Caminando con el Diablo

enero 10, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

DESDE LA PERSPECTIVA latino-estadounidense, el editor político de Univisión, Carlos Chirinos, escribió un artículo (CHIRINOS, 2016) reflexionando acerca de uno de los tópicos más arduos de resolver por quienes nos dedicamos a la comunicación y el periodismo, el referente a la selección y tratamiento de las fuentes informativas. Tema, este, plagado de prejuicios, de reglas contradictorias y, sobre todo, cuando rebasa el ámbito del ejercicio profesional para ser practicado por diletantes, como sucede más frecuentemente hoy por virtud y gracia del acceso que cualquiera tiene al uso de las modernas tecnologías de la información y la comunicación, se presta como nunca a la duda moral aún más que al cuestionamiento ético. Así lo hemos visto con la reciente entrevista del actor Sean Penn al narcotráficante “El Chapo” Guzmán, bajo la producción de la actriz mexicana Kate del Castillo. Apunta Chirinos:
La clave del reportero está en no convertirse en asistente de alguien que está evadiendo la captura y en no ocultar información a las autoridades.
Pero, citando a Diego Fonseca, Chirinos recuerda que el trabajo del periodista es “es entrevistar y conseguir una historia”; no ser funcionario de la DEA como, por contraste, la función de la DEA, el FBI, CIA o Procuraduría General de la República no es reportear, el mío no es dar información a las autoridades sobre un sujeto determinado. El problema aquí es que ni fueron agentes ni fueron periodistas los que tuvieron acceso al capo del narcotráfico, lo que en cierto modo los deja en una regular indefensión y propiciará el acoso de autoridades en México y Estados Unidos para obligarlos a proveer información sensible y persecutoria. Incluso no es difícil que Kate del Castillo deba enfrentar las luces y sombras de la infamia, cuestionada sobre la manera como ha llegado a la cumbre de su carrera.

Quizá en nuestra memoria de teflón no guardemos muchos casos semejantes al que actualmente mueve las conciencias de los colegas comunicólogos, comunicadores, periodistas (y me atrevo a incluir a publicistas y mercadólogos, que ven en circunstancias como la que ahora nos atañe el idóneo caldo de cultivo para generar ventas apoyadas en el escándalo y el morbo de los consumidores de mensajes). Lejos vemos aquellos históricos casos, por mencionar unos muy pocos, como la entrevista del joven reportero Regino Hernández Llergo al “renegado”, “bandolero”, “general” Francisco Villa en 1922 para el diario El Universal (MARTÍNEZ, 2010). O la que años más tarde efectuaría Jacobo Zabludovsky al mítico y legendario Che Guevara; o, todavía más cerca de nosotros, la que llevaría al polémico Julio Scherer García a “caminar con el Diablo” de la mano del narcotraficante Ismael “Mayo” Zambada (SCHERER García, 2010); o la más actual y chocante conversación sostenida por Adela Micha con Jhon Jairo Velásquez “Popeye”, el sicario del infame jefe del cartel de Medellín, Juan Pablo Escobar Gaviria (VELÁSQUEZ Vásquez, 2015).

Sin ánimo de poner en tela de juicio las virtudes o defectos de los personajes mentados, cosa que ya muchos antes que yo han hecho en variopintas biografías, crónicas, y un larguísimo etcétera, no es gratuito que en el anterior párrafo mencionara yo como revueltos en la misma bandeja a guerrilleros, criminales, terroristas. Muchos de ellos han gozado o sufrido de una doble calificación, pues mientras para unos, en un extremo, son héroes o mártires de causas nobles para la sociedad, en los ojos de otros más ajustados a las normas y el status quo no son sino marginales, personajes fuera de la ley a los que se debe contener, cuando menos, o incluso eliminar, cueste lo que cueste. Incluso algunas de esas entrevistas han derivado en consecuencias no deseadas, aunque presumibles, para una o ambas partes.

Entrevistar a un asesino, a un violador, a un lenón, a un pederasta muchas ocasiones es visto por los mismos medios y los entrevistadores como una manera de justificar la aversión general sobre ciertas conductas consideradas antisociales, pervertidas más que solo como asuntos de controversia. Si el entrevistador es un psicólogo, dará un enfoque a la charla que permita hacer alguna suerte de teoría que confirme o sostenga prejuicios académicos, morales o incluso médicos; claro que puede hallar elementos que contravengan y contradigan tales prejuicios y entonces el mismo entrevistador se arriesga a ser, aun hallando evidencias sobre la corrupción bajo el sustrato de un sistema y como el entrevistado, un proscrito en su círculo profesional y en la sociedad misma, a ser visto como un apologista de las disfunciones sociales, de la perversidad, de “los renglones torcidos de Dios”.

