hizo conciencia del mal. Esta vez seré abogado del Diablo, dado que, como el Coloso de Rodas, tengo los pies en ambas orillas.