La entrevista de Sean Penn y Kate del Castillo a Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” (PENN, 2015) puede entrar en la primera categoría, sobre todo a ojos de las autoridades establecidas. Las normas legales para la protección de las fuentes no son, en ninguna parte del mundo, suficientemente claras y, fuera de los principios éticos relacionados con el ejercicio de las profesiones, los huecos se prestan para manipulaciones de toda índole. Así, casos como estos pudieran ser perfectamente orquestados, desde una perspectiva de la teoría de las conspiraciones, para distraer la atención del público respecto de temas mucho más graves, pero menos notables desde la óptica moralista de la sociedad.

Quienes hemos trabajado en y para los medios sabemos muy bien que parte de nuestra labor es justo, triste y lamentablemente esta: manipular las conciencias de sectores masivos del público. Sectores por lo general mal informados, ignorantes, crédulos, expectantes de lo sensacional, de la nota que sorprenda e introduzca una sensación de variedad en la vida de cada cual. Los villanos no nada más los creamos para las telenovelas, también los hacemos para la vida cotidiana. Y van variando, a veces son los policías, a veces los políticos de tal o cual línea doctrinal, a veces un ciudadano común.
Lo anterior no significa necesariamente que todo lo que se publica son mentiras, falsedades. Aun con la dosis de verdad que puedan contener, las noticias, reportajes, artículos de fondo que podemos generar los que nos dedicamos a esto vamos, junto con los lectores, con los consumidores de información, construyendo lo que nos es significativo como comunidad.

Opina Andrés Lajous que “no es fácil leer periodismo —y desde luego tampoco hacerlo—” (LAJOUS, 2013):
[…] el lector puede creer lo que quiera, aunque precisamente un periodista narra una historia no para que el lector crea lo que quiera sino para que le resulte creíble y verosímil la historia que se le presenta y pueda ser tomada dentro del contrato, entre lector y periodista, sobre la existencia de los hechos descritos. La credibilidad está en parte determinada por las fuentes que se usan, pero también por cómo se construye el contexto en el que se les da sentido; y cómo se argumenta que las relaciones que se pueden encontrar entre eventos, personas, o datos no son sólo coincidencias, sino que marcan causas y consecuencias.
Que la entrevista a “El Chapo” haya sido hecha por actores, por gente del espectáculo más pronto que tarde movió a la suspicacia. No faltan los que consideran todo el caso como un burdo montaje para colocar un velo sobre otros temas como el alza del dólar, la crisis de Medio Oriente, el coletazo financiero de China, los llamados a una Tercera Guerra Mundial so pretexto del terrorismo, lo que lleva indefectiblemente a la interpretación paranoica de los hechos y los dichos, interpretación que también, en la clausura de los grupos de poder para dirimir estrategias de control social, se vuelve el pretexto perfecto para la invención o reinvención de monstruos, enemigos del sistema y del estado, lo sean o no.

En esto el papel de las oficinas de inteligencia desde el nivel municipal hasta el internacional juega un papel muy específico identificando los probables “focos de infección delicuencial”. Así, una manifestación multitudinaria debe —piensan— tener por fuerza cabezas rectoras. La Hydra no cabe en el imaginario gubernamental del modo que tampoco, el asesino solitario, no lo hace en el imaginario colectivo. Si la gente no cree que un solitario Mario Aburto haya podido orquestar el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, ¿por qué una manifestación popular no podría suscitarse de forma espontánea? La respuesta es aparentemente simple: de alguien es la mano que mece la cuna.
Por lo pronto, las autoridades en México y en Estados Unidos se han puesto más alertas y sufren el ridículo de que un actor haya podido acceder a un fugitivo, mientras todo un conjunto de aparatos de seguridad y procuración de justicia se mostró incapaz de recapturar al más buscado.

El ridículo, opinan algunos, se extiende a la cabeza principal, se entiende el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, máxime cuando la entrevista se difunde en las redes sociales con más virulencia que su optimista declaración: “¡Misión cumplida! ¡Lo tenemos!”. ¿Quién podría querer que el mandatario fuera foco del descrédito? ¿Qué ganaría el gobierno haciéndose el harakiri con una noticia de tal peso y gravedad?

El tema da mucha tela de dónde cortar, tanta que no puede ser exclusiva de un solo artículo aquí o allá, ni para examinarse de bote pronto. Los comunicólogos y comunicadores tenemos mucho que reflexionar sobre el ejercicio de nuestra profesión, sobre todo a la luz de los vertiginosos cambios a que obligan las nuevas tecnologías de la información, en una época donde no somos ya los únicos generadores de contenidos.

Por lo pronto se me ocurren y propongo tres líneas de lectura e investigación para ir explorando el tópico: 1) la relación periodistas-medios-gobierno, la que ya en buena medida se puso a discusión sobre la mesa tras el despido de la periodista Carmen Aristegui, quien insiste en adosar a las razones laborales otra de índole conspiracional y política.

2) De la mano de la anterior línea indiscutiblemente está la continua disquisición alrededor de las libertades. El hecho de que un individuo sea delincuente, preso o fugitivo, le resta derechos fundamentales, pero ¿en qué grado? Porque también —aunque pese a las buenas conciencias— tiene derecho a exponer su versión de las cosas, cualquiera que sea el objetivo de su expresión. Asimismo, el medio o periodista tiene derecho y obligación a, en el ejercicio y práctica de un periodismo lo más objetivo y neutral posible, presentar las versiones contradictorias de los dichos, pues no hacerlo así conlleva la malversación informativa y por lo tanto la falsificación de los hechos por solo presentar la versión oficial y legalmente aceptada.

3) Es preciso normar y regular aspectos éticos del ejercicio periodístico que establezcan el énfasis en las libertades propias del mismo, así como las obligaciones respectivas sin demérito de las primeras. ¿Entrevistar a un delincuente debe comportar la secrecía? ¿En qué circunstancias la secrecía puede ser violada sin que se incida en una variante del juicio mediático?

Las consecuencias de las respuestas a estas preguntas no son simples y más bien son de una gravedad vital, pues en ello en efecto puede ir la vida del reportero, la fuente o la autoridad. Este punto además se presta a la tentación de la odiosa censura. Al margen el interés informativo o mercadológico, ¿tiene o no derecho el público a enterarse de lo que piensa y cómo piensa un delincuente? ¿Cuántos personajes del pasado, considerados delincuentes, perseguidos, asesinados incluso de formas crueles, tuvieron tal visión de las cosas del mundo que con el paso del tiempo terminaron siendo revalorados como aportaciones a lo que hoy nos rige? Estados Unidos mismo fue levantado por proscritos, reos y criminales de toda laya expulsados del Imperio Británico, no solo vulgares migrantes. Las leyes de ese país las defendieron sus descendientes, como “El Popeye”, arrepentidos, convertidos en gente de bien. A Hidalgo y Guerrero los combatió Iturbide con la ferocidad de quien persigue al que contraría el establishment, luego él mismo sería acusado de traidor.

A mediados de los noventas, y si mal no recuerdo en Proceso, se narraba en un artículo una supuesta reunión clandestina entre narcotraficantes (muy distinta a las suscitadas en 2007 y 2014) reunión presidida presuntamente por Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”. Dicha reunión había tenido como finalidad establecer una especie de plan “insurgente” para transformar a México, hacer una revolución lenta y silenciosa, financiada con los fondos del crimen organizado. Tiempo después, los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix tendrían una encerrona con el nuncio apostólico Girolamo Priogione y el Dr. Jorge Carpizo tras el asesinato del Cardenal Posadas en la que supuestamente habrían dado a conocer información sensible que aclaraba el papel de “El Chapo” para la paz y el equilibrio nacionales. Hoy no conocemos los pormenores de aquel encuentro, Carpizo ya murió y Prigione, con sus 95 años, guarda un celoso secreto del que quizá solo el papa Francisco tenga conocimiento.

Los acontecimientos recientes en torno a “El Chapo” mueven a pensar, lucubrar, imaginar, investigar.

Referencias

CHIRINOS, C. (10 de enero de 2016). “¿Es legal entrevistar a un fugitivo como “El Chapo”?”. Recuperado el 10 de enero de 2016, de Univisión: http://www.univision.com/noticias/narcotrafico/es-legal-entrevistar-a-un-fugitivo-como-el-chapo
MARTÍNEZ, V. (20 de noviembre de 2010). “La entrevista que sentenció a Villa”. El Universal, pág. s/d. Recuperado el 10 de enero de 2016, de http://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/64266.html
PENN, S. (28 de septiembre de 2015). Rolling Stone. Recuperado el 10 de enero de 206, de “El Chapo speaks”: http://www.rollingstone.com/culture/features/el-chapo-speaks-20160109
SCHERER García, J. (3 de julio de 2010). “Proceso en la guarida de “El Mayo” Zambada”. Proceso(1744), s/d. Recuperado el 10 de enero de 2016, de http://www.proceso.com.mx/?p=106967
VELÁSQUEZ Vásquez, J. J. (30 de noviembre de 2015). “Entrevista a Popeye”. Por Adela. (A. MICHA, Entrevistador) 2. Televisa, México, D.F. Recuperado el 10 de enero de 2016, de https://youtu.be/e5tUG1UhH9k



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